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Ucrania: la pasión europea

Ucrania: la pasión europea

Por Mario Vargas Llosa

(La República, 30 de Noviembre del 2014)

Quienes se sienten desmoralizados con la construcción de la Unión Europea deberían ir a Ucrania; verían cómo este proyecto concita una enorme ilusión en muchos millones de ucranianos que ven en la Europa unida la única garantía de supervivencia de la soberanía y la libertad que conquistaron con la gesta del Maidán contra el gobierno corrupto de Yanukóvich y que hoy amenaza la Rusia de Putin, empeñado en la reconstitución del imperio soviético (aunque no se llame así). Verían también la serenidad estoica que muestra una sociedad invadida por una potencia extranjera, que se ha apoderado ya de la quinta parte de su territorio, y cuyas fronteras orientales, donde mueren a diario más voluntarios de los que indican las estadísticas oficiales, siguen transgrediendo centenares de blindados  y millares de soldados rusos.

“Doscientos tanques sólo en los últimos dos días y, con ellos, unos dos mil militares, sin sus uniformes”, me precisa el presidente Petro Poroshenko, en el gigantesco y pesado edificio que ocupa, y que fue construido para el Comité Central del Partido Comunista de Ucrania. “Rusia no respetó ni un solo día el acuerdo de paz que firmamos en Minsk. Pero la invasión rusa ha servido para unirnos. Ahora, el ochenta por ciento del país rechaza la intervención y está dispuesto a pelear”. Habla con mucha calma, en un inglés cuidado –es un industrial próspero, rollizo y amable y todo el mundo conoce sus fábricas de chocolates– y está convencido de que Europa y Estados Unidos no permitirían la ocupación colonial de su país.

 Se dice que entre el presidente Poroshenko y su primer ministro, Arseny Yatseniuk, hay diferencias, pues este último sería más radical que aquél. Conversando con ambos, por separado, apenas las noté. Ambos creen que la agresión rusa continuará y que Ucrania, para Putin, es sólo un primer paso en su desafío al sistema democrático occidental, al que percibe como un adversario esencial de Rusia y del orden autoritario e imperial que preside; y que, en las actuales circunstancias, el jerarca ruso se siente envalentonado por la impunidad con que ha actuado creando los enclaves pro rusos de Georgia –Abjasia y Osetia del Sur-, apoderándose de Crimea e infligiendo una humillación al presidente Obama en Siria, saltándose alegremente, sin el menor perjuicio, las ‘líneas rojas’ que éste estableció.

En lo que Poroshenko y Yatseniuk se diferencian es en que el primer ministro, raro hombre público, no trata de ser simpático a su interlocutor y habla con una franqueza cruda que cualquier político consideraría suicida. “Nadie va a ir a la guerra por Ucrania, lo sabemos de sobra. Ojalá que, por lo menos, nos den armas para defendernos.” Es delgado, calvo, con unas gruesas gafas de miope, muy delgado y, se diría, un asceta.

Economista destacado, dirigió el Banco Central, ha sido Ministro de Economía y rara vez sonríe. “No soy pesimista sino realista”, asegura. “Los zares, Lenin, Stalin, trataron de desaparecernos. Ahora todos ellos están muertos y Ucrania sigue viva. ¿Qué debemos hacer, pese a la desigualdad de fuerzas con Rusia? Luchar, no hay alternativa”. Piensa que si Ucrania cae, las próximas víctimas serán los países bálticos, Polonia, las otras ex “democracias populares”. “Putin no puede dar marcha atrás, en Rusia lo matarían. Ha hecho tragar a su pueblo que todo esto es una conjura de la CIA y los Estados Unidos. Y, por ahora, los rusos le creen y están dispuestos a sufrir todas las sanciones económicas que les inflija el mundo democrático”. Estas sanciones están afectando seriamente la economía rusa, pero Yatseniuk no cree que ello mermará la vocación imperialista de Putin. “Su principal objetivo no es económico sino político e ideológico”.

A la ciudad de Dnipropetrovsk, extendida a ambas orillas del majestuoso río Dniéper, han llegado en las últimas semanas más de 40 mil refugiados de las provincias orientales donde se  combate. El alcalde me dice que esperan otros 40 mil en las próximas semanas. Aunque las migraciones forzadas por causa de la guerra son difíciles de cuantificar, la cifra de ucranianos que han abandonado las ciudades y pueblos de la frontera debe haber ya excedido el millón. Para albergar este gigantesco éxodo hay una movilización ciudadana que apoya y a veces suple al Estado precario, que se va reconstituyendo a saltos luego del cataclismo que significó el desplome de la dictadura de Yanukóvich gracias al levantamiento del Maidán.

