Miguel Palomino
La República, 3 de junio del 2025
Los riesgos fiscales hoy son los más altos en casi tres décadas, por culpa directa de Gobierno y del Congreso.
Para mucha gente la disciplina fiscal es un asunto de economistas y tiene poco que ver con su quehacer diario. En este artículo quisiera que quede muy claro para todos los lectores lo realmente importante que es la disciplina fiscal y cómo su ausencia sí nos afectaría tremendamente a todos.
Parece extraño que tengamos que hacer este ejercicio en un país que hace solo 35 años vivió una verdadera pesadilla causada, principalmente, por la falta de disciplina fiscal, pero la verdad es que la gente olvida muy pronto las lecciones dolorosas de la propia historia. Si las tuviera presente, vería que hace años que venimos paso a paso construyendo el camino hacia el despeñadero. Aún estamos a tiempo de evitarla, por supuesto, pero cada año desperdiciado hace más difícil que lo logremos. Y el próximo año será electoral.
Veamos las cifras que nos preocupan. En los 15 años del 2003 al 2017, el Perú tuvo, en promedio, un ligero superávit fiscal como porcentaje del PBI. Esto parece poco creíble, pero así fue. En ese periodo, los superávits de los años buenos de alta recaudación fiscal -por altos precios de los minerales- se balanceaban con los déficits de años malos –cuando había que gastar mucho por el Fenómeno del Niño, por ejemplo. Es importante notar que en ese periodo el gasto del gobierno casi se triplicó. Fue posible porque la economía peruana crecía a un excelente ritmo promedio de 5,4% con lo cual la recaudación se incrementaba sostenidamente. Como hemos dicho antes, la mejor política tributaria es el crecimiento. Así, la deuda pública como porcentaje del PBI se redujo a la mitad -de 49% a 24%- llegando a ser una de las menores del mundo y una muestra de la fortaleza fiscal del Perú.
¿Qué ha pasado desde entonces? Comenzamos el 2018 y 2019 con un déficit promedio de 1,9% del PBI y pasamos al espantoso déficit de 8,7% del PBI causado por la pandemia en el 2020. El déficit del 2020 y la expansión de la deuda que ocasionó los pudimos absorber debido a la disciplina fiscal de los años anteriores. La deuda aumentó hasta 35% del PBI en el 2021 y luego se estabilizó alrededor de 32% en los años posteriores. Pero desde entonces surgió un problema doble que hoy nos preocupa tanto: un gobierno muy débil hipotecado al Congreso para sobrevivir y un Congreso casi sin partidos, con la mira puesta en obtener ventajas cortoplacistas para distintos grupos de interés, sin que nadie se preocupe por las consecuencias en el largo plazo.
Hoy el Congreso no tiene quién lo detenga, como ha sido evidenciado por la reciente ley que modifica el IGV y que, en lugar de ser objetada, ha sido aplaudida por el Ejecutivo. Según el Instituto Peruano de Economía, dicha ley ocasionará por sí sola un aumento de la deuda en por lo menos 5 puntos porcentuales del PBI en los próximos 10 años. Pero esto solo es un detalle. Se vienen dando muchas pequeñas cosas que en conjunto erosionarán la disciplina fiscal que tanto nos costó establecer.
Recientemente, el Ministerio de Economía y Finanzas ha vuelto a cambiar su proyección del déficit fiscal por tercera vez en tres años. Aun si creemos en las cifras optimistas del MEF, el déficit de 2025 va a ser de 2,8% del PBI. Esto no parecería muy malo hasta que consideramos que el 2025 es uno de esos años buenos con altos precios de los minerales en los cuales antiguamente generábamos un superávit de entre 2% a 3% del PBI (años 2006, 2007, 2011 y 2012). Es decir, comparado con lo que sería usual en el pasado, estamos generando un déficit fiscal mayor en alrededor de 5% del PBI y la cosa está empeorando.
El próximo año no se espera ninguna recaudación extraordinaria por los precios de los minerales y comenzará a regir el primer tramo del cambio en el IGV que, entre otras muchas cosas, ha impuesto el Congreso. Es decir, entre menores ingresos y mayores egresos ya identificados habrá una presión adicional de casi un punto del PBI sobre el déficit. Por supuesto, todo gobierno puede ajustar los gastos para intentar compensar esto, pero ¿podrá hacerlo el de Dina Boluarte con este Congreso? ¿Le interesa siquiera?
El hecho es que, de momento, nos vamos por un déficit fiscal mayor al 3.3% del PBI en el 2026, y eso si los precios de los minerales siguen elevados y estables y no hay un fenómeno del niño. Además, depende también de que el Congreso no se las ingenie para seguir regalándo(se) presupuesto en el último año que tienen en el puesto. Nos parece improbable.
El déficit fiscal del año 2026, del cual podrán echar la culpa al próximo gobierno, arrancará en un nivel insosteniblemente alto. Sea quien sea que llegue al poder, no podrá, y probablemente no querrá, tomar las medidas que contrarresten tanta exención de impuestos y redireccionamiento absurdo del gasto. Esto nos llevará a un nivel de deuda cada vez más alto y a perder el grado de inversión de nuestra deuda en el próximo año. La deuda nos costará más y esto arrojará aún más leña al fuego.
La dinámica de la política peruana seguirá así hasta que las cosas se pongan tan mal que no nos quede otra. Tan mal, por ejemplo, como se pusieron en 1990. Esa es nuestra dirección si no hacemos algo. La inflación de 8,8% que nos chocó tanto en junio del 2022 parece un juego de niños cuando la comparamos a los más de 12,000% de agosto de 1990. ¿Es que la gente no recuerda o no sabe lo que fue eso? Fue hace solo 35 años y si muchos no habían nacido, la mayoría son por lo menos hijos de quienes lo vivieron.
¿Qué podemos hacer? La solución es sencilla, aunque improbable ahora. En primer lugar, aprender de la historia y evitar que se repita. En segundo lugar, tenemos que elegir a alguien que ofrezca un mínimo de sensatez y predictibilidad con democracia. Al Perú le fue muy bien pese a tener Alejandro Toledo como presidente, por ejemplo, y ni PPK, ni Humala, ni el mismo Alan García (que hoy parecen estadistas en comparación con Vizcarra, Castillo y Boluarte) fueron dechados de virtudes, pero nadie dudó de su apego a la democracia ni en la fundamental sensatez de sus gobiernos.
¿Y el Congreso? No importa quién sea Presidente, parece que tendrá que enfrentar a un Congreso tribalizado. En primer lugar, al Congreso lo elegimos nosotros, así que nos toca estar bien enterados de a quiénes elegimos. En segundo lugar, el Congreso, como el Ejecutivo, también responde al apoyo de la gente. No caigamos en el juego de este Congreso de comprarse apoyo con favores que benefician a algunos en el corto plazo, pero en el largo plazo hunden al país. ¡Eso no funciona! De este hoyo salimos todos juntos o no sale nadie.
Somos los electores quienes tenemos que pensar en el largo plazo, pues es de él que depende nuestro futuro. Elijamos verdaderos representantes. Queremos congresistas y senadores que sepan que su futuro depende de que nos representen cabalmente. Queremos formar políticos profesionales, no un grupo de advenedizos a la caza de beneficios personales.