Paola Lazarte
Correo, 13 de mayo del 2025
Este lunes viví una experiencia reveladora —y perturbadoramente cotidiana— en la Clínica Good Hope y con Rímac Seguros. Esa mañana acudí al laboratorio de la clínica con una orden de análisis de sangre emitida por una institución especializada —una especialidad que, cabe precisar, Good Hope no ofrece—. Sin embargo, la clínica no me permitió usar mi seguro. ¿El motivo? Un tecnicismo llamado “pertinencia comercial”, un eufemismo detrás del cual se oculta la lógica del lucro: la aseguradora debía determinar si el móvil del examen requerido era imputable a la póliza de seguros. Por ello, condicionaron la aplicación de mi seguro a someterme primero a un a consulta con un médico de la propia clínica.
Así como Juan Luis Guerra retrató con mordaz poesía la precariedad del sistema público en El Niágara en Bicicleta, bien podríamos componerle una balada sombría al sistema privado: “El Bisturí y la Bolsa (de Valores)”. Una canción donde la receta médica es una cotización y el diagnóstico, una oportunidad de negocio. Y en este negocio, ni la aseguradora ni la clínica pierden jamás. El que siempre pierde es el paciente —el ciudadano— convertido en consumidor cautivo de un modelo de salud privatizado, opaco y profundamente deshumanizante.