En la enorme plaza de este nombre hay fotos de todos los muertos durante las acciones. Hablo con varios líderes de la revuelta y el que me impresiona más es Dimitri Bulatov. Organizó las caravanas de automóviles que iban a hacer manifestaciones de repudio pacíficas ante las casas de los jerarcas del régimen y aseguró las comunicaciones rebeldes. Nada más comenzar las protestas fue secuestrado, en plena calle, por individuos que –supone– pertenecían a las “fuerzas especiales” del Gobierno. Durante ocho días fue torturado: le acuchillaron la cara, le cortaron media oreja y, finalmente, lo crucificaron. Sus verdugos querían que confesara que el Maidán era financiado por la CIA. “Les confesé todos los disparates que querían pero, aun así, estaba seguro de que me matarían”. Sin embargo,  al octavo día, misteriosamente, sus captores desaparecieron.  Ahora es ministro de Juventud y Deportes. Joven y jovial, luce sin la menor incomodidad su oreja cortada, su gran cicatriz en la cara y sus manos trituradas. Me informa con lujo de detalles sobre los esfuerzos que hacen él y sus colegas en el Gobierno para acabar con la corrupción, grande todavía en la burocracia oficial. Le pregunto si es verdad que, apenas liberado del secuestro, fue a pelear como voluntario a la frontera. “Sí, y mi mujer me dijo que si volvía vivo ella me mataría. Pero no lo hizo”. Su mujer, que está a su lado, joven, bonita y risueña, asiente: “Da, da”.

El Ejército ucraniano que se enfrenta a los rusos ha renacido prácticamente de la nada; está conformado en parte por voluntarios y, dada la precariedad de los fondos de que dispone el Gobierno, existe en buena medida gracias al apoyo de la población civil. Julia, mi traductora, me cuenta que ella y sus hijos están encargados de las colectas en su calle para ayudar a los soldados y que, cada semana, van ellos mismos en vehículos alquilados a la frontera llevando las provisiones, mantas, colchones y dinero que permiten a los combatientes subsistir.

El único escritor ucraniano que he leído, Mijaíl Bulgákov, se sentiría orgulloso en estos días de la resistencia y el heroísmo tranquilo de sus compatriotas. Él fue una víctima de Stalin y del régimen comunista que censuró casi todos sus libros; su obra maestra, El maestro y Margarita, sólo apareció en los años setenta, muchos años después de su muerte.

En lugar de mandarlo al Gulag, Stalin tuvo el refinamiento de darle un trabajito miserable en el mismo teatro donde se habían estrenado sus obras más exitosas, como para que se muriera a pocos de nostalgia y frustración.

Voy a visitar su casa-museo en la bonita cuesta de San Andrés, donde hay una bella iglesia ortodoxa, pintores callejeros y quioscos llenos de camisetas con insultos contra Putin y rollos de papel higiénico impresos con su cara. La casa del escritor es pulcra, blanca, llena de íconos –sus seis hermanas y sus padres eran muy religiosos– y ahí están sus cuadernos de estudiante de medicina, su título, sus libros póstumamente publicados que él nunca vio. Visitar esta casa, este país, aunque sea sólo por cinco días, me entristece, me alegra, me subleva. Una visita tan corta le llena a uno la cabeza de imágenes confusas y sentimientos exaltados. Pero de una cosa estoy seguro: los ucranianos son ahora libres y a Vladimir Putin le costará muchísimo arrebatarles esa libertad.




Las armas nucleares están otra vez sobre la mesa

Las armas nucleares están otra vez sobre la mesa

Escrito por Gideon Rachman, publicado por The Economist el 17 de noviembre del 2014.

Traducido y glosado por Lampadia.

Tanto en privado como en público, Rusia está haciendo referencias explícitas sobre su arsenal nuclear.

Han pasado treinta años y la paz nuclear todavía está en pie. Pero estoy perdiendo seguridad en mi creencia de que nunca se utilizarán armas nucleares.

Hay tres razones para mi ansiedad. En primer lugar, la proliferación de armas nucleares en países inestables como Pakistán y Corea del Norte. En segundo lugar, la creciente evidencia sobre lo cerca que el mundo ha llegado, en varias ocasiones, a un conflicto nuclear. Mi tercera razón para la preocupación es más inmediata: un aumento significativo en conversaciones sobre una amenaza nuclear de Rusia.

Tanto en privado como en público, los rusos están ahora haciendo referencias cada vez más explícitas sobre el arsenal nuclear en su país. Hace un par de semanas, fui testigo de la advertencia que dio un destacado ruso al público, en un seminario privado en Washington: el presidente [Vladimir] Putin ha puesto el arma nuclear sobre la mesa.” En efecto, el presidente ruso le ha dicho a una audiencia en su país que los extranjeros no deben “meterse con nosotros”, porque “Rusia es una de las principales potencias nucleares”.

La semana pasada, Pravda publicó un artículo titulado, “Rusia prepara una sorpresa nuclear para la OTAN”. Se dijo que Rusia tiene paridad con los EE.UU. en las armas nucleares estratégicas y se jactó: “En cuanto a las armas nucleares tácticas, la superioridad de Rusia sobre la OTAN es muy fuerte. Los estadounidenses son muy conscientes de esto. Antes estaban convencidos de que Rusia nunca resucitaría. Ahora ya es demasiado tarde”.

Mi única duda en escribir acerca de esto es que no tengo duda de que uno de los objetivos de la postura nuclear de Moscú es, precisamente, conseguir que los comentaristas occidentales hablen de una amenaza nuclear rusa. Rusia está desesperada por detener el suministro de ayuda militar del oeste a Ucrania. Así, quieren transmitir el mensaje de que cualquier escalada provocaría una reacción feroz de Moscú y – quién sabe – tal vez incluso el uso de armas nucleares.

