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Ejemplo de Ciudadano, Jurista y Político

En estos días que extrañamos una clase dirigente que sepa hacerse presente en los momentos de debilidad de la Patria, en días en los que clamamos por ejemplos de virtud y compromiso cívico en la política, queremos destacar la figura del ínclito, don José Luis Bustamante y Rivero.

Bustamante y Rivero se desempeñó con pulcritud y generosidad como jurista, Presidente del Perú entre 1945 y 1948, y Juez de la Corte Internacional de la Haya entre 1961 y 1969, presidiendo la corte entre el 67 y 69. En 1980 coronó con éxito su labor de mediador en el conflicto limítrofe entre Honduras y El Salvador, y en un gesto que asombra y lo enaltece, rechazó el honorario que le ofrecieron ambos países, respondiendo: “La paz no tiene precio”.

El mes pasado en Arequipa, su sobrino Luis Bustamante Belaunde, Rector Emérito de la UPC, como vicepresidente del Patronato José Luis Bustamante y Rivero, con motivo de la donación de la ‘banda presidencial’ a la Universidad Católica San Pablo, nos regaló unas palabras que resaltan las virtudes de ese peruano ejemplar.

Hoy queremos compartir con nuestros lectores esas palabras, para recordar que los peruanos hemos producido grandes figuras públicas, y llamar, nuevamente, a nuestros mejores hijos a dar de sí, participando en la vida nacional.

Palabras en la ceremonia de donación de la banda presidencial del Dr. José Luis Bustamante y Rivero en favor de la Universidad Católica San Pablo

Arequipa, 20 abril 2018

En la vida de los pueblos y en el desarrollo de todas las sociedades, los símbolos están llamados a desempeñar un papel importante y revelador.  Desde la aparición de las primeras civilizaciones, la humanidad ha buscado y usado imágenes y objetos que representen sus aspiraciones y sus logros, sus victorias y sus sueños. 

Esos símbolos visibles, sus usos y sus mezclas, han revestido diversas formas y variados ritos según el tiempo vivido y de acuerdo con cada orden y de cada jerarquía.  Antoine de Saint-Exupéry hace decir a uno de sus personajes en El Principito que “los ritos son necesarios”.  Y así lo ha entendido la gente a lo largo y ancho de la historia. 

De este modo, en el orden religioso, aparecen los hábitos, los ornamentos, los báculos, los anillos, y las mitras.  En el orden político, los signos guardan relación con la naturaleza de los regímenes.  Cada sistema político ha empleado, para sus autoridades y sus mandos, un conjunto de signos materiales que los identifiquen y traduzcan de algún modo su origen, su naturaleza y su propósito. Esos signos han conformado una suerte de gramática cívica, y su empleo, su combinación, su supresión o sus cambios han sido parte de lo que podríamos llamar la liturgia civil o ciudadana.  Las monarquías emplean para sus reyes y reinas los tronos, las coronas, los títulos de nobleza, los sellos y los cetros.  Y en los regímenes republicanos —como el nuestro— son otros los distintivos, quizás deliberadamente más limitados, pero no por ello menos solemnes, como las cintas y las medallas para los representantes de los poderes del Estado, y, para sus más altos exponentes, un escueto bastón de mando y una banda generalmente sencilla cuyos colores la familiarizan con la bandera nacional.

La banda presidencial viene a ser, de este modo, en una república, la síntesis visible del poder que el pueblo reconoce en quien ejerce, gracias a su mandato y por disposición de la Constitución, la más alta magistratura de la nación, a la cual personifica, y quien en virtud de ello queda investido como su primer mandatario, esto es, quien ha recibido los mayores mandatos o poderes, y desempeña la más alta responsabilidad por voluntad de los ciudadanos que lo eligieron.  De allí que la sencilla banda presidencial resulte el signo tangible más representativo de un régimen político republicano. 

En nuestro país, la banda que en julio de 1945 fue solemnemente impuesta por el Presidente del Congreso, el Dr. José Gálvez Barrenechea, al recién elegido Presidente, el Dr. José Luis Bustamante y Rivero, es una que este recibió con la singular humildad que siempre lo caracterizó, que supo dignificar día a día con la limpieza de su trayectoria y con el testimonio de su ejemplo, y que jamás fue manchada por acto ni por omisión algunos que pudieran deshonrarla. 

