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La funesta incapacidad moral

La funesta incapacidad moral

Rafael Venegas
Director Independiente de Empresas
Para Lampadia

Muchas personas culpan a la pandemia de todos los males que viene padeciendo el mundo. Por eso creen que pronto todo volverá a la normalidad. La verdad es que esta afirmación está lejos de la realidad, porque el mundo ya se encontraba enfermo antes de que apareciera el Covid para agravar su situación.

La infección ya existía y era de un antiguo mal, que al parecer no tiene cura, pero que en los últimos tiempos se ha venido expandiendo peligrosa y rápidamente. Me estoy refiriendo a la madre de todos los males: LA CRISIS MORAL.

La falta de ética y valores viene tomado al mundo por asalto y lo está destruyendo. Es una enfermedad crónica mucho más peligrosa que cualquier pandemia, ya que no solo afecta al frente sanitario, sino a todos los demás, especialmente al social, al político y al económico. 

Su agresivo avance está lesionando severamente a las personas, instituciones y países del mundo. La desmedida corrupción, el fraude, el abuso del poder, el narcotráfico, el lavado de activos, la compra de voluntades, el contrabando y el crimen organizado vienen arrasando todo lo que encuentran en su camino. Y lo mas grave es que esto se está convirtiendo en la nueva y nefasta normalidad.

Este mal se expande mucho más rápido en los países menos desarrollados y con mayores índices de pobreza, como los de nuestra región. En ellos, estas prácticas son implementadas por la vía política y por personajes que tienen una tremenda incapacidad moral.

Para lograr sus infames planes, penetran todas las instancias del estado con el objetivo de perpetuarse en el poder, apoderarse de las riquezas de los países y convertirlos en viles dictaduras o, peor aún, en narco estados.

Sus tácticas incluyen la mentira descarada, el divisionismo de clases, la compra de voluntades, el fraude electoral, la confusión y el caos y las utilizan aprovechándose de la pobreza e ingenuidad de la población mas vulnerable. No le faltaba razón a Maquiavelo cuando afirmaba que ¨La política no tiene ninguna relación con la moral¨.

En varios países la estrategia está muy avanzada y ya se encuentran completamente sometidos a regímenes totalitarios. Los demás están en diferentes grados de avance. En estos todavía existen algunas alternativas defensivas basadas en la legalidad y en el derecho ciudadano de la voz, la insurrección y el voto.

Sin embargo, el éxito de estos esfuerzos dependerá del nivel de penetración que alcancen los incapaces morales, para lo cual utilizan la táctica de la confusión y el adormecimiento, mientras avanzan subterráneamente con su plan. Las poblaciones tienen que estar muy alertas y defender firmemente sus libertades a como de lugar.

A nivel mundial, los pocos países que se salvan de esta funesta crisis de moral tienen al menos tres factores en común:

  • EDUCACIÓN: Es la primera prioridad y sus índices PISA son muy altos.
  • MORAL: La población practica altos estándares de ética, civismo, disciplina y respeto.
  • PROPÓSITO: Sus gobiernos están enfocados en ¨Bienestar para la población y progreso para el país¨.

Como se puede apreciar, el sistema político y económico utilizado no es uno de los factores claves de éxito. Lo fundamental es quien lo ejecuta. Como apuntó el General francés Charles De Gaulle, ¨La política es un asunto muy serio como para dejarla sólo en manos de los políticos¨.

En pocas palabras, es necesario tener un buen plan estratégico, pero es más importante aún, contar con un equipo probo y profesional para que lo ejecute correcta, oportuna y transparentemente. Por este motivo la capacidad moral es la clave del éxito y lo contrario es el fracaso seguro.

En cuanto al modelo económico, el capitalismo es el que mejores resultados ha tenido en las últimas décadas. Sin embargo, en casi todos los países en que se implementó, se hizo de manera incompleta. Se enfocó en el crecimiento y el desarrollo, pero prácticamente se dejó de lado el complemento social y la sostenibilidad. Un gran error que se tendrá que revisar y reparar en el futuro.

En el otro frente, el sistema económico socialista/comunista ha fracasado rotundamente, sin excepción alguna, en todos los países en que se implementó o que se intentó hacerlo. En ellos, solo se generó mas pobreza, caos y destrucción.

Aquí se aplica perfectamente la famosa frase de Sir Winston Churchill, ¨El capitalismo distribuye desigualmente la prosperidad, mientras que el comunismo distribuye equitativamente la miseria¨

El caso de China, cuna del maoísmo, la doctrina tan amada y predicada por algunos políticos de nuestra región, es un claro reconocimiento del fracaso de su sistema económico. Actualmente mantienen el sistema político comunista, pero es uno de los países más agresivos en el uso del sistema económico capitalista. Esto los ha convertido en la segunda potencia económica del mundo.

Entonces, se hace muy difícil entender porque en nuestra región, los miembros del foro de Sao Paulo insisten en implementar un sistema económico fracasado que hasta uno de sus países símbolo lo han dejado de lado.

¿No será porque quieren conseguir el resultado que han conseguido los miembros de las cúpulas políticas de países como Cuba, Venezuela, Argentina, Bolivia y Nicaragua? Por eso no le falta razón al escritor brasileño Paulo Coelho, quien dice ¨Cuando un comunista dice que acabará con la pobreza, se refiere a la suya¨.

Concluyo con una reflexión que viene muy al caso y que sirve para aclarar de manera contundente el tema de la incapacidad moral:

¨Quien no tiene educación, incurre en incapacidad intelectual. Quien tiene problemas psiquiátricos, incurre en incapacidad mental. Quien tiene problemas serios de salud, incurre en incapacidad física. Pero quien no tiene ética, ni valores, incurre en incapacidad moral¨. Lampadia




El futuro de la tecnología en China

El futuro de la tecnología en China

El sector tecnológico jugó un rol importante en la guerra comercial EEUU-China y puso al descubierto la competitividad del gigante asiático en diversas ramas estratégicas de la cadena de valor de esta industria como los semiconductores (ver Lampadia: Las implicancias geopolíticas y económicas del enfrentamiento por los chips), así como en otras más dinámicas como el comercio electrónico, cuyo volumen de transacciones en territorio asiático al día de hoy sobrepasa largamente los observados en occidente.

¿Cómo China ha llegado a ostentar esta posición y que se espera en el futuro, dada la orientación política del régimen autocrático de Xi Jin Ping?

Un reciente artículo de The Economist que compartimos líneas abajo responde esta pregunta, haciendo énfasis sobre cómo, en recientes años, la regulación china ha empezado a direccionar el desarrollo de esta industria hacia los fines políticos del Partido Comunista, asfixiándola de regulaciones, sobretodo a las grandes empresas del rubro.

Interesante la visión de The Economist, pues si bien reconoce que el régimen chino hasta el momento ha podido “domar” exitosamente la innovación de este sector a su favor, considera que a largo plazo esto no es sostenible puesto que la destrucción creativa, como la denominó el famoso economista Schumpeter, fuerza que explica el éxito del capitalismo, implica que en lugar de propender la centralización de ideas como pretende el gobierno chino, se impulse el poder difuso, la competencia y la espontaneidad. Como ya hemos mencionado anteriormente (ver Lampadia: Explicando el éxito del capitalismoCómo la “destrucción creativa” impulsa la innovación y la prosperidad y El liberalismo se enfrentó a la tiranía), el pensamiento del economista Schumpeter, se centró en explicar una teoría del ciclo económico basado en la innovación, sobre la cual los empresarios, motivados por la perspectiva de ganancias monopólicas y sin mayores regulaciones gubernamentales – más allá del respeto del estado de derecho -, inventan y comercializan productos que superan sus antecesores. 

En ese sentido, siguiendo a Schumpeter, si China quiere seguir impulsando su hegemonía en esta industria tendrá que ofrecer mayor libertad y menos restricciones a sus emprendedores de todo tamaño, así como hizo con la apertura comercial de su economía a fines de los 70 con Deng Xiao Ping, y que de hecho explica buena parte de por qué este sector pudo avanzar rápidamente hasta los niveles en donde se encuentra hoy y a pesar de creciente intervencionismo del cual ha sido víctima en los últimos años.

Veamos el artículo de The Economist sobre el tema. Lampadia

Respuesta rebelde
El asalto de Xi Jinping a la tecnología cambiará la trayectoria de China

Es probable que resulte contraproducente

The Economist
14 de agosto de 2021
Traducida y comentada por Lampadia

De todos los logros de China en las últimas dos décadas, uno de los más impresionantes es el auge de su industria tecnológica. Alibaba alberga el doble de actividad de comercio electrónico que Amazon. Tencent ejecuta la súper aplicación más popular del mundo, con 1,200 millones de usuarios. La revolución tecnológica de China también ha ayudado a transformar sus perspectivas económicas a largo plazo en casa, al permitirle ir más allá de la fabricación a nuevos campos como la atención médica digital y la inteligencia artificial (IA). Además de impulsar la prosperidad de China, una industria tecnológica deslumbrante también podría ser la base para un desafío a la supremacía estadounidense.

Es por eso que el ataque del presidente Xi Jinping a la industria tecnológica de US$ 4 trillones de su país es tan sorprendente. Ha habido más de 50 acciones regulatorias contra decenas de empresas por una variedad vertiginosa de presuntos delitos, desde abusos antimonopolio hasta violaciones de datos. La amenaza de prohibiciones y multas gubernamentales ha pesado sobre los precios de las acciones, lo que les ha costado a los inversores alrededor de US$ 1 trillón.

El objetivo inmediato de Xi puede ser humillar a los magnates y dar a los reguladores más control sobre los mercados digitales rebeldes. Pero, como explicamos, la ambición más profunda del Partido Comunista es rediseñar la industria de acuerdo con su plan. Los autócratas de China esperan que esto agudice la ventaja tecnológica de su país al tiempo que impulsa la competencia y beneficia a los consumidores.

Es posible que la geopolítica también los esté estimulando. Las restricciones al acceso a componentes fabricados con tecnología estadounidense han persuadido a China de que necesita ser más autosuficiente en áreas críticas como los semiconductores. Dicha “tecnología dura” puede beneficiarse si la represión de las redes sociales, las empresas de juegos y similares conducen a ingenieros y programadores talentosos a su camino. Sin embargo, el asalto también es una apuesta gigante que puede terminar causando daños a largo plazo al crecimiento empresarial y económico.

Hace veinte años, China apenas parecía estar en el umbral de un milagro tecnológico. Silicon Valley descartó a pioneros como Alibaba como imitadores, hasta que se adelantaron en el comercio electrónico y los pagos digitales. Hoy, 73 empresas digitales chinas valen más de US$ 10,000 millones. La mayoría tiene inversores occidentales y ejecutivos con formación extranjera. Un ecosistema dinámico de capital de riesgo sigue produciendo nuevas estrellas. De los 160 “unicornios” de China (startups con un valor de más de 1,000 millones de dólares), la mitad están en campos como la inteligencia artificial, los macrodatos y la robótica.

En contraste con la guerra de Vladimir Putin contra los oligarcas de Rusia en la década de 2000, la represión de China no se trata de que los internos luchen por el botín. De hecho, se hace eco de las preocupaciones que motivan a los reguladores y políticos en Occidente: que los mercados digitales tienden a los monopolios y que las empresas de tecnología acumulan datos, abusan de los proveedores, explotan a los trabajadores y socavan la moral pública.

Se necesitaba una vigilancia más estricta. Cuando China se abrió, el partido mantuvo un control asfixiante sobre las finanzas, las telecomunicaciones y la energía, pero permitió que la tecnología se rindiera. Sus pioneros digitales utilizaron esta casi ausencia de regulación para crecer asombrosamente rápido. Didi, que proporciona transporte, tiene más usuarios que personas en EEUU.

Sin embargo, las grandes plataformas digitales también explotaron su libertad para pisotear a empresas más pequeñas. Impiden que los comerciantes vendan en más de una plataforma. Niegan los beneficios básicos a los conductores de reparto de comida y otros trabajadores de conciertos. El partido quiere poner fin a esta mala conducta. Es una ambición que apoyan muchos inversores.

La pregunta es ¿cómo? China está a punto de convertirse en un laboratorio de políticas en el que un estado inexplicable lucha con las empresas más grandes del mundo por el control de la infraestructura esencial del siglo XXI. Algunos datos, que el gobierno dice que son un “factor de producción”, como la tierra o el trabajo, pueden pasar a la propiedad pública. El estado puede imponer la interoperabilidad entre plataformas (para que, digamos, WeChat no pueda seguir bloqueando a sus rivales). Los algoritmos adictivos pueden controlarse de manera más rigurosa. Todo esto perjudicaría las ganancias, pero podría hacer que los mercados funcionen mejor.

