Paola Carpio Ponce
Gestión, 15 de mayo del 2025
No estamos haciendo lo suficiente y este problema lleva vigente demasiados años como para no tener ya una estrategia clara y en vías de implementación, al menos abiertamente.
La vida urbana no tiene posibilidades de autoconsumo agrícola, lo que hace a las personas más vulnerables ante cambios de los precios de los alimentos, como ocurrió en recientes años.
Los últimos datos del INEI muestran que la pobreza monetaria cayó de 29% a 27.6%. Determinante para ello fue la estabilización de los precios, sobre todo de los alimentos, y la recuperación del crecimiento económico tras un año en rojo. Aunque es una buena noticia, no debemos ser autocomplacientes. Los desafios usuales y estructurales han cambiado poco y, a ellos, se suman retos crecientes como la inseguridad ciudadana, que gana terreno y dificulta esta lucha.
Si bien la pobreza ha caído en 23 de los 26 departamentos reportados por INEI (separando Lima Metropolitana de Callao y de Lima Provincias), la tasa actual de pobreza se mantiene alarmantemente elevada respecto a 2019. A nivel nacional, esta se encuentra más de 7 puntos por encima del 2019, similar al nivel de entre 2014 y 2015. Solo en Lima, hoy hay más pobres que en la suma de todas las zonas rurales del país.
Este es un problema que se repite en el análisis año a año: la pobreza urbana. Siete de cada diez pobres en el Perú residen en áreas urbanas. La pobreza urbana se duplicó a raíz de la pandemia y ha venido aumentando año a año desde entonces. A pesar de una leve disminución en el 2024, esta es aún más elevada que en 2020, cuando cerramos la economía. No estamos haciendo lo suficiente y este problema lleva vigente demasiados años como para no tener ya una estrategia clara diseñada y en vías de implementación, al menos abiertamente.
La necesidad de atender la pobreza urbana de manera diferenciada parte de las distintas dinámicas que se dan en zonas urbanas respecto a zonas rurales. Por ejemplo, la vida urbana no tiene posibilidades de autoconsumo agrícola, lo que hace a las personas más vulnerables ante cambios de los precios de los alimentos, como ocurrió en recientes años. Además, la concentración de la pobreza urbana en asentamientos con menor acceso a servicios de todo tipo y mayor exposición al crimen y violencia afecta la posibilidad de los ciudadanos de estas zonas de acceder a oportunidades económicas y romper círculos. Así, un enfoque en la pobreza urbana debe contener mejoras de infraestructura urbana, acceso a servicios básicos y acceso a empleos de calidad.
La informalidad es una constante en el mercado laboral en general pero se encuentra aún más latente en la pobreza urbana. La desprotección ante choques y la volatilidad de los ingresos mantienen así a muchos hogares en condiciones por lo menos vulnerables. Incluso antes de la pandemia, la tasa de vulnerabilidad se ha movido muy poco, oscilando entre 33% y 35% entre el 2011 y el 2019. Actualmente, el 32% de los peruanos es no pobre pero vulnerable a caer en pobreza ante choques. Es claro que, mientras no trabajemos en nuestra productividad y la calidad de nuestro mercado laboral estaremos muy limitados en la tarea de no solo sacar a las personas de la pobreza sino mantenerlas fuera de ella.
A estos retos usuales se suma la creciente inseguridad ciudadana que hace aún más difícil combatir la pobreza urbana. La criminalidad devalúa activos, disminuye oportunidades, afecta el capital social y desvía recursos a medidas de seguridad o incluso pago de cupos antes de facilitar y dejar crecer la actividad económica. La inseguridad tiene una relación causal bidireccional con la pobreza y también frena el crecimiento económico, uno de los factores más importantes detrás de nuestros avances contra la pobreza en años anteriores.
Así, la pobreza urbana no es un problema fácil de enfrentar ni podemos esperar que esto se logre de un día para otro, pero hay que ponerse un norte claro. Experiencias internacionales dan cuenta de diferentes medidas que han funcionado. Por ejemplo, en Medellín, proyectos de urbanismo social facilitaron la movilidad, inclusión económica y recuperación de espacios públicos inseguros. Por otro lado, programas de transferencias condicionadas como Juntos podrían ser interesantes si toman en consideración acciones específicas que faciliten la empleabilidad de los usuarios. Además, el enfoque deberá ser integral y darse de la mano con la lucha contra el crimen, que es un pedido cada vez más visible y que sin duda saldrá más a flote que de costumbre en esta campaña electoral.
Finalmente, en medio de la emoción que nos ha generado a muchos la elección de un Papa con nacionalidad peruana, solo me queda esperar que el ejemplo de vida misionera y de servicio a los pobres de León XIV sirva más para inspiración y compromiso con la búsqueda de soluciones prontas y concretas contra la pobreza que para aprovechamientos políticos que desvien la atención. El tiempo es crítico cuando se trata de personas que sufren cada día y ven sus futuros comprometidos. Elijo, al menos hoy, tener algo de fe.