Putin parece adherirse a lo que Richard Nixon llamó  la “teoría del loco” de liderazgo. El ex presidente de Estados Unidos explicó: “Si el adversario siente que eres impredecible, incluso precipitado, será disuadido de presionar demasiado. Las probabilidades de que desista aumentan en gran medida”. El presidente Putin puede estar en lo cierto en el cálculo de que, al poner el arma nuclear sobre la mesa, siempre será más loco que, Barack Obama, que tiene una frialdad racional.

No obstante, aun suponiendo que la charla nuclear rusa sea un bluff, sigue siendo peligrosa – ya que para hacer intimidante un bluff, los rusos tienen que aumentar las tensiones y tomar riesgos. La semana pasada, el general Philip Breedlove, comandante de las fuerzas de la OTAN en Europa, dijo que Rusia había “trasladado fuerzas que son capaces de ser nucleares” en Crimea. Mientras los combates en Ucrania continúan, el peligro de que Rusia y la OTAN malinterpreten las intenciones del otro aumenta.

Los historiadores de la guerra fría han demostrado que los errores y los problemas de cálculo han llevado al mundo a acercarse a una guerra nuclear accidental con más frecuencia de lo que comúnmente se cree. Varios de los más peligrosos ´cuasi accidentes´ tuvieron lugar durante los períodos de tensión política entre Moscú y Washington. El más famoso de estos incidentes fue la crisis de los misiles de Cuba de 1962. Un ejemplo más reciente – con una resonancia contemporánea fuerte – fue el incidente ‘Arquero Capaz’ de noviembre de 1983.

En septiembre de ese año, la Unión Soviética había derribado un avión civil Korean Air, matando a 267 personas. Esa tragedia, como el derribo del vuelo de Malasia Airways sobre Ucrania este año, elevó significativamente las tensiones este-oeste con los rusos, entonces como ahora, acusando a Estados Unidos de militarismo y de planes para la dominación del mundo.

En este contexto, la OTAN organizó un ejercicio militar que desarrollo un escenario de ataque nuclear en el oeste de la URSS. La operación Able Archer fue tan completa y realista que muchos en Moscú la interpretaron como la preparación de un primer ataque de la OTAN. En respuesta, los rusos prepararon sus propias armas nucleares. Parece que los servicios de inteligencia alertaron al oeste de cómo Able Archer estaba siendo visto en Moscú, lo que permitió una de-escalada.

Una de las lecciones de este episodio es que la existencia de una “línea directa” entre Moscú y Washington no garantizarían que ninguna las dos partes pueda cometer un error. Otra es que movimientos ambiguos, con armas nucleares, pueden causar un pánico peligroso.

La generación de mis padres se acostumbró a vivir en la sombra de una posible bomba. Pero para mi generación, la idea de una guerra nuclear parece como algo de ciencia-ficción o incluso una comedia negra, como el Dr. Strangelove. Pero los arsenales nucleares del mundo no fueron abolidos después de la guerra fría. Lamentablemente, puede que volvamos a una era en la que la amenaza de la guerra nuclear ya no puede ser tratada como cosa de ciencia ficción.




Putin desata su furia contra EEUU

Putin desata su furia contra EEUU

Comentario de Lampadia

El siguiente artículo del Financial Times (Putin unleashes fury at US ‘follies’), escrito por Neil Buckley, el 24 de octubre pasado, muestra a un Putin que ha sorprendido a propios y extraños por la virulencia de sus expresiones. No solo no hace ninguna autocrítica por los recientes acontecimientos en Siria y Ucrania, sino más bien acusa a los EEUU de romper todas las reglas de convivencia internacional y se presenta como una víctima del imperialismo yanqui.

Algunos comentaristas especulan que esto refleja la furia de Putin después que Obama haya renqueado a Rusia al lado de ISIS y el virus del Ebola, como las tres peores amenazas globales. Pero el tono de Putin ha sorprendido incluso a sus admiradores. “Muy duro acerca de los EEUU, primera vez que es tan duro”, tuiteó” Margarita Simonyan, editor en jefe del ardiente  y pro-Kremlin canal de televisión. “Nuestra respuesta a Obama”.

Este artículo muestra que la polarización entre Rusia y EEUU está escalando a niveles alarmantes, que van mucho más allá de los casos específicos que han desatado esta situación. Recomendamos su lectura.

Putin desata su furia contra EEUU

Publicado en Financial Times el 24 de octubre del 2014. Traducido por Lampadia.

El presidente ruso, Vladimir Putin, asiste a una reunión de la

“Valdai International Discussion Club” en la localidad del Mar Negro de Sochi

El presidente ruso, Vladimir Putin, acusó el viernes a los EEUU de socavar el orden mundial post-Guerra Fría, advirtiendo que sin un esfuerzo activo para establecer un nuevo sistema de gobernanza mundial, el mundo podría colapsar en la anarquía y el caos.

Putin, en uno de sus discursos de mayor fuerza anti-EEUU en 15 años como el político más poderoso de Rusia, insistió que las acusaciones de que su anexión de Crimea muestra que está tratando de reconstruir el imperio soviético son “infundadas”. Rusia no ha tenido ninguna intención de invadir la soberanía de sus vecinos, insistió.

Al contrario, el líder ruso culpó a los EEUU de desencadenar la ruptura de Crimea de Ucrania y los miles de muertos en la guerra al este del país, respaldando lo que Putin llama un golpe armado contra el ex presidente Viktor Yanukovich en febrero.