Pero no se equivoquen, la represión de la tecnología rebelde de China también es una demostración del poder ilimitado del partido. En el pasado, sus prioridades a menudo eran víctimas de intereses creados, incluidos los corruptos, y se veía limitada por su necesidad de cortejar capital extranjero y crear empleo. Ahora el partido se siente envalentonado, emite nuevas reglas a un ritmo frenético y las hace cumplir con nuevo entusiasmo. La inmadurez regulatoria de China está a la vista. Solo unas 50 personas forman parte del personal de su principal agencia antimonopolio, pero pueden destruir modelos comerciales de un plumazo. Denegado el debido proceso, las empresas deben sonreír y soportarlo.

Los líderes de China han pasado décadas desafiando con éxito las conferencias occidentales sobre economía liberal. Pueden ver su represión contra la industria de la tecnología como un refinamiento de su política de capitalismo de estado: un plan para combinar prosperidad y control con el fin de mantener a China estable y al partido en el poder. De hecho, a medida que la población de China comienza a disminuir, el partido quiere aumentar la productividad a través de la dirección estatal, incluso mediante la automatización de fábricas y la formación de mega grupos urbanos.

Sin embargo, el intento de remodelar la tecnología china podría fácilmente salir mal. Es probable que levante sospechas en el extranjero, obstaculizando las ambiciones del país de vender servicios y establecer estándares tecnológicos globales en todo el mundo en el siglo XXI, como hizo Estados Unidos en el siglo XX. Cualquier freno al crecimiento se sentiría mucho más allá de las fronteras de China.

Un riesgo mayor es que la represión entorpezca el espíritu empresarial dentro de China. A medida que la economía pasa de la fabricación a los servicios, la toma de riesgos espontánea, respaldada por mercados de capital sofisticados, cobrará mayor importancia. Varios de los principales magnates tecnológicos de China se han retirado de sus empresas y de la vida pública. Los aspirantes se lo pensarán dos veces antes de intentar emularlos, sobre todo porque la represión ha aumentado el costo del capital.

Ralentización de la puesta en marcha

Las empresas de tecnología más grandes de China ahora cotizan con un descuento promedio del 26% por dólar de ventas en relación con las empresas estadounidenses. Las empresas emergentes, como los pececillos que toman el negocio de transporte compartido de Didi con aplicaciones de mapas, han estado mordisqueando los principales objetivos del gobierno. Lejos de sentirse envalentonados por la represión, es probable que se sientan expuestos. El desarrollo económico tiene que ver principalmente con la destrucción creativa. Los líderes autocráticos de China han demostrado que pueden manejar la destrucción. Sigue siendo muy dudoso que este tumulto tecnológico también fomente la creatividad. Lampadia




Cómo la “destrucción creativa” impulsa la innovación y la prosperidad

Cómo la “destrucción creativa” impulsa la innovación y la prosperidad

Esta defensa del capitalismo de Philippe Aghion y colaboradores también enfatiza la necesidad de regulación y de una red de seguridad social.

Líneas abajo glosamos un excelente artículo de Martin Wolf en el Financial Times, sobre el ‘Poder de la creación destructiva’, el término acuñado por el economista austríaco Joseph Schumpeter, para explicar la fuerza creativa del capitalismo.

Más allá de los enfoques ideológicos y de sus propias limitaciones y desviaciones, como cualquier creación humana, el capitalismo ha sido, sin duda, un motor extraordinario para el progreso de las sociedades donde se le dio espacio. Permitió la transformación de las sociedades de reyes y siervos en sociedades de empresarios y trabajadores, con los que pasamos de tener 90% de pobres, antes del capitalismo, a menos de 10% de pobres en los albores del siglo XXI.

En general en todo el mundo, y muy particularmente en el Perú, tendemos a culpar al capitalismo de todo lo que no funciona bien y de todo lo que nos falta crear en términos de bienestar.

Pero el sistema capitalista nos ha permitido pasar de modelos de la explotación laboral a las teorías y prácticas del ‘capitalismo consciente’, donde el obrero abusado es hoy un trabajador con amplios derechos y alta calidad de vida.

Lamentablemente, en los países pobres, como el Perú, las frustraciones y la política oportunista, generan el espacio para el cuestionamiento de todas las bases de la prosperidad y para evitar corregir y sumar. Esto lleva a grandes confusiones y a absurdos regulatorios que dañan a la mayoría de la población.

Veamos por ejemplo el tema de la estabilidad laboral absoluta y el fútbol:

¿Cual sería la suerte de un equipo de fútbol que tiene un defensa lateral que no está al nivel del resto del equipo, y genera, una y otra vez, derrotas que afectan al resto del equipo y a la afición, si el defensa tuviera estabilidad laboral y no pudiera ser cambiado por otro jugador?

Evidentemente, la protección del puesto del defensor llevaría al equipo a la derrota y hasta a la pérdida de la categoría. Por lo tanto, la defensa ha cambiado.

¿Por qué en una empresa tendría que ser diferente? Juzgue usted apreciado lector.

En estos casos, el buen capitalismo debería capacitar al trabajador para que pueda desempeñarse en otro deporte o en otra actividad. Así es como funciona un mercado laboral eficiente en los países donde se respeta la economía social de mercado, como en Dinamarca, donde lo importante es proteger al trabajador, no al puesto de trabajo. 

Veamos lo que dice Wolf sobre la ‘destrucción creativa’:

Martin Wolf
Comentarista jefe de economía de FT
Financial Times
11 de junio, 2021
Traducido y glosado por Lampadia

Alguien nacido en 1600 encontraría el mundo de 1800 bastante familiar. Pero alguien nacido en 1800 encontraría el mundo de hoy más allá de su capacidad de comprensión. ¿Qué explica esta transformación? La respuesta es: capitalismo de mercado.

En términos de “destrucción creativa”, China se clasifica como una economía de “puesta al día” en contraste con la economía de “frontera” de los EEUU.

¿Por qué el capitalismo de mercado ha demostrado ser tan dinámico? La respuesta es que contiene un poderoso motor de cambio. Eso no es solo libertad económica, aunque esto importa. Tampoco es ciencia y tecnología, aunque eso también importa. Es lo que el gran economista austríaco Joseph Schumpeter llamó “destrucción creativa”.

Philippe Aghion, profesor del Collège de France y de la London School of Economics, ha desarrollado una distinguida carrera al llevar el modelo de Schumpeter al riguroso mundo teórico y empírico de la economía moderna. En este importante libro, escrito con dos colaboradores, Céline Antonin y Simon Bunel, lleva su trabajo al público más amplio.

El poder de la destrucción creativa’, es lúcido, empíricamente fundamentado, amplio y bien argumentado. Como explican los autores, el modelo de crecimiento a través de la destrucción creativa tiene tres elementos.

  • En primer lugar, “la innovación y la difusión del conocimiento están en el centro del proceso de crecimiento”. El crecimiento es acumulativo, porque los innovadores de hoy están sobre los hombros de todos los científicos y tecnólogos que los precedieron.
  • En segundo lugar, los innovadores están motivados por la posibilidad de un monopolio lucrativo. Esas rentas deben protegerse mediante derechos de propiedad, incluidos los derechos sobre la propiedad intelectual.
  • Finalmente, la innovación amenaza a los incumbentes (empresas prevalecientes en el mercado), que lucharán por reprimirla. Así, “Por un lado, las rentas son necesarias para premiar la innovación; por otro lado, los innovadores de ayer no deben utilizar sus rentas para impedir nuevas innovaciones “. Una vez más, al evaluar el debate de hoy sobre por qué el crecimiento ha sido persistentemente decepcionante, los autores argumentan que una política de competencia que proteja a los participantes contra los operadores tradicionales es esencial.

Las nuevas empresas crean nuevos puestos de trabajo. Luego, muchas de estas empresas y empleos desaparecen. Pero cuanto más intenso es este proceso darwiniano, más rápido crece la economía.

Los autores también señalan la distinción entre economías de “puesta al día”, como China, y economías de frontera, como Estados Unidos. En el primero, el crecimiento se trata más de invertir en formas existentes de hacer las cosas. Pero las economías de frontera solo pueden crecer innovando. Si a los operadores tradicionales se les permite bloquear a los competidores, una economía de frontera está destinada a estancarse.

Por eso, la aparición de nuevos sectores industriales casi siempre significa la aparición de nuevas empresas. Por eso, una condición necesaria para la destrucción creativa es un sistema financiero capaz y dispuesto a invertir en nuevas empresas.

Los autores también argumentan que el impacto de la destrucción creativa es complejo. La competencia adicional estimula la innovación y la productividad en las empresas fronterizas, pero acaba con las más débiles. Las nuevas fortunas tienden a incrementar los ingresos más altos, empeorando ese aspecto de la desigualdad. Pero, señalan, esto es mucho mejor que la mayor desigualdad creada por el cabildeo dirigido a frustrar a los competidores.

El tipo correcto de innovación no sucederá sin la orientación de los incentivos, la regulación, el gasto público y la presión de la sociedad civil.

La globalización es otro tema controvertido. El libro concluye que la protección no es la respuesta correcta a una mayor competencia de las importaciones. La mejor respuesta es apoyar la innovación y así promover negocios nuevos y dinámicos sobre los más antiguos y no competitivos. Sin embargo, la aceptabilidad política de esto depende de la existencia de una red de seguridad que no esté vinculada a trabajos específicos.

Fundamentalmente, el éxito de la destrucción creativa depende de la existencia de un Estado eficaz, no corrupto, gobernado por la ley y que promueva la competencia. Esto solo es posible en una democracia constitucional, con una sociedad civil activa, instituciones independientes y medios de comunicación libres.

Tal Estado juega un papel central como estabilizador macroeconómico, subsidiario de la ciencia básica, promotor de la investigación y el desarrollo aplicados, inversor en nuevas tecnologías de riesgo, financiador de la educación y el seguro social, y promotor de la libre competencia.

Este es, en resumen, un análisis sutil de lo que ha hecho del capitalismo un sistema económico incomparablemente exitoso, pero también disruptivo. El éxito del sistema depende de lograr un equilibrio no solo entre la economía competitiva y la estabilidad social, sino también entre dejar que el capitalismo se desgarre y protegerlo de los capitalistas depredadores.

El mismo Schumpeter temía que el capitalismo pereciera. Hasta ahora, parece haberse equivocado. Otra posibilidad es que la democracia muera, ya que la plutocracia se alía con la demagogia. De cualquier manera, las civilizaciones de las democracias contemporáneas de altos ingresos perecerían. Al promover una mejor comprensión, este libro podría, con sabiduría y suerte, ayudarnos a evitar ese destino.




Es la burocracia, estúpido

Es la burocracia, estúpido

Los cambios de Constitución no resuelven los problemas socioeconómicos

“¿Tiene Chile un problema de desigualdad? Sí
¿Vas a resolver eso con una nueva Constitución? No”

Entrevista a Niall Ferguson
DF-MAS – Diario Financiero, Chile
Marcela Vélez-Plickert
Domingo 30 de mayo de 2021
Glosado por Lampadia

Los Think Tanks y los medios chilenos nos ayudan siempre a analizar fenómenos sociales y políticos que parecen hechos sobre el Perú.

En este caso reproducimos la entrevista al famoso historiador británico, Niall Ferguson, sobre el cambio de Constitución, que el considera irrelevante para corregir los problemas de Chile, especialmente en el tema de la desigualdad.

Cuando habla de la pandemia, Ferguson dice con toda claridad que el exceso de muertes y la falta de apoyo económico no es una muestra de las fallas del capitalismo. “La falla no fue del capitalismo, sino de la burocracia, en la mayoría de países. Sabemos que había una forma de enfrentar este virus, en maneras que no requerían interrupciones masivas. Eso hicieron en Taiwán. Eso hicieron en Corea del Sur. Pero en el resto del mundo fuimos muy lentos en reconocer lo que teníamos que hacer”.

Cuando el periodista pregunta que “a consecuencia de la pandemia ha crecido el apoyo a cambios de paradigmas económicos. Se cree que el Estado debe tener un mayor rol en la economía. De repente la deuda pública, el déficit fiscal, están bien. ¿Estamos sacando las lecciones correctas de la pandemia?”
Ferguson responde: “No, porque ya hemos recorrido ese camino antes, en el siglo XX, varias veces. Esto tuvo tres consecuencias: la primera fue económica, mayor deuda estaba asociada con inflación, y muchos impuestos tuvieron efectos distorsionantes; la segunda, fue política, porque un Estado más grande es más fácil de ser cooptado por grupos de poder, que se convierten en un desafío a las instituciones democráticas; y la tercera, es que resolver las dos anteriores era muy difícil y usualmente desestabilizador”.

“Pienso que hay un peligro en tratar de arreglar problemas que son realmente de administración pública, a través de un cambio constitucional. Uno de los problemas de Latinoamérica es que tiene demasiadas reformas constitucionales. Mientras, el eje definitorio de la política estadounidense es una Constitución que tiene casi 250 años. No creo que sea una buena idea eliminar la Constitución estadounidense, porque fue hecha en tiempos de esclavitud, y comenzar de nuevo; y todavía pienso que fundamentalmente no es una buena idea eliminar la Constitución chilena, porque fue hecha en dictadura, y comenzar de nuevo. Las reformas constitucionales no tienen un buen historial, especialmente en lo que se refiere (a resolver) problemas socioeconómicos”.

