Paola Lazarte
Correo, 26 de agosto del 2025
Miraflores es un distrito que se distingue por sus altos indicadores socioeconómicos, sus bajos niveles de brechas en servicios públicos y por ser, desde hace décadas, una de las vitrinas de Lima hacia el mundo. Sin embargo, quienes vivimos aquí enfrentamos la paradoja de contar con una gestión local que, en varios casos, parece más interesada en ejecutar proyectos poco consensuados que en atender las verdaderas prioridades de los vecinos.
Miraflores también se ha caracterizado por ser un distrito dialogante, donde tradicionalmente no se registraban conflictos. Por ello llama la atención que, en la actual gestión municipal, esa relación constructiva entre ciudadanía y autoridades parezca haberse quebrado. Tal vez se explique por episodios como la confrontación con los vecinos que practicaban deporte en el malecón, o por la manera en que múltiples obras simultáneas han convertido al distrito en un espacio congestionado y una evidente falta de planificación y empatía.
A esto se suma el “puente psicodélico” por la luces que lejos de velar por seguridad, parecen un espectáculo. Más recientemente, preocupa la intención de instalar un puesto de seguridad ciudadana sobre un parque de uso residencial, que brinda bienestar a vecinos y visitantes. ¿No sería más razonable que la Municipalidad solicite la cesión en uso de inmuebles incautados para este fin?
Lo que Miraflores realmente necesita no es más cemento ni asfalto, sino una visión renovada del turismo y de la residencialidad. Mientras en otras ciudades del mundo se debate cómo enfrentar el overtourism, equilibrando el atractivo turístico con la vida de los residentes, en Miraflores ese diálogo parece ausente. Lo más grave es la distancia creciente entre la autoridad edil y sus ciudadanos. Entonces, cabe preguntarse: ¿para quién realmente se construyen estas obras?