Maite Vizcarra
El Comercio, 6 de noviembre del 2025
“Porque, si no empezamos a sembrar desde la escuela –esa escuela ampliada al municipio, al parque y a la red–, los comicios del 2031 podrían encontrarnos otra vez desconcertado».
Educar para la democracia ya no es solo enseñar a votar o respetar las normas del colegio. Es enseñar a discernir la verdad de lo aparente en TikTok, debatir sin anular, y construir comunidad en las redes. En otras palabras, a ser ciudadanos digitales en un país que aún no termina de entender su propio civismo analógico.
Ya es común en el país preguntarse cómo fortalecemos la democracia. Pero rara vez se mira hacia la escuela buscando una respuesta. Allí, donde los infantes ensayan su primera convivencia con el ‘otro’, se define gran parte del destino cívico de una sociedad. La escuela, ese laboratorio de convivencia que a veces se parece más a un monólogo que a un diálogo, debería ser nuestro primer espacio democrático. Pero lo es cada vez menos. Hoy las conversaciones más acaloradas ya no ocurren en el patio del colegio, sino en las pantallas.
Entonces, conviene revisar cómo estamos integrando la tecnología a nuestra forma de experimentar la convivencia con el otro. Porque no se trata solo de agregar ‘one laptop per child’ o fibra óptica a las escuelas. Se trata de enseñar que la democracia también se navega. Que postear puede ser tan público como hablar en la plaza, y que la empatía digital –esa rara habilidad de entender a alguien sin necesidad de bloquearlo– es el nuevo músculo cívico.
Al respecto, los datos del Ministerio de Educación son elocuentes: apenas un tercio de los estudiantes alcanza niveles satisfactorios en ciudadanía al salir de la primaria, y menos del 10% en secundaria logra niveles altos de conocimiento cívico. En ese contexto, pretender hoy que la democracia funcione sin alfabetización informacional, es como pretender arar en medio del mar. La educación cívico-digital debería empezar en la escuela, pero también extenderse a la casa, la comunidad y el parque.
Esto implica afianzar competencias cívico-digitales –pensamiento crítico frente a la desinformación, ética digital, autorregulación en la comunicación en línea– y, sobre todo, ofrecer experiencias de participación digital reales: votaciones electrónicas escolares, laboratorios cívicos, proyectos de innovación social en red. Para ello, los docentes necesitan asumir un nuevo rol: el de mediadores cívico-digitales. No basta con enseñar a usar un navegador; hay que enseñar a navegar sin naufragar en el mar de la desinformación. Y no solo corregir ortografía, sino también emociones digitales: el sarcasmo violento, la cancelación fácil, la indiferencia ante el otro.
Por eso celebro la invitación que me hizo el Consejo Nacional de Educación a su Encuentro Nacional de Educación 2025, porque me permitió poner este tema sobre la mesa (y sobre la pantalla). Ojalá sirva para abrir una conversación más profunda sobre cómo educar para la ciudadanía digital.
Porque, si no empezamos a sembrar desde la escuela –esa escuela ampliada al municipio, al parque y a la red–, los comicios del 2031 podrían encontrarnos otra vez desconcertados: Hoy nos preocupamos de esos 2,5 millones de nuevos votantes que seguramente se van a estrenar en medio de un mar de noticias falsas, indiferencia y hasta ignorancia, pero depende de todos los involucrados con la escuela extendida completar los vacíos por aquello de que agua pasada no mueve molino.