No dejemos de leer la entrevista a Ferguson:

En Doom, su último libro, Ferguson intenta una teoría de los desastres, como parte de su esfuerzo porque aprendamos de nuestros errores del pasado.

Por el contrario, afirma en esta entrevista, parecemos empeñados (también en Chile) en repetir ensayos fallidos del siglo XX.

En uno de los relatos más vívidos de lo que fueron las primeras semanas del manejo de la pandemia en Reino Unido, Dominic Cummings, exasesor del primer ministro Boris Johnson, confesó ante el parlamento que los miembros del comité de emergencia “Cobra” (Cabinet Office Briefing Room) “caminaban como zombies”. El relato coincide con una de las tesis que Niall Ferguson expone en Doom, The Politics of Catastrophe.

Ferguson acusa, con varios ejemplos, cómo la burocracia gubernamental simplemente no ha estado lista para reaccionar de forma adecuada a los desastres cuando llegan. En su último libro, el historiador escocés recurre a la economía, política, psicología y la teoría de redes para entender por qué somos tan malos para predecir desastres, prepararnos y, llegado el caso, reaccionar a ellos.

Este es el 16° libro de Ferguson, y fue escrito en medio de la pandemia. El texto está cargado de un sentido de urgencia, propio del desastre en que estamos (aún). Según el británico, uno de nuestros primeros errores -y esto se puede aplicar a todo tipo de desastres, también políticos- es que fallamos en aprender de la historia. ¿No es acaso algo que también está haciendo Chile? En entrevista con DF MAS, desde su casa en California, Ferguson cree que sí.

A consecuencia de la pandemia ha crecido el apoyo a cambios de paradigmas económicos. Se cree que el Estado debe tener un mayor rol en la economía. De repente la deuda pública, el déficit fiscal, están bien. ¿Estamos sacando las lecciones correctas de la pandemia?
No, porque ya hemos recorrido ese camino antes, en el siglo XX, varias veces. Esto tuvo tres consecuencias: la primera fue económica, mayor deuda estaba asociada con inflación, a menudo no siempre, y muchos impuestos tuvieron efectos distorsionantes; la segunda, fue política, porque un Estado más grande es más fácil de ser cooptado por grupos de poder, que se convierten en un desafío a las instituciones democráticas; y la tercera, es que resolver las dos anteriores era muy difícil y usualmente desestabilizador.

Chile tuvo una muy mala experiencia tratando de salir del paradigma de la izquierda extrema en los años ‘70, y eso llevó al otro extremo a una dictadura, y no fue el único país en esa experiencia. Parece un poco extraño querer repetir el siglo XX, como si esos errores no hubiesen pasado. Pero parece que es lo que estamos haciendo, porque tenemos corta memoria. (…)Es como pensar, esta es una crisis, no la desperdiciemos para expandir el gobierno en formas que habrían sido imposibles en circunstancias normales.

El argumento que se escucha en Chile y en otros países de Latinoamérica es que el exceso de muertes y la falta de apoyo económico es una muestra de la falla del capitalismo…
La falla no fue del capitalismo, sino de la burocracia, en la mayoría de países. Sabemos que había una forma de enfrentar este virus, en maneras que no requerían interrupciones masivas. Eso hicieron en Taiwán. Eso hicieron en Corea del Sur. Pero en el resto del mundo fuimos muy lentos en reconocer lo que teníamos que hacer. Tenemos que analizar dónde ocurrió el error, y fue en la burocracia de la salud pública. No veo cómo eso tiene que ver con capitalismo. En la práctica, el sector privado demostró su eficiencia en el desarrollo de las vacunas; y gracias a Dios los gobiernos no eran responsables de esto, porque habríamos tenido peores vacunas distribuidas más lentamente.

Ese es un buen ejemplo. Porque incluso teniendo logros como ese, de todas formas se argumenta que hay que cambiar de sistema, cuando la falla parece más bien de los gobiernos. Lo mismo pasó tras la crisis financiera. ¿No es solo una excusa?
Es una pereza intelectual, que usa el término capitalismo de forma totalmente imprecisa. Si queremos preguntar por qué el exceso de muertes es más alto en unos países que en otros, no podemos explicarlo con la palabra capitalismo. ¿No es Corea del Sur capitalista? Algunos países que lo hicieron muy bien tienen economías capitalistas y algunos países que lo hicieron muy mal son socialistas. Así que no parece una explicación. Así como no basta con culpar a populistas o primeros ministros, porque países con tecnócratas y liberales en el gobierno también lo hicieron muy mal. Tenemos que alejarnos de estas explicaciones simplistas, si queremos sacar las lecciones correctas de este desastre y asegurarnos de que nos preparamos mejor. De hecho, la parte de respuesta a la crisis que estuvo a cargo del sector privado funcionó mejor. La gente ha sido extremadamente crítica de las grandes farmacéuticas en los últimos años. Pero, sabes, estoy muy contento de que esas firmas fueron capaces de desarrollar en meses una vacuna con 95% de eficacia. China no tiene el mismo sistema económico, tiene un sector farmacéutico controlado por el Estado, y las vacunas chinas -y lo saben en Chile- tienen menor eficacia.

El proceso chileno

Ferguson es cuidadoso al hablar de Chile, porque dice que entre todos los temas que sigue (por lo que muestra en su último libro son muchos) no tiene el detalle del día a día político del país. Pero conoce de cerca este territorio, lo ha visitado varias veces en ciclos de charlas, el último de ellos en febrero 2019.

¿Cómo ve el país ahora en comparación al que visitó antes de las protestas?
-Es obvio que el eje político ha girado más a la izquierda. Esto comenzó antes de la pandemia, y ésta lo ha exacerbado. Una vez más estamos discutiendo un cambio constitucional. Pienso que hay un peligro en tratar de arreglar problemas que son realmente de administración pública, a través de un cambio constitucional. Uno de los problemas de Latinoamérica es que tiene demasiadas reformas constitucionales. Mientras, el eje definitorio de la política estadounidense es una Constitución que tiene casi 250 años. No creo que sea una buena idea eliminar la Constitución estadounidense, porque fue hecha en tiempos de esclavitud, y comenzar de nuevo; y todavía pienso que fundamentalmente no es una buena idea eliminar la Constitución chilena, porque fue hecha en dictadura, y comenzar de nuevo. Las reformas constitucionales no tienen un buen historial, especialmente en lo que se refiere (a resolver) problemas socioeconómicos.

Se sostiene que será una vía para resolver la desigualdad.
-¿Tiene Chile un problema de desigualdad? Sí, tiene una estructura muy desigual, es un mal país para nacer pobre. ¿Vas a resolver eso con una nueva Constitución? No. No es como resuelves ese problema. Es un error de categoría (de pensamiento). Tenemos una tendencia a ello. Por ejemplo, tenemos una pandemia, pero actuamos como si tuviéramos una crisis financiera.

Chile tiene un problema de desigualdad, pero actúa como si tuviera un problema constitucional.
Creo que vamos a perder una gran cantidad de tiempo en este proceso, y el resultado será que la desigualdad no se va a resolver. Este es un problema que tiene que ver con educación, con políticas sociales, con cómo diseñas entitlements, tiene que ver con un montón de cosas que las constituciones no pueden resolver.

Pero, ¿es la desigualdad la única explicación para este momento político? Porque yo he vivido en otros países de la región, y sí, Chile es desigual, pero el Estado funciona mejor, los estándares de vida son mejores que sus vecinos.
-Es un buen punto. La desigualdad en Chile es llamativa comparado con otros países de la OCDE, y eso te dice que Chile está más avanzado que otros países en Latinoamérica. Respecto a sus vecinos, no hay grandes diferencias. Creo que la política de Chile es clave en este giro (hacia la izquierda). Por un lado, la derecha ha perdido la iniciativa y el coraje de sus propias convicciones; y la izquierda, que ha sido muy poderosa en varias partes de la sociedad chilena, especialmente en el sistema educativo, está resucitando su narrativa sobre esta fantástica oportunidad que se perdió cuando Allende fue derrocado. Hay un problema de confusión histórica. La gente olvida lo disfuncional que fue el gobierno de Allende y por qué fue derrocado. Hay un mito sobre la dictadura que ignora, por las violaciones a los derechos humanos, que reestructuró la economía chilena de forma exitosa y luego permitió una transición pacífica a la democracia.
Puedo predecir, con bastante confianza, que si en el proceso de reescribir la Constitución se debilitan algunos de los fundamentos de la prosperidad chilena, en 10 años la situación será peor para los chilenos más pobres. Ese es el gran peligro, que soluciones que parecen estar motivadas por la igualdad o en el interés de los más pobres, no terminen haciendo otra cosa que más daño. Esa es mi preocupación.

Falta de cívica

No es solo la derecha. La socialdemocracia parece avergonzarse del rol que jugó en los últimos 30 años.
-Esa lectura es correcta. Hay muchos logros que defender. Hay razones por las cuales Chile se convirtió en el país más exitoso de Latinoamérica; y creo que es un gran error cuando comienzas a aceptar que “todo está mal” y “debemos comenzar de nuevo”. Hay que aprender de otras constituciones, pero también cómo funcionan en la práctica. Porque una cosa es ver un pedazo de papel, y otra la realidad. Si lees la Constitución de la Unión Soviética bajo Stalin, estarías impresionada, en el papel era todo tipo de cosas, libertades y representación. Pero nada de eso se tradujo a la realidad.

Puedo contestar desde ya a eso. La respuesta es que “Chile no es Venezuela”, por ejemplo. Que en Chile se harán mejor las cosas.
-Bueno, Venezuela también fue un país rico, el más rico de Latinoamérica. Argentina fue un país rico, hace 100 años. Latinoamérica está lleno de países con gran potencial, que no lograron aprovecharlo, en la mayoría de los casos, debido a sus políticos. Y cuando la política se transforma en un debate sobre la Constitución, lo considero casi una distracción de los verdaderos problemas en la sociedad. Corres el riesgo de romper lo que de hecho funciona, y ese es el peligro que veo en el caso chileno.

Ahora, no es solo en Chile. También lo vemos en Europa o Estados Unidos, donde está mal defender ciertas ideas, porque no son “políticamente correctas”.
-Eso puede atribuirse a lo que pasó en la educación en los últimos 20 años, donde las universidades en el mundo anglosajón, pero también en el mundo hispano, dieron un giro a la izquierda y los conservadores dejaron la academia. Los millennials y la generación Z tuvieron una educación de izquierda, no encontraron ideas conservadoras en la universidad, y algunos incluso en la escuela. Esa es una parte de la historia. La otra es que como la gente no está siendo educada en Cívica, como se le conoce en EEUU, no se les enseña la importancia de la libertad individual y libertad de expresión. Por eso, llegan muy rápidamente a la conclusión de que libertad de expresión es “hate speech”, y quieren parar a la gente que exprese argumentos que puedan molestar a una minoría. La gente en la izquierda no quiere participar del debate. Si has nacido en libertad, lo das por sentado, y entonces es fácil renunciar a ello. Si no te han enseñado acerca de la libertad, si no has leído sobre los regímenes totalitarios, porque nadie te enseñó, muy fácilmente puedes aceptar perderla, y cuando te das cuenta, usualmente es tarde para recuperarla.

¿Qué rol juega China en este cambio político? ¿No está acaso usando su soft power?
-Sí. Un ejemplo: es muy interesante que el ala progresista del Partido Demócrata está criticando a Joe Biden por su postura hacia China. Ilhan Omar, la congresista demócrata musulmana, se ha quejado de la “mentalidad de Guerra Fría” de la Casa Blanca, cuando China es el país que más está persiguiendo a los musulmanes. No, por el contrario, ella dice que debemos ser más amables con China. Son los “idiotas útiles”. Lo vimos en el siglo XX. Los soviéticos hicieron lo mismo.

Y ahora vemos a China como el defensor de la globalización, y del libre comercio…
-Y el cambio climático, cuando es el país con más emisiones.

Para entender mejor el mundo

Pregunto a Ferguson por los tres libros que se deberían leer para entender mejor la historia, para aprender de nuestros errores y no repetirlos. Acusando modestia, no recomienda ninguno de sus 16 títulos. Pero, War of the Worlds ofrece una mirada diferente al siglo XX, con sus guerras, pero también con su progreso económico. The Ascent of Money, publicado acertadamente previo a lo peor de la crisis financiera, nos conduce por la historia del dinero y los mercados financieros.