“No empezamos esto”, dijo Putin. Citando una serie de intervenciones militares lideradas por Estados Unidos desde Kosovo a Libia, insistió que los EEUU se había declarado vencedor cuando la Guerra Fría terminó y “decidió… remodelar el mundo para satisfacer sus propias necesidades e intereses”.

“Esta es la forma en que los nuevos ricos se comportan cuando adquieren repentinamente una gran fortuna – en este caso, en la forma de liderazgo y dominación mundial. En lugar de administrar su riqueza sabiamente… creo que han cometido muchos disparates “, dijo en una conferencia de académicos y periodistas extranjeros en una sede de esquí Olímpico, cerca de Sochi.

El discurso fue una de las declaraciones más importantes de Putin sobre política exterior desde el 2007 en Munich, donde sorprendió al oeste acusando a los EEUU de “extralimitarse en sus funciones en todos los sentidos” y de crear nuevas líneas divisorias en Europa.

Algunos comentaristas especularon que este discurso refleja la furia de Moscú las recientes declaraciones del presidente estadounidense, Barack Obama, clasificando a Rusia junto al Estado Islámico de Irak y el Levante, conocida como Isis, y el virus Ebola entre las tres principales amenazas mundiales. Pero su tono sorprendió incluso a los partidarios.

“Muy duro acerca de los EEUU, primera vez tan [duro],” tuiteó Margarita Simonyan, la jefa de redacción de la fervientemente pro-Kremlin cadena de televisión RT. “Nuestra respuesta a B Obama.

Putin señaló que creía que los EEUU y Rusia deberían trazar una línea tras los recientes acontecimientos y sentarse con otras grandes economías para rediseñar el sistema de gobernanza global a lo largo de líneas “multipolares”.

Si bien reconoció que esto podría ser una tarea larga y agotadora, Putin advirtió que el no hacerlo podría traer serios conflictos que involucren a los principales países. También evocó el peligro de una nueva Guerra Fría, diciendo que los tratados de control de armas existentes corrían el riesgo de ser violados.

Sin embargo, cualquier esfuerzo dejuntar a los dos países para las negociaciones podría ser complicado por la insistencia del oeste que la anexión rusa de Crimea es una ocupación ilegal, y por la ira de Moscú sobre las resultantessanciones de la UE y EEUU.

Putin dijo que las sanciones socavan las reglas del comercio mundial y la globalización, pero afirmó que Rusia era un país fuerte que podía resistir las medidas, y que no “mendigarán” para conseguir que se levanten.

El presidente de Rusia propuso que la ONU podría “adaptarse a las nuevas realidades”, mientras que “pilares” regionales de un nuevo sistema, como la Unión Euroasiática planificada por Rusia formada de ex estados soviéticos, podría ayudar a mejorar la seguridad.

Pero insistió que estos movimientos sólo se volvieron necesarios desde que los EEUU pisotearon las normas existentes – por ejemplo, cuando invadió Irak sin el respaldo del Consejo de Seguridad de la ONU.

“Si el actual sistema de relaciones internacionales, el derecho internacional y los pesos y contrapesos… se interpusieran en el camino de los objetivos de [los Estados Unidos], este sistema es declarado sin valor, anticuado y en necesidad de demolición inmediata”, dijo.

La fuerza del lenguaje de Putin también tomó por sorpresa a los oyentes estadounidenses., Toby Gati, un ex funcionario de la Casa Blanca durante la presidencia de Bill Clinton, dijo dirigiéndose al Presidente durante la sesión de preguntas que “no reconoció” como su propio país al que el presidente ruso afirmó estar describiendo.




¿Debería haber sido presidenta Hillary?

¿Debería haber sido presidenta Hillary?

Por Timothy Garton Ash

(El Comercio, 26 de Octubre del 2014)

Comentario de Lampadia:

El artículo de Garton Ash coincide plenamente con nuestro artículo del 7 de julio del 2014. Ver en Lampadia: La caída de nuestros líderes es una tragedia.

¿Qué fue del mesías? Hablo de aquel por el que los estadounidenses bailaron en las calles gritando “yes we can!” en la inolvidable noche electoral de hace solo seis años. Aquel cuyo nombre estaba en boca de todos los europeos. Aquel que prometió que la humanidad recordaría ese momento “en el que se frenó la subida de los mares y nuestro planeta empezó a curarse”.

En vísperas de las elecciones legislativas del 4 de noviembre, exactamente seis años después de la elección de Barack Obama, los candidatos demócratas no quieren aparecer junto a él. Elizabeth Drew, una veterana observadora de la política norteamericana, escribe: “Es muy probable que no haya habido tanto rechazo de los candidatos a figurar junto al presidente de su partido desde la época de Richard Nixon”. Su índice de aprobación está en torno al 40%. En Europa ya casi no hablamos de él: hemos pasado del “¡Obama! ¡Obama!” al “No-drama-Obama” y luego al “Nobama”.

¿Qué ha ocurrido? ¿O esta desilusión es tan poco realista como la euforia inicial? Este verano, en Estados Unidos, he pedido a varios comentaristas que hicieran un balance de la presidencia de Obama. Por supuesto, todavía pueden pasar muchas cosas en los dos años largos que le quedan, pero seguramente ha tomado ya la mayoría de sus grandes decisiones, y cada vez da más la impresión —con sus canas, su desapego y sus discursos cansados— de que preferiría estar jugando al golf.