Esta banda era apenas una promesa en el horizonte complicado e incierto de los umbrales de 1945 cuando el entonces Embajador del Perú en Bolivia recibe la invitación del recientemente constituido Frente Democrático Nacional para asumir la candidatura civil a la presidencia de la República y que, según su propia confesión, le plantea un problema de angustiosas proyecciones y abruma su sentido de responsabilidad, llevándole a redactar en el mes marzo el llamado Memorándum de La Paz, donde resume los ocho puntos que considera como requisitos básicos de su participación en el proceso electoral de dicho año.

Esta banda fue toda una meta de esperanza nacional cuando se cumple y desarrolla la campaña electoral, tan breve como intensa, del mencionado Frente Democrático Nacional, integrado por seis partidos y movimientos políticos de alcance nacional y por numerosas delegaciones y comités de carácter regional.

Esta banda encarnó el legítimo triunfo en una limpia victoria electoral, que alcanzó un porcentaje de votos no superado en la historia de las elecciones libres del país al sumar los dos tercios de los votos favorables frente a un tercio obtenido por el candidato contendor, esto es, lográndose una ventaja en la proporción de dos a uno.

Esta banda fue la serena posesión de quien hizo de su tarea de gobierno un monumento de respeto a la Constitución y la ley, y cumplió un papel decisivo en la construcción en nuestro país de un Estado de Derecho, en el cual la autoridad se somete a las limitaciones de su poder en lugar de utilizarlo para someter a los demás a sus dictados.

Esta banda fue callada herramienta en la laboriosa misión —aún penosamente inconclusa— de la edificación de una democracia representativa como pareja inseparable de la idea republicana de un gobierno civil que busca incansablemente un sistema de libertades y el juego responsable y constructivo de las distintas opciones partidarias.

Esta banda se vio luminosamente honrada al compartir su titular las tareas del gobierno con ilustres peruanos que sirvieron al país como ministros tan competentes como leales, entre los que cabría recordar, por citar tan solo algunos nombres en orden alfabético, el Dr. Luis Alayza Paz Soldán, el Dr. Jorge Basadre, el Dr. Rafael Belaunde Diez Canseco, el Dr. Javier Correa Elías, el Dr. Honorio Delgado, el Dr. Luis Echecopar García, el Ing. Rómulo Ferrero Rebagliati, el Dr. Enrique García Sayán, el Dr. Alberto Hurtado, el Dr. José León Barandiarán, el Dr. Julio Ernesto Portugal, el Gen. Armando Revoredo, el Dr. Óscar Trelles, el Dr. Luis E. Valcárcel, el Ing. Pedro Venturo o el Dr. Julio César Villegas.

Esta banda fue la silenciosa compañera en la soledad y en los infortunios propios del poder cuando este se ejerce dentro de las limitaciones de la ley, y muy particularmente cuando el comportamiento partidario en el Congreso impuso el ausentismo entre los miembros de una de sus Cámaras, impidiendo su funcionamiento, causando el receso parlamentario y obligando a la adopción de medidas extraordinarias para evitar la parálisis institucional, política y económica del país.

Esta banda fue la gloriosa testigo de singulares decisiones históricas que supusieron el cambio del mapa nacional con la declaración extensiva de las aguas jurisdiccionales y la proclamación del dominio marítimo o mar territorial —esto es, el derecho a la propiedad del territorio subyacente a dichas aguas y al aprovechamiento soberano de sus recursos— dentro del zócalo continental hasta el límite de las 200 millas al oeste de la costa, según el Decreto Supremo 781 de 1 de agosto de 1947.

Esta banda fue también la víctima paciente de la aguda confrontación de intereses egoístas que buscaban desplazar y desnaturalizar al interés nacional, que comenzaron por complotar silenciosas conjuras hasta realizar osados boicoteos que impactaron la normalidad institucional y desembocaron en la franca traición que culminó en el asalto armado al poder a través del cuartelazo de octubre de 1948.

