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La transición del Orden Global

La transición del Orden Global

La última cumbre del G7 (Canadá, Francia, Alemania, Italia, Japón, Reino Unido y Estados Unidos), solo ha terminado por confirmar que el orden global está en transición hacia un ambiente desestructurado con menor globalización.

El G7, a pesar de ser poco representativo del mundo global, pues excluye a China, India y Rusia, entre otros, como si lo hace el G20, ha venido marcando un cierto bloque convergente que hoy está prácticamente diluido. Con Trump en plena guerra comercial, que va más allá de China, y Boris Johnson empujando un Brexit agresivo, el bloque no guarda mayor significancia.

Más allá del G7, es claro que la humanidad está en un período de transición hacia la desglobalización. No solo hablamos de temas de comercio, también se trata de temas tecnológicos y geopolíticos.

Esto es muy malo para países como el Perú, que solo pueden traer riqueza del exterior. Un ambiente internacional más restrictivo dificulta el crecimiento de nuestras exportaciones y los flujos de inversión y el crecimiento económico. Ver en Lampadia: Estrategia para la creación de empleo y generación de riqueza en el Perú durante los próximos 20 años. Lampadia

El crepúsculo del orden global

Project Syndicate
2 de setiembre de 2019
ANA PALACIO

La reciente cumbre del G7 en Biarritz marcó un cambio más amplio en la gobernanza internacional, alejándose de la cooperación constructiva y hacia discusiones vagas y soluciones ad hoc. La conclusión de la cumbre podría ser un marcador del futuro del orden mundial, que no termina con una explosión, sino con un gemido.

MADRID – Vivimos en una era de hipérboles, en la que los relatos apasionantes de triunfos monumentales y desastres devastadores tienen prioridad sobre las discusiones realistas sobre el progreso gradual y la erosión gradual. Pero en las relaciones internacionales, como en todo, las crisis y los avances son solo una parte de la historia; Si no nos damos cuenta de las tendencias menos sensacionales, es posible que nos encontremos en serios problemas, posiblemente después de que sea demasiado tarde para escapar.

La reciente Cumbre del G7 en Biarritz, Francia, es un buen ejemplo. A pesar de algunos acontecimientos positivos, el presidente francés, Emmanuel Macron, por ejemplo, fue elogiado por mantener a su homólogo estadounidense, Donald Trump, bajo control; poco se logró. Y, más allá de la cuestión de los resultados sustantivos, la estructura de la cumbre presagia una erosión progresiva de la cooperación internacional, un lento y constante desprendimiento del orden global.

Es algo irónico que el G7 presagie el futuro, porque en muchos sentidos es una reliquia del pasado. Formado en la década de 1970, en el apogeo de la Guerra Fría, se suponía que serviría como foro para las principales economías desarrolladas: Canadá, Francia, Alemania, Italia, Japón, Reino Unido y Estados Unidos.

Después de la caída de la Unión Soviética, el G7 continuó dando forma a la gobernanza global en temas que van desde el alivio de la deuda hasta las operaciones de paz y la salud global. En 1997, el G7 se convirtió en el G8, con la incorporación de Rusia. Aún así, el cuerpo personificó una era de preeminencia occidental en un orden mundial liberal institucionalizado en plena floración.

Esa era se fue hace mucho tiempo. La crisis financiera de 2008 perjudicó a los miembros principales del organismo, lo que, junto con el auge de las economías emergentes, especialmente China, significaba que el grupo ya no poseía la masa crítica necesaria para guiar los asuntos mundiales.

El G20 más grande y diverso, formado en 1999, superó gradualmente al G8, reemplazando formalmente a este último como el foro económico internacional permanente del mundo una década más tarde. En un entorno global cada vez más complejo y dividido, el estilo flexible de formulación de políticas del G20, incluida la preferencia por compromisos no vinculantes, se consideró más viable que los métodos de leyes duras de las instituciones multilaterales más antiguas.

El G8 se desplazó como un mero caucus. Cuando se suspendió la membresía del G8 de Rusia en 2014, una respuesta a su invasión de Ucrania y anexión de Crimea, se hizo aún menos importante, aunque más cohesivo, y sus miembros compartieron una visión del mundo más coherente. (Algunos, incluido Trump, ahora piden la reintroducción de Rusia en el grupo).

Pero incluso esa ligera ventaja fue demolida con la elección de Trump en 2016. Su administración comenzó a atacar a los aliados y rechazó las reglas, normas y valores compartidos. La situación llegó a su punto más bajo en la Cumbre del G7 de 2018 en Quebec, donde un petulante Trump criticó a su anfitrión, el primer ministro canadiense Justin Trudeau, y rechazó públicamente el comunicado final de la cumbre tan pronto como se emitió.

En ese contexto, la cumbre de este año en Biarritz provocó una gran inquietud. Con pocas esperanzas de consenso sobre cualquier tema consecuente, los anfitriones franceses de la reunión se centraron en mantener las apariencias, eligiendo la conveniencia sobre el impacto. Los objetivos se mantuvieron vagos. De hecho, Macron anunció antes del evento que no habría una declaración final, declarando que “nadie lee los comunicados”.

Pero esa decisión representó una pérdida importante. Los comunicados finales son documentos de política, que proporcionan señales importantes sobre compromisos importantes para la comunidad internacional. La declaración de 2018, que Trump rechazó, tenía 4.000 palabras, identificando un conjunto de prioridades compartidas y enfoques comunes para abordarlas.

La cumbre de Biarritz, por el contrario, terminó con una declaración de 250 palabras que era tan vaga y anodina que carecía de sentido. En Irán, por ejemplo, los líderes del G7 solo podrían estar de acuerdo en que “comparten completamente dos objetivos: garantizar que Irán nunca adquiera armas nucleares y fomentar la paz y la estabilidad en la región”. En Hong Kong, reafirmaron “la existencia y la importancia de la Declaración Conjunta sino-británica de 1984 sobre Hong Kong “y pidió huecamente” para evitar la violencia “. En Ucrania, Francia y Alemania prometieron organizar una cumbre” para lograr resultados tangibles “.

Sin duda, se tomaron algunas medidas positivas en Biarritz. La aparición sorpresa del ministro iraní de Asuntos Exteriores, Mohammad Javad Zarif, creó una posible apertura para futuras conversaciones entre Estados Unidos e Irán. Se presionó a Brasil para que respondiera a los incendios que diezman el Amazonas. Y Estados Unidos y Francia rompieron un punto muerto sobre un impuesto francés sobre los gigantes tecnológicos. Pero cualquier reunión internacional de alto nivel produce este tipo de acciones limitadas, simplemente al facilitar la interacción entre los líderes mundiales.

Muchos han reconocido las deficiencias de la última cumbre del G7. Pero, atraídos por la calamidad como a menudo lo hacemos, las evaluaciones a menudo se centran en el posible colapso del cuerpo el próximo año, cuando Trump celebrará la cumbre del G7 en los EEUU, Que no se acercará a la medida en que Macron fue a celebrar el último uno juntos (Por el contrario, el interés de Trump en la cumbre parece girar en torno a su deseo de celebrarlo en su complejo de golf en Doral, Florida).

Pero esta perspectiva no reconoce todas las implicaciones de la cumbre de Biarritz: señala un cambio más amplio en la gobernanza internacional lejos de la cooperación política concreta hacia declaraciones vagas y soluciones ad hoc. Hasta cierto punto, el G20 fue pionero en este enfoque, pero al menos tenía visión y una dirección establecida. Eso ya no se puede esperar.

A menos que los líderes evalúen la tendencia actual, la conclusión de la cumbre de Biarritz será un marcador del futuro del orden mundial, que no terminará con una explosión, sino con un gemido. Lampadia

Ana Palacio es ex ministra de Asuntos Exteriores de España y ex vicepresidenta sénior y asesora general del Grupo del Banco Mundial. Es profesora visitante en la Universidad de Georgetown.




Políticas públicas

En el siguiente artículo de Ricardo Hausmann en Project Syndicate, se hace un análisis de la formación de las escuelas de políticas públicas, que resulta muy interesante para juzgar la performance de las propias políticas públicas.

Hausmann explica cómo, a diferencia de la formación de los médicos, que incluye prácticas extensivas, previas al ejercicio de la profesión, en las carreras de políticas públicas se llega hasta a evitar las prácticas como elemento formativo.

Interesante análisis que nos lleva a reflexionar sobre el desarrollo de los Estados y sus políticas públicas, sobre la performance de los economistas y la búsqueda del bienestar general.

No culpen a la economía, culpen a la política pública

Project Syndicate
1 de setiembre, 2019
RICARDO HAUSMANN

Hoy es costumbre culpar a la economía o a los economistas por muchos de los males del mundo. Los críticos sostienen que las teorías económicas son responsables de la creciente desigualdad, de la escasez de buenos empleos, de la fragilidad financiera y del bajo crecimiento, entre otras cosas. Pero si bien las críticas pueden impulsar a los economistas a mayores esfuerzos, la arremetida contra la profesión ha desviado involuntariamente la atención de una disciplina que debería asumir una porción mayor de la culpa: la política pública.

La economía y la política pública están estrechamente relacionadas, pero no son lo mismo, y no deberían ser vistas como si lo fueran. La economía es a la política pública lo que la física es a la ingeniería, o la biología a la medicina. Si bien la física es fundamental para el diseño de cohetes que pueden usar energía para desafiar la gravedad, Isaac Newton no fue responsable del desastre de la nave espacial Challenger. Tampoco hay que culpar a la bioquímica por la muerte de Michael Jackson.

La física, la biología y la economía, en tanto ciencias, dan respuesta a preguntas sobre la naturaleza del mundo en el que vivimos, generando lo que el historiador económico Joel Mokyr de la Northwestern University llama conocimiento proposicional. La ingeniería, la medicina y la política pública, por otro lado, responden interrogantes sobre cómo cambiar el mundo de maneras específicas, lo que conduce a lo que Mokyr califica como conocimiento prescriptivo.

Si bien las facultades de ingeniería enseñan física y las facultades de medicina enseñan biología, estas disciplinas profesionales se han desarrollado de forma bastante independiente del desenvolvimiento de sus ciencias básicas. De hecho, al desarrollar sus propios criterios de excelencia, planes de estudio, revistas académicas y carreras profesionales, la ingeniería y la medicina se han convertido en especies distintas.

Las escuelas de política pública, por el contrario, no han sufrido una transformación equivalente. Muchas de ellas ni siquiera contratan a su propio personal docente, sino que utilizan a profesores de ciencias fundacionales como la economía, la psicología, la sociología o la ciencia política. La escuela de política pública de mi propia universidad, Harvard, sí cuenta con un amplio cuerpo docente propio –pero esencialmente contrata doctores recién graduados en las ciencias fundacionales y los promueve sobre la base de sus publicaciones en las principales revistas especializadas de esas ciencias, no en política pública.

A los profesores jóvenes se les desaconseja adquirir experiencia práctica en políticas públicas antes de que alcancen la titularidad (tenure) y no es frecuente que la adquieran. Y hasta los profesores titulares tienen una interacción sorprendentemente limitada con el mundo exterior, debido a las prácticas de contratación prevalecientes y al miedo de que un compromiso externo pueda implicar riesgos para la reputación de la universidad. Para compensar esta carencia, las facultades de política pública contratan a los llamados “profesores de la práctica”, como es mi caso, que han adquirido previamente una experiencia en políticas públicas en otra parte.

Desde el punto de vista de la enseñanza, uno podría pensar que las escuelas de política pública adoptarían una estrategia similar a las facultades de medicina. Después de todo, tanto los médicos como los especialistas en política pública son llamados a resolver problemas y necesitan diagnosticar las causas respectivas. También necesitan entender el conjunto de posibles soluciones y descifrar los pros y los contras de cada una de ellas. Finalmente, tienen que saber cómo implementar la solución que proponen y evaluar si funciona o no.

Sin embargo, las escuelas de política pública ofrecen sólo programas de maestría de uno o dos años, y tienen un pequeño programa de doctorado con una estructura típicamente similar a la que se aplica en las ciencias. Eso se compara desfavorablemente con la manera en que las facultades de medicina capacitan a los médicos e impulsan su disciplina.

Las facultades de medicina (al menos en Estados Unidos) admiten a los alumnos después de que hayan terminado una carrera universitaria de cuatro años en la que hayan tomado un conjunto mínimo de cursos relevantes. Los estudiantes de medicina luego participan en un programa de dos años de enseñanza principalmente en aulas, seguido por dos años en los que rotan por diferentes departamentos en los llamados hospitales escuela, donde aprenden cómo se hacen las cosas en la práctica al acompañar al médico principal y a sus equipos.

Al final de los cuatro años, los médicos jóvenes reciben un diploma. Pero entonces deben empezar una residencia de tres a nueve años (dependiendo de la especialidad) en un hospital escuela, donde acompañan a médicos principales, pero donde se les asignan cada vez más responsabilidades. Después de siete a trece años de estudios de posgrado, finalmente se les permite ejercer la práctica como médicos sin supervisión, aunque algunos hacen pasantías adicionales supervisadas en áreas especializadas.

Por el contrario, las escuelas de política pública esencialmente dejan de enseñarles a los alumnos después de sus dos primeros años de una educación esencialmente en las aulas y (aparte de los programas de doctorado) no ofrecen los muchos años adicionales de formación que brindan las facultades de medicina. Sin embargo, el modelo de hospital escuela podría ser efectivo en política pública también.

Consideremos, por ejemplo, el Laboratorio de Crecimiento de la Universidad de Harvard, que fundé en 2006 después de dos experiencias en políticas públicas sumamente enriquecedores en El Salvador y Sudáfrica. Desde entonces, hemos trabajado en más de tres docenas de países y regiones. En algunos sentidos, el Laboratorio se asemeja un poco a un hospital escuela y de investigación. Se centra tanto en la investigación como en el trabajo clínico de atender “pacientes”, o gobiernos en nuestro caso. Es más, reclutamos PhDs recién graduados (equivalente a los profesionales médicos recién recibidos) y graduados de programas de maestría (como los estudiantes de medicina después de sus dos primeros años de universidad). También contratamos graduados de licenciaturas como asistentes de investigación, o “enfermeros”.

Al abordar los problemas de nuestros “pacientes”, el Laboratorio desarrolla nuevas herramientas de diagnóstico para identificar tanto la naturaleza de las restricciones que enfrentan los países como los métodos terapéuticos para superarlas. Y trabajamos junto con los gobiernos para implementar los cambios propuestos. En verdad, es allí donde más aprendemos. De esa manera, garantizamos que la teoría enriquezca a la práctica, y que los conocimientos obtenidos en la práctica enriquezcan nuestra investigación futura.