Insisto a Ferguson que escoja solo tres libros. Esta fue su respuesta:

  1. La historia de la revolución bolchevique (Russia under the Bolshevik Regime), de Richard Pipes. Es la mejor forma de entender cómo una revolución puede traicionar a la gente.
  2. Porque es una pieza maestra de la literatura, se debe leer aunque sea una parte de The History of the Decline and Fall of the Roman Empire, de Edward Gibbon. (El capítulo 43) sobre la plaga de Justiniano le resultará a los lectores extrañamente familiar.
  3. Un libro para entender mejor la historia es A Little History of the World (1935), de Ernst Gombrich. Debería haber un ejemplar en cada casa. Fue escrito en los años ‘30, pero sigue siendo el mejor.



El eclipse de las izquierdas que gobernaron en Europa

El eclipse de las izquierdas que gobernaron en Europa

Con sólo seis representantes entre los veintisiete, la socialdemocracia está en todas partes en declive.

Anne Rovan
Le Figaro, Francia

16/05/2021
Traducida y glosada por Lampadia

La izquierda sigue desapareciendo del gobierno en Europa. De los veintisiete, sólo seis líderes están etiquetados como socialdemócratas: el español Pedro Sánchez, el portugués Antonio Costa, la finlandesa Sanna Marin, la danesa Mette Frederiksen, el sueco Stefan Lefven y el maltes Robert Abela. En 2002, había trece, mientras que la UE tenía 15 Estados miembros.

Las sucesivas ampliaciones de la Unión no han hecho más que amplificar la tendencia. En oriente, los oscuros recuerdos del comunismo juegan como un repelente, con excepciones. Para Dominique Reynié, director general de Fondapol, la socialdemocracia no ha terminado de sufrir las consecuencias, arrinconada entre una izquierda radical que conserva, año tras año, una base sólida, y ecologistas en auge. “El debilitamiento no va a parar”, dice.

Las caídas de algunos partidos ya son espectaculares. En Grecia, el Pasok bajó del 44% a menos del 10% de los votos entre 2009 y 2019. La crisis de la deuda ha dado la vuelta a las cosas, en beneficio de Syriza y luego de la derecha, ahora en el poder. En Francia, el PS, que ocupó todos los poderes en 2012 -incluido el Senado- se ha vuelto marginal. En Alemania, los Verdes están en una posición fuerte para ganar las elecciones de septiembre, por delante de una CDU-CSU, desgastada por más de 15 años en los negocios y un SPD debilitado por años de cogestión

La tercera vía

Algunos partidos se resisten. Especialmente en Bélgica, donde el PS francófono sigue a la cabeza en la mitad sur del país. “Estamos experimentando las mismas tendencias que las observadas en Europa, pero en menor medida. Por el momento, no tenemos una derecha populista ni una derecha popular”, dice Paul Magnette, presidente del partido, que se esperaba que liderara el gobierno federal de Bélgica, antes de que ganara el liberal de habla neerlandesa Alexander De Croo.

El colapso del comunismo, el envejecimiento de la población y el agotamiento del modelo de Estado de bienestar, los errores estratégicos de los partidos, la falta de preparación ante los cambios futuros… Las razones del declive son profundas. El punto de inflexión de principios de la década de 1990 por una izquierda europea deseosa de tomar un tercer camino -liberal y reformista- liderado por Gerhard Schroeder, Tony Blair y Bill Clinton, pesó mucho en la deserción de algunos de los electores populares. “Cuando la izquierda se encontró frente a los profundos cambios del capitalismo, fue la resignación –pues anticipaba una correlación de fuerzas desfavorable- o la capitulación”, resume el eurodiputado Emmanuel Maurel, que cerró la puerta del PS en 2018 para sentarse en las filas de la Izquierda Unitaria Europea (GUE).

La crisis de Covid ha revivido parte de la doctrina económica de la izquierda europea y ha llevado a muchos líderes a promoverla. Reculando, Paul Magnette, todavía alcalde de Charleroi, se complace en no haber cedido a “los cantos de sirena de la izquierda brahmán”, como la llama el economista Thomas Piketty. “Somos uno de los únicos partidos que se ha resistido en Europa. Hemos mantenido a nuestro electorado popular, formado por trabajadores, las clases medias bajas y personas que viven en condiciones precarias. También hemos mantenido vínculos estructurados con los sindicatos”.

Paradójicamente, mientras la izquierda europea está en grandes dificultades, muchos en sus filas quieren creer en ella de nuevo. Porque la crisis de Covid ha revivido parte de su doctrina económica y ha llevado a muchos líderes a promoverla. Se trata ahora del retorno del poder público sobre el mercado, de la reindustrialización del continente y del libre comercio menos indiscriminado y más exigente. La cumbre social de Oporto, a la que asistieron recientemente los Veintisiete a petición de Antonio Costa, quiso enviar un fuerte mensaje político, sobre todo sobre el salario mínimo europeo. Queda por concretar…

Por el momento, las miradas giran hacia Joe Biden, ahora que el presidente estadounidense ha estado trabajando en un programa de redistribución de ingresos. Provocando el escepticismo de algunos europeos que, como el secretario de Estado para Asuntos Europeos, Clement Beaune, son irónicos sobre la galopante “Bidenmania”. “Biden hace creíble una política que los líderes de la derecha europea han estado abucheando durante años”, dice Emmanuel Maurel. “Si el mundo o la izquierda europea cita a Joe Biden como referencia es casi la señal del fin”, señala Dominique Reynié.

Ecología de derecha

¿Podría la izquierda aprovechar el regreso a la gracia de sus ideas para volver a la silla de montar? No es seguro. Porque los valores de la derecha en otros temas están ganando terreno inexorablemente entre los europeos, como lo demuestra una reciente encuesta de Cevipof realizada en cuatro democracias importantes: Francia, Alemania, el Reino Unido e Italia. En temas como la inmigración, el islam, la responsabilidad del individuo en el éxito personal o la libertad de empresa, la difusión de estos valores a simpatizantes de izquierda es evidente. En materia de inmigración, es más probable que estén más en favor de cerrar fronteras que de abrirlas o del statu quo, con la excepción de los partidarios del Partido Democrático Italiano. Sin embargo, los partidos de izquierda todavía no han pivotado en estos temas tabú, con la notable excepción de los socialdemócratas daneses que han virado en el tema de la inmigración en 2018, al igual que toda la clase de política.

Ya abrumada por la derecha en estos temas, la izquierda puede enfrentarse a una nueva competencia, esta vez de los Verdes. Porque en Europa empieza a surgir una ecología de derechas. En Austria, un país muy conservador, los Verdes han acordado gobernar con el canciller Sebastian Kurz, en una coalición cuyo programa es proteger el clima y las fronteras. En Alemania, los ecologistas también saben ser pragmáticos, particularmente aprovechando cuestiones de seguridad. En la familia ecologista, los tabúes comenzaron a caer. Lampadia




Los antídotos contra el patrimonialismo

Los antídotos contra el patrimonialismo

Jaime de Althaus
Para Lampadia

El concepto de “dominación patrimonialista” fue creado por Max Weber para designar monarquías en las que no se distingue la propiedad pública de la privada, en las que el rey hace uso de los bienes públicos como si fueran propios, y afianza su poder otorgando beneficios, monopolios, prebendas, licencias, etc. Y en las que no hay una burocracia formada por profesionales contratados por sus méritos, ni existe una planificación con arreglo a metas racionalmente sustentadas.[1]

Organizaciones patrimonialistas no resuelven problemas ni generan desarrollo; administran privilegios.  

Weber explica que el patrimonialismo no es compatible con el capitalismo, porque supone formas de propiedad y de disposición de bienes y privilegios que entorpecen o anulan el funcionamiento de los mercados. No hay leyes racionales en cuya duración pueda confiarse, por “el amplio ámbito del arbitrio de los actos discrecionales puramente personales del soberano y…por la tendencia connatural de todo patrimonialismo hacia una regulación de la economía” basada en ideales utilitarios, ético-sociales o ‘culturales’”. [2]

Guillermo O’Donnel observó que en nuestros Estados subsistían rasgos “neo patrimonialistas”. En el Perú, salvo en las islas de excelencia y en los sectores vinculados a la administración económica, esto es notorio. El caso de la Digemid, que hemos descrito, es casi un arquetipo, pero el patrimonialismo está presente en general en el sector salud, con médicos dueños de sus puestos en un sistema sin meritocracia organizado para trabajar pocas horas, desviar medicamentos y derivar pacientes a los consultorios privados, lo que explica por qué, habiendo multiplicado ese sector su presupuesto por 7 en términos reales en los últimos 20 años, los servicios no mejoraron ni de lejos en la misma proporción.

En Educación, jefes de Ugel o directores pueden operar como dueños de su pequeño feudo burocrático cuando venden cambios de localidad o licencias laborales o contratos. Y hemos visto cómo la Policía y el Poder Judicial son también organizaciones semi patrimonialistas basadas no en meritocracia y cumplimiento de metas sino en relaciones personales de amistad, promoción, compadrazgo o parentesco que pueden derivar en redes de corrupción interna.[3]

Los gobiernos subnacionales, por su parte, suelen ser verdaderos paraísos patrimonialistas. El alcalde electo se convierte inmediatamente en un autócrata que usa los recursos municipales como si fueran propios, despide a los técnicos de la gestión anterior y coloca a sus amistades o parientes en los puestos clave sin concurso público. Esto le permite la complicidad en el otorgamiento discrecional de licencias, concesiones u otros beneficios para conformar una clientela y una red de apoyo y enriquecimiento mutuo, y que explican la ineficacia en el ordenamiento del transporte, del comercio ambulatorio, bares y discotecas, invasiones, etc., es decir, el funcionamiento caótico de las ciudades, que no se regulan de acuerdo a un plan sino a la lógica de las reciprocidades patrimonialistas.[4]

Para no hablar de gestión de la obra pública, multiplicada por el trasvase de la inversión pública del gobierno central a los locales y regionales en los últimos 25 años, y en pleno crecimiento económico. Verdaderos botines presupuestales que hay que asaltar.[5]

Hay raíces sociológicas e históricas para todo esto. En el caso de los gobiernos locales más pequeños, las relaciones de parentesco y reciprocidad de las familias campesinas se trasladan a la gestión municipal[6] que, por añadidura, maneja recursos que no son recaudados localmente sino transferidos desde el gobierno central, lo que determina que no exista una base de ciudadanos contribuyentes que fiscalicen el gasto municipal. Hay allí una reproducción a la inversa y malamente reparadora de la falla de origen del Estado peruano, que en el virreinato estuvo organizado para la extracción de recursos, no para servir a la población. El Estado virreinal era patrimonialista por definición.

Juega aquí también el proceso migratorio a las ciudades que, al decir de Juan Yamamoto,[7] expuso a los migrantes a relaciones de discriminación -incluso por migrantes más antiguos-, lo que rompió los valores tradicionales llevándolos a desarrollar conductas aprovechadoras o ventajistas para obtener un reconocimiento espurio. De allí la compra de títulos universitarios falsos para ingresar al Estado no por verdadero concurso sino por vinculación con algún funcionario de cuya argolla tendrá que formar parte para medrar. Y de allí la eventual lucha de argollas o mafias dentro de algunas entidades.

El otro mecanismo es la captura de entidades por grupos de interés o gremios profesionales, como el caso de la Digemid que mencionáramos antes. O Salud y Educación.

Por supuesto, ha sido perfectamente funcional a esos condicionamientos la ideología de la estabilidad laboral, que consagra la propiedad del puesto de trabajo. Pese a que se trata de servidores pagados por todos los peruanos, ingresan y permanecen por vara y privilegio legal, no por mérito.

El mejor antídoto contra el patrimonialismo es la profundización social del mercado libre, y la meritocracia en el Estado. Son lo mismo. La libre competencia en el mercado es esencialmente meritocrática: gana más el que trabaja más y mejor. La libertad económica supone la eliminación de la discrecionalidad burocrática. El patrimonialismo se vuelve inocuo si carece de discrecionalidad. Una burocracia profesional basada en el mérito se orienta no a trabar la actividad sino a facilitarla y resolver problemas. De eso depende su ascenso, remuneración y permanencia.  

