1

Se ajusta la industria de teléfonos inteligentes

Se ajusta la industria de teléfonos inteligentes

Una reciente estadística ha generado cierta preocupación entre los inversionistas de los mercados de las tecnologías de información y comunicación (TIC). Según fuentes de The Economist (ver artículo líneas abajo), por primera vez en la historia de dicha industria, se estima que en el 2018 las ventas de teléfonos inteligentes registrarán una leve caída con respecto al año anterior.

Análisis

Este hecho se condice con una reciente caída en el precio de la acción en el orden del 10% de una de las compañías líderes en el rubro, Apple.

Si bien Apple concentra solo el 13% de los usuarios a nivel mundial, el valor de la compañía sigue siendo un buen indicador del desempeño de esta industria, ya que captura casi todas las ganancias de esta.

Ante esta realidad surge una pregunta inquietante, ¿Es este el fin del ciclo expansivo de los smartphones? Un producto que ha permitido el acceso a la información de forma universal.

Analicemos. En primer lugar, el hecho que se registre una caída anual en las ventas de una industria de consumo particular no implica necesariamente el inicio de su debacle. Ello puede deberse a múltiples factores tales como una desaceleración económica, un cambio de preferencias de los consumidores, saturación del mercado, un choque negativo de oferta que encarece los bienes y por ende se demandan menos, entre otras razones.

En el caso de los teléfonos inteligentes, la hipótesis que plantea The Economist es que se trataría más de un alargamiento de los ciclos de reemplazo de dichos productos. Dado que, en percepción de los consumidores, los nuevos modelos ofrecen solo mejoras marginales con respecto a los modelos anteriores, el período de tenencia de estos últimos se ha prolongado.

En este sentido, no se podría hablar de una menor demanda per se, sino por el contrario, se trataría de una estabilización, tras haber alcanzado un pico en las ventas en el 2017.

Otro argumento que rebatiría también la hipótesis de una posible “debacle” de esta industria, se puede ver a través de la penetración mundial de teléfono inteligente al 2018. Al día de hoy, el teléfono inteligente es el producto de consumo más grande que ha conocido la humanidad, con 4 mil millones de usuarios, el 70% de la población adulta mundial.

Es muy difícil hablar del fin del ciclo de este producto cuando aún prevalecen enormes brecha de infraestructura en materia de conectividad en grandes regiones del mundo. El teléfono inteligente les permite a las personas que viven en estos países, sin invertir muchos recursos, acceder a la comunicación global y a enormes volúmenes de información, factores cruciales en la toma de decisiones empresariales y de consumo en el día a día. Esto último impulsa el crecimiento y es un gran movilizador social.

Creemos al igual que The Economist, que dadas estas razones, el smartphone ha venido al mundo para quedarse, en tanto “mantiene su promesa como el dispositivo que hará que la computación y las comunicaciones sean universales”. Lampadia

 

¿Pico de los teléfonos inteligentes? Qué bien
La maduración de la industria de los smartphones es motivo de celebración

Son malas noticias para los accionistas de Apple, pero buenas noticias para la humanidad.

The Economist
10 de Enero, 2019
Traducido y glosado por Lampadia

Cuando Apple redujo su estimación de ingresos para el último trimestre de 2018 debido a la inesperada desaceleración de las ventas de iPhones, los mercados se convulsionaron. El precio de las acciones de la compañía, que había estado bajando durante meses, cayó un 10% más el 3 de enero, un día después de que saliera la noticia. Las acciones de los proveedores de Apple también se vieron afectadas. Esta semana, Samsung, el mayor fabricante mundial de teléfonos inteligentes, por volumen, que también vende componentes a otros fabricantes de teléfonos inteligentes, dijo que sus ventas fueron más débiles de lo esperado en el trimestre.

Los analistas estiman que la cantidad de teléfonos inteligentes vendidos en 2018 será ligeramente más baja que en 2017, el primer descenso anual de la industria. Todas estas son noticias terribles para los inversionistas que han apostado por un crecimiento continuo. Pero retroceda y mire la imagen más grande. El hecho de que las ventas de teléfonos inteligentes hayan alcanzado su nivel máximo, y parece que se está estabilizando en alrededor de 1,400 millones de unidades al año, es una buena noticia para la humanidad.

La gente ha votado con sus billeteras para hacer del teléfono inteligente el producto de consumo más exitoso de la historia: casi 4 mil millones de los 5,5 mil millones de adultos en el planeta ahora tienen uno. Y no es de extrañar. Conectan a miles de millones de personas a la gran cantidad de información y servicios de Internet. Los teléfonos hacen que los mercados sean más eficientes, compensan la infraestructura deficiente en los países en desarrollo e impulsan el crecimiento. Sí, pueden usarse para perder tiempo y difundir la desinformación. Pero lo bueno supera con mucho lo malo. Podrían ser la herramienta más efectiva de desarrollo en existencia.