Los gobiernos tienden a confiar en el Laboratorio, porque no tenemos un ánimo de lucro, sino más bien el simple deseo de aprender con ellos al ayudarlos a resolver sus problemas. Nuestros “residentes” permanecen con nosotros durante tres a nueve años, como en una facultad de medicina, y suelen asumir puestos de relevancia en los gobiernos de sus propios países cuando nos dejan. En lugar de utilizar nuestra experiencia adquirida para crear “propiedad intelectual”, la hacemos ampliamente disponible a través de publicaciones, herramientas online y cursos. Nuestra recompensa es que otros adopten nuestros métodos.

Esta estructura no fue planeada: simplemente emergió. No fue promovida desde arriba, sino que sencillamente se la dejó evolucionar. Sin embargo, si se abrazara la idea de estos “hospitales escuela”, podría cambiar radicalmente la manera en que la política pública se desarrolla y se enseña, y se la pone al servicio del mundo. Si esto llegara a ocurrir, quizá la gente deje de culpar a los economistas por cosas que nunca debieron haber estado bajo su responsabilidad.

Ricardo Hausmann, ex ministro de planificación de Venezuela y ex economista jefe del Banco Interamericano de Desarrollo, es profesor en la Harvard Kennedy School y director del Harvard Growth Lab.

Lampadia




Criptomonedas: ¿Fraude para despistados?

Criptomonedas: ¿Fraude para despistados?

Las críticas del prestigioso economista Nouriel Roubini – apodado  “Dr. Doom” por haber predicho la crisis financiera del 2008 – hacia las monedas digitales,  conocidas como “criptomonedas” (ver Lampadia: Nouriel Roubini: Blockchain y Bitcoin son las mayores estafas del mundo), continúan y con el pasar del tiempo cobran mayor fuerza y rigurosidad.

Recientemente publicó un artículo en Project Syndicate, que compartimos líneas abajo, en el que puso al descubierto los distintos tipos de fraudes a los cuales se han visto sometidos los inversionistas minoritarios en las plataformas de intercambio de criptomonedas. Según su diagnóstico, dichos mercados, en tanto sigan operando al margen de la regulación financiera local e internacional, serán proclives a ser capturados por toda clase de criminales, que utilizaran la criptografía (código de registro de las cuentas de los usuarios) para el lavado de dinero, la falsificación de identidades, por mencionar solo algunos de los delitos posibles.

De ser ciertas tales denuncias, coincidimos plenamente con las recomendaciones propuestas por Roubini, puesto que se estaría atentando con los derechos de propiedad de los inversionistas, sobre su propio dinero, ya sea digital o físico, así como del uso de este. Este es un principio fundamental que una sociedad libre debe tener como base para su desarrollo. En ese sentido, esperemos que los reguladores de EEUU prosigan con las investigaciones correspondientes y de ser comprobados los delitos imputados, que caiga todo el peso de la ley a los promotores de tales plataformas de intercambio. Lampadia

El gran robo criptográfico

Nouriel Roubini
Project Syndicate
16 de julio, 2019
Traducido y glosado por Lampadia

Las criptomonedas han dado lugar a toda una nueva industria criminal, que comprende intercambios offshore no regulados, propagandistas pagados y un ejército de estafadores que buscan inversores minoristas. Sin embargo, a pesar de la abrumadora evidencia de fraude y abuso desenfrenado, los reguladores financieros y las agencias de aplicación de la ley siguen dormidos al volante.

NEW YORK – Hay una buena razón por la cual cada país civilizado en el mundo regula estrechamente su sistema financiero. La crisis financiera mundial de 2008, después de todo, fue en gran medida el resultado de un retroceso en la regulación financiera. Los ladrones, criminales y timadores son un hecho de la vida, y ningún sistema financiero puede cumplir su propósito adecuado a menos que los inversores estén protegidos de ellos.

Por lo tanto, existen regulaciones que exigen que los valores se registren, que las actividades de servicio de dinero tengan una licencia, que los controles de capital incluyan las disposiciones de “antilavado de dinero” (AML) y “conozca a su cliente” (KYC) (para evitar la evasión fiscal y otros flujos financieros ilícitos), y que los administradores de dinero sirven los intereses de sus clientes. Debido a que estas leyes y regulaciones protegen a los inversionistas y a la sociedad, los costos de cumplimiento asociados con ellos son razonables y apropiados.

Pero el régimen regulatorio actual no captura toda la actividad financiera. Las criptomonedas se lanzan y comercializan de forma rutinaria fuera del dominio de la supervisión financiera oficial, donde la evitar los costos de cumplimiento se anuncia como una fuente de eficiencia. El resultado es que el mundo de las criptomonedas se ha convertido en un casino no regulado, en el que la criminalidad no controlada genera disturbios.

Esto no es mera conjetura. Algunos de los jugadores criptográficos más grandes pueden estar abiertamente involucrados en la ilegalidad sistemática. Considere BitMEX, una plataforma de intercambio no regulada de billones de dólares de derivados criptográficos que está domiciliado en las Seychelles, pero activo a nivel mundial. Su director ejecutivo, Arthur Hayes, se jactó abiertamente de que el modelo de negocio de BitMEX consiste en vender productos derivados criptográficos de “jugadores degenerados” (es decir, inversores minoristas despistados) con un apalancamiento de 100 a uno.

Para ser claros, con un apalancamiento de 100 a uno, incluso un cambio del 1% en el precio de los activos subyacentes podría desencadenar un margin call y eliminar toda la inversión. Peor aún, BitMEX aplica tarifas altas cada vez que uno compra o vende sus instrumentos tóxicos, y luego toma otra porción de la manzana al desviar los ahorros de los clientes a un “fondo de liquidación” que probablemente sea mucho más grande de lo que es necesario para evitar el riesgo de la contraparte. No es de extrañar que, según las estimaciones de un investigador independiente, las liquidaciones a veces representen hasta la mitad de los ingresos de BitMEX.

Los informantes de BitMEX me revelaron que este intercambio también se usa a diario para el lavado de dinero a escala masiva por parte de terroristas y otros delincuentes de Rusia, Irán y otros lugares; el intercambio no hace nada para detener esto, ya que se beneficia de estas transacciones.

Como si no fuera suficiente, BitMEX también tiene una mesa de negociación interna con fines de lucro (supuestamente con el propósito de hacer mercado) que ha sido acusada de abusar de la información privillegiada de sus propios clientes. Hayes lo ha negado, pero debido a que BitMEX no está regulado por completo, no hay auditorías independientes de sus cuentas y, por lo tanto, no hay forma de saber qué sucede detrás de la escena.

En cualquier caso, sabemos que BitMEX no cumple con las regulaciones de AML / KYC. Aunque afirma que no sirve a los inversores estadounidenses y británicos que están sujetos a dichas leyes, su método de “verificar” su ciudadanía es examinar su dirección IP, que puede enmascararse fácilmente con una aplicación VPN estándar. Esta falta de due diligence constituye una violación descarada de las leyes y regulaciones de valores. Hayes incluso desafió abiertamente a cualquiera para que intente demandarlo en las Seychelles no reguladas, sabiendo que opera a la sombra de las leyes y regulaciones.

A principios de este mes, debatí con Hayes en Taipei y clamé su fraude. Pero, sin que yo lo supiera, él había obtenido los derechos exclusivos del video del evento por parte de los organizadores de la conferencia y se negó durante una semana a lanzarlo por completo. En su lugar, publicó “hitos” seleccionados para crear la impresión de que se desempeñó bien. Supongo que esto está a la par del curso entre los estafadores criptográficos, pero es irónico que alguien que dice representar la “resistencia” contra la censura se ha convertido en el padre de todos los censores ahora que su estafa ha sido expuesta. Finalmente, avergonzado en público por sus propios partidarios, cedió y lanzó el video.

El mismo día que debatimos, la Autoridad de Conducta Financiera del Reino Unido propuso una prohibición total de las inversiones de criptografía de alto riesgo al por menor. Sin embargo, a menos que los responsables de la formulación de políticas respondan de forma concertada, los inversores minoristas que son atraídos al dominio criptográfico continuarán siendo engañados. La manipulación de precios es rampante en todos los intercambios criptográficos, debido a los esquemas de bombeo y descarga, comercio de lavado, suplantación de identidad, ejecución frontal y otras formas de manipulación. Según un estudio, hasta el 95% de todas las transacciones de Bitcoin son falsas (incluso en los casinos en línea de Bitcoin), lo que indica que el fraude no es la excepción sino la regla.​

Por supuesto, no es sorprendente que un mercado no regulado se convierta en el patio de recreo de estafadores, delincuentes y vendedores de aceite de serpiente. El comercio de productos criptográficos ha creado una industria multimillonaria, que abarca no solo los intercambios, sino también los propagandistas que se hacen pasar por periodistas, los oportunistas que hablan de sus propios libros financieros para vender “shitcoin” y los cabilderos que buscan exenciones regulatorias. Detrás de todo hay un fraude criminal emergente que avergonzaría a la Cosa Nostra.

Ya es hora de que EEUU y otras agencias policiales intervengan. Hasta ahora, los reguladores han estado dormidos al volante mientras el cáncer criptográfico ha hecho metástasis. Según un estudio, el 80% de las “ofertas de monedas iniciales” en 2017 fueron estafas. Como mínimo, debe investigarse a Hayes y a todos los demás que supervisan estafas similares desde refugios en alta mar, antes de que millones de inversionistas minoristas más sean estafados en la ruina financiera. Incluso el secretario del Tesoro de EEUU, Steven Mnuchin, que no es fanático de la regulación financiera, está de acuerdo en que no se debe permitir que las criptomonedas se “conviertan en el equivalente de cuentas secretas numeradas”, que durante mucho tiempo han sido preservadas por terroristas, mafiosos y otros criminales. Lampadia

Nouriel Roubini, profesor en la Escuela de Negocios Stern de la Universidad de Nueva York y CEO de Roubini Macro Associates, fue Economista Principal para Asuntos Internacionales en el Consejo de Asesores Económicos de la Casa Blanca durante la administración Clinton. Ha trabajado para el Fondo Monetario Internacional, la Reserva Federal de los Estados Unidos y el Banco Mundial.




¿Sigue importando el G20?

Como hemos explicado anteriormente, el mundo tiene problemas de gobernanza. Estamos transitando hacia un mundo multipolar con las instituciones del siglo XX, en medio de fuertes enfrentamientos. Ver en Lampadia: ¿Un nuevo orden global? – Levellers y Leviatanes, La divergencia del ‘nuevo orden global’.

Líneas más abajo presentamos un último artículo de Jim O’Neill en Project Syndicate, en el que analiza las limitaciones del G20, después de su reciente reunión en Osaka, Japón.

O’Neill adelanta su descontento con la efectividad de este foro, que acumula más planes que realizaciones.

En medio de la guerrea comercial, tecnológica y geopolítica entre EEUU y China, se hace muy importante analizar el ambiente global, que sigue deteriorándose paulatinamente y malogrando el espacio de desarrollo que necesitan países pobres como el Perú.

Hace 75 años:

“Hemos llegado a reconocer que la forma más inteligente y efectiva de proteger nuestros intereses nacionales es a través de la cooperación internacional, es decir, a través del esfuerzo conjunto para lograr objetivos comunes”.

El secretario del Tesoro de Estados Unidos, Henry Morgenthau Jr, discurso de clausura en la Conferencia de Bretton Woods, el 22 de julio de 1944

Fuente: Financial Times, July 9, 2019

Veamos la nota de O’Neill:

Project Syndicate
10 de julio, 2019
JIM O’NEILL

Las primeras reuniones del G20, en el apogeo de la crisis financiera mundial, dieron resultados concretos y parecían prometer un futuro auspicioso para la gobernanza mundial. Pero en los años posteriores, el grupo ha reemplazado cada vez más la acción con palabras vacías, acumulando cada vez más objetivos por encima de los objetivos no alcanzados de las cumbres pasadas.

LONDRES – Cuando los líderes del G20 celebraron su primera cumbre a fines de 2008, muchos dieron la bienvenida a lo que parecía un nuevo foro diverso y altamente representativo para diseñar soluciones comunes a los problemas globales. El grupo se absolvió bien para responder a la crisis financiera mundial y, por un tiempo, su aparición como un foro para la coordinación de políticas internacionales pareció ser uno de los únicos aspectos positivos de ese lío.

Sin duda, estuve entre los que aplaudieron los logros iniciales del G20. Desde 2001, cuando identifiqué el auge de los países BRIC (Brasil, Rusia, India y China) como una característica clave de la economía mundial del siglo veintiuno, pedí una revisión importante de las estructuras de gobernanza global. Como argumenté en ese momento, el predominio continuo del G7 (Canadá, Francia, Alemania, Italia, Japón, el Reino Unido y los Estados Unidos) estaba cada vez más desfasado con el complejo mundo de principios de la década de 2000. Hasta el día de hoy, la exclusión de China por parte del G7 es una omisión flagrante, empeorada por la presencia de tantos países europeos, la mayoría de los cuales comparten una moneda y se rigen por las mismas normas de política fiscal y monetaria.

Desafortunadamente, tras la cumbre del G20 en Osaka, Japón, el mes pasado, no puedo dejar de preguntarme si esa reunión también ha perdido su propósito. De hecho, el único desarrollo relevante que surgió de la cumbre fue un acuerdo al margen entre el presidente estadounidense Donald Trump y el presidente chino Xi Jinping, quien negoció otra “tregua” en la guerra comercial de sus países.

Parte del problema, por supuesto, es que la gobernanza global en general ha sido marginada, ahora que los Estados Unidos han renunciado a su papel como custodios del orden internacional. Pero también hay problemas con el G20 en sí. Por un lado, el grupo parece un vehículo apropiado para facilitar el diálogo global. Su membresía representa alrededor del 85% del PIB mundial y abarca la mayoría de las principales economías emergentes, incluidas aquellas que no han adoptado la democracia liberal de estilo occidental. Con la excepción de Nigeria, la mayor economía de África y el país más poblado, los países que uno esperaría tener un asiento en la mesa tienen. Y en el futuro, uno podría imaginar a Vietnam y algunos otros que se unen a ellos.

Por otro lado, si bien el G20 ha sido muy bueno emitiendo comunicados grandiosos para reconocer la existencia de desafíos globales, se ha demostrado que es absolutamente incapaz de promover soluciones para ellos. Para estar seguros, se podría argumentar que no es realista esperar que un grupo de burócratas arregle todo lo que está roto en el mundo. En todo caso, es el deber de los activistas, empresarios y otros pensadores creativos presionar y persuadir a los líderes políticos sobre la necesidad de cambio. Y, sin embargo, cuando se trata de problemas que solo pueden abordarse de manera cooperativa a nivel global, no hay alternativa a organismos como el G20. Incluso si los líderes políticos han adoptado todas las ideas correctas, todavía necesitan un foro para convertir esas ideas en políticas coordinadas.

En mi opinión, hay dos barreras que se interponen en el camino del G20. Primero, aunque es representativo, también es demasiado grande. Como he argumentado desde 2001, lo que realmente necesita el mundo es un G7 más representativo, que incluya a Estados Unidos, Japón, la Unión Europea y los países BRIC. Esta nueva agrupación residiría dentro del G20 y representaría tres cuartos del PIB mundial. Si bien Canadá y un Reino Unido posterior al Brexit perderían parte de su influencia actual, no tendrían menos de eso que los países en situación similar, como Australia. En cualquier caso, no deben preocuparse: no hay razón para esperar una revisión diplomática de esta escala en el corto plazo.