Hay que recordar que ningún presidente, desde 1945, había empezado en una situación tan difícil. Llegó al poder con la peor crisis financiera desde los años treinta, tras la desastrosa e innecesaria guerra de George W. Bush en Irak, con un sistema político disfuncional en torno a un Congreso manipulado y dominado por el dinero, y en pleno cambio histórico del equilibrio mundial de poder. Este año, China sobrepasará a Estados Unidos como primera economía del mundo (medido en paridad de poder adquisitivo). En un artículo que escribí desde Washington al día siguiente de la elección de Obama ya expresé mis dudas de que aquel ánimo esperanzado bastara para superar todos esos obstáculos.

Y no supe prever otro obstáculo. Aunque se proclamó que la llegada de un negro a la Casa Blanca era el final de la peor mancha en la mayor democracia del mundo, resulta que sigue habiendo muchos prejuicios. “Es innegable”, dice Drew, “que la raza del presidente es un factor importante en el lenguaje y los métodos tan destructivos que se emplean para atacarle”.

Dicho esto, ¿cuál es el balance provisional? Mi respuesta es: moderadamente bueno en política interior, muy malo en política exterior. La economía estadounidense es la que mejor va de todas las desarrolladas. Ha crecido casi el 8% desde el primer trimestre de 2008, mientras que la de la Eurozona ha caído más de un 2% en ese mismo periodo. El paro ha caído a menos del 6%. El déficit fiscal para el año 2014 fue inferior al 3% del PBI (el límite teórico de la Eurozona). Podemos debatir sin descanso de quién es el mérito —el Gobierno, Ben Bernanke, el gas de esquisto, el dinamismo de un mercado interior inmenso, el innato espíritu emprendedor de los estadounidenses, Dios Todopoderoso—, pero todo eso ha pasado durante la presidencia de Obama. Las restricciones de la ley Dodd-Frank al sistema financiero son tímidas e incompletas, pero la Agencia de Protección Financiera para el Consumidor, creada por él, ofrece nuevas formas de amparo frente a los banqueros. Asimismo, Obama ha hecho todo lo posible para empezar a reducir las emisiones de carbono, a pesar del poder de los grupos de presión en el Congreso.

El lanzamiento inicial de la página web de Obamacare fue un desastre, pero el programa ha permitido que alrededor de 10 millones de personas tengan por primera vez un seguro de salud. Dos profesores de Princeton han descubierto que, en su primer mandato, Obama dedicó mucho más dinero a programas contra la pobreza que otros presidentes demócratas. Ha hablado menos de los pobres pero ha hecho mucho más por ellos. Falta (todavía) una gran reforma de la inmigración, pero el motivo fundamental es que los republicanos están más preocupados en asegurarse las primarias frente al Tea Party que en obtener los votos de los hispanos. No está mal para ser una época de vacas flacas.

Por el contrario, en política exterior, el presidente del que el mundo esperaba tantas cosas ha hecho muy poco. No ha cometido “estupideces” como invadir Iraq. Pero eso es todo.

El estadista visionario del discurso de 2009 en El Cairo no aprovechó la oportunidad de la primavera árabe, en especial en Egipto, donde más de 1.000 millones de dólares de ayuda otorgaban a Estados Unidos la capacidad de influir en el ejército, de nuevo dominante y represor. Obama declaró una línea roja sobre el uso de armas químicas en Siria y luego dejó que el presidente El Asad la cruzara con impunidad. El Asad dirigió sus ataques contra la oposición moderada, para la que Hillary Clinton había pedido a Obama más ayuda. El resultado fue que el Estado Islámico (EI) se hizo fuerte. Su debilidad en las negociaciones con el primer ministro chií de Iraq, Nouri al Maliki empujó a algunos suníes descontentos a unirse también al EI. Y ahora Estados Unidos ha vuelto a intervenir en Iraq.

El prematuro premio Nobel de la Paz no se ha dedicado (aún) en cuerpo y alma a buscar una solución de dos Estados para Israel y Palestina, como hizo Bill Clinton, a pesar de saber que debe hacerlo. Ha reaccionado con tibieza a la indignante agresión de Vladimir Putin en Ucrania. La primavera pasada declaró que Rusia no era más que una potencia regional y que le preocupaba más que pudiera estallar un arma nuclear en Manhattan. El escándalo del programa masivo de vigilancia de la NSA ha irritado a varios aliados cruciales, sobre todo los alemanes, y él ni siquiera ha despedido a su máximo responsable de inteligencia, el general James Clapper, que había mentido al respecto ante el Congreso. El giro hacia Asia es una buena idea, pero ni China ni los aliados de Estados Unidos en la región están muy satisfechos con los resultados. Y luego está el desarrollo. El hombre que llegó al poder hablando de Norte y Sur en lugar de Oriente y Occidente ha contribuido menos al desarrollo en el Sur del planeta que George W. Bush, con los Objetivos del Milenio y otras iniciativas. Ah, y no ha cerrado Guantánamo. ¿Tengo que seguir?