De hecho, en la década del 90 el Perú avanzó de manera importante en la despatrimonialización del Estado en todo lo relativo a la regulación de los mercados y la administración económica (aunque el manejo de la Inteligencia y las FF.AA. fue típicamente patrimonialista). La liberalización de la economía fue un avance sustancial pues redujo la discrecionalidad de los funcionarios al mínimo y dictó normas universales que no diferenciaban beneficios para no fomentar el mercado de compra de beneficios o ventajas.  Eliminó, en buena cuenta, el mercantilismo, que es la forma que adopta la administración de la economía en los estados neo-patrimonialistas. En la medida en que ya no era necesario pedirle permiso a un burócrata para actuar, la corrupción derivada de la administración de la economía disminuyó. Una economía libre, sin peajes, es una economía libre de corrupción.[8]

Como parte de ese esquema se crearon o refundaron organismos reguladores que funcionaron con principios técnicos y racionales, y algunos ministerios y organismos de lucha contra la pobreza pasaron a organizarse de la misma manera. Fueron las llamadas “islas de excelencia”. El Estado patrimonialista se refugió, sin embargo, en las áreas donde el funcionario todavía decide o brinda servicios: en la justicia, en las licencias municipales, en los medicamentos, en la salud y la educación y, naturalmente, en las compras estatales y la obra pública. Y a partir de cierto momento, movilizado por gremios o grupos de interés, empezó a recuperar poder discrecional incluso en los temas económicos. Por eso venimos creciendo poco en los últimos años y la pobreza incluso se incrementó el 2017. Lampadia

[1] Ver Weber, Max, 1969 (1922: primera edición en alemán) Economía y Sociedad, FCE, México, pp 173-193

[2] Op Cit, P. 192

[3] Ver De Althaus, Jaime, 2016: La Gran Reforme de la Seguridad y la Justicia, Planeta

[4] Ver Reyna Arauco, Gustavo,   2010    “Cultura Política y Gobernabilidad en un Espacio Local”, en               Gonzalo Portocarrero, Juan Carlos Ubilluz y Victor Vich editores, Cultura Política en el Perú.

[5] Ver: De Althaus, Jaime: La Promesa de la Democracia, Planeta 2011

[6] Ver Huber, Ludwig:

2007 Hacia una interpretación antropológica de la corrupción”, en  la revista “Economía y Sociedad” número 66, CIES, diciembre

 2008ª  “La representación indígena en municipalidades peruanas: tres  estudios de caso”. En Romeo Grompone, Raul Hernández y Ludwig Huber, Ejercicio del gobierno local en los ámbitos  rurales: Presupuesto, desarrollo e identidad. Lima, IEP.

 2008b  Romper la Mano: una interpretación cultural de la corrupción, Proética, IEP,

[7] Ver: Yamamoto, Jorge: La Gran estafa de la Felicidad”, Paidos 2019. También presentación TED. 

[8] Ver De Althaus Jaime, Op.Cit




Control de precios e intervencionismo

Control de precios e intervencionismo

En los últimos días, a raíz de la crisis sanitaria y socio económica producida por el coronavirus, se ha vuelto a especular sobre la posibilidad de controlar algunos precios.

Esto con el liderazgo del propio Indecopi, llamado a velar por el mantenimiento de una economía sana.

Pues, como puede leerse líneas abajo, en el artículo que publicamos hace un par de años, el intervencionismo de la economía y el control de precios producen efectos contrarios a lo buscado, solo se genera escasez y finalmente el aumento de los precios.

Es un error gravísimo, que es fácil de cometer, pero muy difícil de enmendar. No debemos ir nunca por ese camino.

Del ‘ogro filantrópico` o la ‘mano negra’
Cuando el Estado interviene en los mercados se cae en abismos

Publicado en Lampadia
07/05/2018

Ver artículo sin glosas: https://lampadia.com/analisis/economia/cuando-el-estado-interviene-en-los-mercados-se-cae-en-abismos/

De cómo una intervención en contra del mercado avanza hasta destruir la economía de mercado y desbaratar la producción de bienes y servicios.

Las políticas públicas y las decisiones económicas son el espacio de encuentro y desencuentro de la falta de miras, el cortoplacismo y las buenas intenciones, con la cruda realidad determinada por miles de agentes económicos, personas, empresas e instituciones, que responden a incentivos y oportunidades, y no a normas y regulaciones que interfieren en los mercados.

Líneas abajo compartimos una brillante presentación de Ludwig von Mises, de mayo de 1950, que explica con una gran sencillez, cómo las decisiones de gobierno sobre los mercados, así estén inspiradas en buenas intenciones, pueden desencadenar una serie creciente de regulaciones (cada una para remediar el problema ocasionado por la anterior) que terminan conduciendo al Estado a hacerse de capacidades que sustituyen las funciones del mercado y llevan a las economías a disminuir la inversión, la producción, y el bienestar general.

Este tipo de normas terminan produciendo efectos contrarios a sus enunciados y a sus propósitos. En Lampadia desarrollamos, hace algún tiempo, una sección llamada: ‘Normas-contra-propósito’. Lamentablemente, tal como explica von Mises, en el Perú, este tipo de decisiones de gobierno se siguen multiplicando todos los días, al punto de haber intervenido en nuestro novel mercado de principios de siglo y haber creado una costra de normas, instancias, y enfoques burocráticos que, en esencia, han lisiado a nuestra economía de mercado y hecho tortuosos los espacios de innovación, creatividad e inversión.

(…)

Nuestro Congreso genera normas de este tipo todos los días. Ojalá nuestros lectores nos traigan más ejemplos. Pero ahora, los invitamos a iluminarse con la sabiduría de Ludwig von Mises:

Las políticas públicas de la tercera vía conducen al socialismo

(Primera parte)
Ludwig von Mises
Traducido y Glosado por Lampadia

Middle-of-the-Road Policy Leads to Socialism

Esta disertación se presentó en el University Club de Nueva York, el 18 de abril de 1950.
Mises Daily Articles, Mises Institute, Austrian Economics, Freedom and Peace, 12 de febrero, 2006.

(…)

De cómo el control de precios conduce al socialismo

El gobierno cree que el precio de un bien definido, por ejemplo, la leche, es demasiado alto. Quiere hacer lo posible para que los pobres les den más leche a sus hijos. Por lo tanto, recurre a un precio tope y fija el precio de la leche en un nivel menor que el que prevalece en el mercado libre.

El resultado es que los productores marginales de leche, aquellos que producen al costo más alto, incurren en pérdidas. Como ningún agricultor o empresario individual puede seguir produciendo a pérdida, estos productores marginales dejan de producir y vender leche en el mercado. Utilizarán sus vacas y sus habilidades para otros fines más rentables. Por ejemplo, producirán mantequilla, queso o carne.

Por lo tanto, habrá menos leche disponible para los consumidores, no más. Esto, desde luego, es contrario a las intenciones del gobierno. Que quería que sea más fácil para algunas personas comprar más leche. Pero, como resultado de esta interferencia, la oferta disponible disminuye. La medida se prueba como abortiva desde el punto de vista preciso del gobierno y de los grupos que pretendía favorecer. Produce un estado de cosas que desde el punto de vista del gobierno, es aún menos deseable que el estado previo de cosas, que estaba destinado a mejorar.

Ahora, el gobierno enfrenta una alternativa. Puede derogar su decreto y abstenerse de cualquier esfuerzo adicional para controlar el precio de la leche. Pero si insiste en su intención de mantener el precio de la leche por debajo del que el mercado libre habría determinado, no obstante, evitar una caída en el suministro de leche, debe entonces, tratar de eliminar las causas que hacen que el negocio de los productores marginales no sea rentable. Debe añadir, al primer decreto relacionado solo al precio de la leche, un segundo decreto que fija los precios de los insumos necesarios para la producción de leche, en un nivel tan bajo que los productores marginales de leche no sufran más pérdidas y, por lo tanto, se abstengan de restringir su oferta.

Pero luego, la misma historia se repite en un plano más remoto. El suministro de los insumos requeridos para la producción de leche cae, y nuevamente el gobierno está de vuelta donde comenzó. Si no quiere admitir la derrota y abstenerse de cualquier intervención en los precios, debe ir más allá y fijar los precios de los insumos necesarios para la producción de los insumos necesarios para la producción de leche.

Por lo tanto, el gobierno se ve obligado a ir cada vez más lejos, fijando paso a paso los precios de todos los bienes de consumo y de todos los factores de producción, tanto laborales como materiales, y a ordenar, a cada empresario y a cada trabajador, que sigan trabajando con esos precios y salarios. Ninguna rama de la industria puede dejarse de lado, de esta fijación general de precios y salarios, y de la obligación de producir aquellas cantidades que el gobierno quiere ver producidas. Si algunas ramas industriales se dejan libres, por el hecho de que solo producen bienes calificados como no vitales o incluso como lujosos, el capital y el trabajo tenderían a fluir hacia ellos y el resultado sería una caída en el suministro de aquellos bienes, cuyos precios ha fijado el gobierno precisamente porque los considera indispensables para la satisfacción de las necesidades de las masas.

Pero cuando se alcanza este estado de control general de las empresas, ya no puede haber ningún tipo de economía de mercado. Los compradores, mediante su decisión de comprar o abstenerse comprar, ya no determinan qué se debe producir y cómo. La capacidad de decidir recae en el gobierno. Esto ya no es capitalismo: es una planificación integral por parte del gobierno, es el socialismo. Lampadia




La hoz y el martillazo

La hoz y el martillazo

Mario Ghibellini
El Comercio, 25 de abril de 2020

Al amparo de la emergencia, los socialistas quieren imponer lo que nunca lograron ganar en las urnas o el debate académico.

“El capitalismo, desde luego, no ha acabado con los problemas en el mundo. Y probablemente nunca lo hará. Pero ha producido más bienestar y
mejora de la calidad de vida de los habitantes del planeta que el socialismo y todas sus versiones embozadas”. (Ilustración: Rolando Pinillos Romero)

“El mundo nunca volverá a ser lo que era”, repiten los partidarios del intervencionismo económico y la ingeniería social, y se frotan las manos. Creen o sienten que, con la epidemia del COVID-19, una especie de castigo divino se ha abatido sobre una humanidad en la que el impulso por procurarse bienestar sobre la base del esfuerzo individual y la competencia había ganado misteriosamente la batalla ideológica, y que ahora, en medio de la necesidad y el miedo, les ha llegado la hora de imponer sobre el resto un modelo de sociedad que han acariciado durante décadas, ocultos bajo los ladrillos que les cayeron encima cuando se derrumbó el Muro de Berlín.

Porque con el desmoronamiento de la Cortina de Hierro no solo se vino abajo un sistema político –el de las tiranías estalinistas y el Estado policíaco–, sino, sobre todo, una concepción de la economía. Aquella en la que los burócratas iluminados podían supuestamente asignar recursos mejor que el mercado, dictar precios y programar qué es lo que hacía falta producir y en qué cantidad para que todos fueran felices. La dictadura, en realidad, era el régimen indispensable para que esa concepción de la economía, empobrecedora y más favorecedora de la corrupción que cualquier otra, continuara dominando esos países. Y de hecho lo sigue siendo en los lugares donde ese delirio sigue impidiéndole a la gente buscar un camino para salir de la miseria: Cuba, Venezuela, Corea del Norte.

Los representantes de esa forma de pensamiento en el Perú tratan de marcar distancias frente a esos deplorables fenómenos políticos, pero son los mismos que –si tienen edad suficiente– actuaron en su momento como si la Primavera de Praga hubiese sido el nombre de unos juegos florales en la antigua Checoslovaquia o la Revolución Cultural, el de una campaña de alfabetización en la China de Mao. Y si son muy jóvenes para ello, se ponen a tartamudear cuando les preguntan si el gobierno de Nicolás Maduro es una dictadura.

“Nosotros creemos en el mercado pero…”, dicen. Y si uno analiza todo lo que colocan después de ese ‘pero’, descubre que es exactamente aquello que socava sus bases. Existen también, por supuesto, los que, víctimas de un aturdimiento cognitivo, creen que creen en el mercado. Pero en última instancia, acaban acompañando el esfuerzo de los primeros por deslizar una hoz sobre la libertad económica después de cada martillazo al que la lucha contra el coronavirus obliga al gobierno.

–Afán de locro–

¡Impuesto a la riqueza! ¡Control de precios contra la especulación! ¡Regulación de las pensiones en la educación privada! ¡Topes a las tasas de interés bancarias y a los alquileres que cobran los rentistas! ¡Abajo la suspensión perfecta de labores! Esos y otros semejantes son sus gritos de guerra. Gritos de guerra que, como todos, están provocados por alguna furia ancestral, y no por un razonamiento lógico.

Si hicieran el cálculo de lo que se ganaría y se perdería para la economía en general –y en esa medida, para la sociedad en su conjunto– con esas iniciativas, llegarían a conclusiones que les arruinarían el fuego revolucionario en el que hoy sienten que se doran. Y entonces no se los puede perturbar sugiriéndoles que lo hagan.

No les interesa saber qué es lo que realmente se podría hacer con un impuesto adicional a los ingresos (el presidente del Consejo de Ministros, Vicente Zeballos, ha aclarado que esa sería la forma que adoptaría el presunto “impuesto a la riqueza”). Lo que en el fondo persiguen es ‘castigar’ la riqueza misma, que consideran pecaminosa porque siguen creyendo que se consigue a costa de la pobreza de otros.

Les parece que está bien juntar lo suficiente como para comer cada día, pero no acumular ganancias como para labrarse una situación de abundancia o lujo. Consienten, digamos, el afán de locro, pero no el de lucro. No han entendido todavía que en la búsqueda del propio bienestar se ocasiona –deliberadamente o no– el ajeno. “La riqueza de las naciones” 101.

