1

Tolerancia cero con el terrorismo

En un mundo sin memoria y complaciente, donde se relativiza o se permite la propaganda de neonazis, supremacistas blancos, o terroristas y, peor aún, donde se permite que sus grupos o asociaciones se fortalezcan, se están escribiendo las receta para un desastre. Lamentablemente, Charlotteville ha sido un trágico ejemplo de esto.

Fuente: eldiariony.com

El pasado viernes 11 de agosto, centenares de manifestantes salieron a las calles de la Universidad de Virginia llevando antorchas y gritando consignas de “las vidas de los blancos importan” y “sangre y tierra” (Blutund Boden en alemán, una consigna que ensalza la ideología supremacista). Compuesta principalmente por la derecha radical estadounidense, integrada por neo-nazis, supremacistas blancos, Ku Klux Klan (KKK) y la derecha alternativa o Alt Right, parte de la cual apoyó a Trump en la elección presidencial.

Las protestas se volvieron violentas el sábado, cuando los supremacistas blancos se enfrentaron con sus opositores y un automóvil se lanzó contra una multitud de manifestantes antirracistas y antifascistas, provocando la muerte de una mujer y dejando decenas de heridos. ¿La causa de esta marcha? Una estatua. La ciudad ya esperaba cierta tensión desde que se anunció, la retirada de una estatua de Robert Edward Lee, el general confederado y héroe de la guerra civil estadounidense, pero controvertido, debido a su posición sobre la esclavitud (Lee ha sido descrito tanto como una persona brutal con sus propios esclavos como una persona con cierta benevolencia hacia ellos).

La ultra derecha que marchó en Charlottesville pretendió glorificar los símbolos nazis y el pasado esclavista. En un EEUU liderado por Trump, estas personas están tomando un poder que no ostentaban hace mucho tiempo. Con un presidente que en seis meses no ha logrado nada más que antagonizar al mundo y poner de manifiesto su falta de honestidad, capacidad y liderazgo.

EEUU debería tomar de ejemplo a Alemania donde, como afirmó The Economist recientemente, “La relativización, el respaldo, la insinuación u omisión, los símbolos de extrema derecha como “ironía”, las prevaricaciones del silbido de los perros y la extenuación progresiva rara vez son tolerados. (…) La línea entre lo aceptable e inaceptable es rígida”.

Y así como Alemania proscribió la participación de los movimientos de inspiración Nazi en la vida de su sociedad, el Perú debe perfeccionar sus normas para excluir de la vida nacional, y especialmente, de la educación, a los movimientos filo terroristas o a aquellos vinculados a los mismos. No cometamos los mismos errores que EEUU y Trump.

Pero ayer Trump hizo todo lo contrario, desde su Trump Tower hizo una suerte de catarsis salomónica equiparando la violencia de ambos lados y dándole a los extremistas de la supremacía blanca y el Ku Klux Klan un espacio político que estaba vedado por los terribles crímenes que sus propulsores perpetraron en el pasado.

Su insistencia en que hubo “culpa de ambos bandos” en la violencia en Charlottesville, Virginia, el pasado fin de semana, trajo una equivalencia entre los neonazis y los manifestantes que condenaban su fanatismo cavernario.

“No hay equivalencia moral entre los racistas y los estadounidenses que desafían el odio y la intolerancia. El presidente de los Estados Unidos debería decir eso”, afirmó el senador de Arizona, John McCain, en un comunicado.

El senador por Kansas, Jerry Moran, dijo en Twitter: “la supremacía blanca, la intolerancia y el racismo no tienen absolutamente ningún lugar en nuestra sociedad y nadie – especialmente POTUS – debería tolerarlo”.

“Debemos ser claros. La supremacía blanca es repulsiva. Este fanatismo es contrario a todo lo que representa este país”, dijo el presidente de la Cámara, Paul Ryan, en un comunicado. “No puede haber ambigüedad moral.” CNN

Es por eso que en Lampadia consideramos muy inconveniente que el Presidente de la República reciba en Palacio de Gobierno a los representantes de los comités de lucha que han venido liderando la abusiva huelga violentista de más de cincuenta días y que con su intervención haya desautorizado las gestiones de la ministra de educación. Ver: Pongamos fin a la dictadura sindical en el magisterio. Siempre es doloroso y peligroso tomar decisiones audaces, pero hay momentos en la vida de las naciones en que debemos enfrentar los riesgos que pueden llevarnos a situaciones inmanejables, como sería permitir que organizaciones filo senderistas vayan a controlar la educación.

Que Charlottesville sea un ejemplo de lo que no debe suceder. Mientras que en EEUU puede significar quitar símbolos confederados de espacios públicos y rechazar el relativismo moral, para el Perú debe significar derruir el mausoleo senderista (ya estuvo bueno), dejar de escuchar las voces del filo terrorismo y cortar de cuajo cualquier riesgo de empoderamiento de los acólitos de la ideología del terror en la educación de nuestros hijos. Tolerancia cero con el terrorismo. Lampadia

Cómo responde Alemania a la política de “sangre y tierra” 

Qué significa la tolerancia cero de la ideología neonazi

Charlottesville en contexto

Fuente: www.economist.com

The Economist
13 de Agosto, 2017
Traducido y glosado por
Lampadia

Ver imágenes de las multitudes en Charlottesville gritando consignas nazis y levantando pancartas de esvásticas es preocupante en cualquier lugar. Pero verlas desde Berlín preocupa particularmente. EEUU en 2017 no es lo mismo que Alemania en 1933. Pero las canciones acerca de “sangre y tierra”, las flameantes antorchas, los cánticos nazis, la matonería y el furioso despliegue del etno-nacionalismo armado, son sin embargo evocaciones paralizantes. Del mismo modo, también lo es la ambigüedad de Donald Trump y algunos de los medios que están de su lado. Esto no puede contrastar más vívidamente con la manera en que se hacen las cosas en Alemania, que hoy es un caso de estudio sobre cómo no ceder ni un centímetro a la oscura política de “Blut und Boden” (sangre y tierra).

