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Brasil sin rumbo ni brújula

Brasil sin rumbo ni brújula

La izquierda local nos quiere vender permanentemente las “bondades” del modelo brasilero e incluso alguna vez el presidente Humala comentó que el modelo económico y social desarrollado por este país debería ser tomado como ejemplo por el Perú. Sin embargo, los últimos tiempos han demostrado que el modelo económico y político adoptado en Brasil se encuentra desgastado: las protestas masivas registradas en junio de este año ante los elevadísimos costos de vida, los deficientes servicios públicos, el estancamiento económico y la corrupción en la esfera política revelan el fracaso de la conducción de Rousseff y la urgente necesidad de profundasreformas. La prestigiosa revista The Economist realizó un extenso y detallado análisis a comienzos de octubre sobre la difícil situación que atraviesa Brasil.

Brasil he hecho muy poco por reformar su gobierno en los años de crecimiento. Habiendo crecido 7.5% en el 2010, la tasa más alta en los últimos 25 años, en el 2011 se desaceleró a 2.7% y el año pasado solo creció 0.9%. La inflación se mantiene sobre el 6% y la inversión alcanza solo el 18.4% del PBI (en el Perú llega al 28%), una tasa muy baja como para estimular una recuperación sostenida y ampliar la infraestructura que necesitaBrasil.  El gasto público representa un abultadísimo 38% del PBI y los constantes déficit fiscales ya se tornan insostenibles.

Vivir en Brasil es carísimo. Los principales electrodomésticos y automóviles cuestan al menos 50% más que en la mayoría de países. Un auto hecho en Brasil es 45% más barato en México… ¡que en el propio Brasil! El índice Big Mac de The Economist registra que una hamburguesa en Brasil cuesta 72% más de lo que debería costar, tomando en cuenta suprecio en países más prósperos. Una de las causas del alto costo de vida es el sobrevaluado real (la moneda brasilera); no obstante, el problema de competitividad de Brasil tiene causas mucho más profundas que su tipo de cambio, asevera The Economist.

Por ejemplo, la carga tributaria alcanza el 36% del PBI(en los países de ingresos medios-altos llega al 21%) y las compañías brasileras enfrentan un sobrecosto laboral de 58% del salario por impuestos a las planillas. Un smartphone puede costar hasta 50% más que en EEUU debido a los altos aranceles impuestos a las importaciones de todo tipo. Pero la complejidad del sistema tributario también agrega costos innecesarios, ya que una empresa puede tardar hasta 2,600 horas anuales en pagar impuestos.

En cuanto a infraestructura pública, el Foro Económico Mundial (FEM) clasificó a Brasil en el puesto 114 de 148 economías. El gasto en infraestructura es solo de 1.5% de su PBI (de fuentes públicas y privadas), en relación al promedio mundial que llega al 3.8%.Según el McKinsey Global Institute, Brasil tendría que triplicar su inversión en Infraestructura por los siguientes 20 años para poder llegar a tener un ratio de infraestructura (stock) sobre su PBI similar al de las economías desarrolladas. Para ilustrar el problema, The Economist remarca que la deficiente calidad del transporte hace que un agricultor de soja en Matto Grosso gaste hasta el 25% de susingresos en transportar su cosecha al puerto, mientras que en Iowa (EEUU), este costo es solo 9%.

Con la elevada cargatributaria en la economía, el gobierno ya no puede seguir apoyándose en los contribuyentes para financiar el déficit; los recursos adicionalesque se requiere para financiar la salud, educación y transporte demandan una profunda reforma del gasto público, especialmente en lo concerniente a pensiones. El sistema de pensiones brasilero es insostenible: permite que un trabajador pueda jubilarse a los 54 años con el 70% de su último salario. Según The Economist, están desperdiciando su bono demográfico. Brasil destina 12% de su PBI a financiar pensiones, una proporción superior a la de EEUU (4%) y Japón (8%), a pesar de que la proporción de gente mayor es el doble en EEUU y el triple en Japón. 

La política populista basada en extender el asistencialismo tampoco ha dado los resultados esperados, ver: Luces y sombras de la visita de Lula al Perú. En la última década el gasto social en Brasil alcanzó el 23% del producto, pero fue menos eficaz que en países que optaron por favorecer el crecimiento como el Perú para reducir la pobreza. Sin embargo, el gobierno de Rousseff ha elevado la deuda pública al 60-70% del PBI, dependiendo de la definición de esta (por la “contabilidad creativa”, según The Economist), la inversión privada ha perdido confianza y parece que el Gobierno no tiene claras las prioridades para generar bienestar en su población, cuyo descontento con el despilfarro de recursos en estadios de fútbol es evidente.

El reto para Brasil está en incrementar su productividad.Si bien el real es una de las monedas más sobrevaluadas del mundo, y en el corto plazo su devaluación puede generar un estímulo, en el largo plazo el crecimiento dependerá de las ganancias en productividad. The Economist remarca que tres cuartos del crecimiento de Brasil de la década pasada tuvo se originó en el incremento de la mano de obra, mientras que solo un cuarto del crecimiento se debió a mejoras en productividad.