Miran para otro lado cuando alguien les hace notar que el problema no está en el ‘modelo económico’ –un chiste que merecería una columna aparte– que le permitió al Estado Peruano desarrollar las espaldas fiscales que hoy le sirven para paliar los estragos de la emergencia en tantas familias pobres, sino en la incompetencia de los responsables de que se echaran por la borda más de 4.000 millones de dólares en el supuesto reacondicionamiento de la refinería de Talara en lugar de destinarlos al sector Salud. O cuando se les señala que ese mismísimo sector dejó de ejecutar el año pasado el 42% de su presupuesto (1.500 millones de soles) para “adquisición de activos no financieros”.

Son, como dijo recientemente un filósofo contemporáneo, “inmunes a la data”. Los desvela únicamente la posibilidad de imponer, al amparo de la emergencia, lo que nunca pudieron ganar en las urnas o en el debate académico.

¿Quiénes son específicamente? No importa. Todos los podemos reconocer cuando chapan micro en los medios o en el Congreso. Además, ¿para qué individualizarlos si lo que los atolondra es el colectivismo?

–Pregunta para chapulines–

El capitalismo, desde luego, no ha acabado con los problemas en el mundo. Y probablemente nunca lo hará. Pero ha producido más bienestar y mejora de la calidad de vida de los habitantes del planeta que el socialismo y todas sus versiones embozadas. No conviene olvidarlo.

Cuando toda esta pesadilla haya pasado –y lo hará–, la pregunta esencial seguirá siendo: si levantamos la alambrada entre Corea del Norte y Corea del Sur, ¿para qué lado creen que correrá la gente?




Estado y capitalismo poco inclusivos impiden dar batalla al coronavirus

Estado y capitalismo poco inclusivos impiden dar batalla al coronavirus

Jaime de Althaus
Para Lampadia

Es notorio como las debilidades que nos impiden dar respuestas más eficientes a la pandemia tienen todas que ver con la falta de inclusión social, legal y financiera de las mayorías. No tenemos un Estado ni un capitalismo inclusivos.

Los bonos no llegan a todos

Veamos, por ejemplo, el reparto de los bonos. Luego de más de tres semanas, solo se ha podido alcanzar a los 2/3 de los beneficiarios, provocando además aglomeraciones y colas inmensas en los bancos. Lo que se delata allí es la falta de inclusión financiera -no más de un 40% cuentas o tarjetas de crédito o débito- y de difusión de la billetera electrónica (BIM), para que los pagos se puedan hacer por celular.

Más profundamente aun, lo que se delata es la falta de inclusión económica, legal. Es decir, la informalidad. Hay mucha gente que no es detectada y queda fuera de los padrones de ayuda. La informalidad es exclusión de la legalidad, invisibilidad. Y esto se debe a una legalidad o formalidad demasiado onerosa y engorrosa que la baja productividad de los informales no puede solventar. Incluso formales mas productivos no pueden pagar la cantidad de gente y recursos que necesitan para cumplir con todas las regulaciones laborales, municipales y sectoriales. El sistema es excluyente.

Entonces tiene que colocarse en la agenda nacional la necesidad imperiosa de reducir el costo de la formalidad para hacerla incluyente. Eso significa aplicar Análisis de Impacto regulatorio (RIA) a todas las normas existentes y por venir de los sectores clave de la economía, y reducir los trámites de manera drástica mediante análisis de calidad regulatoria (ACR) efectivos y tupas estandarizados para las licencias de construcción y funcionamiento en los municipios. También para acelerar la recuperación pasada la cuarentena.

Cuarentena es inviable en sectores populares

La propia cuarentena es inviable cuando la mayoría vive en el día a día, un 35% carece de refrigeradora y muchos viven hacinados en viviendas de una sola habitación. Es indispensable, como diría Hernando de Soto, reconocer derechos económicos. Porque esas familias, pese a su precariedad, tienen capital, pero no está titulado o el título no se usa. Se necesita un movimiento de pinzas, que incluya el fortalecimiento de los derechos de propiedad y políticas de inclusión financiera, para impulsar esos sectores. La repartición del bono debería permitir abrir cuentas a todos en los bancos. 

Se requiere que las microempresas se puedan formalizar y crecer. Eso demanda también una reforma tributaria que elimine los regímenes especiales para ir a uno solo gradual y progresivo que elimine los saltos mortales que desalientan el crecimiento formal. Es decir, un sistema tributario inclusivo y promotor. Y lo mismo en el campo laboral.

Empresas no se pueden adaptar debido a reglas laborales

Pues para que las microempresas se puedan formalizar y crecer, y para que las formales puedan dar más empleo formal, necesitamos también reglas laborales mucho más flexibles. Y la gran limitación de la estrategia económica para enfrentar el coronavirus consiste en que las empresas formales no se pueden adaptar a la situación debido a la rigidez de las normas laborales. Corren el riesgo, entonces, de quebrar. La flexibilidad laboral es indispensable no para despedir, sino, al contrario, para no perder empleos. Si no la hay, mueren Sansón y los filisteos. Sin empresa, no hay empleo. Es algo que el gobierno no entiende. Y su falta de entendimiento está causando un daño irreparable a la economía y al empleo.

La débil salud Pública

Por supuesto, la salud Pública ha mostrado su gran falencia en esta batalla. Sin un buen servicio público de Salud, no hay inclusión social. Es mucho mejor que lo que teníamos hace 30 años, cuando colapsó por completo, pero es claramente insuficiente y corrupto. Se requiere poner en agenda el tema de la reforma de la salud, que no es sencillo porque implica un sistema de pagos por resultados, rendimientos y jornada laboral de los médicos que sin duda afectará el statu quo. El acuerdo no será fácil. 

La pésima gestión del agua

La otra gran limitación para una lucha efectiva contra la propagación del virus, es que más de 6 millones de peruanos carecen de agua potable en sus casas y una cantidad aun mayor la tiene de manera intermitente. Entonces el lavado de manos con jabón, pieza vital, es impracticable o esporádico. Esto pone de relieve la necesidad de abordar de una vez por todas la reforma y concesión de las empresas municipales de saneamiento, que adolecen de una gestión paupérrima y son saco roto en el que se pierden los 5 mil millones anuales que gasta el Estado en programas de agua y desagüe. Aquí también se requiere tomar decisiones que pueden encontrar resistencia, pero hay que hacerlo.

Razón vs. populismo

Todas estas son decisiones lógicas, racionales, que deben ser gestionadas políticamente, acordadas, lo que se puede complicar en un año electoral. Pues mientras las soluciones técnicas para lograr un Estado y un capitalismo más inclusivos que nos permitan salir rápidamente de la crisis y estar preparados para eventos futuros apuntan en una dirección, las ofertas electorales en un contexto de angustia social pueden apuntar en el sentido contrario, agravando, mediante propuestas populistas o autoritarias, los males que queremos remediar.

Por eso es importante ir planteando los temas que deberían ocupar la agenda nacional ya desde este momento. Lampadia




Los retos de los CEO en esta nueva era

Los retos de los CEO en esta nueva era

Los cambios en las organizaciones en EEUU producto de diversos factores como el cambio en la estructura de sus inversiones hacia bienes intangibles, la presencia de economías colaborativas y la aparición cada vez más creciente de políticos e importantes segmentos de la sociedad civil que piden mayor preocupación por temas sociales y ambientales, están suscitando grandes retos para los tomadores de decisión de la alta gerencia.

Lo que antes se mantenía bajo control gracias a la previsibilidad de los movimientos del factor trabajo y capital al interior de la empresa, permitía centrar los esfuerzos de la gerencia general en un único objetivo: la creación de valor y el consecuente incremento del patrimonio de los accionistas. Hoy en día, el contexto anteriormente descrito, exige nuevas habilidades y destrezas hacia los empresarios. Ello lo ilustra muy bien un reciente artículo de The Economist que compartimos líneas abajo.

Del presente artículo queremos destacar la valiosa lección que les deja The Economist a los futuros CEO sobre reconocer la importancia de tener una visión de la empresa ya no únicamente como generadora de riqueza para sus dueños, sino también de bienestar para toda la sociedad beneficiaria de las cadenas productivas que engloba su actividad. La difusión de esta nueva corriente denominada capitalismo de “stakeholders”, de la cual nos hemos extendido anteriomente en numerosas oportunidades (ver Lampadia: ¿Qué tipo de capitalismo queremos?), es clave en esta nueva era de constantes ataques al modelo económico capitalista y a la misma globalización. Que los líderes de todo tamaño de empresa puedan emprender, en lo posible y dada su capacidad de inversión, iniciativas sociales y ambientales, es fundamental para acabar con las satanizaciones impregnadas en el debate público sobre la empresa privada, a pesar de ser la única fuente real de ingresos y empleo en las economías. Lampadia

Conoce al nuevo jefe
Lo que se necesita para ser un CEO en la década de 2020

Las reglas de gestión se están rompiendo. Los jefes necesitan adaptarse

The Economist
6 de febrero, 2020
Traducido y comentado por Lampadia

En el papel, esta es una edad de oro para los jefes. Los CEOS tienen un gran poder. Las 500 personas que dirigen las firmas más grandes de EEUU tienen más de 26 millones de empleados. Las ganancias son altas y la economía está ronroneando. La paga es fantástica: la mediana de esos CEOS es de US$ 13 millones al año. Sundar Pichai en Alphabet acaba de obtener un acuerdo por un valor de hasta US$ 246 millones para 2023. Los riesgos son tolerables: sus posibilidades de ser despedido o retirarse en cualquier año son aproximadamente del 10%. Los CEOs suelen salirse con la suya con una actuación terrible. En abril, Ginni Rometty se retirará de IBM después de ocho años en los que las acciones de Big Blue han seguido el mercado de valores en un 202%. Adam Neumann se drogó en aviones privados y perdió US$ 4,000 millones antes de ser expulsado de WeWork el año pasado. El único gran inconveniente son todas esas reuniones, que consumen dos tercios de las horas de trabajo del jefe típico.

Sin embargo, los CEO dicen que el trabajo se ha vuelto más difícil. La mayoría señala con el dedo a la “disrupción”, la idea de que la competencia es más intensa. Pero lo han estado diciendo por años. De hecho, la evidencia sugiere que, a medida que la economía de EEUU se ha vuelto más esclerótica, las grandes empresas han podido contar con grandes ganancias durante más tiempo. Sin embargo, los jefes tienen razón en que algo ha cambiado. La naturaleza del trabajo está siendo interrumpida. En particular, el mecanismo del CEO para ejercer el control sobre sus vastas empresas está fallando, y dónde y por qué operan las empresas está cambiando. Eso tiene grandes implicaciones para los negocios y para cualquiera que suba la escalera corporativa.

Pocos sujetos atraen más análisis vudú que la gerencia. Aun así, los estudios sugieren que la calidad del liderazgo de una empresa estadounidense explica aproximadamente el 15% de la variación en la rentabilidad. Pero las juntas y los cazadores de cabezas luchan por identificar quién hará un buen trabajo. Quizás como resultado, tienden a tomar decisiones conservadoras. Alrededor del 80% de los directores ejecutivos provienen de la empresa y más de la mitad son ingenieros o tienen MBA. La mayoría son blancos y masculinos, aunque eso está cambiando lentamente.

Esta pequeña élite enfrenta grandes cambios, comenzando por cómo controlan sus empresas. Desde que Alfred Sloan sacudió a General Motors en la década de 1920, la herramienta principal que los gerentes han ejercido es el control de la inversión física, un proceso conocido como asignación de capital. La firma y el CEO han tenido una jurisdicción clara sobre un conjunto definido de activos, personal, productos e información de propiedad. Piense en “Neutron” Jack Welch, quien dirigió General Electric entre 1981 y 2001, abriendo y cerrando plantas, comprando y vendiendo divisiones y controlando despiadadamente el flujo de capital.

Hoy, sin embargo, el 32% de las empresas en el S&P 500 de las grandes empresas estadounidenses invierten más en activos intangibles que físicos, y el 61% del valor de mercado del S&P 500 se encuentra en intangibles como investigación y desarrollo (I + D), clientes vinculados por efectos de red, marcas y datos. El vínculo entre el CEO que autoriza la inversión y la obtención de resultados es impredecible y opaco.

Mientras tanto, los límites de la empresa y la autoridad del CEO se están desdibujando. Los 4 millones de conductores de Uber no son empleados y tampoco lo son los millones de trabajadores en la cadena de suministro de Apple, pero son críticos para la misión. Las grandes empresas gastaron US$ 32,000 millones el año pasado en servicios en la nube de unos pocos proveedores poderosos. Las fábricas y oficinas tienen miles de millones de sensores que bombean información sensible a proveedores y clientes. Los mandos intermedios hablan de negocios en las redes sociales.