La segunda deficiencia del G20 es que (al igual que el G7) carece de un marco objetivo a través del cual establecer metas y medir el progreso hacia ellas. Desde el éxito inicial del grupo hace una década, su agenda ha sido fluida, con cada país anfitrión agregando algo nuevo a la mezcla en cada reunión anual. En el caso de la cumbre de Osaka, el gobierno japonés introdujo el objetivo de la atención médica universal.

Nadie duda de que la atención universal de salud es una causa digna. Pero el G20 tampoco ha hecho nada para ayudar a los estados miembros a expandir la provisión de atención médica. Peor aún, el tiempo dedicado a prestar atención a este nuevo objetivo podría haberse utilizado para discutir temas destacados como la resistencia a los antimicrobianos, que se agregó a la agenda del G20 en 2016. El lenguaje sobre la RAM en el último comunicado fue notablemente similar al de la anterior. cumbres, lo que sugiere que se ha avanzado poco.

Mientras tanto, el mercado de nuevos antibióticos se está deteriorando rápidamente. Sin una respuesta internacional concertada, las superbacterias resistentes a los medicamentos podrían acabar con diez millones de vidas por año para 2050, dando como resultado una pérdida acumulada de alrededor de $ 100 billones en la producción mundial. Lo que el mundo necesita ahora es acción, no palabras vacías. Lampadia

Jim O’Neill, ex presidente de Goldman Sachs Asset Management y ex ministro de Hacienda del Reino Unido, es presidente de Chatham House.




Misterios de la política monetaria

Líneas abajo presentamos un interesante análisis de Robert Barro (profesor de economía de Harvard University), sobre el impacto del control del tipo de interés nominal a corto plazo, en particular la tasa de fondos federales de la FED, para controlar la inflación.

Una política iniciada en los gobiernos de Nixon y Ford, llevada al extremo con Paul Volcker (en la FED) con Reagan, que permitió controlar el aumento de inflación en EEUU, llevando la tasa de interés de la FED hasta niveles de 22% anual.

Desde entonces la inflación se ha mantenido en niveles de 1.5 a 2%.

Una lección muy importante para el Perú, que no hace mucho sufrió los embates de la hiperinflación.

Project Syndicate
Jul 4, 2019

ROBERT J. BARRO

CAMBRIDGE – Uno de los hechos notables de la historia económica de la posguerra es la domesticación de la inflación en Estados Unidos y muchos otros países lograda desde mediados de los ochenta. Antes de eso, la tasa de inflación en Estados Unidos (según el deflactor de gastos de consumo personal) fue del 6.6% anual en promedio durante los setenta, y superó el 10% en 1979‑1980.

A principios y mediados de los setenta, los presidentes Richard Nixon y Gerald Ford intentaron contener la inflación con una desacertada combinación de controles de precios y exhortaciones, sumados a una moderada restricción monetaria. Pero entonces llegó el presidente Jimmy Carter, quien tras mantener por algún tiempo esta estrategia, en agosto de 1979 designó a Paul Volcker como presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos. Con Volcker, la FED empezó poco después una política de subir el tipo de interés nominal a corto plazo a cualquier nivel que fuera necesario para bajar la inflación.

Volcker, con respaldo del presidente Ronald Reagan después de enero de 1981, se aferró a esta estrategia, pese a una intensa oposición política, y en julio de ese año la tasa de política monetaria llegó a un máximo de 22%. La política funcionó: la inflación anual se redujo marcadamente a un promedio de apenas 3.4% entre 1983 y 1989. La FED había cumplido con creces lo que más tarde se conocería como principio de Taylor (o, más correctamente, principio de Volcker), según el cual los aumentos de la tasa de política monetaria superan a los aumentos de la tasa de inflación.

Desde entonces, el principal instrumento de política monetaria de la Fed ha sido el control del tipo de interés nominal a corto plazo, en particular la tasa de fondos federales. Cuando después de la crisis financiera de 2008 el poder de la Fed sobre el tipo de interés a corto plazo se vio disminuido (porque la tasa de fondos federales se acercó al límite inferior aproximado de cero), la Fed agregó a aquel instrumento la transmisión de señales de trayectoria futura (forward guidance) y la flexibilización cuantitativa (FC).

A juzgar por la tasa de inflación en Estados Unidos durante las últimas décadas, la política monetaria de la Fed funcionó de maravillas. La inflación ha sido 1.5% anual en promedio desde 2010, ligeramente por debajo de la meta explícita de la Fed (2%), y sorprendentemente estable. Y sin embargo, la pregunta es cómo se logró. ¿Estuvo la inflación contenida porque todos pensaban que si subía muy por encima de la franja del 1.5 al 2%, la Fed respondería con una suba de tasas mucho mayor?

La influencia de variaciones de la tasa de política monetaria sobre la economía ha sido objeto de numerosas investigaciones. Por ejemplo, en un trabajo publicado en 2018 por Emi Nakamura y Jón Steinsson en el Quarterly Journal of Economics, se halló que un shock monetario contractivo (una suba imprevista de la tasa de fondos federales) aumenta los rendimientos de los títulos del Tesoro durante unos tres a cinco años, con un efecto máximo a los dos años. (Los resultados para shocks expansivos son simétricos.) La mayoría de estos efectos se aplican al tipo de interés real (ajustado por inflación), y se manifiestan tanto en los bonos indexados como en los convencionales. El efecto de un shock contractivo sobre la inflación prevista es negativo, pero de magnitud moderada, y sólo se siente después de tres a cinco años.

Si bien por convención los aumentos inesperados de la tasa de política monetaria suelen catalogarse como contractivos, Nakamura y Steinsson hallaron que la previsión de crecimiento económico para el año posterior a una suba de tasas inesperada en realidad es mayor. Es decir, un aumento de tasas pronostica más crecimiento, y una disminución, menos crecimiento. La causa probable de esta pauta es que la Fed suele aumentar las tasas cuando recibe información de que la economía está mejor de lo esperado, y las rebaja cuando sospecha que está peor de lo que se pensaba.

En el mismo trabajo también se halló que un aumento imprevisto de la tasa de política monetaria es malo para el mercado de acciones (y viceversa), lo cual se condice con ideas arraigadas de muchos comentaristas financieros, por no hablar del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump. Los autores calculan que una rebaja imprevista de 50 puntos básicos a la tasa aumenta el índice bursátil S&P 500 más o menos un 5%, aun cuando la previsión de crecimiento del PIB real disminuya. La razón probable es la disminución del rendimiento real esperado de instrumentos financieros alternativos, como los bonos del Tesoro, en los 3 a 5 años siguientes. Este efecto tasa de descuento supera la incidencia negativa de la disminución prevista de las ganancias futuras reales sobre la cotización de las acciones.

Pero una vez más, el enigma es cómo puede la Fed mantener una inflación estable del orden del 1.5 al 2% anual usando una herramienta de política cuyo efecto al parecer es débil y opera con retardo. La suposición sería que si la inflación superara considerablemente la franja de 1.5 a 2%, la Fed iniciaría aumentos drásticos del tipo de interés nominal a corto plazo como los que aplicó Volcker a principios de los ochenta, y esos cambios tendrían un efecto negativo importante y acelerado sobre la inflación. Asimismo, si la inflación cayera muy por debajo de la meta, tal vez hasta territorio negativo, la Fed aplicaría una baja marcada de tasas (o, si ya hubiera llegado al límite inferior de cero, usaría políticas expansivas alternativas) y esto tendría un efecto positivo importante y acelerado sobre la inflación.

Según esta idea, la amenaza creíble de que la Fed responda con medidas extremas le habría evitado en la práctica repetir las políticas de la era Volcker, y desde entonces, la asociación entre variaciones de la tasa y la inflación fue moderada, pero la posibilidad hipotética de cambios drásticos fue más potente.

Francamente, esta explicación no me convence. Es como decir que la inflación está contenida porque sí. Y no hay duda de que un factor clave es que la inflación real y la esperada hayan sido simultáneamente bajas: son gemelas íntimamente relacionadas. Pero esto es sugerir que la política monetaria detrás del actual nivel bajo y estable de la inflación real y de la esperada seguirá funcionando hasta que, de pronto, ya no funcionará más.

Esto me deja con el deseo de tener una mejor comprensión de la relación entre política monetaria e inflación. También con el deseo de que los responsables de la política monetaria la comprendan mejor que yo. Habrá sin duda muchos lectores que digan que el segundo deseo ya fue concedido. Esperemos que tengan razón.

Traducción: Esteban Flamini

Robert J. Barro is Professor of Economics at Harvard




El búmeran económico de Trump

El búmeran económico de Trump

Según explica Robert Barro, el afamado profesor de economía de la Universidad de Harvard (ver su artículo líneas abajo), si bien la rebaja de impuestos apoyó un mayor crecimiento económico, la política comercial de Trump está haciendo lo contrario, está desacelerando el crecimiento.

Y es que como dice Barro, Trump cree que las importaciones son malas y las exportaciones buenas. Una grave falla conceptual digna de la fracasada política de la teoría de la dependencia en América Latina de los años 60, 70 y 80, que entre otras cosas nos hizo perder 30 años a los peruanos.

O sea, la trasnochada trampa de la suma cero. Otra falla tradicional latinoamericana, cuando está requete probado que el comercio es ‘suma positiva’.

Dicho sea de paso, que nuestras izquierdas de pensamiento decimonónico siguen creyendo en ambas falacias. Para contradecirlas, basta recordar el crecimiento de nuestra economía desde la apertura de la economía.

Lamentablemente, el mundo va por el mismo camino, la guerra comercial sino-estadounidense ya sumó a India luego de que Trump dejó de renovar las tarifas reducidas e India respondió con la misma especie.

El problema para el Perú es que solo un ambiente de apertura comercial nos permite crecer. Estemos vigilantes y hagamos todo lo posible por preservarlo. Lampadia

Trump está desacelerando el crecimiento económico de Estados Unidos

Project Syndicate
4 de junio de 2019 
ROBERT J. BARRO

El estado actual de la formulación de políticas macroeconómicas de EEUU en cuatro áreas clave no es un buen augurio. A pesar de que la legislación fiscal de 2017 ha cumplido con su tarea de promover un crecimiento más rápido, el aumento de las tensiones comerciales, la persistente carga regulatoria y la falta de inversión en infraestructura amenazan con limitar el potencial de la economía de los EEUU.

Durante algún tiempo, los cuatro jinetes de la formulación de políticas macroeconómicas de los Estados Unidos han sido los impuestos, la regulación, el comercio y la infraestructura. Después de haber estudiado en detalle el primero, he encontrado que los recortes de impuestos son un factor positivo para el crecimiento económico. Aunque he considerado la segunda área con menos detalle, la evidencia sugiere que la regulación es, en el mejor de los casos, solo una contribución menor al crecimiento. La tercera área es muy importante, por lo que las tensiones comerciales de hoy son tan preocupantes. La cuarta área solo existe en la retórica: un programa de infraestructura actualmente no forma parte del repertorio de políticas macroeconómicas.

En la primera área, estimo que la legislación fiscal de 2017 agregó 1.1% por año a la tasa de crecimiento del PIB de los Estados Unidos para 2018 19. De eso, 0.9 puntos porcentuales reflejaron la tasa de impuestos reducida para los individuos, mientras que 0.2 puntos derivados de la Recortes de tasas y mejores disposiciones de gasto para las empresas. Si bien no se espera que el efecto de aumento de crecimiento de los recortes de impuestos para individuos continúe más allá de 2019, el impacto de la reforma de impuestos corporativos probablemente continuará durante algún tiempo.

En cuanto al segundo jinete, hay algunos indicios de que la expansión de las regulaciones federales ha comenzado a disminuir, después de un largo período de crecimiento. A partir de 2017, RegData, que rastrea el número de palabras relacionadas con las restricciones a la actividad económica en el Registro Federal, muestra que las nuevas regulaciones se han estancado. La carga regulatoria sobre las actividades económicas y empresariales ya no está aumentando, pero tampoco está disminuyendo.

Del mismo modo, el perfil del Doing Business del Banco Mundial para los Estados Unidos, que ofrece una medida más amplia de la regulación gubernamental basada en un promedio de diez indicadores, no muestra avances recientes. Los EEUU subieron del octavo lugar en 2016 al sexto lugar en 2017 en el ranking mundial, solo para volver al octavo lugar en 2018. Y, dejando de lado el rendimiento relativo, una representación fundamental de los indicadores subyacentes no muestra prácticamente ningún cambio en el 2016-2018 período.

Como muchos otros economistas han señalado, las políticas comerciales del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, son una preocupación importante. La agenda comercial de la administración está impulsada por la desacreditada idea mercantilista de que vender cosas (exportaciones) es bueno y comprar cosas (importaciones) es malo. La ironía es que Trump y algunos de sus principales asesores comerciales comparten esta visión equivocada con los chinos.

De hecho, la administración de Trump está en lo cierto al afirmar que los chinos han restringido durante mucho tiempo las importaciones y la inversión extranjera (mientras se involucran en el robo de tecnología, ya sea directamente o mediante transferencias obligatorias). Pero el intercambio de aranceles de importación entre Estados Unidos y China en el último año es malo para ambos países. Muchos asumen que el conflicto comercial afectará a China más que a los EEUU, Dado que China exporta mucho más a Estados Unidos que lo que Estados Unidos exporta a China. Pero la pérdida de las importaciones chinas impondrá una carga importante a la economía estadounidense.

Las opiniones de Trump sobre las tarifas me recuerdan un discurso que Ronald Reagan dio en la Institución Hoover de Stanford antes de convertirse en presidente. Reagan argumentó que los aranceles sobre el acero y otros bienes estaban justificados por razones de seguridad nacional. Su razonamiento, criticado por los miembros de la audiencia, era casi el mismo que el de Trump en la actualidad. Sin embargo, para justificar sus aranceles, Trump ha ido aún más lejos, comparando la seguridad nacional con la seguridad económica. La mejor manera de invalidar ese argumento por razones legales, entonces, es simplemente tener un economista que demuestre en el tribunal por qué las tarifas son malas para la seguridad económica.

El problema más amplio es que Trump parece tener un afecto personal por los aranceles, en parte porque cree que aumentan los ingresos, y en parte porque cree que aumentan el PIB (frenando las importaciones, que luego son reemplazadas mágicamente por la producción nacional). Este reto no admite un remedio fácil. Algunos han pedido al Congreso que reafirme su autoridad sobre los aranceles, al menos limitando el argumento de seguridad nacional. Pero esto podría tener consecuencias no intencionales a largo plazo, dado que los presidentes desde la década de 1930 tienden a apoyar mucho más el libre comercio que los miembros del Congreso, cada uno de los cuales representa los intereses de una circunscripción más reducida.

