Urpi Torrado
El Comercio, 24 de julio del 2025
“En muchos casos, las personas consideran que gozan de buena salud, a pesar de mantener hábitos que contradicen esa percepción”.
Aunque la mayoría de personas en el mundo declara sentirse saludable, los datos revelan una desconexión entre la percepción de salud y los hábitos reales que la sostienen. La más reciente edición de la World Views Survey, realizada por la red global WIN, a la que pertenece Datum, muestra que el 75% de la población mundial se considera muy saludable o saludable. Esta percepción se ha mantenido estable desde el 2018. Sin embargo, en el Perú, apenas el 62% de los ciudadanos afirma sentirse saludable, ubicándose entre los cinco países con peor salud percibida de los 39 que participaron en el estudio y registrando una caída de 10 puntos respecto del 2021. Esta diferencia refleja no solo un estado físico y mental menos favorable, sino también brechas estructurales y culturales que condicionan cómo se entiende y vive la salud en el país.
La sensación de bienestar no siempre está relacionada con conductas saludables. En muchos casos, las personas consideran que gozan de buena salud, a pesar de mantener hábitos que contradicen esa percepción. Uno de los comportamientos más extendidos a escala global es la automedicación: el 35% de las personas admite tomar medicamentos recetados sin prescripción médica y, de ellos, el 16% lo hace con frecuencia. En el Perú, esta práctica alcanza al 44% de los encuestados, lo que plantea una seria alerta en términos de educación sanitaria y acceso adecuado al sistema de salud.
El estudio también identifica factores que impactan negativamente en la percepción de salud, entre ellos el estrés, la mala calidad del sueño y el uso excesivo de pantallas. Aquellos que sufren con frecuencia alteraciones mentales debido al tiempo frente a dispositivos electrónicos tienen una percepción de salud significativamente más baja. Por ejemplo, el 33% de quienes reportan efectos mentales negativos frecuentes por el uso de pantallas se consideran poco saludables, frente al 21% de quienes los experimentan ocasionalmente. A pesar de ello, en el Perú solo el 8% de los encuestados manifiesta sufrir ansiedad, depresión u otras consecuencias mentales por uso excesivo de tecnología, una cifra menor al promedio global del 16%. Este dato podría estar relacionado más con el menor acceso a tecnología que con una realidad mental más favorable.
En términos de salud física y descanso, el 50% de las personas en el mundo reconoce que el uso excesivo de dispositivos digitales afecta su bienestar y su calidad de sueño. Casi una cuarta parte afirma vivir esas consecuencias con frecuencia. En el Perú, esta proporción es del 16%, lo que nuevamente sugiere una relación directa entre el impacto percibido y el nivel de exposición tecnológica. No obstante, estos números deben analizarse con cautela: una menor percepción de efectos negativos no necesariamente implica una situación más saludable, sino posiblemente una menor conciencia sobre los riesgos asociados o una naturalización de ciertos síntomas.
En contraste, el ejercicio físico aparece como un factor determinante en la percepción positiva de la salud. El 85% de las personas que se ejercitan con regularidad se considera saludable, mientras que esa cifra desciende al 63% entre quienes nunca hacen ejercicio o lo hacen solo ocasionalmente. Este hallazgo refuerza la idea de que los hábitos sí influyen en la autovaloración del bienestar, aunque no siempre de manera consciente o informada.
La percepción de salud está fuertemente influida por factores como el nivel educativo, la situación laboral y el contexto cultural. Estos determinantes pueden explicar por qué algunas personas, a pesar de llevar estilos de vida poco saludables, mantienen una alta percepción de bienestar, mientras que otras, aun con mejores condiciones objetivas, se consideran en mal estado. Esta desconexión entre percepción y realidad obliga a repensar las estrategias de salud pública no solo desde el fortalecimiento del acceso a servicios de calidad y la promoción de hábitos saludables, sino también desde la formación de criterios más críticos sobre lo que realmente significa estar sano.