Todo esto lleva a una pregunta interesante: ¿los votantes de las primarias demócratas se equivocaron al ordenar sus prioridades históricas? ¿El primer afroamericano antes que la primera mujer? Aunque ni Clinton ni Obama habían ocupado puestos de gobierno, Hillary tenía más experiencia y seguramente habría sido más dura en casi todos los temas. En 2008 tenía la edad apropiada, mientras que, si gana en 2016, tendrá 69 años. Y con ocho años más, más tiempo en el Senado y un periodo como secretario de Estado o vicepresidente, Obama habría estado más preparado para afrontar los retos de un mundo peligroso. Un buen ejemplo de historia alternativa.




Un plan Merkel para Ucrania y Europa

Un plan Merkel para Ucrania y Europa

La Unión Europea debe elaborar un plan a diez años para Ucrania. Y ese plan va a definir también lo que será Europa dentro de diez años. En homenaje a la política más destacada de Europa, que ha impulsado claramente el giro de la política europea respecto a Ucrania, podríamos denominarlo plan Merkel. Si triunfa, prevalecerá una versión muy europea del orden liberal por encima de la receta conservadora y nacionalista de agitación violenta y permanente que representa Vladimir Putin. Si fracasa, volverá a fracasar Europa.

Por Timothy Garton Ash (Diario “El País”)
(El Comercio, 28 de Septiembre del 2014)

Nuestro plan debe tener tres frentes, militar, político y económico, cada uno con múltiples componentes, que habría que ir adaptando a unas circunstancias cambiantes. Estados Unidos tiene asignado un papel, pero un papel secundario, no protagonista.

Para tener un plan, los europeos debemos saber a qué nos enfrentamos. Es difícil saberlo, porque Putin está exhibiendo un estado mental típico de un autócrata trasnochado: errático y lleno de soberbia. Pero imagino que lo que pretende es mantener el caos, la dispersión de poderes y la influencia rusa en el sureste de Ucrania para que el país no pueda consolidarse como Estado soberano y funcional ni acercarse a la Unión Europea y la OTAN. En esta estrategia es fundamental que haya una frontera porosa entre Rusia y Ucrania, para que las armas y los agitadores rusos la atraviesen a discreción.

Esta no era la idea inicial de Putin. Lo que él quería era un Estado satélite dentro de su Unión Euroasiática, no la mitad de una casa en ruinas. Sin embargo, ahora parece que ha decidido recurrir a lo que en el mundo postsoviético se llama la opción del conflicto congelado. ¿Qué respuesta podemos dar sin perder de vista otras posibilidades, tanto peores como mejores?

Algunos proponen reforzar la ayuda militar a las fuerzas armadas ucranianas, para que tengan opciones de ganar. Desde el punto de vista moral, es justificable. En la práctica, no es posible. Tras las reformas aplicadas al ejército ruso durante los últimos seis años, Putin cuenta hoy con unas tropas modernas y eficientes al otro lado de la frontera, y sus generales han reflexionado mucho para diseñar las nuevas formas de guerra encubierta y no declarada que con tanto éxito han llevado a la práctica en Crimea y el este de Ucrania.  No podemos transformar de golpe el ejército ucranio solo con entrenamientos y transferencias de material, igual que no es posible convertir un viejo Lada en un BMW solo con introducir una caja de de BMW y contratar a un mecánico alemán. Salvo que Washington quiera librar una guerra no declarada contra una Rusia aún nuclear, Moscú tendrá siempre lo que los estrategas llaman el dominio de la escalada. Putin siempre puede aumentar la apuesta, y ha demostrado que está dispuesto a hacerlo.

Aun así, los países occidentales deben proporcionar material muy escogido, suministros y entrenamiento al ejército ucranio, en especial a las tropas fronterizas. A largo plazo, una de las claves para asegurarse de que Putin no consiga su conflicto congelado es cerrar esa frontera. Además, la OTAN debe dejar claro que no tolerará ninguna acción rusa encubierta, militar ni paramilitar, en ningún centímetro cuadrado de territorio de la Alianza, y eso incluye, por ejemplo, la ciudad estonia, pero habitada por rusos, de Narva, en la frontera entre Rusia y Estonia.

Tiene que haber negociaciones políticas y diplomáticas siempre que sea posible. Pero las probabilidades de alcanzar un acuerdo constitucional en el este de Ucrania que sea aceptable tanto para Rusia como para Kiev son escasas. Las dos partes no pueden ponerse de acuerdo en lo que significan decir palabras como descentralización, federalización y estatus especial ni en cuáles son las zonas a las que deben aplicarse. (“Ucrania es libre de aprobar las leyes que quiera”, declaró un jefe rebelde en Donetsk a AFP, “pero no pensamos en federalismo”).

Y, sobre todo, Putin no puede querer un verdadero acuerdo estable, pacífico y duradero, porque entonces Ucrania podría funcionar como Estado federal y acercarse a la UE. Puede que a él y a sus seguidores les importe el futuro de los que llaman “rusos” en los países vecinos, pero el gran juego que le interesa al presidente es geopolítico y no tiene nada que ver con los derechos de las minorías locales.

Mientras tanto, Europa puede tomar otras medidas políticas. Ahora que los parlamentos europeo y ucraniano han ratificado el acuerdo de asociación, la UE debe ayudar a Ucrania a ser un Estado más o menos funcional. Si la Unión pretende ganarse a los habitantes de habla rusa, lo mejor que puede hacer es dar pasos hacia la exención de visado para la mayoría de los ucranios. La experiencia indica que es la forma más rápida de cambiar las opiniones en la Europa poscomunista, pero es evidente que es un trago difícil para una Europa occidental recelosa ante la inmigración.

