Martín Naranjo
Perú21, 29 de setiembre del 2025
«Lo interesante es que uno se siente igual que siempre, por dentro nos sentimos exactamente los mismos. Somos la continuación de la misma historia. Solo que ahora nuestro DNI no caduca», reflexionó Martín Naranjo.
“¿Es usted adulto?”, me preguntó la joven de la taquilla. “Claro que sí, desde hace 46 años”, respondí, con mi acostumbrado apego a la literalidad. Te está preguntando si eres adulto mayor, si tienes más de 60, aclaró mi esposa entre risas. Es que los adultos mayores, además de subir en el primer grupo en cualquier vuelo y tener colas especiales en los supermercados, también tenemos descuentos en el cine.
Lo interesante es que uno se siente igual que siempre, por dentro nos sentimos exactamente los mismos. Somos la continuación de la misma historia. Solo que ahora nuestro DNI no caduca. Las autoridades, los médicos y los pilotos del avión nos parecen adolescentes, y nuestros hijos, cuando tienen tiempo para visitarnos, nos enseñan a usar las redes sociales, la IA y las nuevas aplicaciones en el celular mientras nos cuentan qué significan las nuevas expresiones en los medios digitales.
En realidad, uno va descubriendo en los ojos del resto que el edadismo existe como una forma de discriminación que te va haciendo invisible implacablemente. Descubres que ser viejo no es un cambio súbito, sino que vas cruzando poco a poco una frontera muy ancha hacia una situación en la que el tiempo pasa más rápido, las letras se achican y el dolor se va convirtiendo en tu compañero más fiel. Además, las ausencias, que se multiplican, te golpean con más frecuencia y te arrepientes mucho más de lo que no hiciste que de lo que hiciste mal.
Pero envejecer también tiene sus ventajas. Tus fortalezas a explotar están ahora en las experiencias que han formado tu criterio, en la perspectiva que te da lo vivido, en ese tipo de sabiduría que te permite discernir con mayor claridad lo trivial de lo esencial. Tu inteligencia y tu conocimiento acumulado cristalizan en una intuición mucho más efectiva en la identificación de patrones y en la medición de consecuencias, especialmente en las situaciones más complejas. Tu capital relacional, los vínculos creados a lo largo de la vida y tu capacidad de enseñar te permiten identificar más fácilmente tu sentido de comunidad, de amistad y de familia.
En realidad, te das cuenta de que todos, viejos y jóvenes, estamos aprendiendo, de que nadie puede dejar de aprender y de que se trata de hacerlo como si fuéramos a vivir para siempre. Te das cuenta de que tu capacidad de asombro sigue viva y de que mantenerte vigente implica que lo hagas respecto de tu especialidad, pero también de cómo vas cambiando tú mismo y cómo va cambiando tu propósito y tu sentido de contribución.
Entonces entiendes que la vejez no solo es pérdida, que también puede ser un tiempo de cosecha. Como nos dijo Borges en Elogio de la sombra: “La vejez (tal es el nombre que los otros le dan) puede ser el tiempo de nuestra dicha”. Esa dicha que encuentras en la sonrisa de tu nieto, cuando entiendes que la única métrica que realmente importa para saber quién eres está en lo que entregas, en las vidas que has podido tocar para bien y descubres que lo que parecía un destino era, en realidad, el propio camino.