Incluso a medida que se redefine la autoridad del CEO, se está produciendo un cambio en el lugar donde operan las empresas. Generaciones de jefes han obedecido el llamado a “globalizarse”. Pero en la última década, la rentabilidad de la inversión multinacional en el extranjero se ha deteriorado, por lo que los retornos del capital son un insignificante 7%. Las tensiones comerciales significan que los CEO enfrentan la posibilidad de repatriar la actividad o rediseñar las cadenas de suministro. La mayoría acaba de comenzar a lidiar con esto.

El último cambio es sobre el propósito de la empresa. La ortodoxia ha sido que operan en interés de sus dueños. Pero la presión viene de arriba, ya que políticos como Bernie Sanders y Elizabeth Warren hacen un llamado a los CEO para favorecer más al personal, proveedores y clientes; y desde abajo, ya que tanto los clientes como los jóvenes trabajadores exigen que las empresas adopten una postura sobre los problemas sociales. Alphabet se ha enfrentado a continuas protestas del personal.

Los CEO están experimentando, con resultados decepcionantes. Reed Hastings en Netflix predica la autonomía radical. El personal decide sus gastos y prescinde de revisiones formales de desempeño, una idea que en la mayoría de las empresas causaría caos. Otros afirman su autoridad reviviendo el culto a la celebridad de los años ochenta. A veces funciona: Satya Nadella ha reconstruido Microsoft utilizando el “liderazgo empático”. A menudo no lo hace. La temporada de Neumann como el jefe de animales de WeWork terminó en un fiasco. Jeff Immelt, el ex jefe de General Electric, ha sido acusado de “teatro de éxito” al convertirse en una estrella del jet set ya que su flujo de caja cayó un 36%.

Deseosos de mostrar que están comprometidos, los jefes están analizando públicamente cuestiones como el aborto y el control de armas. El peligro es la hipocresía. El jefe de Goldman Sachs quiere “acelerar el progreso económico para todos”, pero enfrenta una gran multa por su papel en el escándalo de corrupción de 1MDB en Malasia. En agosto de 1811 CEOs estadounidenses se comprometieron a servir al personal, proveedores, comunidades y clientes, así como a los accionistas. Esta es una promesa, hecha durante una larga expansión económica, que no podrán cumplir. En una economía dinámica, algunas empresas tienen que reducir y eliminar trabajadores. Es una tontería fingir que no hay compensaciones. Mayores salarios y más efectivo para los proveedores significan menores ganancias o precios más altos para los consumidores.

El modelo de un CEO moderno

Entonces, ¿qué se necesita para ser un líder corporativo en la década de 2020? Cada empresa es diferente, pero aquellos que contratan a un CEO, o que aspiran a serlo, deberían valorar algunas cualidades. Dominar el juego complicado, creativo y más colaborativo de asignar capital intangible es esencial. Un CEO debe poder reunir los datos que fluyen entre las empresas y sus contrapartes, redistribuyendo quién obtiene ganancias y asume riesgos. Algunas empresas están por delante (Amazon monitorea 500 objetivos medibles), pero la mayoría de los CEO todavía están atrapados limpiando sus bandejas de entrada de correo electrónico a la medianoche. Por último, los jefes deben tener claro que una empresa debe funcionar en el interés a largo plazo de sus propietarios. Eso no significa ser crujiente o miope. Cualquier negocio sensato debería enfrentar los riesgos del cambio climático, por ejemplo. Significa evitar el avance de la misión. Los CEO en la década de 2020 tendrán sus manos llenas con su propia compañía, así que olvídate de intentar gobernar el mundo también. Y si, entre reuniones, encuentra tiempo para fumar marihuana a 40,000 pies, no se deje atrapar. Lampadia




Las críticas a la responsabilidad limitada

Las críticas a la responsabilidad limitada

La estructura societaria denominada “responsabilidad limitada” se ha constituido desde los tiempos de la Revolución Industrial, como uno de las instituciones impulsoras del crecimiento al alinear los incentivos de los inversionistas de tal forma que se limitan los riesgos, potenciando así la acumulación de capital en las empresas.

Sin embargo, y como hemos comentado anteriormente (ver Lampadia: Formas societarias, propensión a invertir y control de riesgos), existen ciertas críticas académicas hacia esta institución argumentando que su existencia incentiva la comisión de actos que pueden ser en desmedro del consumidor, puesto que los activos personales de los propietarios no estarían en riesgo de liquidarse ante la posible quiebra de una empresa.

En un contexto de creciente calentamiento global y de diversas controversias que involucran muertes en torno grandes empresas (como el reciente caso de Boeing), estas críticas ahora se han potenciado en los últimos años con  líderes políticos que inclusive han solicitado el retorno a la figura de “responsabilidad ilimitada” (ver Lampadia: El plan disruptivo de Warren). Un reciente artículo publicado por Project Syndicate, que compartimos líneas abajo, refleja uno de estos embates.

Al respecto de esta postura, estamos completamente en desacuerdo. En primer lugar, porque estas críticas de la responsabilidad limitada se circunscriben a las empresas grandes, desconociendo  los grandes beneficios que otorgan a las pequeñas y medianas empresas y a sus propietarios. De no existir esta protección, el alto nivel de riesgo al cual están expuestos estos empresarios y sus restricciones de financiamiento producto de su poco patrimonio, desincentivarían cualquiera de sus inversiones limitando su crecimiento y así el de toda la economía.  En países en vías de desarrollo como el Perú en donde el 95% de empresas son MYPEs, la forma de responsabilidad limitada es fundamental para seguir incentivando la inversión y el empleo en ellas.

En segundo lugar, en relación a las críticas de la “responsabilidad limitada” a las grandes empresas, estas tampoco toman en cuenta que el mismo mercado en los últimos años está valorando, y por ende penalizando, aquellas organizaciones cuyos CEO no se encuentran impulsando lo que se denomina como “capitalismo de stakeholders” (ver Lampadia: ¿Qué tipo de capitalismo queremos?). Esto ya se visualiza con especial foco en EEUU con los políticos y la sociedad civil quienes les exigen a las empresas un nuevo rol en la sociedad, de tal manera que genere bienestar social y ambiental en torno a consumidores, proveedores, y todo agente que se vea beneficiado directa e indirectamente de su actividad productiva.

En ese sentido, creemos que en vez de lapidar permanentemente la responsabilidad limitada, se debiera difundir más la implementación de esta nueva corriente de tal forma que el mismo mercado pueda forzar la aparición de buenas prácticas en las grandes empresas. Así, el empresario propendería iniciativas sociales y ambientales de forma orgánica sin desvirtuar sus derechos de propiedad. Lampadia

La responsabilidad limitada está causando un daño ilimitado

Katharina Pistor
Project Syndicate
5 de febrero, 2020 
Glosado por
Lampadia

NUEVA YORK – En un tuit reciente, Olivier Blanchard, ex economista jefe del Fondo Monetario Internacional, se preguntaba cómo podemos “tener tanta incertidumbre política y geopolítica y tan poca incertidumbre económica”. Se supone que los mercados miden y atribuyen riesgos; sin embargo, a las acciones de las empresas que contaminan, venden analgésicos adictivos y construyen aviones inseguros les está yendo bien. Lo mismo es válido para las corporaciones que enriquecen abiertamente a los accionistas, directores y funcionarios a costa de sus empleados, a muchos de los cuales les cuesta ganarse la vida y proteger sus planes de pensión. ¿Los mercados están equivocados o las señales de alarma sobre el cambio climático, las tensiones sociales y el descontento político, en realidad, son pistas falsas?

Un análisis más de cerca revela que el problema reside en los mercados. En las condiciones actuales, los mercados simplemente no pueden valorar el riesgo de manera adecuada, porque los participantes del mercado están protegidos de los daños que las corporaciones les infligen a los demás. Esta patología lleva el nombre de “responsabilidad limitada”, pero cuando se trata del riesgo asumido por los accionistas, sería más preciso llamarla “sin responsabilidad”.

Según la normativa legal vigente, los accionistas están protegidos de toda responsabilidad cuando las corporaciones de las que tienen acciones causan daño a los consumidores, a los trabajadores y al medio ambiente. Los accionistas pueden perder dinero en sus participaciones, pero también obtener ganancias cuando e inclusive porque las empresas han causado un daño incalculable contaminando océanos y acuíferos, ocultando los perjuicios que causan los productos que venden o abarrotando la atmósfera de emisiones de gases de tipo invernadero. La propia entidad corporativa podría incurrir en responsabilidad, quizás hasta entrar en quiebra, pero los accionistas pueden salir del naufragio con ganancias en la mano.

Los accionistas han salido indemnes en un caso tras otro –desde la fuga de gas de 1984 en una planta de Union Carbide en Bhopal, India, que mató a miles de personas, hasta las grandes compañías tabacaleras, los fabricantes de asbestos y British Petroleum luego del desastre de Deepwater Horizon-. Desde entonces, los accionistas de Boeing, la empresa responsable de dos accidentes aéreos en los que murieron 346 personas, obtuvieron 43,000 millones de dólares a través de recompras de acciones entre 2013 y 2019 –precisamente el período durante el cual la empresa ignoró patrones de seguridad con la intención de recortar costos-. Mientras tanto, las familias de quienes murieron deben arreglárselas con un fondo de desastres de 50 millones de dólares, que representa apenas 144.500 dólares por víctima.

En otras partes, una demanda legal contra miembros de la familia Sackler, propietaria de Purdue Pharma, una de las compañías en el centro de la epidemia de opioides, está intentando una vez más que los beneficiarios de una mala conducta corporativa asuman sus responsabilidades. Por miedo a la responsabilidad, algunos miembros de la familia, según informes, han vendido sus propiedades en Nueva York y han trasladado su dinero a Suiza. Pero, probablemente, no tengan de qué preocuparse. Como demuestra John H. Matheson de la Facultad de Leyes de la Universidad de Minnesota, las cortes rara vez les permiten a las víctimas de una conducta corporativa nociva “levantar el velo corporativo” que protege a los accionistas de toda responsabilidad.

La justificación manifestada para una responsabilidad limitada es que ésta alienta la inversión –y la toma de riesgo- en corporaciones, lo que conduce a innovaciones económicamente beneficiales. Pero deberíamos reconocer que salvar a los dueños de los perjuicios que causan sus empresas equivale a un enorme subsidio legal. Como sucede con todos los subsidios, los costos y beneficios deberían volver a evaluarse cada tanto. Y, en el caso de la responsabilidad limitada, el hecho de que los mercados no puedan valorar el riesgo de actividades que, se sabe, causan un daño sustancial debería hacernos reflexionar.

Peor aún, este subsidio particular tiene poco sentido económico. Los derechos de propiedad, todo economista sabe, están pensados para aumentar la eficiencia garantizando que los propietarios internalicen los costos asociados con los activos que poseen. Pero la responsabilidad limitada aísla a los inversores de las externalidades creadas por las empresas de las que son dueños: las cabezas ganan –y las colas también.

Mientras que los accionistas puedan beneficiarse con estas externalidades, las defenderán. Y combatirán todo intento de forzar una internalización de los costos, incluido el impuesto al carbono que la Unión Europea está promoviendo actualmente. La regulación vertical, sostienen, es ineficiente, porque los gobiernos no tienen manera de identificar la tasa óptima del impuesto. Pero si ése es el caso, ¿por qué no permitir que los mercados evalúen el riesgo correctamente, eliminando la distorsión que hoy les impide hacerlo?

Las reglas de responsabilidad no se pueden cambiar de la noche a la mañana. Pero los cambios deberían introducirse gradualmente después de un período de transición que ponga a todos en aviso. No hace falta ningún tratado multilateral nuevo ni esfuerzos de armonización complicados. Si sólo un puñado de países adoptaran “estatutos que levanten el velo” y garantizaran que los demandantes pudieran presentarse en sus cortes, los mercados responderían en consecuencia.

Sin duda, los accionistas intentarían eludir responsabilidades trasladando activos a jurisdicciones seguras, y haciendo lobby con sus propios gobiernos para que los protejan con la amenaza de sanciones comerciales contra los países que sí adopten estatutos que levanten el velo. Pero cuanto mayor sea la cantidad de países que adopten estos estatutos, menos exitosas serán estas tácticas de brazo fuerte.

Al final, un subsidio que distorsiona los mercados y les da a los inversores una licencia para causar daño no sólo es ineficiente. Es una amenaza tanto para el sistema de mercado como para el ambiente natural del que todos dependemos para nuestra supervivencia. Lampadia

Katharina Pistor, profesora de Derecho Comparado en la Facultad de Derecho de Columbia, es autora de “The Code of Capital: How the Law Creates Wealth and Inequality”.




Los retos del WEF para los próximos años

Los retos del WEF para los próximos años

A continuación compartimos un reciente artículo publicado por The Economist en el que se exploran los hechos históricos que precedieron la creación de uno de los foros mundiales de debate político-económico que hemos seguido con especial atención en los últimos años – y que este año presenta su 50ava edición – por la pertinencia de los temas que aborda: el World Economic Forum (WEF).