Esta comienza con el énfasis con que se recuerda a dónde llevó el nazismo en el pasado. Todos los escolares alemanes deben visitar un campo de concentración; es parte esencial del currículo, como es aprender a escribir o contar. Las ciudades del país son paisajes de recuerdo. Las calles y cuadras tienen los nombres de la resistencia. Las pequeñas plazas y pavimentos (Stol persteine) contienen los nombres y los detalles de las víctimas del Holocausto que una vez vivieron en esas direcciones. Los monumentos conmemorativos llenan las calles: placas que conmemoran la persecución de grupos específicos, pizarras que enumeran los nombres de los campos de concentración (“lugares de horror que nunca debemos olvidar”), un gigantesco campo de pilares grises en el centro de Berlín que atestigua el Holocausto (mostrado en la foto anterior).

El oscuro terreno intersticial (la zona de Trump, podríamos llamarla) entre los movimientos conservadores y los categóricamente de extrema derecha como PEGIDA, un grupo anti-islam y el partido extremista NPD está ampliamente fuera de los límites. La relativización, el respaldo por insinuación u omisión, los símbolos de extrema derecha como “ironía”, las prevaricaciones del silbido de los perros y la extenuación progresiva son rara vez tolerados. Tomemos la Alternativa para Alemania [AfD], un partido euroescéptico convertido en nacionalista, cuyas figuras más moderadas encajarían cómodamente en los partidos republicanos de Estados Unidos o Gran Bretaña, pero que ahora es completamente tóxica gracias a las figuras revisionistas a su derecha como Björn Höcke, su líder en Turingia, que ha desafiado la cultura de la memoria de Alemania.

La línea entre lo aceptable e inaceptable es rígida. Angela Merkel ha dicho que el futuro de Alemania depende de que se comprenda permanentemente que el Holocausto es “la última traición de los valores civilizados”. Cuando Benjamín Netanyahu sugirió que el Gran Mufti de Jerusalén le había propuesto a Hitler exterminar al pueblo judío, lo corrigió educadamente pero firmemente: “Alemania se atiene a su responsabilidad por el Holocausto”. Martin Schulz, su rival en las elecciones del próximo mes, suele afirmar que” ¡La AfD no es una ‘alternativa para Alemania’ sino una desgracia para Alemania!”

Los comentaristas y los políticos guardan cuidadosamente este límite, por ejemplo, evitando el registro y el lenguaje de la extrema derecha. No tienden a los calificar críticos y opositores de “traidores”, “saboteadores” o similares. Rara vez se denominan “enjambres” o “inundaciones a los migrantes”. El Bild Zeitung, el tabloide de derecha más leído de Alemania, ha criticado elementos del manejo de la crisis de refugiados por el gobierno. Pero se enorgullece en defender del principio de dar la bienvenida a los extranjeros necesitados. En 2015, su entonces jefe de redacción incluso tomó deliberadamente refugiados en su casa. El resultado es un estilo decididamente sobrio y no emocional de un debate público menos propenso que el de otros países. El ataque terrorista de Berlín en diciembre se informó sin pánico; hubo un contraste muy fuerte con las reacciones escandalosas de la prensa anglosajona y los tweets de Trump.

Se mantiene la libertad de expresión: las marchas de PEGIDA y, a veces incluso los eventos de difusión de los políticos nacionalistas, reciben protección policial. Pero este derecho de expresión sigue siendo firmemente diferenciado del derecho a la publicidad o a la aceptación. Cuando Höcke desplegó una bandera alemana en un talk-show para marcar “1,000 años de Alemania” (una frase con asociaciones nazis), otros invitados de derecha e izquierda lo calificaron de “sumamente desagradable”. Los movimientos de extrema derecha son abrumadoramente tratados como fenómenos culturales y no (como ocurre a veces en Francia, Gran Bretaña y América) como meras expresiones de dislocación socioeconómica. Finis Germania, un libro reciente que afirma que la identidad alemana está siendo desmantelada, ha sido eliminado de algunas listas de bestseller. Uno puede creer que este estilo editorial híper-cauteloso, va a veces demasiado lejos, pero admiro la determinación subyacente de no permitir ningún desliz o normalización.

Alemania, por supuesto, tiene una carga histórica única. Pero cada país tiene períodos oscuros en su pasado nacional y revisionistas de extrema derecha en su presente político. Las protestas de Charlottesville, marchando bajo las banderas confederadas contra planes para eliminar estatuas confederadas, son un recordatorio típicamente americano de eso. Los países que no tienen Holocaustos en sus libros de historia también pueden aprender de la cultura de la memoria de Alemania, siempre vigilante y obediente. En EEUU puede significar el quitar símbolos confederados de espacios públicos; Jim Gray, el alcalde de Lexington, ha anunciado planes para acelerar esto en su ciudad. Significa inequívocamente declarar a los manifestantes de Charlottesville, más allá que una simple marcha (mientras que defienden su derecho a protestar pacíficamente). Y significa afirmar que las declaraciones equívocas de Trump son: una abominación moralLampadia