A cambio de esos incentivos, los ucranianos deben tomarse en serio la reforma de su Estado. Eso significa, ante todo, combatir la corrupción omnipresente en la política de la Ucrania postsoviética. Eso tiene que cambiar.

En cuanto a los rusos, no debemos olvidar nunca que, a pesar de su popularidad actual, Putin no es Rusia ni Rusia es Putin. Debemos tener siempre presente esa distinción crucial.

En algún momento de los próximos diez años, Putin se marchará.

¿Se acelerará esa marcha si hay unas sanciones económicas más fuertes contra el régimen? Sus consecuencias ya están empezando a notarse, incluso en grandes compañías energéticas como Rosneft, pero, a corto plazo, la mentalidad de asedio fomentada por la propaganda puede reforzar aún más a Putin. A largo plazo, las sanciones le debilitarán. Con los años, los rusos calcularán con pragmatismo qué les interesa más. Los bolsillos de las familias podrán más que el alma imperial colectiva.

Sobre todo, si se ve que Ucrania prospera y Rusia, no. Para que prospere, será crucial encontrar el difícil equilibrio entre desarrollar la relación comercial e inversora de Ucrania con la UE y no cortar sus lazos económicos con Rusia. El acuerdo firmado este mes para aplazar la aplicación del tratado de libre comercio entre la UE y Ucrania permite ganar algo de tiempo para buscar una solución.

Luego está la cuestión energética. Aproximadamente la mitad de los ingresos federales de Rusia proceden del gas y el petróleo. Gran parte de Europa necesita el combustible ruso para poder tener luz. Si la UE se encamina hacia la independencia energética –que exige una red de interdependencia energética de los Estados miembros–, el equilibrio de poder entre Rusia y Europa sufrirá una alteración decisiva. Al ayudar a Ucrania, Europa se ayudará a sí misma.

Estas no son más que unas cuantas sugerencias para un plan a diez años. Pueden estar en desacuerdo con unas, o proponer otras distintas. Lo que es indudable es que Europa necesita ese plan; que tendrá muchos componentes, no dos o tres muy llamativos; que sus principales instrumentos serán económicos y políticos, no militares; que deberá ser constante en la estrategia y flexible en la táctica; y que tardará mucho tiempo en dar fruto. Si Europa posee la visión, la voluntad y la paciencia necesarias, el resultado traerá a la mente la vieja fábula del frío viento del Este y el sol que apuestan sobre cuál de los dos es capaz de quitarle el abrigo a un hombre que pasa. El viento sopla y sopla, y el hombre se estremece y se envuelve aun más para protegerse del frío. Entonces reluce el sol, y el hombre, sudoroso, se lo quita.




Paralelismos con 1937

Paralelismos con 1937

Los riesgos de no evitar o asumir “nuevas realidades”

Por Robert J. Shiller, Premio Nobel de Economía 2013, Profesor de Economía en la Universidad de Yale. Autor del libro: Irrational Exuberance, que en su segunda edición predijo el colapso de la burbuja inmobiliaria que originó la última crisis financiera global.

Publicado por Project Syndicate el 11 de setiembre del 2014

Traducido del inglés por Carlos Manzano

Comentario de Lampadia:

El planteamiento de Shiller sobre el tratamiento de tema de Rusia, es muy atractivo en teoría, pero la experiencia histórica nos muestra que ante ciertos acontecimientos hay que actuar con visión y liderazgo, o “acumen” como se diría en EEUU (perspicacia, sagacidad y agudeza). Los pedidos de negociaciones diplomáticas o de apaciguamiento como los de Neville Chamberlain con Hitler en el Reino Unido en 1938 o  de Javier Pérez de Cuellar con Saddam Hussein en Iraq antes de la Primera Guerra del Golfo, solo le dieron a los agresores, espacios y licencias para avanzar o prepararse en la línea de sus indeseables designios.

En cuanto la reacción de los pueblos, ante un cambio significativo en el ritmo de crecimiento de la economía, cuando se empieza a percibir que puede convertirse en la “nueva realidad”, también tenemos ejemplos más recientes de los llamados “inconformes”, y de las protestas en el deslucido Brasil, después de un par de gobiernos socialistas (a puertas de un mundial de futbol en su propia casa).

Como hemos advertido en Lampadia (ver: La situación no está para tafetanes, se requieren acciones inmediatas), si en el Perú, el gobierno no reacciona pronto alentando de nuevo la inversión en proyectos mineros o energéticos de envergadura o viabiliza la ejecución de las concesiones más importantes, entre la parálisis de la inversión privada y el calendario político que se viene, podemos terminar con una inflexión de largo plazo que, en medio de un proceso electoral de casi dos años) puede ser aprovechado para desestabilizar el desarrollo potencial del país. ¡Este escenario  debe ser evitado con absoluta decisión!

Artículo de Schiller:       

NEW HAVEN – La depresión que siguió al desplome del mercado de valores en 1929 cobró un cariz peor ocho años después y la recuperación llegó sólo con el enorme estímulo económico proporcionado por la segunda guerra mundial, conflicto que costó más de sesenta millones de vidas. Cuando por fin llegó la recuperación, gran parte de Europa y Asia estaba en ruinas.