Ahora se espera que los aranceles mutuamente perjudiciales conduzcan a un acuerdo mediante el cual China liberalice sus políticas comerciales, momento en el que se eliminarán las barreras a la importación. Pero aunque esto, para agregar ironía a la ironía, beneficiaría a China más que a los EEUU, La situación es difícil, con incertidumbre sobre el resultado que alimenta la volatilidad de los mercados bursátiles mundiales. Y pase lo que pase con China, todavía debemos preocuparnos de que Trump imponga aranceles en México, Europa, Japón, etc.

En cuanto a la infraestructura, los beneficios potenciales para la productividad de los EEUU de una mayor inversión son reales. Sin embargo, nada ha sucedido. La situación se resume mejor en una reunión de abril entre Trump y los líderes del Congreso. Según los informes de los medios de comunicación, Trump comenzó proponiendo gastar $ 1 billón en infraestructura, con lo cual los demócratas respondieron sugiriendo $ 2 billones. Trump aparentemente estuvo de acuerdo con eso con poca vacilación. En general, el intercambio confirma, una vez más, que ambas partes han llegado a considerar el gasto público como un almuerzo gratuito, al menos cuando se financia con deuda o la creación de dinero nuevo. Tal vez en realidad sea lo mejor que la “Semana de la Infraestructura” nunca llegue a ninguna parte.

Dado el estado de la política macroeconómica de EEUU, no es sorprendente que el último informe GDPNow del Banco de la Reserva Federal de Atlanta prevea un crecimiento del PIB en el segundo trimestre del 1.3%, por debajo del 3.1% en el primer trimestre. La reforma fiscal de 2017 seguirá promoviendo el crecimiento económico si no fuera por la escalada de las tensiones comerciales. Lamentablemente, una tasa de crecimiento cercana al 3% para 2019 ya no parece probable. Lampadia

Robert J. Barro es profesor de economía en la Universidad de Harvard y profesor visitante en el American Enterprise Institute. Su último libro, con Rachel McCleary, es The Wealth of Religions: The Political Economy of Believing and Belonging.




Repensando el capitalismo contemporáneo

En Lampadia, hemos venido publicando recientemente contenido que da cuenta de diversas iniciativas que constituyen ejemplos de compromiso empresarial que va más allá de los fines cercanos (ver en Lampadia: Compromiso Cívico (Chile), El liderazgo de Innova Schools (Perú), Las gratas y no gratas sorpresas de la Fundación Gates en el 2018).

En esta misma línea, en Lampadia: Recuperando lo mejor del capitalismo, exploramos el concepto de “Capitalismo Consciente”– término que fue introducido por John Mackey y Raj Sisodia en uno de sus libros con el mismo nombre publicado en el 2014- el cual invoca la verdadera naturaleza del capitalismo como la mayor fuerza generadora de riqueza y de bienestar que ha podido conocer el hombre, a la vez que comparte una visión de la empresa, cuya razón de ser no solo se fundamenta en generar valor hacia sus accionistas, sino también hacia la comunidad.

Para nutrir la discusión en torno a la construcción de este capitalismo al servicio de la comunidad, queremos compartir un reciente artículo escrito por el Premio Nobel de Economía 2015, Angus Deaton, para la revista Project Syndicate (ver artículo líneas abajo), en el que realiza una breve reseña del nuevo libro de Raghuram G. Rajan, profesor en la Escuela de Negocios Booth de la Universidad de Chicago, The Third Pillar: How Markets and the State Leave Community Behind [El tercer pilar: cómo los mercados y el Estado se olvidan de la comunidad], que trata muchas de estas cuestiones.

Así, Deaton destaca el papel de la mencionada obra en tanto permite explicar, desde una perspectiva histórica, la situación lamentable en la que se encuentra actualmente el capitalismo contemporáneo, caracterizada por una ola de críticas y de propuestas de solución muchas veces impulsadas por los mismos detractores del sistema.

La tesis de Rajan incide en que el mundo -particularmente EEUU y Europa – a partir de la década de los 70 y tras haber experimentado un crecimiento del producto potencial desde el período de la posguerra, se caracterizó por una desaceleración económica pronunciada, a la que los empresarios, en su intento por acometerla, desestimaron el generar beneficios hacia la comunidad. A esto se sumó la revolución de las TIC, que ni el mercado ni el Estado pudieron abordar al ritmo al que evolucionaba y que; sin embargo, fue enfrentada por la comunidad sin ningún escarmiento.

Por otra parte, Rajan señala – haciendo una clara referencia a la crítica enunciada por Mackey y Sisodia – que el principio dominante de la época en la clase empresarial- sobre el cual el valor de las empresas  se sustentaba en valor para los accionistas- inhibió cualquier intento de cambio en la mente de los líderes corporativos, en pos de la comunidad.

Dado estos argumentos, el autor justifica la necesidad de reformar el pensamiento empresarial, de manera que busque el beneficio de la sociedad en su conjunto, posición que también compartimos. Sin embargo, no creemos que esto pase necesariamente, como postula Rajan, por asumir posturas localistas o comunitarias, para generar presiones en los distintos grupos de poder.

Por el contrario, nosotros siempre hemos tenido la fiel creencia que un primer paso para defender el capitalismo contemporáneo debe ser el brindar información pertinente y comprobable – a través de, por ejemplo, think tanks de corte libertario –  que evidencie acerca de que no hay mejor sistema económico posible que haya conocido el mundo para generar desarrollo que aquel que esté basado en la iniciativa de libre empresa.

Un segundo paso vendría dado por acciones corporativas–hay múltiples ejemplos en el mundo- que consideren la realización de contribuciones a la comunidad en una serie de ejes sociales, llámese educación, salud, entre otros. Al respecto, resultan útiles las fundaciones y también los gremios empresariales, los cuales pueden canalizar los fondos de las empresas interesadas para generar iniciativas que tengan impacto en sectores determinados.

Es necesario reformular el pensamiento empresarial desde sus cimientos, de manera que la comunidad pueda verse beneficiada de sus sendos logros. Lampadia

¿Qué le pasa al capitalismo contemporáneo?

Angus Deaton
Project Syndicate, 13 de marzo, 2019 
Glosado por Lampadia

PRINCETON – Casi de repente, el capitalismo se ha puesto visiblemente enfermo. El resurgido virus del socialismo infecta una vez más a los jóvenes. Otros más prudentes que aprecian los logros pasados del capitalismo y quieren salvarlo proponen diagnósticos y remedios. Pero sus propuestas a veces se superponen con las de quienes querrían hacer pedazos el sistema; y las distinciones tradicionales entre izquierda y derecha ya no dicen nada.

Felizmente, Raghuram G. Rajan, exgobernador del Banco de Reserva de la India y profesor en la Escuela de Negocios Booth de la Universidad de Chicago, ha puesto su conocimiento y experiencia sin igual a la tarea de analizar el problema. En su nuevo libro, The Third Pillar: How Markets and the State Leave Community Behind [El tercer pilar: cómo los mercados y el Estado se olvidan de la comunidad], Rajan sostiene que el cáncer que aflige al capitalismo contemporáneo no es un problema de “Leviatán” (el Estado) ni de “Behemot” (el mercado), sino de la comunidad, que ya no actúa como freno a ambos monstruos. De modo que receta un “localismo inclusivo” para reconstruir comunidades que den a la gente un sentido de dignidad, estatus y significado.

El libro de Rajan, igual que The Future of Capitalism [El futuro del capitalismo] de Paul Collier (economista de la Universidad de Oxford), es exponente de un género cada vez más nutrido de críticas del capitalismo desde dentro. Rajan defiende el capitalismo, pero comprende que ya no está trabajando al servicio del bien social y que es preciso ponerlo otra vez bajo control.

The Third Pillar hace un profundo análisis del contexto histórico para explicar el momento actual; pero sus mayores aciertos son cuando recapitula los acontecimientos posteriores a la Segunda Guerra Mundial para explicar por qué todo empezó a descomponerse allá por 1970. Hasta entonces, el mundo había estado ocupado en la recuperación y la reconstrucción, y el crecimiento económico había recibido un impulso adicional gracias a la adopción de tecnologías de frontera por medio de la inversión en reemplazos.

Pero después de 1970 el crecimiento tendencial se desaceleró, lo que explica muchas de las dificultades actuales. Mientras eso sucedía, los gobiernos no tuvieron idea de cómo hacer frente a la desaceleración, más que prometer la restauración del perdido paraíso de la posguerra. En la mayoría de los casos eso supuso más endeudamiento. Y en Europa, las élites se lanzaron a la unificación continental, con el elevado propósito de poner fin a la reiteración de episodios de matanza. Pero en su prisa por obtener los beneficios obvios de la integración, se olvidaron de sumar a la ciudadanía. Fue así como finalmente aprendieron que después de la hibris llega la némesis.

El éxito de la socialdemocracia en la posguerra debilitó el poder del mercado para actuar como una influencia moderadora sobre el Estado. Según Rajan, ambos debilitados actores, en Europa y en EEUU, quedaron mal parados para lidiar con la inminente revolución de las tecnologías de la información y de las comunicaciones (TIC), de modo que la gente de a pie tuvo que hacer frente sola a las amenazas. Y las corporaciones, en vez de ayudar a sus trabajadores a manejar la disrupción, la empeoraron, al usar la vulnerabilidad de sus empleados para enriquecer a sus accionistas y ejecutivos.

¡Y cómo se enriquecieron! Conforme la mediana de ingreso de los hogares se estancó y aumentó la concentración de la riqueza, el capitalismo se volvió manifiestamente injusto y perdió el apoyo popular. Para poner a raya a sus oponentes, Behemot llamó en su auxilio a Leviatán, sin comprender que un Leviatán populista de derecha al final se come a Behemot.

Hay que destacar dos puntos de la exposición de Rajan. En primer lugar, la desaceleración del crecimiento es una causa fundamental (aunque de ritmo lento) del malestar social y económico de la actualidad. En segundo lugar, las consecuencias desafortunadas de la revolución de las TIC no son propiedades inherentes del cambio tecnológico; más bien, como señala Rajan, reflejan una “falta de modulación de los mercados por parte del Estado y de los mercados mismos”. El autor no insiste en esto, pero el segundo punto nos da motivos de esperanza, porque implica que las TIC no nos condenan a un futuro sin empleo; todavía hay lugar para una formulación de políticas esclarecida.

Rajan hace una muy buena exposición de la mala conducta de las corporaciones, tanto más eficaz cuanto que proviene de un profesor de una importante escuela de negocios. Según explica, el cuasiabsolutismo de la doctrina de la primacía de los accionistas sirvió desde el inicio para proteger a los ejecutivos a expensas de los empleados, y sus efectos perjudiciales se agravaron por la práctica de pagar a los ejecutivos con acciones.

En The Future of Capitalism, Collier hace una exposición similar desde Gran Bretaña, con la historia de la empresa británica más admirada de su infancia (y de la mía): Imperial Chemical Industries. En aquel tiempo todos crecíamos soñando trabajar algún día en ICI, una empresa que proclamaba como misión “ser la mejor compañía química del mundo”. Pero en los noventa, ICI cambió de norte, al adoptar el principio de valor para los accionistas. Y según Collier, ese único cambio destruyó a la empresa.

¿Y la comunidad? En otros tiempos, EEUU fue un país líder en educación pública, cuyas comunidades locales ofrecían a niños de cualquier nivel de talento y condición económica escuelas donde aprendían juntos. Y cuando la educación primaria dejó de ser suficiente, también empezaron a proveer acceso universal a la educación secundaria.

Pero hoy para triunfar se necesita título universitario, los jóvenes más talentosos van a buscarlo muy lejos de su comunidad de origen, y terminan autosegregándose en ciudades cada vez más grandes, de las que los menos talentosos quedan excluidos por los altos costos de vida. Protegidos en sus relucientes claustros, los que triunfan forman una meritocracia en la que a sus hijos –y a casi nadie más– les va tan bien como a ellos.

Collier cuenta la misma historia en Gran Bretaña, donde el talento y la participación en el ingreso nacional se han ido concentrando en Londres, y se generó vaciamiento y resentimiento en las localidades del interior. Pero como señala Janan Ganesh, del Financial Times, las élites metropolitanas ahora se encuentran “encadenadas a un cadáver”.

Rajan considera que la meritocracia es un producto de la revolución de las TIC. Pero yo sospecho que viene de antes. No olvidemos que el sociólogo británico Michael Young publicó su presciente distopía The Rise of the Meritocracy [El ascenso de la meritocracia] en 1958. De hecho, Collier y yo somos parte de la primera camada de la meritocracia británica. Y tal como predijo Young, nuestra cohorte dejó el sistema inservible para las generaciones siguientes, sin dejar de alabar sus virtudes. En Escocia, donde crecí, los talentos locales, intelectuales, escritores, historiadores y artistas, todos partieron a buscar mejor fortuna, o renunciaron simplemente a competir con las superestrellas de los mercados de masas. Y eso nos empobreció a todos.

Como Rajan, creo que la comunidad es una víctima de la captura de los mercados y del Estado por una élite minoritaria. Pero a diferencia de Rajan, dudo de que comunidades locales más fuertes o una política de localismo (inclusivo o no) puedan ser la cura del mal que nos aqueja. El genio de la meritocracia salió de la botella y ya no hay modo de volver a meterlo. Lampadia

Traducción: Esteban Flamini

Angus Deaton, Premio Nobel de Economía 2015, es profesor emérito de Economía y Asuntos Internacionales en la Escuela de Asuntos Públicos e Internacionales Woodrow Wilson de la Universidad de Princeton. Es el autor de El Gran Escape: Salud, Riqueza y los Orígenes de la Desigualdad.




Se proponen nuevos disparates monetarios

Se proponen nuevos disparates monetarios

Un “nuevo” enfoque de la política monetaria empieza a asomarse en las mentes de los recién entrantes congresistas por el Partido Demócrata de los EEUU, cuya vocería en este tema la dirige Alexandria Ocasio-Cortez, una millennial socialista que busca “defender a las minorías sociales y emprender acciones contra el cambio climático”.

La “Teoría Monetaria Moderna” (o MMT, por sus siglas en inglés), como se denomina en los círculos académicos, consiste básicamente en utilizar la emisión primaria de dinero de la entidad monetaria – en este caso, la FED – para financiar programas sociales asistencialistas expansivos, en un contexto de baja inflación y bajas tasas de interés.

