Urpi Torrado
El Comercio, 8 de mayo del 2025
“Las empresas que logren ser diferentes, y no solo competir por precio, serán las que cuenten con líderes capaces de tomar decisiones con visión estratégica, humana y ética”.
Vivimos una época de transformaciones profundas. La tecnología, la inteligencia artificial, el cambio climático, la fragmentación geopolítica y las tensiones sociales están remodelando el mundo tal como lo conocíamos. El Perú no es ajeno a estos cambios. Las expectativas de los ciudadanos, las necesidades del mercado laboral y las formas de organización social están evolucionando. En este contexto, se vuelve urgente revisar y replantear el rol del liderazgo, tanto en el ámbito privado como en el público.
El “Informe sobre el futuro del empleo 2025″ del Foro Económico Mundial, basado en encuestas a más de 1.000 empleadores que representan a 14 millones de trabajadores en 22 industrias y 55 economías, anticipa que se crearán alrededor de 170 millones de empleos y se perderán 92 millones, lo que supondrá un crecimiento neto del 7% en la ocupación global. Pero más allá del balance entre pérdidas y ganancias, lo que destaca es el cambio en los perfiles requeridos, en las habilidades valoradas y, sobre todo, en lo que se espera de quienes lideran las organizaciones.
En un reciente evento de Café Taipá, Xavier Marcet señalaba que las empresas no pueden evolucionar si sus personas no lo hacen. El cambio organizacional comienza por el cambio personal. Una empresa no es solo un conjunto de operaciones que funcionan con mayor o menor éxito. Un negocio puede funcionar con lógica operativa. Pero una empresa, en el sentido más profundo, construye comunidad, genera propósito, y conecta resultados de hoy con impactos sostenibles en el futuro.
Por eso, liderar no es mandar. Un verdadero líder no se limita a emitir órdenes o vigilar el cumplimiento de tareas. Liderar es influir. Es inspirar a otros, crear sentido, preparar a los colaboradores para los desafíos que vendrán y acompañarlos en su crecimiento. Las empresas que logren ser diferentes, y no solo competir por precio, serán las que cuenten con líderes capaces de tomar decisiones con visión estratégica, humana y ética. Sin esta capacidad, las organizaciones corren el riesgo de convertirse en un ‘commodity’ más, atrapadas en una guerra de precios que no agrega valor a largo plazo.
Peter Drucker hablaba de los “trabajadores del conocimiento” al referirse a aquellos que ya no trabajaban con las manos sino con la mente. Hoy, con la llegada de la inteligencia artificial, Marcet introduce una nueva categoría: los trabajadores del pensamiento. Son aquellos que no solo saben, sino que piensan, conectan ideas, interpretan información y proponen soluciones. Y es aquí donde las nuevas habilidades cobran protagonismo: pensamiento analítico, creatividad, liderazgo, flexibilidad, influencia social. Estas serán las competencias clave del futuro, desplazando a otras más operativas o mecánicas.
Esta reflexión sobre el liderazgo y la empresa no puede quedarse en el ámbito privado. En el sector público también enfrentamos una crisis de liderazgo. No basta con ocupar un cargo de poder. Se necesita una visión clara del país, capacidad de convocar a otros, de construir consensos, de priorizar el bien común. Hoy, lo que predomina es el mandato sin dirección, la gestión sin horizonte, la política sin propósito. Y en ese vacío crece la desconfianza ciudadana, se deterioran las instituciones y se pierde la esperanza de futuro.
Los datos sobre el mercado laboral también reflejan estos desafíos. Las ocupaciones con mayor expansión no son solo tecnológicas. Crecen también los empleos en agricultura, construcción, enfermería, docencia y trabajo social. Esto nos habla de una necesidad urgente de combinar tecnología con humanidad. De equilibrar innovación con sensibilidad. Porque, como recuerda Marcet, no puede haber empresas sanas en sociedades insanas. La empresa no tiene que resolver todos los problemas del mundo, pero sí aquellos en los que tiene impacto.
Liderar, entonces, es una responsabilidad mucho más profunda que mandar. Es comprender el tiempo que vivimos, anticipar el que viene y tener el coraje de construir organizaciones, y gobiernos, que sirvan, no solo que funcionen.