La actual situación mundial no es ni mucho menos tan espantosa, pero hay paralelismos, en particular con 1937. Ahora, como entonces, la decepción de la población se ha prolongado durante mucho tiempo y muchos están desesperados. Están empezando a temer más por su futuro económico a largo plazo y semejantes temores pueden tener consecuencias graves.

Por ejemplo, las repercusiones de la crisis financiera de 2008 en las economías ucraniana y rusa podrían ser la causa última de la reciente guerra en esa zona. Según el Fondo Monetario Internacional, tanto Ucrania como Rusia experimentaron un crecimiento espectacular de 2002 a 2007; en esos cinco años, el PIB real por habitante aumentó un 52 por ciento en Ucrania y un 46 por ciento en Rusia. Eso ya es historia: el año pasado, el aumento del PIB real por habitante ascendió sólo al 0,2 por ciento en Ucrania y a sólo el 1,3 por ciento en Rusia. El descontento provocado por semejante decepción puede ayudar a explicar la irritación de los separatistas ucranianos, el descontento de los rusos y la decisión por parte del Presidente de Rusia, Vladimir Putin, de anexionarse a Crimea y apoyar a los separatistas.

Hay un nombre para la desesperación que ha estado impulsando el descontento –y no sólo en Rusia y en Ucrania– desde la crisis financiera. Es el de “nueva normalidad,” que se refiere a las reducidas perspectivas de crecimiento económico a largo plazo, término popularizado por Bill Gross, fundador de la gigantesca gestora de bonos PIMCO.

También entonces, la desesperación sentida después de 1937 propició la aparición de términos nuevos similares. “Estancamiento perdurable”, referido a un malestar económico a largo plazo, es un ejemplo. La palabra “secular” procede del latín saeculum, que significa una generación o un siglo. La palabra “estancamiento” sugiere un pantano, que entraña un caldo de cultivo de peligros virulentos. A finales del decenio de 1930, había también preocupación por el descontento en Europa, que ya había impulsado el ascenso de Adolf Hitler y Benito Mussolini.

El otro término que de repente adquirió prominencia hacia 1937 fue “infraconsumismo”: la teoría de que las personas temerosas pueden querer ahorrar demasiado para futuros tiempos difíciles. Además, la cantidad de ahorro que las personas desean excede las oportunidades de inversión disponibles. A consecuencia de ello, el deseo de ahorrar no aumentará el ahorro agregado para la creación de nuevas empresas, construir y vender nuevos edificios y demás. Aunque los inversores pueden hacer que suban los precios de los activos de capital existentes, sus intentos de ahorrar no hacen sino desacelerar la economía.

Los de “estancamiento perdurable” e “infraconsumismo” son términos que revelan un pesimismo subyacente, que, al disuadir del ahorro, no sólo intensifica la debilidad de una economía, sino que, además, engendra ira, intolerancia y posible violencia.

En su magnum opus Las consecuencias  morales del crecimiento económicoBenjamin M. Friedman mostró muchos ejemplos de que el declinar del crecimiento económico ha originado –con lapsos variables y a veces largos– intolerancia, nacionalismo agresivo y guerra. Concluyó que “el valor de un aumento del nivel de vida estriba no sólo en las mejoras concretas que aporta a la vida de las personas, sino también en cómo moldea el carácter social, político y en última instancia moral de un pueblo”.

Habrá quienes duden de la importancia del crecimiento económico. Tal vez – dicen muchos– seamos demasiado ambiciosos y deberíamos disfrutar de una mayor calidad de vida con mayor ocio. Puede que tengan razón.

Pero la verdadera cuestión es el amor propio y los procesos de comparación social que el psicólogo Leon Festinger observó como rasgo humano universal. Aunque muchos lo negarán, siempre estamos comparándonos con otros y abrigando la esperanza de subir por la escala social. Las personas nunca estarán contentas con nuevas oportunidades de ocio, si parecen indicar su fracaso respecto de otros.

La esperanza de que el crecimiento económico fomente la paz y la tolerancia se basa en la tendencia de las personas a compararse no sólo con otras en el presente, sino también con lo que recuerdan de personas –incluidas ellas mismas– en el pasado. Según Friedmann, “evidentemente, nada puede permitir a la mayoría de la población tener una situación económico mejor que la de todos los demás, pero sí que es posible que la mayoría de las personas tengan una situación económica mejor que la que tenían y eso es lo que significa el crecimiento económico”.

El aspecto negativo de las sanciones impuestas a Rusia por su comportamiento en la Ucrania oriental es el de que pueden producir una recesión en toda Europa y fuera de ella. Así, habrá en el mundo rusos, ucranianos y europeos descontentos, cuya sensación de confianza y su apoyo a las instituciones democráticas pacíficas se debilitarán.

Si bien algunos tipos de sanciones contra la agresión internacional parecen necesarias, no debemos olvidar los riesgos relacionados con medidas extremas o penalizadoras. Sería muy deseable llegar a un acuerdo para poner fin a las sanciones, integrar a Rusia (y a Ucrania) más plenamente en la economía mundial y acompañar esas medidas con políticas económicas expansionistas. Para resolver el conflicto actual, es necesario al menos eso.