La desaceleración no refleja desencanto; todo lo contrario. Es el resultado de la saturación del mercado. Después de una década de rápida adopción, hay mucho menos espacio para vender teléfonos a los compradores primerizos, ya que quedan muy pocos. Eso es lo que más afecta a Apple porque, a pesar de una cuota de mercado relativamente pequeña (13% de los usuarios de teléfonos inteligentes), captura casi todas las ganancias de la industria. Pero el dolor de Apple es ganancia de la humanidad. El hecho de que los beneficios de estos dispositivos mágicos estén tan ampliamente distribuidos es algo que debe celebrarse.

¿Qué pasa con las personas que todavía carecen de un teléfono inteligente? Las ventas de 1,400 millones de unidades al año implican 2,800 millones de usuarios que reemplazan sus dispositivos cada dos años, o 4,200 millones que los reemplazan cada tres años. La realidad está en algún punto intermedio, y los ciclos de reemplazo se están alargando a medida que los nuevos modelos ofrecen solo mejoras marginales. Muchos teléfonos se usan por más de tres años, a menudo restaurados o como de baja. Así que incluso con ventas planas, las brechas más largas entre las actualizaciones significan que la penetración general sigue aumentando. Las personas que ya tienen teléfonos también se benefician. Para todos, excepto para los fanáticos de los gadgets más obsesivos, la desaceleración de las actualizaciones viene como un alivio bienvenido.

¿Significa eso que la innovación se está desacelerando? No. Los últimos teléfonos contienen tecnología increíblemente inteligente, como escáneres faciales 3D y cámaras asistidas por inteligencia artificial. Pero al igual que con tecnologías maduras como los automóviles o las lavadoras, las campanas y silbatos adicionales ya no causan una profunda impresión.

Lo más importante es que los teléfonos inteligentes soportan innovación adicional en otras áreas. El despliegue de aplicaciones y servicios en una plataforma inmadura cuyas perspectivas son inciertas es arriesgado; en una madura no lo es. De este modo, los teléfonos inteligentes proporcionan una base para las innovaciones de hoy, como los pagos móviles y la transmisión de video, y para los futuros, como el control de electrodomésticos “inteligentes” o la robotaxis de llamadas.

A medida que las computadoras se vuelven más pequeñas, aún más personales y más cercanas al cuerpo de la gente, muchos técnicos estiman que los dispositivos portátiles, desde relojes inteligentes hasta auriculares de realidad aumentada, serán la próxima gran cosa. Aun así, encontrar otro producto con el alcance del teléfono inteligente es una tarea difícil. El teléfono inteligente mantiene su promesa como el dispositivo que hará que la computación y las comunicaciones sean universales. La reciente desaceleración de las ventas de teléfonos inteligentes es una mala noticia para la industria, obviamente. Pero para el resto de la humanidad es un signo positivo de que una tecnología transformadora se ha vuelto casi universal. Lampadia




Los riesgos del consenso económico

Los riesgos del consenso económico

PRINCETON – La Iniciativa sobre Mercados Globales, con sede en la Universidad de Chicago, realiza una encuesta periódica sobre temas de actualidad a economistas académicos de primer nivel con diferentes ideas políticas. En la última edición, se les preguntó si creían que el plan de estímulo del presidente Barack Obama había ayudado a reducir el desempleo en Estados Unidos.

Alianza del Pacífico: imposible de imaginar sin la recuperación de la región

El plan, conocido oficialmente como Ley de Reinversión y Recuperación de Estados Unidos de 2009, implicó más de 800,000 millones de dólares de gasto público en infraestructura, educación, salud, energía, incentivos fiscales y diversos programas sociales. Fue una clásica respuesta keynesiana implementada en medio de una crisis económica.

La opinión de los economistas fue prácticamente unánime. Treinta y seis de los 37 importantes economistas que respondieron la encuesta dijeron que el plan había logrado su objetivo declarado de reducir el desempleo. Justin Wolfers, economista de la Universidad de Michigan, celebró el consenso en su blog en New York Times y lamentó que el virulento debate público sobre la efectividad del plan de estímulo fiscal haya perdido toda conexión con aquello que los expertos saben y en lo que están de acuerdo.

Es cierto que los economistas coinciden en muchas cosas, y algunas de ellas son políticamente controvertidas. En 2009, Greg Mankiw, economista de Harvard, elaboró una lista con diversas tesis apoyadas por al menos un 90% de los economistas, entre ellas: imponer aranceles y cuotas a las importaciones reduce el bienestar económico general; el control de alquileres reduce la oferta de vivienda; la flotación cambiaria permite un sistema monetario internacional eficaz; Estados Unidos no debe impedir que las empresas relocalicen puestos de trabajo a otros países; y la política fiscal estimula la economía cuando no hay pleno empleo.

Este consenso en torno de tantas cuestiones importantes parece contradecir la percepción general de que los economistas rara vez se ponen de acuerdo. Es famosa la ironía que les dedicó George Bernard Shaw: “Si todos los economistas se pusieran en fila, aun así no llegarían a ninguna conclusión”. Dicen que cierta vez, frustrado por los consejos contradictorios y llenos de reservas que le daban sus asesores, el presidente Dwight Eisenhower pidió que le trajeran un “economista que esté de un solo lado”.