Siguiendo esta definición, parecería tratarse de un enfoque con muy buenas intenciones ya que, en principio, aprovecharía las buenas condiciones macroeconómicas y financieras de un país para inducir un mayor bienestar en la población, a través de una mayor inyección de liquidez en el sistema bancario. Pero como señaló recientemente el notable profesor de economía y política pública de Harvard y ex economista jefe del FMI, Kenneth Roggoff, en un artículo reciente de la revista Project Syndicate (ver artículo líneas abajo), dicho enfoque falla básicamente por dos razones:

  • En primer lugar, no hay razones para pensar que las buenas condiciones de crecimiento de la economía estadounidense, en términos de alzas en la producción y bajo desempleo, no se condecirán en el futuro con un alza de la inflación y un alza en las tasas de interés. Las buenas condiciones financieras -que pueden no ser sostenibles en el tiempo – , al tornarse adversas, pueden terminar jugando una mala pasada ante una mayor emisión monetaria, en forma de MMT, la cual no haría más que acelerar el proceso inflacionario, al hacer el dinero menos escaso que antes. Esto último perjudicaría a quienes más se quería beneficiar con esta política: los más pobres.
  • En segundo lugar, es que EEUU ya cuenta con una deuda pública alta, la cual sobrepasa el 100% del PBI, y esto no sería un problema en sí, si no fuera porque la mayor parte de sus acreedores son internacionales. Una vez más, un deterioro de las condiciones financieras internacionales podría desestabilizar las arcas del gobierno federal, en cuyo caso una política monetaria expansiva para financiar más deuda de corto plazo, como propone el enfoque MMT, es lo menos recomendable.

Cabe mencionar que la idea de un banco central como instrumento para financiar los déficits gubernamentales no es reciente; sin embargo, la evidencia histórica, en particular la de América Latina, ha sido contundente en señalar que dicha política, llevada a la práctica, es sumamente peligrosa para la macroeconomía.

Y los peruanos más que nadie, lo sabemos bien porque lo hemos vivido en carne propia durante la hiperinflación en la década de los 80. En aquella época en 1985, Alan García heredó de Belaunde Terry, un gobierno altamente endeudado, con altas tasas de inflación y bajas tasas de crecimiento del PBI. Aconsejado por los llamados “economistas heterodoxos”, llevó a cabo un programa de expansión del gasto gubernamental, que terminó siendo financiado por el mismo BCRP. Se tenía la idea de que la economía se encontraba en una situación de capacidad productiva ociosa, por lo que había que incentivar la oferta agregada, lo cual no desembocaría en inflación, ya que se equilibraría con la demanda agregada. Como la historia demostró muy rápido, este argumento fue completamente rebatido con la hiperinflación rampante que, destruyó el servicio civil de aquella época.

Si bien el caso estadounidense difiere del peruano pues este último no contaba con las buenas condiciones financieras que caracterizan el día de hoy a la economía de EEUU – a excepción por supuesto de la alta deuda pública – sirve de ejemplo para ilustrar un escenario en el que si dichas condiciones ya no se sostienen, “recurrir a la maquinita” no hace más que perjudicar a quienes más se desea beneficiar con estos programas sociales expansivos.

Esperemos que dicho enfoque monetario no llegue si quiera a ser discutido en las futuras reuniones de la Junta de la Reserva Federal de la FED. Como hemos reconocido en anteriores oportunidades, las decisiones de política cuyas consecuencias no se reflexionan lo suficiente a luz de la evidencia empírica, terminan por agravar un problema que en un inicio se buscaba solucionar. Lampadia

Disparates monetarios modernos

Varios líderes políticos progresistas de EEUU abogan por utilizar el balance de la FED para financiar nuevos programas gubernamentales expansivos. Aunque sus argumentos tienen un grano de verdad, también se basan en algunos conceptos erróneos fundamentales, y podrían tener consecuencias impredecibles y potencialmente graves.

Kenneth Rogoff
Project Syndicate
4 de marzo, 2019 
Traducido y glosado por Lampadia

Justo cuando la FED de los EEUU parece haber rechazado los candentes tweets del presidente Donald Trump, la próxima batalla por la independencia del banco central ya se está desarrollando. Y esta podría potencialmente desestabilizar todo el sistema financiero global.

Varios progresistas estadounidenses destacados, que bien podrían estar en el poder después de las elecciones de 2020, abogan por utilizar el balance de la FED como fuente de ingresos para financiar nuevos programas sociales expansivos, especialmente en vista de la baja inflación actual y las tasas de interés. Los destacados partidarios de esta idea, que a menudo se conoce como “Teoría Monetaria Moderna” (MMT, por sus siglas en inglés), incluyen una de las estrellas más brillantes del Partido Demócrata, la congresista Alexandria Ocasio-Cortez. Aunque sus argumentos tienen un grano de verdad, también se basan en algunos conceptos erróneos fundamentales.

El presidente de la FED, Jerome Powell, apenas pudo contenerse cuando se le pidió comentar sobre este nuevo dogma progresivo. “Creo que la idea de que los déficits no son importantes para los países que pueden tomar préstamos en su propia moneda es errónea”, insistió Powell en el testimonio del Senado de EEUU el mes pasado. Añadió que la deuda de EEUU ya es muy alta en relación con el PBI y, lo que es peor, está aumentando significativamente más rápido de lo que debería.

Powell tiene toda la razón sobre la idea del déficit, que es una locura. Los EEUU tienen la suerte de poder emitir deuda en dólares, pero la imprenta no es una panacea. Si los inversionistas se vuelven más reacios a mantener la deuda de un país, probablemente tampoco estarán muy emocionados por mantener su moneda. Si ese país intenta deshacerse de una gran cantidad en el mercado, se producirá inflación. Incluso pasar a una economía de planificación centralizada (tal vez el objetivo para algunos partidarios de MMT) no resolvería este problema.

En el segundo punto de Powell, acerca de que la deuda de EEUU ya es alta y aumenta demasiado rápido, hay mucho más espacio para el debate. Es cierto que la deuda no puede aumentar más rápido que el PBI para siempre, pero puede hacerlo durante bastante tiempo. Las tasas de interés ajustadas a la inflación a largo plazo de hoy en  EEUU son aproximadamente la mitad de su nivel de 2010, muy por debajo de lo que predecían los mercados en ese momento, y muy por debajo de las previsiones de la FED y el Fondo Monetario Internacional. Al mismo tiempo, la inflación también ha sido más baja por más tiempo de lo que cualquier modelo económico hubiera predicho, dado el fuerte crecimiento actual de EEUU y el muy bajo desempleo.

Además, a pesar de estar en el epicentro de la crisis financiera mundial, el dólar estadounidense se ha vuelto cada vez más dominante en el comercio y las finanzas mundiales. Por el momento, el mundo está bastante contento de absorber más deuda en dólares a tasas de interés notablemente bajas. Cómo explotar esta mayor capacidad de endeudamiento de los EEUU es, en última instancia, una decisión política.

Dicho esto, sería una locura asumir que las condiciones favorables actuales durarán para siempre, o ignorar los riesgos reales que enfrentan los países con una deuda alta y creciente. Estos incluyen compensaciones de riesgo-retorno potencialmente más difíciles, al usar la política fiscal para combatir una crisis financiera, responder a un desastre natural o pandemia a gran escala, o movilizarse para un conflicto físico o guerra cibernética. Como ha demostrado una gran cantidad de evidencia empírica, nada pesa más sobre el crecimiento de las tendencias a largo plazo de un país, como estar financieramente paralizado en una crisis.

El enfoque correcto para equilibrar el riesgo y el retorno es que el gobierno extienda la estructura de vencimiento de su deuda, tomando préstamos a largo plazo en lugar de a corto plazo. Esto ayuda a estabilizar los costos del servicio de la deuda si las tasas de interés aumentan. Y si las cosas se ponen realmente difíciles, es mucho más fácil inflar el valor de la deuda cautiva a largo plazo (siempre que no esté indexada a los precios) que inflar la deuda a corto plazo, que el gobierno tiene que refinanciar constantemente.

Es cierto que los legisladores podrían recurrir nuevamente a la represión financiera y obligar a los ciudadanos a mantener la deuda del gobierno a tasas de interés por debajo del mercado, como una forma alternativa de reducir la carga de la deuda. Pero esta es una mejor opción para Japón, donde la mayoría de la deuda se mantiene en el país, que para los EEUU, que depende en gran medida de los compradores extranjeros.

Hacer que la FED emita pasivos a corto plazo para comprar deuda pública a largo plazo hace que la política gire 180 grados en la dirección equivocada, porque acorta el vencimiento de la deuda del gobierno de los EEUU que es privada o de gobiernos extranjeros. Contrariamente a la opinión generalizada, el banco central de los EEUU no es una entidad financiera independiente: el gobierno es el propietario de los bloqueos, las acciones y el barril.

Desafortunadamente, la FED es responsable de gran parte de la confusión que rodea al uso de su balance. En los años posteriores a la crisis financiera de 2008, la FED realizó una “flexibilización cuantitativa” (QE, por sus siglas en inglés) masiva, mediante la cual compró deuda gubernamental a largo plazo a cambio de reservas bancarias, y trató de convencer al público estadounidense de que esto estimuló mágicamente la economía. QE, cuando consiste simplemente en comprar bonos del gobierno, es humo y espejos. La empresa matriz de la FED, el Departamento del Tesoro de los EEUU, podría haber logrado lo mismo al emitir deuda de una semana, y la FED no habría necesitado intervenir.

Quizás todas las tonterías sobre la MMT se desvanecerán. Pero eso es lo que la gente dijo sobre las versiones extremas de la economía del lado de la oferta durante la campaña presidencial estadounidense de Ronald Reagan en 1980. Las ideas equivocadas aún pueden arrastrar el tema de la independencia del banco central de EEUU al centro del escenario, con consecuencias impredecibles y potencialmente graves. Para aquellos que se aburren con el crecimiento constante del empleo y la baja inflación de la última década, las cosas pronto podrían volverse más emocionantes. Lampadia




Macron relanza Europa

Se aproximan las elecciones al Parlamento Europeo y con ello el fin de una feroz campaña entre dos grandes facciones partidarias. Aquella que ha sostenido firmemente la defensa del proyecto de la UE, compuesta por partidos como de la Unión Demócrata Cristiana en Alemania, presidido por AKK y anteriormente por Angela Merkel, y la República en Marcha en Francia, del que fue líder emblemático, Emmanuel Macron,  y aquella compuesta por partidos euroescépticos de tendencia nacionalista, como el Partido Conservador,  principal impulsor del Brexit en el Reino Unido.

Como escribimos previamente en Lampadia: ¿Fragmentación política en Europa?, este evento es de suma importancia en tanto determinará la dirección futura que tome el bloque europeo, en un contexto mundial de creciente hostilidad y animadversión hacia los “supuestos” males de la globalización y el libre comercio, de los cuales ya nos ocupamos en rebatir en anteriores publicaciones (ver Lampadia: Trampa ideológica, política, y académica, El legado del liberalismo de Margaret Thatcher).

En esta ocasión y a solo pocas semanas de las elecciones parlamentarias, la posta de la defensa de la UE la ha tomado el mismo presidente de Francia, Emmanuel Macron, a través de un discurso elaborado para la revista Project Syndicate y dirigido para todos los habitantes de este continente (ver artículo líneas abajo).

En él, Macron hace un llamado a los ciudadanos europeos a la reflexión, pero sobretodo, a rescatar un proyecto que ha sido vapuleado y criticado en los últimos años por los movimientos nacionalistas –cuyas alternativas de solución, como lo ha demostrado recientemente el Brexit sin un acuerdo de salida, no van más allá de decir no, sin un proyecto determinado- pero que guarda muchos más atributos que los de un simple “mercado común”.

En sus palabras, “[La UE] es un verdadero éxito histórico ya que ha permitido la reconciliación de un continente devastado, plasmada en un proyecto inédito de paz, prosperidad y libertad”.

En efecto, él destaca que gracias al proyecto europeo, los países del viejo continente han podido enfrentar satisfactoriamente las grandes crisis del capitalismo, las estrategias comerciales agresivas por parte de las potencias mundiales e inclusive la 4ta Revolución Industrial que aquejan a los países más atrasados como los emergentes.

Sin embargo, él también enfatiza en la necesidad de ahondar en ciertas políticas públicas que permitan adecuar a la UE en estos tiempos de descontento generalizado, las cuales se pueden caracterizar en torno a tres valores, que él considera fundamentales:

  • Libertad: Garantizar en los años venideros la libertad democrática en todos los países del bloque.
  • Protección: Garantizar, a la luz de la realidad de la diversidad de los países del bloque, la competencia leal y homologación de las condiciones de inmigración y defensa.
  • Progreso: Fortalecer los sistemas de seguridad social y emprender iniciativas contra el cambio climático.

Esperemos que los europeos que acudan a las urnas en las elecciones parlamentarias que acontecerán en el mes de mayo tomen en cuenta todo el progreso generado por la UE desde su fundación, que Macron ha esbozado tan elegantemente en el siguiente discurso. Lampadia

Por un Renacimiento Europeo

Project Syndicate
4 de marzo, 2019
Emmanuel Macron
Presidente de Francia
Glosado por Lampadia

Ciudadanos de Europa: Si me he tomado la libertad de dirigirme a ustedes directamente, no es solo en nombre de la historia y de los valores que nos unen, sino también porque hay urgencia. Dentro de unas semanas, las elecciones europeas serán decisivas para el futuro de nuestro continente.

Nunca antes, desde la Segunda Guerra Mundial, Europa ha sido tan necesaria. Y, sin embargo, nunca ha estado tan en peligro.

El Brexit es ejemplo de todo ello. Ejemplo de la crisis de una Europa que no ha sabido satisfacer las necesidades de protección de los pueblos frente a los grandes cambios del mundo contemporáneo. Ejemplo, también, de la trampa europea. La trampa no es pertenecer a la Unión Europea, sino la mentira y la irresponsabilidad que pueden destruirla. ¿Quién les ha contado a los británicos la verdad sobre su futuro tras el Brexit? ¿Quién les ha hablado de perder el acceso al mercado europeo? ¿Quién ha advertido de los peligros para la paz en Irlanda si se vuelve a la frontera del pasado? El repliegue nacionalista no tiene propuestas; es un «no» sin proyecto. Y esta trampa amenaza a toda Europa: los que explotan la rabia, ayudados por noticias falsas, prometen una cosa y la contraria.

Frente a estas manipulaciones, debemos mantenernos firmes. Orgullosos y lúcidos. Recordemos primero qué es Europa. Es un éxito histórico: la reconciliación de un continente devastado, plasmada en un proyecto inédito de paz, prosperidad y libertad. No lo olvidemos nunca. Hoy día, este proyecto nos sigue protegiendo. ¿Qué país puede actuar solo frente a las estrategias agresivas de las grandes potencias? ¿Quién puede pretender ser soberano, solo, frente a los gigantes digitales? ¿Cómo resistiríamos a las crisis del capitalismo financiero sin el euro, que es una baza para toda la Unión? Europa es también esos miles de proyectos cotidianos que han cambiado la faz de nuestros territorios: una escuela renovada aquí, una carretera asfaltada allá, un acceso rápido a Internet que está llegando al fin… Esta lucha es un compromiso diario, porque Europa, como la paz, no viene dada. En nombre de Francia, abandero esta lucha sin descanso para hacer avanzar a Europa y defender su modelo. Hemos demostrado que lo que nos dijeron que era inalcanzable –como la creación de una defensa europea o la protección de los derechos sociales– finalmente era posible.

