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¿Un modelo antisocial?

¿Un modelo antisocial?

Richard Webb
Editado por Lampadia

Hace 30 años se puso en marcha el modelo económico aún vigente. Su inicio se identifica especialmente con el dramático anuncio de un paquete de duras medidas por el ministro Juan Carlos Hurtado Miller, incluyendo una gigante devaluación de la moneda. El anuncio de Hurtado cerró con las palabras, “qué Dios nos ayude,” frase que quizás le dio un cariz humano al nuevo gobierno de Fujimori y que contribuyó a la aceptación de la dura medicina. Con el tiempo se ha ido formando un veredicto poco cuestionado de ese modelo – que en lo económico fue un acierto, pero en lo social un retroceso. Si bien se acepta la realidad de una significativa reducción de la pobreza, se aduce que el modelo habría elevado la desigualdad, agravando las tensiones sociales y amenazando la gobernabilidad. Si bien los cálculos estadísticos de desigualdad tienen mucho de adivinanza, el actual desorden político se considera una confirmación de la crítica al modelo.

Pero las encuestas de hogares en todo el país no coinciden con esa crítica. Las familias que más se han levantado durante el régimen del actual modelo económico han sido las más pobres.

  • Si nos fijamos en el decil más pobre de todos los hogares (casi un millón de familias), su ingreso promedio se elevó en 6.2 por ciento al año entre 2001 y 2019.
  • El siguiente decil en la escala de ingresos, un toque menos pobre, también gozó un fuerte aumento en su ingreso promedio, de 5.4 por ciento al año.
  • Por comparación, el ingreso promedio del decil más rico del país gozó una mejora de sólo 1,5 por ciento al año, y
  • el segundo decil más rico, una mejora de 3.0 por ciento.

Esas diferencias a favor de los de abajo, acumuladas a lo largo de dos décadas, han significado una importante reducción en la desigualdad nacional.

¿Cómo es posible que los de abajo se hayan beneficiado mucho más que los de arriba? Habría que buscar esa explicación en las estructuras de la economía. Así, la pobreza extrema se vincula especialmente con dos categorías de trabajador.

Una es el trabajador del campo en la Sierra, que depende mayormente de la agricultura. Su pobreza se basa en gran parte en las condiciones físicas de su lugar de trabajo – tierras poco productivas, desgastadas además por un mal aprovechamiento durante siglos, clima incierto, superficie quebrantada, además de enormes distancias entre poblaciones que limitan las posibilidades para la tecnificación y la especialización, todo lo cual hace extremadamente difícil superar la extrema pobreza. Podría decirse que el pobre rural es el pecado original de la pobreza nacional, y ha sido siempre la categoría más grande y más difícil de socorrer. De allí la conclusión del historiador Carlos Contreras que “Las desigualdades en el Perú son el resultado de una geografía también desigual.”

Un segundo grupo de pobres es más bien relativamente moderno – el informal urbano – cuya pobreza se explica por la falta de empleo productivo y formal, además de su bajo nivel de educación y otras barreras a un empleo más productivo.

En el otro extremo de la distribución de ingresos – los no pobres – encontramos a los trabajadores de empresas formales que se benefician de una alta y creciente productividad.

¿Cuál ha sido la evolución de los ingresos de estos tres grupos? Un cálculo es posible desde el año 2007, cuando el INEI empezó a distinguir entre los formales e informales. Sorprendentemente,

  • desde 2007 el ingreso promedio de los trabajadores formales de Lima se ha mantenido estancado en términos reales,
  • el de los limeños informales se elevó 1.2 % al año,
  • mientras que el trabajador informal rural de la Sierra vio mejorar su ingreso a una tasa promedio de 3.4 % anual en ese periodo.

Todo indica que la informalidad, sea urbana o rural, no es la barrera absoluta que se cree, aunque falta un mejor entendimiento de sus respectivas dinámicas.

Personalmente, no me sorprende el dinamismo estadístico de los más pobres de la Sierra, habiendo visitado diversos distritos en algunas de sus zonas más pobres. En todas, estaban a la vista nuevos negocios y formas de vivir. Pero, ¿por qué el ingreso familiar de los informales de Lima se mejora más que el del formal? Es evidente que hace falta más estudio de las distintas dinámicas de la población. Lo que queda claro es que las encuestas familiares contradicen la acusación al modelo iniciado en 1990 de ser un creador de desigualdad. Incluso, la evidencia sugiere lo contrario. Si nos guiamos por los datos disponibles, el modelo económico no sólo no agravó la desigualdad sino parecería más bien estar reduciéndola.  Lampadia