Hay muchas cuestiones de política pública que sin duda son objeto de un encendido debate económico. ¿Cuál debe ser la máxima tasa impositiva? ¿Hay que elevar el salario mínimo? ¿Qué es mejor para reducir el déficit fiscal: aumentar los impuestos o recortar el gasto? ¿Las patentes alientan o impiden la innovación? En estas y muchas otras cuestiones, los economistas tienden a ser muy buenos para ver la cuestión desde los dos lados; sospecho que si se hiciera una encuesta sobre estos temas no habría mucho consenso.

El acuerdo entre economistas puede ser bueno o malo. A veces es bastante inocuo, como cuando nos advierten que hay que tener siempre en cuenta los incentivos. ¿Quién podría disentir? A veces, se limita a un caso particular y se basa en evidencia obtenida después del hecho: sí, el sistema económico soviético era enormemente ineficiente; claro, el plan de estímulo fiscal de Obama en 2009 redujo el desempleo.

Pero cuando se crea consenso en torno de la aplicabilidad universal de un modelo determinado, cuyos supuestos fundamentales probablemente no se cumplan en muchos contextos, tenemos un problema.

Veamos algunas de las áreas que mencioné antes, en las que hay acuerdo casi unánime. La tesis de que las barreras comerciales reducen el bienestar económico ciertamente no es válida en todos los casos, ya que no se cumple si se dan determinadas condiciones (por ejemplo, externalidades o rendimientos crecientes a escala). Además, requiere que los economistas hagan juicios de valor sobre los efectos distributivos, algo que es mejor dejárselo al electorado.

Asimismo, la tesis de que el control de alquileres reduce la oferta de vivienda no se cumple en condiciones de competencia imperfecta. Y la tesis de que la flotación cambiaria es un sistema eficaz depende de supuestos sobre el funcionamiento de los sistemas monetarios y financieros cuya validez está en duda; sospecho que si hoy se hiciera una encuesta sobre esto, habría mucho menos consenso.

Puede ser que los economistas tiendan a coincidir en que ciertos supuestos se aplican al mundo real la mayoría de las veces. O que piensen que un conjunto de modelos funciona mejor “en promedio” que otro. Aun así, cuando dan su apoyo a tal o cual tesis, ¿no deberían incluir las debidas salvedades, siendo científicos como son? ¿No deberían tener en cuenta que afirmaciones categóricas como las anteriores pueden ser erróneas en, al menos, algunos contextos?

El problema es que los economistas suelen confundir un modelo con el modelo. Y en esos casos, que haya consenso no es nada para celebrar.

De ese consenso pueden derivarse dos clases de perjuicios. En primer lugar, errores de omisión: cuando los puntos ciegos del consenso impiden a los economistas ver problemas que se presentarán más adelante. Un ejemplo reciente fue cuando no se dieron cuenta de la peligrosa confluencia de circunstancias que produjo la crisis financiera global. Esta omisión no se debió a que no hubiera modelos que hablaran de burbujas, información asimétrica, incentivos distorsionados o corridas bancarias, sino a que no se les prestó atención y se favoreció el uso de otros modelos que hacían hincapié en la eficiencia de los mercados.

Luego están los errores de comisión: cuando la fijación de los economistas con un modelo particular del mundo los hace cómplices de la implementación de políticas cuyo fracaso era previsible. A esta categoría pertenece la defensa de los economistas a las políticas neoliberales del “Consenso de Washington” y a la globalización financiera.

[Dani Rodrik y los que llenan de epítetos a los llamados neoliberales pueden decir lo que quieran del Consenso de Washington, pero más allá de que ninguna obra humana es perfecta, gracias a los postulados de dicho consenso, América Latina dejo sus problemas económicos, que como dice Liliana Rojas-Suarez, siempre se originan en el exceso de endeudamiento. No podemos dejar de reconocer que lo que se hizo en la región en términos de desregulación, privatización y manejo de deuda, permitió una recuperación espectacular de toda la región, que finalmente determinó que no fuéramos ni los protagonistas ni las principales víctimas de la última crisis financiera, que sigue causando profundos problemas.  El que después, los países más ideologizados, no hayan sabido aprovechar los buenos años del nuevo siglo y hayan destruido sus economías, como Venezuela, Argentina, y en buena medida Brasil, es otra cosa. Creo que Rodrik debe buscar un mejor ejemplo para ilustrar este punto. Más abajo publicamos el Consenso de Washington y la evolución del producto de la región, para que el lector pueda juzgar si encierra algunos monstruos.] 

En ambos casos, no tuvieron en cuenta serias complicaciones analizadas por la teoría del segundo óptimo (externalidades de aprendizaje, fallas institucionales) que restaron eficacia a las reformas y, en algunos casos, las tornaron contraproducentes.

El desacuerdo entre economistas es saludable. Refleja el hecho de que la disciplina económica abarca una colección de modelos muy variada, y que emparejar la realidad con el modelo es una ciencia imperfecta con amplio margen de error. Es mejor mostrarle a la opinión pública esta incertidumbre que transmitirle una falsa sensación de seguridad basada en una apariencia de contar con conocimiento infalible. [Claro que sí, siempre la verdad y humildad, pero además, no todo se trata de economía, como ya sabemos.]