Otro aspecto  a resaltar del presente artículo es que también hace un breve recuento final de los retos que deberá hacer frente su fundador , Klaus Schwab, para relanzar el evento en los próximos años, de cara a un mundo occidental con claras señales de animadversion hacia la globalización y el capitalismo.

Como hemos comentado en Lampadia: Trampa ideológica, política y académica, si bien las críticas a ambos fenómenos ya existían en años pasados desde la crisis financiera 2008, la actual coyuntura de guerra commercial EEUU-China y los movimientos euroescépticos en Europa, ha introducido un escepticismo nunca antes visto en el mundo occidental de que ambos procesos, la globalización y el capitalismo, generan beneficio a los países.

En un contexto como este, Schwab debe persistir en seguir difundiendo su modelo de capitalismo de “stakeholders” si desea que el WEF no pierda vigor frente a la clase política mundial y también sociedad civil que le ha perdido fe a este sistema económico (ver Lampadia: ¿Qué tipo de capitalismo queremos?). Como podemos leer a través de su propuesta, englobar la búsqueda del bienestar de todas las partes interesadas en el devenir de la vida de las empresas, incluyendo el de la sociedad en su conjunto, hará que el sistema capitalista pueda reformarse desde sus cimientos y volverlo menos susceptible a críticas que buscan dañarlo a través de políticas públicas desfasadas y intervencionistas. Lampadia

Un recorrido por la montaña mágica
¿Puede el Foro Económico Mundial mantener su magia?

La organización detrás de Davos enfrenta una identidad conflictiva, una mayor competencia y una sucesión incierta

The Economist
16 de enero, 2020
Traducido y comentado por Lampadia

En 1971, un académico alemán precoz —con 32 años, titular de cinco títulos en ingeniería y economía— organizó una conferencia. El escenario fue el centro de congresos recientemente inaugurado en el centro turístico suizo de Davos, mejor conocido por sus sanatorios de tuberculosis y como telón de fondo para “The Magic Mountain” de Thomas Mann. Klaus Schwab quería utilizar el simposio para hacer que las empresas europeas piensen más en las partes interesadas más allá de las que poseen sus acciones y exponerlas a los métodos de gestión estadounidenses. Los honorarios pagados por los 450 que vinieron generaron una ganancia de 25,000 francos suizos (US$ 75,000 en dinero de hoy), que Schwab utilizó para dotar al European Management Forum.

Renombrado como el World Economic Forum (WEF) en 1987, su evento anual característico se ha convertido en la mejor fiesta para los plutócratas. Atrae a casi 3,000 empresarios, políticos, celebridades que se toman en serio y periodistas con la esperanza de probar el espíritu de la época. Visitantes, algunos incapaces de obtener pases para la sede principal, grupos de gente y fiestas en hoteles o en la “periferia”, un Davos no oficial en crecimiento en la calle principal de la ciudad. (The Economist envía periodistas al Foro y nuestra empresa matriz recibe ingresos de la organización de eventos para clientes en Davos durante la reunión).

A los 81 años, Schwab sigue siendo el maestro de ceremonias, y el 21 de enero abrirá la 50ª reunión anual. En medio de toda la creación de redes Uber, se lanzará otra serie de iniciativas de “múltiples partes interesadas”, incluido un proyecto de reforestación de “un billón de árboles”. Los turnos estelares incluirán al presidente Donald Trump, de regreso después de faltar a 2019, y Greta Thunberg, a quien se unirán otros grupos de activistas adolescentes, invitados a ayudar a la conferencia a “mirar hacia el futuro”. Ninguno de los imitadores del WEF, que organizaron eventos de aspirantes a Davos desde Aspen a Boao, ha igualado al WEF en su capacidad de reunir a los corredores de poder del sector público y privado, dice Sir Martin Sorrell, ex jefe de WPP, un gigante de los anuncios, que ahora dirige S4 Capital, una firma de medios.

A Schwab le gusta decir que el WEF está “comprometido a mejorar el estado del mundo”. No todos lo ven así. Para muchas ONG, su compromiso es con las élites globalistas, vendiendo una agenda que exacerba la desigualdad. Se celebran manifestaciones contra el WEF en toda Suiza esta semana y la próxima.

Más sorprendente, se pueden encontrar críticos del lado de las barreras de Schwab. “Vaciló entre querer genuinamente traer paz y prosperidad global y simplemente querer estar cerca del dinero y el poder”, dice un habitual de Davos. Lo mismo puede decirse de su creación. En entrevistas con The Economist, los devotos de Davos y los colaboradores del WEF elogiaron su poder de convocatoria, en los Alpes y a través de su red pionera de cumbres regionales, incluido un “Davos de verano” en China. Pero señalaron que la ambición que cambia el mundo puede perder el miedo a molestar a los líderes corporativos y políticos cuya presencia hace que Davos sea un éxito. La evolución del WEF de convocante de formuladores de políticas a formadores de políticas está causando sorpresa. Y casi todos los entrevistados se preguntaban si el encanto del WEF persistirá cuando Schwab ya no lo dirija.

El WEF tiene mucho que recomendar. El aporte de Schwab, dice un ex colega, es haberlo desarrollado en “una especie de ONU para el discurso y la cooperación público-privada, un foro alternativo en un mundo de gobierno global roto”. Schwab señala a GAVI, una alianza mundial de vacunación lanzada en Davos hace 20 años, como un ejemplo de una exitosa asociación público-privada a la que el WEF “jugó partera”.

A los políticos les gusta Davos porque los CEOs están ahí.

Todos adoran la eficiencia de las redes del WEF. Los que vienen pueden hacer mucho en pocos días, ahorrando miles de millas aéreas. Convenientemente, no es difícil llegar a Davos, pero es lo suficientemente remoto como para que, una vez allí, esté atrapado: no se sumerja durante una hora, luego pasee por Londres o Nueva York para almorzar con su abogado.

Esto también ha demostrado ser una fórmula ganadora financieramente. El WEF es una fundación sin fines de lucro. Alrededor del 42% de sus ingresos, que ha crecido de manera sostenida a SFr345m (US$ 356 millones) en el último año financiero, va a sus 800 empleados, incluidos los de su campus en Lake Geneva. Disfruta de un estatus especial, similar al otorgado a la Cruz Roja, lo que significa que el estado suizo recoge parte de sus costos de seguridad (que son considerables, dada su clientela). Gran parte del resto se gasta en “actividades”, incluido Davos. El resto se destina a la capital de la fundación o a sus reservas estratégicas, que apenas alcanzan los SFr300m. Más allá de eso, la divulgación es escasa: las presentaciones públicas del WEF en el registro corporativo de Ginebra contienen poco, excepto extractos esqueléticos de las actas de la junta y anuncios de nombramientos y renuncias de directores.

En sus primeros años, el WEF tenía una participación del 50% en una empresa de eventos que puso Davos. Esta participación fue vendida más tarde. A veces, los informes de los periódicos han cuestionado la combinación de posibles ganancias con el estado de caridad. Un examen oficial suizo del WEF no encontró irregularidades. El WEF y Schwab dicen que nunca recibieron ningún beneficio financiero relacionado con el Foro, aparte de su salario. Desde 1995, Davos ha sido producido por PublicisLive, parte de Publicis Groupe. El ex jefe del gigante francés (y ahora presidente de la junta de supervisión), Maurice Lévy, es un ex miembro de la junta del WEF. El contrato es “la joya de la corona” del negocio de eventos de Publicis, dice un ex experto. WPP había codiciado durante mucho tiempo la tarea, que abarca la configuración del programa, la construcción de conjuntos, la supervisión del alojamiento y demás. Pero, dice Sir Martin, “nunca nos acercamos a eso”. El valor del contrato no se revela. El ex informante dice que los márgenes a veces han pasado el 30%. Publicis dice que el contrato no permite que los márgenes netos “superen un umbral muy modesto”. El contrato actual finaliza en 2022, cuando, según el WEF, saldrá a licitación.

Pagar por el patio de recreo

El dinero para todo esto proviene en gran medida de las tarifas anuales de los “miembros”, que pagan 25,000 francos al año, y tres niveles de “socios”, en su mayoría grandes empresas, que comienzan en 120,000 francos suizos. Por 600,000 francos suizos, los aproximadamente 120 socios de primer nivel (“estratégicos”) obtienen, entre otras ventajas, hasta cinco pases de Davos y una mejor oportunidad de ganar tragamonedas en los paneles.

El efectivo de las empresas permite que el WEF invite a académicos, activistas y otros tipos menos monetarios a Davos de forma gratuita, pero suscita críticas por los golpes. Mark Malloch-Brown, ex jefe adjunto de la ONU (y, brevemente, del WEF), dice que ha sido obstaculizado por la ansiedad de no ofender a los socios corporativos: “Se ve a sí mismo como un catalizador, pero en realidad a menudo es más cauteloso que la ONU”, cuando se trata de la reforma de políticas. El WEF dice que “muchas” de sus iniciativas desafían los intereses corporativos a corto plazo.

Schwab también ha sido criticado por ablandar a los políticos. Cuando Trump entró por primera vez en Davos en 2018, su anfitrión elogió su liderazgo “fuerte”. Dada la supuesta preocupación de Schwab por el cambio climático, “se podría pensar que podría haber encontrado una manera de clamar al tipo que destrozó el acuerdo de París”, dice un ex ejecutivo del WEF.

Schwab insiste en que el WEF ha encontrado el equilibrio correcto entre ser un amigo de las élites y una marca de fuego, y siempre ha alentado las “voces disidentes”. Ralph Nader, un activista por los derechos del consumidor, se dirigió a Davos en 1976. El WEF aumentó el número de invitados a las ONG después de la primera gran ola de protestas contra la globalización a principios de la década de 2000.

Otra preocupación es sobre el mandato del WEF. Deseoso de ser más que un lugar de reunión, comenzó a lanzar sus propias iniciativas durante todo el año. Ahora tiene alrededor de 100 de estas. La “Cuarta Revolución Industrial”, hablando por el impacto de la digitalización en la sociedad, cuenta con su propio campus en San Francisco. Schwab ha mantenido la esperanza de ganar un premio Nobel por su trabajo en este concepto y por el capitalismo de stakeholders, para agregar a su caballería británica honoraria, 17 doctorados honorarios y un montón de medallas nacionales.

Schwab dice que la mayoría de las iniciativas han tenido éxito. Pocos, sin embargo, se consideran de vanguardia. Peter Bakker, presidente del Consejo Empresarial Mundial para el Desarrollo Sostenible, y ex jefe de TNT, un grupo logístico, dice que el WEF no es el lugar donde se elaboran las grandes ideas, sino un lugar para “incorporar y ampliar” las existentes. Un experto llama a algunas de las investigaciones del WEF como “pensamiento falso”. El WEF señala su Informe de brecha de género global como un ejemplo de investigación innovadora.

Algunos colaboradores anteriores afirman que al esforzarse por demostrar su relevancia, el WEF ocasionalmente ha secuestrado las empresas de otras personas. Quien probó esto lo acusa de “usar su poder de convocatoria para insinuarse en el grupo y tomar la iniciativa” sin las habilidades necesarias. Cita el Grupo de Recursos Hídricos (WRG), un proyecto lanzado en Davos para mejorar la gestión del agua en lugares pobres, que, dice, perdió impulso después de que el WEF se hizo cargo. Algunas ONG ahora lo piensan dos veces antes de asociarse con él.

A medida que se acerca su medio siglo, el WEF enfrenta tres desafíos. El primero es la competencia. Una vez estuvo bastante solo. Ahora tiene que buscar atención corporativa con personas como Ted, el Instituto Milken y el brazo de eventos formidables de Bloomberg, que organiza el Foro de la Nueva Economía en China. Con el tiempo, podrían rivalizar con el brillo de Davos.

Esto es especialmente probable, el segundo desafío, si el WEF se percibe como un remanente de una época pasada. Schwab señala que fue uno de los primeros defensores del capitalismo de stakeholders, que está en ascenso. Eso puede ser así. Pero, en muchos ojos, Davos es la apoteosis del capitalismo global, que está en la retaguardia.

Luego está lo que los directores ejecutivos de Schwab llaman riesgo de hombre clave. Es luchador (si es lúgubre) y no muestra signos de retirarse. Pero no puede continuar para siempre. Una vez dijo: “El Foro ha sido … construido alrededor de una persona, lo que puede ser un problema”. Varios diputados han sido preparados, solo para irse o ser expulsados. José María Figueres, ex presidente de Costa Rica, renunció como director ejecutivo del WEF en 2004 después de no revelar los honorarios de consultoría. Schwab dice que hay un plan de “contingencia”, pero no ofrece detalles; algunos continúan especulando que su hijo Olivier, el jefe de operaciones del WEF, algún día podría jugar un papel más importante. Hacer que los jefes corporativos y políticos vengan puede ser más difícil después de que el profesor cuelgue sus esquís, incluso si deja atrás el Rolodex más poderoso del mundo. Lampadia