Con todo, hay que hacer más y más rápido. Porque hay otra trampa: la del statu quo y la resignación. Frente a las grandes crisis mundiales, los ciudadanos nos dicen a menudo: «¿Dónde está Europa? ¿Qué está haciendo Europa?». Para ellos, se ha convertido en un mercado sin alma. Pero sabemos que no es solo un mercado, que es también un proyecto. El mercado es útil, pero no debe hacernos olvidar lo necesario de las fronteras que nos protegen y de los valores que nos unen. Los nacionalistas se equivocan cuando pretenden defender nuestra identidad apelando a la salida de Europa, porque es la civilización europea la que nos une, nos libera y nos protege. Pero los que no querrían cambiar nada también se equivocan, porque niegan los temores que atraviesan nuestros pueblos, las dudas que socavan nuestras democracias. Estamos en un momento decisivo para nuestro continente. Un momento en el que, colectivamente, debemos reinventar, política y culturalmente, las formas de nuestra civilización en un mundo cambiante. Es el momento para el Renacimiento Europeo. Así pues, resistiendo a las tentaciones del repliegue y la división, quiero proponer que, juntos, construyamos ese Renacimiento en torno a tres aspiraciones: la libertad, la protección y el progreso.

El modelo europeo se basa en la libertad individual y la diversidad de opiniones y de creación. Nuestra libertad primera es la libertad democrática, la de elegir a nuestros gobernantes allí donde, en cada cita electoral, hay potencias extranjeras que intentan influir en nuestros votos. Propongo que se cree una Agencia Europea de Protección de las Democracias que aporte expertos europeos a cada Estado miembro para proteger sus procesos electorales de ciberataques y manipulaciones. En este espíritu de independencia, también debemos prohibir la financiación de partidos políticos europeos por parte de potencias extranjeras. Asimismo, a través de reglas europeas, debemos desterrar de Internet el discurso del odio y la violencia, porque el respeto al individuo es la base de nuestra civilización de la dignidad humana.

Proteger nuestro continente

Fundada en la reconciliación interna, la Unión Europea se ha olvidado de mirar a otras realidades en el mundo. Ahora bien, ninguna comunidad genera un sentimiento de pertenencia si no tiene límites que proteger. La frontera es la libertad en seguridad. En este sentido, debemos revisar el espacio Schengen: todos los que quieran participar en él deberán cumplir una serie de obligaciones de responsabilidad (control riguroso de fronteras) y solidaridad (una misma política de asilo con las mismas reglas de acogida y denegación). Una policía de fronteras común y una Oficina Europea de Asilo, estrictas obligaciones de control y una solidaridad europea a la que contribuyan todos los países bajo la autoridad de un Consejo Europeo de Seguridad Interior. Frente a las migraciones, creo en una Europa que protege a la vez sus valores y sus fronteras.

Estas mismas exigencias deben aplicarse a la defensa. Pese a que en los dos últimos años se han registrado avances significativos, debemos establecer un rumbo claro. Así, un tratado de defensa y seguridad deberá definir nuestras obligaciones ineludibles, en colaboración con la OTAN y nuestros aliados europeos: aumento del gasto militar, activación de la cláusula de defensa mutua y creación de un Consejo de Seguridad Europeo que incluya al Reino Unido para preparar nuestras decisiones colectivas.

Nuestras fronteras también deben garantizar una competencia leal. ¿Qué potencia acepta mantener sus intercambios con aquellos que no respetan ninguna de sus reglas? No podemos someternos sin decir nada. Tenemos que reformar nuestra política de competencia, refundar nuestra política comercial: sancionar o prohibir en Europa aquellas empresas que vulneren nuestros intereses estratégicos y valores fundamentales –como las normas medioambientales, la protección de datos o el pago justo de impuestos– y adoptar una preferencia europea en las industrias estratégicas y en nuestros mercados de contratación pública, al igual que nuestros competidores estadounidenses o chinos.

Recuperar el espíritu de progreso

Europa no es una potencia de segunda clase. Toda Europa está a la vanguardia: siempre ha sabido definir las normas del progreso y en esta línea debe ofrecer un proyecto de convergencia, más que de competencia. Europa, que creó la seguridad social, debe establecer para cada trabajador, de este a oeste y de norte a sur, un escudo social que le garantice la misma remuneración en el mismo lugar de trabajo, y un salario mínimo europeo adaptado a cada país y revisado anualmente de forma colectiva.

Retomar el hilo del progreso es también liderar la lucha contra el cambio climático. ¿Podremos mirar a nuestros hijos a los ojos si no logramos reducir nuestra deuda con el clima? La Unión Europea debe fijar sus ambiciones –cero carbono en 2050, reducción a la mitad de los pesticidas en 2025– y adaptar sus políticas a esta exigencia: Banco Europeo del Clima para financiar la transición ecológica, dispositivo sanitario europeo para reforzar el control de nuestros alimentos, y, frente a la amenaza de los lobbiesevaluación científica independiente de sustancias peligrosas para el medio ambiente y la salud, etc. Este imperativo debe guiar todas nuestras acciones. Del Banco Central Europeo a la Comisión Europea, pasando por el presupuesto europeo o el Plan de Inversiones para Europa, todas nuestras instituciones deben tener al clima como prioridad.

Progreso y libertad es poder vivir del trabajo y, para crear empleo, Europa debe ser previsora. Para ello, no solo debe regular a los gigantes del sector digital, creando una supervisión europea de grandes plataformas (sanciones aceleradas para las infracciones de las normas de la competencia, transparencia de algoritmos, etc.), sino también financiar la innovación asignando al nuevo Consejo Europeo de Innovación un presupuesto comparable al de Estados Unidos para liderar las nuevas rupturas tecnológicas como la inteligencia artificial.

Una Europa que se proyecta hacia el resto del mundo debe mirar a África, con quien debemos sellar un pacto de futuro, asumiendo un destino común y apoyando su desarrollo de forma ambiciosa y no defensiva con inversión, colaboración universitaria, educación y formación de las niñas, etc.

Libertad, protección, progreso. Sobre estos pilares debemos construir el Renacimiento Europeo.

  • No podemos dejar que los nacionalistas sin propuestas exploten la rabia de los pueblos.
  • No podemos ser los sonámbulos de una Europa lánguida.
  • No podemos estancarnos en la rutina y el encantamiento.

El humanismo europeo exige acción y por todas partes los ciudadanos están pidiendo participar en el cambio. Así pues, antes de finales de año, organicemos una Conferencia para Europa, junto a los representantes de las instituciones europeas y los Estados, con el fin de proponer todos los cambios necesarios para nuestro proyecto político, sin tabúes, ni siquiera revisar los tratados. Dicha conferencia deberá incluir a paneles de ciudadanos y dar voz a universitarios, interlocutores sociales y representantes religiosos y espirituales. En ella se definirá una hoja de ruta para la Unión Europea que traduzca estas grandes prioridades en acciones concretas. Tendremos discrepancias, pero ¿qué es mejor, una Europa estancada o una Europa que avanza a veces a ritmos diferentes, manteniéndose abierta al exterior?

En esta Europa, los pueblos habrán recuperado realmente el control de su destino. En esta Europa, estoy seguro de que el Reino Unido encontrará su lugar.

Ciudadanos de Europa: el impasse del Brexit nos sirve de lección a todos. Salgamos de esta trampa y démosle un sentido a las próximas elecciones y a nuestro proyecto. Ustedes deciden si Europa y los valores de progreso que representa deben ser algo más que un paréntesis en la historia. Esta es la propuesta que les hago para trazar juntos el camino del Renacimiento Europeo. Lampadia




El legado del liberalismo de Margaret Thatcher

Como hemos advertido previamente en Lampadia: Trampa ideológica, política y académica, en los últimos años la producción de artículos con sesgos antiglobalización y anticomercio ha crecido formidablemente, ahora, a cargo de prestigiosos académicos. Ello no debería terminar por nublar nuestro entendimiento de que ambos procesos generan desarrollo. Al respecto, queremos hacer referencia a uno en particular publicado recientemente en la revista Project Syndicate (ver artículo líneas abajo) y analizarlo a la luz de la evidencia empírica presentada en nuestras publicaciones previas.

En esta ocasión, el ataque se enmarca en una fuerte crítica de lo que su autora, Paola Subacchi – profesora visitante de la Universidad de Bolonia – denomina como “thatcherismo”, que es básicamente el conjunto de lineamientos de política que implementó la primera dama del Reino Unido, Margaret Thatcher, a finales de la década de los 70 en su país, caracterizado por una reducción notable del tamaño del Estado en la economía y por la ejecución de reformas a favor del libre mercado y de la iniciativa privada. Como señala Subacchi, fue tal la influencia de Thatcher en la política internacional que no solo países desarrollados como EEUU -con el entonces presidente Reagan- y Alemania adoptaron su enfoque sino que su filosofía se extendió masivamente alrededor del mundo, alcanzando inclusive a los países emergentes.

La tesis central de la crítica de la mencionada académica sostiene que, si bien las políticas introducidas por Thatcher han aportado en diseminar el comercio internacional a un sinnúmero de países y a generar cierto consenso en torno a la mejor manera de hacer política macroeconómica de corto plazo, tanto fiscal como monetaria, no abordan por sí solas el impacto que genera la globalización en la desigualdad al interior de los países tanto desarrollados como emergentes. Asimismo, destaca con especial animadversión la desregulación financiera – introducida por las políticas thatcherianas – como principal causante de la crisis financiera del 2008.

Al respecto tenemos tres atingencias que señalar para rebatir dichos argumentos:

  • En primer lugar,  Subacchi descalifica el enfoque adoptado por Thatcher, sin considerar el adverso contexto económico, político y social que enfrentaba el Reino Unido de finales de los 70, el cual fue determinante para su ascenso al poder como primera ministra. El país no solo enfrentaba una aguda crisis económica, que terminó con un préstamo otorgado por el FMI, sino también por una crisis política reflejada en un Partido Laborista, que había dominado toda la escena política en el período de la posguerra y cuyas políticas de corte socialista sólo habían generado trabas en la economía. Como la historia demostró después, la salida de la crisis del Reino Unido gracias a las reformas de mercado emprendidas por Thatcher – que no menciona Subacchi – explican gran parte de su éxito en la adopción de su filosofía política en Occidente. Esta es una primera falla de comunicación que comete Subacchi en su argumentación.
  • En segundo lugar, no es cierto que la globalización ha generado un aumento notable de la desigualdad al interior del mundo desarrollado, ni en el Tercer Mundo. Por el contrario, como hemos explicado en Lampadia: Trampa ideológica, política y académica, Retomemos el libre comercioOtra mirada al mito de la desigualdad, no solo EEUU ha experimentado un aumento nada despreciable de los ingresos familiares –51% entre 1979 al 2014- sino que más de la mitad de la clase media en América Latina se ha duplicado en la última década, gracias al crecimiento económico impulsado por la globalización y el libre comercio. Dada la evidencia, es hasta irresponsable darle la espalda a ambos procesos que han generado un círculo virtuoso de prosperidad para todos estos países.
  • Y finalmente, no es cierto que la desregulación financiera fue la principal causante de la crisis financiera del 2008. Como otrora en 1963, el economista anarcocapitalista Murray Rothbard demostrara en su obra seminal “America’s Great Depression” que la crisis del crack del 29, fue inducida por la política monetaria y no por el mercado de valores, las causales de la crisis del 2008 también pueden ser explicadas en los mismos términos. Fue, pues, la expansión monetaria inducida por la FED, a través de recortes sucesivos de tasas en los 6 años previos a la crisis, las que indujeron a la economía estadounidense a operar fuera de sus límites de equilibrio, precipitando en el 2008, una crisis financiera de enormes magnitudes. No se puede hablar de un desregulación financiera per sé, cuando la oferta de dinero se determina endógenamente ante movimientos de la tasa de interés generados por una entidad estatal.

En conclusión, no es la globalización la que genera los problemas de distribución del ingreso y menos las llamadas crisis del capitalismo. Por el contrario, de no ser por este proceso, el crecimiento económico mundial probablemente solo hubiera podido beneficiar a aquellos países que llegaron primero a los estratos altos de la distribución del ingreso, mientras que aquellos emergentes seguirían en niveles muy bajos en cuanto a PBI per cápita.

Y en lo que respecta a Margaret Thatcher, fue gracias a su vehemencia e insistente entrega, que las políticas en torno al libre mercado, la globalización y el libre comercio siguen teniendo vigencia en Occidente y en muchos países de nuestra región, aún con todos los ataques que siguen recibiendo en el día a día desde todos los flancos de la sociedad. Nosotros seguiremos en esta cruzada a favor de ellas. Lampadia

El Camino desde el Thatcherismo

Este año se cumplen cuatro décadas desde que Margaret Thatcher llegó al poder como la primera mujer en ocupar el cargo de primera ministra de Gran Bretaña, inaugurando una era de fundamentalismo de mercado que aún hoy sigue presente. ¿Por qué una ideología tan obviamente agotada mantiene su control sobre los responsables políticos en todo el mundo?

Paola Subacchi
Project Syndicate
15 de febrero, 2019 
Traducido y glosado por Lampadia

Los últimos años, con el auge del populismo en todo el mundo desarrollado, han parecido el fin de una era. Esto es quizás lo más cierto de la economía, donde la revolución del libre mercado que surgió hace cuarenta años ahora parece haberse desvanecido en denuncias, dudas y recriminaciones.

En mayo de 1979, Margaret Thatcher se convirtió en la primera mujer en ocupar el cargo de primera ministra de Gran Bretaña, después de haber sido elegida líder por el Partido Conservador cuatro años antes. A pesar de ser rechazado inicialmente por muchos de sus colegas masculinos, Thatcher se convertiría en una de las líderes políticas más influyentes y controvertidas de la historia.

Cuando Thatcher llegó al poder, fue la primera líder nacional de una gran economía desde el final de la Segunda Guerra Mundial en exigir un papel más pequeño para el estado y un papel más importante para el mercado. Su gobierno inauguró una nueva era de formulación de políticas económicas guiada por el principio de laissez-faire.

En breve, la administración entrante de Ronald Reagan en los Estados Unidos adoptó un enfoque similar. Al igual que el Thatcherismo, el Reaganismo se basó en la idea de que los mercados siempre lo resuelven mejor. Después de la estanflación y aparente ruptura del consenso keynesiano de la posguerra en la década de 1970, la marca del fundamentalismo de mercado de Thatcher y Reagan, que pronto se conoció como neoliberalismo, se arraigó y se extendió a los países desarrollados y en desarrollo.