El modelo neo-populista brasilero basado en proteccionismo y el asistencialismo ha perjudicado la competitividad de su economía, y está creando brechas fiscales sin mejorar el bienestar social. Ahora, es evidente que Brasil necesita impulsar fuertes reformas para poder seguir creciendo: la primera, relacionada al gasto y el sistema de pensiones; la segunda, relacionada a la competitividad: recorte de trámites, reforma tributaria, impulso de la infraestructura y leyes laborales.La tercera, relacionada al clima de negocios, apertura comercial y fomento de la inversión. Con estos grandes retos y el descontento social parece que Rousseff no las tiene toda consigo, más aun después de hacerse público el espionaje de Brasil a EEUU.  Las nuevas clases medias demandan menos show y servicios públicos de mejor calidad.




La mediocre economía brasileña

La mediocre economía brasileña

Hace casi 20 años, en mayo de 1993, Fernando Henrique Cardoso fue nombrado ministro de Finanzas de Brasil. En trece años, era el decimotercero en ocupar el cargo, pues era una cartera que parecía inútil en un país atrapado en la hiperinflación, la deuda y una anacrónica economía estatista. El Plan Real implementado por Cardoso detuvo rápidamente el alza de precios y lo llevó hasta la Presidencia, bajo la cual estableció los fundamentos para un nuevo Brasil: una reforma económica liberal y estabilidad macroeconómica.

El secreto de la política económica de Cardoso era simple: un banco central independiente cuya política monetaria controlaba la inflación, transparencia en las cuenta públicas, una rigurosa meta fiscal que redujo la deuda pública y una actitud mucho más abierta al comercio exterior y la inversión privada.

Este éxito fue reforzado por su sucesor, Luiz Inácio Lula da Silva, un antiguo líder sindical de izquierda cuyo gobierno vio a 30 millones de brasileños salir de la pobreza. Sin embargo, durante el segundo gobierno de Lula (2007-10) y especialmente bajo el mandato de su sucesora, Dilma Rousseff, la fórmula detrás del modelo brasileño ha sido lentamente abandonada.

La recesión global de 2008-09 hizo que Lula y Rousseff se desentendiesen de la decadente economía liberal e imitasen el capitalismo de Estado de China. El Ministerio de Finanzas emitió enormes cantidades de cheques para impulsar el crédito que otorgan los bancos estatales, el Gobierno renunció a la reforma del mercado y comenzó a gastar sin remordimiento. Cuando el recalentamiento se convirtió en estagnación (el PBI brasileño apenas creció 0.9% el año pasado), Rousseff presionó públicamente al Banco Central para que recorte las tasas de interés.

Y cuando la inflación se acercó al tope del rango meta (6.5%), dijo que su mayor preocupación era el crecimiento económico. Así que lanzó una desconcertante y cambiante oleada de beneficios tributarios (junto con aumentos en los aranceles) para favorecer a ciertas industrias, pero no equilibró estas medidas con reducciones en el gasto. Asimismo, en lugar de fijar una clara meta fiscal, existen señales preocupantes que remiten a la forma en que Argentina registra sus cuentas públicas.

En consecuencia, los inversionistas se hallan confundidos acerca de las políticas económicas de Brasil. Esta incertidumbre ha contribuido con generar un desempeño mediocre: desde el 2011, el crecimiento ha sido inferior y la inflación superior que en la mayor parte de América Latina.

Afortunadamente, Brasil todavía mantiene algunas fortalezas significativas, incluyendo sus sectores agrícola y energético, más ciencia e innovación de lo que podría pensarse y un mercado doméstico inmenso, aunque no tan efervescente.

Y aunque Rousseff haya cometido muchos errores, estos son pequeños comparados con, digamos, la presidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner. Pero en cualquier caso, la situación en Brasil está tornándose más difícil: el boom del consumo y el crédito ha perdido impulso, la balanza comercial ahora es deficitaria, pues la demanda china por el hierro brasileño se está reduciendo y el inminente final del dinero barato en el Primer Mundo está provocando un resbalón en el real. Aunque esto último ayudará a la manufactura brasileña, empujará la inflación hacia arriba.

Quédese, Sr. Mantega, quédese

Es por ello que son bienvenidos los incipientes signos de un retorno a una política económica más clara, que han sido emitidos en las últimas semanas. Para controlar la inflación, el gobernador del Banco Central, Alexandre Tombini, ha elevado la tasa de interés de referencia (aunque se necesitarán más incrementos para restaurar la credibilidad perdida). Guido Mantega, el ministro de Finanzas, ha señalado que ya no utilizará la política fiscal para estimular la economía y el pasado 4 de junio retiró un impuesto que gravaba los influjos de capitales.

Peso si Brasil busca retornar al camino trazado por el Plan Real, se requieren más cambios. En especial, el equipo económico de Rousseff necesita frenar el gasto y sacar al Estado del negocio del “micromanejo” de las decisiones de inversión.

En diciembre último, cuando The Economist urgió al Gobierno brasileño a dejar de interferir en la economía, pedimos a la presidenta Rousseff que despida a Mantega. Y fue ampliamente difundido en Brasil que dicha impertinencia tuvo el efecto de hacer del ministro de Finanzas “no despedible”. Vamos a intentar un nuevo enfoque: urgimos a la presidenta a aferrarse a Mantega a cualquier costo porque es todo un ganador.

Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez

Publicado por Gestión, 11 de junio del 2013