Esta banda fue, a la vez, la solidaria compañía de quien se resistió a toda costa a renunciar a la presidencia de la República como consecuencia de ese golpe de Estado y que hubo de ser hecho prisionero y forzado al destierro y al doloroso exilio antes que faltar al compromiso nacido de las urnas y olvidar su responsabilidad de gobernante.

Y esta banda fue, finalmente, y al término de la indigna dictadura que despojó a su titular del mandato electoral, muda espectadora de la genuina reivindicación que la nación entera supo rendir al presidente derrocado, poniendo a cada quien en el lugar ganado en verdad y en justicia ante la historia.

La banda presidencial fue legada por el Presidente Bustamante y Rivero a su hijo, don José Luis Bustamante y Rivera, quien a su vez lo hizo en favor de su hijo mayor, don José Luis Bustamante Gubbins.  La decisión de donarla el día de hoy a la Universidad Católica San Pablo dice muchísimo de la profunda generosidad y del admirable desprendimiento de José Luis Bustamante Gubbins, su esposa y sus hijos.  Pero dice también mucho de la institución universitaria receptora que, al tomar posesión de ella, recibe el símbolo y el mensaje de una porción especialmente importante de la historia nacional y, con ella,  asume, o más bien, reafirma el compromiso que le corresponde —como institución educativa y como faro de la conciencia nacional— de recordar permanentemente al país el sentido de la vida de José Luis Bustamante y Rivero como ejemplar testimonio de servicio al Perú y como singular modelo de conducta para todos los peruanos.

Ver reseña biográfica en:
https://es.wikipedia.org/wiki/Jos%C3%A9_Luis_Bustamante_y_Rivero
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Virreinato o Colonia – ¿Qué fue el Perú?

Los relatos que distorsionan la historia o que la cambian nos acompañan desde siempre. La historia es una sucesión de eventos que en conjunto forman una realidad. Desde la perspectiva actual, se puede apreciar o no un evento específico, pero no se debería negar, cambiar o torcer.

Hace algunos años, un alto funcionario del gobierno de China, de visita en el Perú, nos comentó como su historia había tenido giros y procesos totalmente distintos y opuestos, pero enfatizó que todo formaba parte de esa historia, ya se tratara del imperio chino, del caos del feudalismo, la invasión japonesa, la guerra civil, el comunismo o la adopción de la economía de mercado.

En el Perú hemos construído mitos en los que ensalzamos algunos períodos de nuestra historia y otros que, o pasamos por alto o distorsionamos. Cosa en la que, por supuesto, no cayeron un Basadre o María Rostworowski, entre otros. Este es el caso de cómo calificamos el período de 280 años entre la caída del Imperio de los Incas y la proclamación de la República. En general nos referimos a este período, con sentimiento de culpa, llamándolo ‘Colonia’ y con un cierto tinte esclavista.

La verdad es un poco diferente. Este importante período de nuestra historia debería ser visto como el de un ‘Virreinato’, tal como lo explican líneas abajo los historiadores Rafael Sánchez-Concha, Fausto Alvarado y el venezolano Guillermo Morón. Veamos:     

“El Perú no fue una colonia sino un reino más dentro del imperio ibérico”

Universidad Católica San Pablo (UCSP), Arequipa

10 agosto, 2015

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Historiador Rafael Sánchez – Concha en Maestría en Historia de la UCSP

“El Perú no fue una colonia sino un reino más dentro del imperio Español, un reino con la condición de vicerreino o virreinato. Inicialmente fue una gobernación a partir de la conquista  emprendida por Pizarro, llamado genéricamente el reino del Perú, dividido en la Nueva Castilla y la Nuevo Toledo”, así lo aclaró el historiador Rafael Sánchez – Concha.

El profesor  con especialidad en historia virreinal fue uno de los docentes de la Maestría en Historia que se imparte en la Universidad Católica San Pablo, y que se inició en marzo. La maestría es una de las tres de esta condición que se imparten  en el país y la única fuera de Lima.