A pesar de varias mutaciones a lo largo de los años, los principios fundamentales del neoliberalismo (privatización, desregulación de los mercados de productos y trabajo, bajos impuestos, libre comercio y liberalización del mercado de capitales) siguen siendo los mismos. Y, no por casualidad, las décadas de su reinado han estado marcadas por la inestabilidad financiera, la creciente desigualdad y, en última instancia, el descontento político. Con la aceleración del cambio tecnológico junto con los grandes cambios en el orden económico mundial, existe una demanda creciente de políticas de ingresos, mercado laboral e industriales más activas. Pero el Thatcherismo sigue estando muy presente entre nosotros.

La confianza cerebral

Cuando Thatcher llegó al poder, Gran Bretaña estaba profundamente dividida y sometida a una economía en crisis. Era considerado como el “enfermo de Europa”. Luego, en 1976, la libra esterlina se desplomó alrededor de un 25% frente al dólar, lo que obligó al gobierno a pedir prestamos Fondo Monetario Internacional.

Este episodio socavó gravemente la credibilidad del Partido Laborista como un administrador competente de la economía. Durante el ‘invierno de descontento’ en 1978, las huelgas del sector público pusieron al país de rodillas. Los votantes estaban listos para el cambio, y Thatcher estaba lista para aprovechar la oportunidad con el mensaje poderoso y conciso “El laborista no está dando resultados”.

Una vez en el cargo, Thatcher siguió una política económica “neo-conservadora” que se había forjado en los think tanks a favor del mercado, como el Institute of Economic Affairs (IEA) en Gran Bretaña y la Fundación Heritage en los EEUU.

Thatcher confió en los economistas de la IEA que habían sido fuertemente influenciados por Friedrich Hayek y Milton Friedman.

El tiempo de TINA

Thatcher presentó su nueva agenda conservadora como una respuesta práctica a circunstancias dramáticas. En Gran Bretaña, se necesitaba reducir la inflación, aumentar el empleo e impulsar el crecimiento económico. El enfoque de Thatcher se volvió casi inevitable, lo que se reflejó en su famoso eslogan: “No hay alternativa” (There is no alternative, o TINA, como se hizo ampliamente conocido).

La solución de Thatcher para los problemas económicos de Gran Bretaña fue reducir el gasto público y los programas de asistencia social, frenar el poder sindical, restringir los salarios, privatizar las empresas de propiedad pública y recortar los impuestos. [Y que tuvo buenos resultados ya que se salió exitosamente de la crisis económica].

Para 1989, los ingresos de la privatización ascendieron a £ 24 mil millones ($ 49 mil millones). Pero en lugar de invertir estos fondos en educación y desarrollo del país, Thatcher los utilizó para financiar más recortes de impuestos. A finales de la década de 1980, los altos ingresos que habían pagado un impuesto del 83% sobre su ingreso marginal, en 1979 pagaban solo el 40%.

Desde entonces, el paradigma de los mercados eficientes dominó casi todos los debates de política económica en Occidente. En el Reino Unido, las políticas a favor del mercado y la probidad fiscal se convirtieron en una realidad en todo el espectro político. En Gran Bretaña, un gobierno laborista del Primer Ministro Tony Blair fue responsable de la desregulación del sector financiero. En los Estados Unidos, el presidente Bill Clinton, un demócrata, hizo lo mismo con Wall Street y recortó los beneficios de asistencia social. Y en Alemania, los socialdemócratas del canciller Gerhard Schröder impusieron un tope al crecimiento salarial [origen del éxito económico de Alemania].

Beneficios y pauperización

Y, sin embargo, en la patria de la revolución neoliberal, el neoliberalismo no logró un crecimiento más fuerte. Entre 1980 y 1989, el PBI real anual (ajustado por inflación) creció en promedio un 2,6%, tal como lo había hecho entre 1970 y 1979. Lo que sí cambió fue la distribución del producto, y no para mejorar. En la década de 1980, el PBI per cápita apenas aumentó, después de haber crecido alrededor del 50% entre 1958 y 1973. El coeficiente de Gini del Reino Unido (donde 0 representa la igualdad absoluta y 1.0 significa que una sola persona posee todo) aumentó de 0.25 en 1979 a 0.32 en 1992.

Durante este período, Gran Bretaña, como los EEUU, estaba atravesando un cambio estructural. En 1948, el 42% del PBI del Reino Unido provino de la manufactura y el 15% de los servicios; sin embargo, en la actualidad, los servicios representan alrededor del 79% del PBI, en comparación con solo el 15% de la manufactura.

Técnicamente, el neoliberalismo, a través de la desregulación y la sindicalización del mercado laboral, ha ayudado a lograr el pleno empleo, que fue el objetivo principal de las políticas keynesianas de posguerra que Thatcher, Reagan y sus seguidores dejaron de lado. Pero no ha llevado a una prosperidad generalizada ni a una distribución más justa de los recursos. De hecho, los trabajadores se encuentran cada vez más atrapados en la pobreza como resultado de los bajos salarios y los altos costos de vida.

En el Reino Unido, la desigualdad agregada no ha aumentado significativamente en las últimas décadas, por lo que el coeficiente de Gini del país está alineado con el promedio de la OCDE, y solo ligeramente por debajo del promedio en relación con la UE.

Haciendo al mundo un espacio del deudor

En general, las sociedades que han abrazado el neoliberalismo se han dividido cada vez más en términos de poder económico, influencia, educación y salud. Esto, a su vez, ha producido una profunda polarización política y una sensación de falta de poder e inseguridad generalizadas. Si la ingeniería social, la pesadilla de la nueva agenda conservadora, fue en realidad el objetivo final, ha sido un éxito rotundo.

Aunque esa agenda a menudo se asocia con el libre comercio y la integración en el mercado internacional (es decir, la globalización), su principal imperativo siempre ha sido la desregulación financiera. Desde la revolución de Thatcher, la ingeniería financiera, en lugar de la política social, se ha mantenido como la única solución para fallas de mercado masivas como las descritas anteriormente.

Además, después del impulso de Thatcher por la desregulación financiera, un enorme auge de los préstamos facilitó el examen de los problemas emergentes. Si bien los ingresos se quedaron por detrás del crecimiento de la productividad, las personas pudieron obtener préstamos para comprar casas y luego financiar el gasto de los hogares. Por lo tanto, en el momento de la crisis del 2008, la deuda de los hogares británicos había alcanzado el 160% de los ingresos, en comparación con el 100% de la década anterior; hoy en día, se mantiene en torno al 130%.

Desde entonces, la liberalización de la cuenta de capitales, junto con la privatización y los profundos recortes en el gasto público, han llegado a resumir los programas del FMI para los países que necesitan apoyo financiero. El llamado Consenso de Washington exportó la austeridad de Thatcher y los recortes de impuestos de Reagan al resto del mundo, imponiendo políticas de libre mercado a los países en desarrollo que luchan con los problemas de la balanza de pagos.

El legado global del thatcherismo

El récord internacional del thatcherismo es mixto. La expansión del comercio en las últimas cuatro décadas ha contribuido inequívocamente al crecimiento económico y al desarrollo en todo el mundo. Y los marcos macroeconómicos que comprenden bancos centrales independientes, una política fiscal prudente y una buena gobernanza han sustentado la estabilidad y el crecimiento en muchos países.

El problema es que estos marcos no abordan el impacto distributivo de la globalización. [Falso, excepto en el análisis parcial en los propios países más ricos]. Después de Thatcher, la opinión predominante ha sido que los gobiernos no deberían intervenir para corregir las fallas del mercado, financiar o invertir en bienes públicos, o redistribuir los ingresos para reducir la pobreza y la desigualdad.

El legado de la desregulación financiera no es mejor. La crisis de 2008 mostró que los mercados no siempre se ajustan solos, ya que están plagados de intereses creados, riesgos morales y deshonestidad impulsada por la avaricia. En el evento, las medidas para detener la crisis finalmente apuntalaron un sistema que debía ser reformado fundamentalmente. El rescate masivo de las instituciones financieras privadas por parte de los contribuyentes, junto con la austeridad fiscal, el crecimiento económico deprimido y la penalización de los hogares de bajos ingresos, socavan gravemente la legitimidad de los sistemas políticos nacionales.

A nivel internacional, la crisis de 2008 se encontró con una agenda de reforma incremental centrada principalmente en el fortalecimiento de la regulación. Y, sin embargo, el enfoque de política prevaleciente sigue alineado con la doctrina neoliberal de reformas estructurales de la oferta, mercados laborales flexibles (que conducen a menores costos laborales) y gasto público restringido.

¿A dónde va la contra-revolución?

En 1979, Thatcher aprovechó el descontento popular con el gobierno disfuncional y promovió una visión de la sociedad basada en individuos libres y autorrealizados. Como ella dijo de la famosa “sociedad”, “No hay tal cosa”. “Hay hombres y mujeres individuales y hay familias, y ningún gobierno puede hacer nada excepto a través de las personas, y las personas se miran a sí mismas primero”.

A diferencia de las crisis económicas de la década de 1970, el desplome de 2008 no llevó a un replanteamiento radical de la economía política. Lo que siguió fue la negación de la necesidad de nuevas políticas de distribución y formas de gestión económica. El resultado de esta complacencia se hizo evidente en 2016, con el referéndum Brexit en el Reino Unido y la elección del presidente Donald Trump en los Estados Unidos.

Existe un tradeoff entre mantener las economías de mercado abierto y garantizar la estabilidad política. A menudo, las medidas para redistribuir recursos y apoyar las economías domésticas son tanto necesarias como apropiadas. El impulso de pretender que este tradeoff no existe, y que los mercados se regulan a sí mismos, es uno de los legados perdurables del Thatcherismo. También es el colmo de la pereza intelectual.

Asegurar que una ciudadanía democrática siga comprometida con los valores liberales requiere que las transiciones económicas y políticas sean administradas por los estados y las instituciones públicas. Resulta que hay una cosa tal como la sociedad después de todo. Lampadia

Paola Subacchi es investigadora principal en Chatham House y profesora visitante en la Universidad de Bolonia. Es la autora, más recientemente, de The People’s Money: Cómo China está construyendo una moneda global.




El Reino Unido tendiendo al suicidio económico y político

El Reino Unido tendiendo al suicidio económico y político

El hecho de que Gran Bretaña se quede sin un acuerdo de salida de la UE para el 29 de marzo –  fecha límite establecida para la negociación final de este – parece no quitarle el sueño a los “honorables” miembros del Parlamento inglés,  aún cuando ello podría generar un golpe fulminante a su economía y a su política en Europa, además de la posible crisis política que surgiría con un país vecino que aún quiere pertenecer al bloque, Irlanda del Norte (ver Lampadia: La crisis del Brexit continúa).

Pero, ¿cuál es la explicación de la falta de preocupación por parte de esta clase política dirigente, tanto de derecha como de izquierda, ya no para dar marcha atrás al Brexit – pues este camino parece que ya ha sido completamente descartado – sino para diseñar un acuerdo de salida sensato y que sea razonable en el poco tiempo que queda para hacerlo?

Esta falta de racionalidad fue explicada brillantemente por Ian Buruma, ex–editor de The New York Review of Brooks, en un reciente artículo de la revista Project Syndicate (ver artículo líneas abajo).

La hipótesis de Buruma descansa sobre la premisa de que es el espíritu del patriotismo británico, alimentado por los medios de prensa y el juego político reinante en el Parlamento, lo que estaría determinando este comportamiento errático de los políticos. Peor aún, este comportamiento, en sus palabras, los estaría condenando a un suicidio masivo tanto económica como política y culturalmente.

Lo interesante de su análisis es que hace una analogía con movimientos similares en el pasado como el movimiento nacionalista japonés que alimentó la euforia del ataque de Pearl Harbor. Como señala enfáticamente Buruma, “Como los británicos, los japoneses sienten una atracción perversa hacia un “espléndido aislamiento””.

Este fenómeno de una suerte de suicidio colectivo de algunas naciones, va mucho más allá de Gran Bretaña y Japón. En Latinoamérica hay casos clásicos de sociedades que dan un giro negativo para sus propios intereses, y a sabiendas perseveran en el error, o en el suicidio.

El caso más notorio es el de Argentina, que a principios y entrado el siglo XX, era uno de los cinco países más ricos del mundo, para terminar atrapado 60 años por un populismo que lo empobreció dramáticamente.

También se pueden mencionar los casos de Cuba con los Castro, de Brasil con el PT y de Venezuela con el socialismo del siglo XXI.

En el Perú tampoco estamos lejos de intentonas suicidas, como los 30 años, entre los 60 y 90, que nos empobrecieron crecientemente, o después de nuestra maravillosa recuperación, desde los 90s hasta el 2011, cuando volvemos a iniciar un camino de pérdidas de oportunidades de crecimiento, de reducción de la pobreza y pérdida de confianza y sentido de dirección.

Ya vemos que ningún país esta libre de caer en intentos suicidas. Lo importante es reaccionar a tiempo. Lampadia

Las tendencias suicidas del Reino Unido

Ian Buruma
Project Syndicate
6 de Febrero, 2019
Glosado por
Lampadia

Observar a una sociedad democrática sofisticada caminar a sabiendas hacia un desastre nacional predecible y evitable es una experiencia única y alarmante. La mayoría de los políticos británicos saben que dejar la Unión Europea sin acuerdo sobre la relación posterior al Brexit causará un enorme daño a su país. No avanzan al abismo como sonámbulos, sino con los ojos muy abiertos.

  • Hay una minoría de ideólogos crédulos que no se sienten afectados por la perspectiva de que Gran Bretaña se salga de la UE sin acuerdo alguno.
  • Unos cuantos soñadores de derechas, cobijados por secciones de la prensa, creen que el tenaz espíritu de Dunquerque superará los primeros reveses y que Gran Bretaña pronto volverá a regir los mares como una gran potencia cuasi-imperial, aunque sin imperio.
  • Y por la izquierda, neo-trotskistas como Jeremy Corbyn, líder del Partido Laborista, el principal de la oposición, parecen pensar que la catástrofe impulsará al pueblo británico a exigir al fin un verdadero socialismo.

La mayoría de los políticos de izquierdas y derechas son lo bastante grandecitos como para saber todo esto, y eso incluye a la Primera Ministra Theresa May, que antes del Brexit era partidaria de que el Reino Unido permaneciera en la UE. Y, sin embargo, casi todos se niegan a mover un dedo para evitar resbalar hacia una catastrófica salida sin acuerdo. Las propuestas que se han planteado en el Parlamento para buscar un retraso o contemplar alternativas a la impopular estrategia de salida de May han sido rechazadas. Pareciera que la voluntad colectiva de los políticos británicos ha quedado paralizada por las tácticas partidistas, los medios de comunicación patrioteros y una extraña indiferencia a todo lo que ocurra fuera de las Islas Británicas. En lugar de tomar medidas para evitar lo peor, se autoengañan pensando en que más conversaciones y concesiones de Bruselas de alguna manera salvará al Reino Unido en el último minuto.