El ponente explicó que en la época hispánica el Perú era prácticamente la mitad del imperio español y tenía un papel sumamente protagónico por ser abastecedor de minerales, como la plata extraída de riquísimos yacimientos como el de Potosí, Huancavelica, y Hualgayoc, entre otros,  y por ser el más importante centro administrativo, del poder virreinal, del poder judicial y del poder inquisitorial de la América del Sur. La Real Audiencia de Lima, que es la base territorial del Perú actual, tenía por audiencias sufragáneas la de Quito, Charcas y Chile. “Hay que valorar esta época histórica ya que como decía Jorge Basadre: ‘el Perú se forja en el virreinato’. El  virreinato es el punto de partida de la actual nación peruana. Es allí cuando se da el proceso de mestizaje (“síntesis viviente”), el influjo ibérico y los elementos comunes con otros países iberoamericanos donde surge la cultura del barroco”, comentó el historiador.

La población indígena en la época virreinal

El historiador Sánchez – Concha aclaró también que en la época virreinal, a pesar de los obvios e innegables abusos, a los indígenas le asistían derechos y  contaban con la protección de sus curacas, además existía un funcionario virreinal llamado el protector de indios. Es en la época republicana con la llegada de Simón Bolívar, que se eliminó esta institución, sin embargo los indígenas siguieron pagando tributos hasta 1854 en el gobierno de Ramón Castilla.

“No se puede tapar el sol con un dedo, es cierto que hubo excesos, pero a diferencia de lo ocurrido en el poblamiento de la América del Norte por parte de los ingleses, los conquistadores españoles integraron a los nativos a su sistema social, político y religioso, a través de la evangelización y la hispanización. No hubo un plan de exterminio sistemático como en Norteamérica, por eso tampoco se puede decir que el Perú fue una colonia”, detalló.

Si bien el descenso demográfico de la población indígena tuvo como una de sus causas la guerra de conquista, también hubo otros factores mucho más importantes como las enfermedades que llegaron previamente al tercer y definitivo viaje de Pizarro de 1532, a los cambios del patrón de vida y al mestizaje.

La religión tuvo un papel importante en esta etapa de la historia. La conquista fue asumida como una cruzada como una proyección de la reconquista española, por ello la cristanización fue muy fuerte. La  religión formó parte de la política mediante el imaginario social conocido como el cuerpo místico de la República, que es Estado, Iglesia y Sociedad.

El protagonismo de Arequipa

En la época virreinal, Arequipa tuvo especial protagonismo. Arequipa se constituyó sobre las bases del Contisuyo en las primeras décadas del siglo XVI. A decir del historiador, su valor también está en su vocación por la intelectualidad, en sus grandes hombres y autores como Ventura Travada y Córdoba, los visitadores de los Collaguas, y el trabajo evangelizador de los Franciscanos, con su magnífico convento de La Recoleta.

En Arequipa también se produjo una fuerte concentración de la república de españoles (peninsulares y criollos). Destacó en el virreinato por su religiosidad, a través de las múltiples vocaciones de santidad como el de la Beata Sor Ana de los Ángeles Monteagudo, el hermano jesuita Gonzalo Báez, Sor Juana de San José Arias y el indígena juandediano Ignacio de la orden de San Juan de Dios, que se santificó en el hospital de su congregación en la ciudad blanca.

La vocación conventual de la ciudad se puede apreciar hasta la actualidad en monasterios como Santa Catalina, Santa Teresa, Santa Rosa, entre otros.

La misma tesis sobre sobre la naturaleza del Perú como un reino del Imperio Español, fue sustentada por Fausto Alvarado Dodero en su libro: Virreinato o Colonia.

A este mismo libro se refirió Roxanne Chessman en un artículo que publicó en El Comercio, destacando el debate generado por Alvarado. Ver captura de pantalla:

 

Pero, el gran historiador y escritor latinoamericano, el venezolano Guillermo Morón, ha defendido esta tesis en su larga producción bibliográfica. Morón, de 90 años es uno de los más destacados historiadores del nuevo mundo. Por encargo de la OEA, dirigió la ‘Historia General de América’, que se publicó en 36 tomos en 1992. Entre sus obras tenemos Historia de Francisco y otras Maravillas, El Gallo de las Espuelas de Oro, Catálogo de Mujeres, Los Hechos de Zacarías y Ciertos Animales Criollos (Wikipedia).

Hoy seguimos construyendo mitos, ver nuestra nota de hoy: Otra Máxima Mentira (Chaupe -Grufides- vs. minería)

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