Aunque inusual, este peculiar espectáculo de suicidio nacional no carece de precedentes. La deriva de Japón hacia una calamitosa guerra con Estados Unidos en 1941 es un ejemplo. Es cierto que hay diferencias obvias: a pesar de toda la nostalgia acerca de Spitfires y Dunquerque, Gran Bretaña no amenaza con ir a la guerra con nadie, mientras que la democracia japonesa estaba sofocada por facciones militares y un control estatal autoritario. Aun así, los parecidos son notables.

Una cantidad relativamente pequeña de militares exaltados, acicateados por ideólogos cuasi fascistas y funcionarios de rango medio, realmente querían ir a la guerra con Occidente. La mayoría de los políticos, incluidos generales y almirantes, sabían que era una locura provocar un choque con una potencia militar e industrial vastamente superior. Pero de alguna manera no pudieron o no quisieron pararlo. Incluso hubo quienes repitieron la retórica extremista de los exaltados sin creerla… un poco como May les ha seguido la corriente a los partidarios del Brexit duro.

El principal estratega del ataque a Pearl Harbor, el Almirante Yamamoto Isoroku, un personaje altamente inteligente que había estudiado en Harvard y conocía muy bien los Estados Unidos, había sido un abierto oponente a la guerra. Con la vana esperanza de que las negociaciones evitaran una guerra desatada, cumplió con su deber y diseñó el plan. El Primer Ministro, Príncipe Konoe Fumimaro, cuyo hijo era estudiante en Princeton, también quería evitar la guerra. Siguió pidiendo más reuniones a los estadounidenses, al tiempo que enviaba señales confusas y esperaba las concesiones imposibles que exigían los extremistas japoneses frente a los que era demasiado débil e indeciso.

Mucho se habló de plazos que cumplir o que se podían ampliar. Como con las negociaciones del Brexit con la UE, los estadounidenses nunca tuvieron muy claro qué querían realmente los japoneses. De hecho, ni siquiera los japoneses mismos lo sabían. La última esperanza de los hombres que vieron la inminencia del desastre, pero se negaron a actuar fue que más conversaciones con los estadounidenses los salvaran. Al final, estos se cansaron de conversar, millones de personas murieron y Japón casi desapareció del mapa.

La respuesta inmediata entre los japoneses al recibir la noticia del ataque a Pearl Harbor fue una especie de alivio. Al fin había algo de claridad. Cualquier cosa era mejor que el inacabable tira y afloja. Ahora que Japón estaba de verdad valiéndose por sus propios medios, tal vez la versión japonesa del espíritu tenaz podría sacarlos del atolladero. Como los británicos, los japoneses sienten una atracción perversa hacia un “espléndido aislamiento”. Y luchar contra los imperialistas occidentales al menos era más honorable que intentar someter a los chinos a punta de masacres.

Es bastante posible que un Brexit sin acuerdo tenga un efecto similar sobre los británicos. No se puede culpar a la gente por terminar hartándose de las discusiones en el Parlamento y las inacabables negociaciones con la UE que nunca parecen ir a ninguna parte. La gente puede resistir hasta un determinado nivel de incertidumbre, y después prefiere prepararse para lo peor.

Gran parte de la prensa británica, aunque sin sufrir la censura que amordazó la opinión pública japonesa en los años 30 y 40 del siglo pasado, ha sido tan patriotera como los medios japoneses de los años de guerra. Es posible que décadas de propaganda anti-UE hayan persuadido a muchos británicos a soportar las privaciones que provocará un Brexit duro. Sin duda, muchos culparán a esos malditos extranjeros por la escasez de bienes, la suba de precios, las largas filas en los puertos de entrada y la pérdida de empleos. (Los nacionalistas japoneses todavía culpan por Pearl Harbor a la intransigencia estadounidense.)

Pero incluso si todo eso se desvanece en el tiempo, la desilusión pronto llegará, como ocurrió en Japón una vez pasada la euforia de Pearl Harbor. No habrá bombardeos a ciudades británicas ni se invadirá ni ocupará el Reino Unido. Cabe esperar que nadie muera. Pero la influencia de Gran Bretaña disminuirá mucho, su economía decrecerá y la mayoría de la gente irá a peor. Probablemente, las principales figuras tras un Brexit duro (como Boris Johnson, Nigel Farage y Jacob Rees-Mogg) no resulten muy afectadas. Tampoco servirá de mucho culparles solo a ellas. La gente que sabía las consecuencias y no hizo nada por evitarlo es quien más avergonzada se debería sentir. Lampadia

Traducido del inglés por David Meléndez Tormen

Ian Buruma es autor de numerosos libros, entre ellos Murder in Amsterdam: The Death of Theo Van Gogh y The Limits of Tolerance, Year Zero: A History of 1945 y, más recientemente, A Tokyo Romance.




Cuidados en el manejo de cifras de pobreza

Cuidados en el manejo de cifras de pobreza

Como ya hemos escrito previamente (ver  Lampadia: Retomemos el libre comercio, Otra mirada al mito de la desigualdad), nosotros hemos seguido de cerca el “estancamiento de los ingresos de la clase media” en los Estados Unidos, y la proyección de la consecuente mayor desigualdad hacia los países emergentes. Base del argumento del discurso populista del entonces candidato presidencial Donald Trump.

En las publicaciones indicadas, explicamos las diferencias de análisis sobre la evolución de los ingresos de la clase media, siguiendo una publicación de The Economist. Veamos:

La economía de EEUU ha crecido enormemente durante las últimas cuatro décadas, pero no todos sus trabajadores han cosechado los frutos. Tal vez la estadística más citada para demostrar cuán desiguales han sido las ganancias es el ingreso familiar promedio. Las estadísticas oficiales de la Oficina del Censo muestran que este número se mantuvo estable durante 40 años. Sin embargo, un análisis reciente de la Oficina de Presupuesto del Congreso (CBO) descubrió que en realidad aumentó en un 51% entre 1979 y 2014. ¿Por qué es que las cifras de la CBO son mucho más alentadoras?

Los datos de ingresos de los hogares generalmente se ajustan por inflación utilizando el índice de precios al consumidor (IPC). Esto muestra que los estadounidenses no han progresado mucho desde la década de 1970.

Sin embargo, las estimaciones de la CBO tienen en cuenta el cambio demográfico. Los hogares se han ido reduciendo, lo que significa que la misma cantidad de dinero en una familia ahora representa un mayor poder adquisitivo.

El CBO también usa el índice de gasto de consumo personal (IGC) como su medida de inflación, en lugar del IPC. Históricamente, el índice IGC ha demostrado que la inflación es medio punto porcentual más bajo que el IPC, una diferencia que se suma con el tiempo.

Además, las estimaciones de la CBO tienen en cuenta los impuestos y las transferencias, como los seguros de salud financiados por el gobierno. Los ingresos después de impuestos para la clase media han aumentado mucho más rápidamente que los ingresos antes de impuestos.

Fuentes: Oficina del Censo; CBO; BLS; BEA; NBER; The Economist

Fuentes: Oficina del Censo; CBO; BLS; BEA; NBER; The Economist

Para contribuir con este análisis, queremos compartir a continuación  un artículo del prestigioso economista Angus Deaton, Premio Nobel de Economía 2015, en el que señala más precisiones acerca de los ajustes que deben realizarse a los ingresos de los hogares para tener una medida más exacta de su verdadero poder adquisitivo. Esto puede nutrir la discusión acerca de cómo realmente debe medirse la pobreza en los países.

Cómo la pobreza en Estados Unidos se convirtió en “noticia falsa”

Project Syndicate
8 de enero, 2019
ANGUS DEATON
Premio Nobel de Economía 2015, profesor emérito de Economía de la Universidad de Princeton. Autor de “The Great Escape: Health, Wealth and the Origins of Inequality” (El Gran Escape, salud, riqueza y el origen de la desigualdad).
Glosado por Lampadia

PRINCETON – Bajo el gobierno del incontinentemente mendaz presidente Donald J. Trump, todos deberían preocuparse por la integridad de las estadísticas oficiales de Estados Unidos. También hay muchas otras cosas de las que preocuparse bajo Trump, en particular el destino de la democracia en Estados Unidos. Pero sin datos oficiales creíbles, no puede haber auténtica rendición de cuentas, y sin ella, tampoco democracia.

Piénsese en los datos de pobreza en Estados Unidos publicados por el gobierno de Trump. Parece que los números de base producidos por la Oficina del Censo de los Estados Unidos están (hasta ahora) intactos, pero hubo un frenesí de interpretaciones erradas que superan el maquillaje partidista habitual.

A los comentaristas de derecha les gusta citar la afirmación de Ronald Reagan en 1988, cuando dijo que en la Guerra contra la Pobreza declarada por Lyndon B. Johnson en 1964, ganó la pobreza. Esa afirmación (eterno latiguillo para criticar la red de seguridad social ampliada por las reformas de la “Gran Sociedad” de Johnson) se condice con las estimaciones de pobreza oficiales, cuya metodología no se actualiza desde los sesenta.

Como esa metodología no tiene en cuenta la situación impositiva de las personas (incluido el crédito fiscal para personas de bajos ingresos) y programas como los vales para alimentos (el ahora llamado Programa de Asistencia Complementaria Nutricional, o SNAP por la sigla en inglés), tampoco tiene en cuenta sus efectos, sin importar su eficacia en la reducción de necesidades. Una falencia estadística tan reconocida es una invitación a que los comentaristas llenen el vacío con prejuicios (como hizo Reagan).

Más cerca en el tiempo, el Consejo de Asesores Económicos de Trump afirmó (en un informe publicado en julio en el que recomienda sumar requisitos laborales a las prestaciones sociales) que, gracias a la red de seguridad estadounidense, la Guerra contra la Pobreza “está en gran medida ganada, y es un éxito”. Este argumento depende de abandonar las métricas tradicionales, que miden el ingreso, para usar en cambio el consumo.

Aunque puede haber razones para considerar que el consumo es mejor que los ingresos como medida de bienestar, no está clara la representación de los más pobres en una encuesta tediosa e invasiva a la que el 40% de los encuestados no responden. Todavía más preocupante es la “corrección” (esencialmente arbitraria) al índice de precios al consumidor (IPC), que reduce la línea de pobreza de modo que quedan menos personas debajo de ella.

Puede ser que el IPC oficial no capture adecuadamente las mejoras de calidad en bienes y servicios, una falencia cuyas consecuencias han sido tema de la literatura académica (en particular, un panel de la Academia Nacional de Ciencias presentó argumentos contra el uso de una corrección mecánica). Pero debatir esa cuestión es muy diferente a abandonar el IPC oficial en favor de otro políticamente conveniente que elimina casi totalmente la pobreza.

Un caso más flagrante de manipulación de datos tiene que ver con un informe del Relator Especial de las Naciones Unidas sobre la pobreza extrema y los derechos humanos. Por invitación del gobierno de los Estados Unidos, el Relator Especial, Philip Alston, examinó la pobreza extrema en el país y presentó sus conclusiones al Consejo de Derechos Humanos de la ONU en junio de 2018.

La lectura de los resultados es espantosa. Como ejemplos de pobreza extrema en partes de Estados Unidos, el informe incluye campamentos de tiendas en las calles de Los Ángeles, patios bañados en aguas residuales no tratadas, porque las autoridades locales se niegan a suministrar los correspondientes servicios, y el uso extendido de multas y confiscaciones contra personas pobres como forma de recaudación de ingresos de los gobiernos de muchos pueblos y ciudades. Johnson declaró una guerra contra la pobreza, pero hay partes de Estados Unidos que ahora están librando una guerra contra los pobres.

Somos muchos los que creemos que las fallas de la red de seguridad social de Estados Unidos llevan a que haya allí más pobreza extrema que en otros países (y sin duda, más que en otros países desarrollados). Las reformas de las prestaciones sociales para alentar a los receptores a trabajar han beneficiado a algunas personas pobres, pero han perjudicado a los más desfavorecidos, con lo que aumentaron la desigualdad dentro de la población pobre.

Sendos libros de Kathryn J. Edin y H. Luke Shaefer y de Matthew Desmond presentan en detalle los sufrimientos de los estratos más pobres de Estados Unidos. Shaefer y Edin sostienen que varios millones de niños estadounidenses viven con menos de dos dólares al día. En un artículo que salió en enero de 2018 en el New York Times, observé que el Banco Mundial ahora publica estimaciones de la pobreza mundial que incluyen a los países ricos, según las cuales, en Estados Unidos hay 5.3 millones de personas que viven con menos del equivalente de la línea mundial de pobreza.

En mi argumento, usé un valor de cuatro dólares por persona por día en los países ricos como aproximadamente equivalente a la línea mundial de pobreza de dos dólares usada para los países pobres. En Estados Unidos hay más “pobres globales” que en Sierra Leona o Nepal; y las tasas de pobreza en Estados Unidos y China son similares, pese a que los ingresos per cápita del primer país son más del triple de los del segundo.

Los cálculos del Banco Mundial que presenté recibieron muchas críticas, desde la derecha y desde la izquierda. La Fundación Heritage sostiene que si se usa como criterio el consumo en vez de los ingresos, en Estados Unidos sólo hay 250,000 “pobres globales” (dejando a un lado la cuestión de si padres que venden los números de seguridad social de sus hijos para sobrevivir o arriesgan la seguridad de sus hijos para encontrar morada tendrán tiempo para responder la encuesta de consumo). En tanto, en la izquierda muchos se niegan a creer que haya estadounidenses tan pobres como los africanos o asiáticos más pobres. La derecha quiere disminuir las transferencias internas, y la izquierda quiere aumentar las transferencias internacionales.

Luego la historia se pone surrealista. El informe de Alston provocó una airada descarga de la embajadora de los Estados Unidos ante la ONU, Nikki Haley, quien afirmó que “es evidentemente ridículo que Naciones Unidas examine la pobreza en Estados Unidos”; en tanto, la respuesta oficial del gobierno estadounidense calificó de erróneas las cifras de Alston. Pero Alston sólo usó cifras tomadas de la Oficina del Censo de los Estados Unidos; el documento las describe como “la cifra exagerada citada por el Relator Especial” y luego cita con aprobación los cálculos de la Heritage, que se basan en mi línea de pobreza de cuatro dólares por día.

A continuación (tal vez sólo haya sido coincidencia) el gobierno de Trump sacó a Estados Unidos del Consejo de Derechos Humanos, de modo que Haley no asistió a la presentación del informe. Haley, como el Consejo de Asesores Económicos, señaló que el gobierno de Trump sabe cómo enfrentar la pobreza extrema (obligando a la gente a trabajar).

Podrá ser cierto o no, pero preferir los cálculos de la Fundación Heritage a los de la Oficina del Censo (una decisión que los funcionarios de la agencia cuestionaron) o manipular arbitrariamente el IPC y después tratar los números alternativos como superiores a las estadísticas oficiales se pasa sin duda de la raya. El gobierno de Trump mostró en 2018 que no está dispuesto a que le señalen fallas, ya sea la pobreza extrema o la inaceptable cifra de muertos del huracán María en Puerto Rico. Y todo indica que la distorsión de la verdad continuará el año entrante, con la amenaza que eso implica para la democracia. Lampadia