Maite Vizcarra
El Comercio, 17 de julio del 2025
“Hay razones válidas para el escepticismo. El transporte urbano en Lima no resiste más parches ni anuncios improvisados”.
Un tren llegó a Lima. No para revolucionar el transporte público, sino para demostrar que, por ahora, puede moverse. Y con este llegó también el debate: ¿vale la pena aplaudir un gesto que apenas empieza o seguir esperando el ideal que nunca llega?
En Lima, el transporte público demora, pero las opiniones llegan en tiempo real. Bastó que el tren promovido por Rafael López Aliaga hiciera su recorrido demostrativo para que la red social X se encendiera con argumentos, ironías y memes. Todavía no lleva pasajeros, pero ya carga una tonelada de prejuicios, expectativas y cinismos.
El tren aún no está operativo. No hay marcha blanca ni ruta definitiva ni integración anunciada con los otros sistemas de transporte. Solo un primer trayecto, una puesta en escena que, para algunos, es puro márketing político. Para otros, en cambio, representa un símbolo: el de un intento concreto y visible de mejorar el caos vial limeño, aunque sea con una gota en el mar.
La frase ‘cualquier número es mejor que cero’ se ha vuelto el núcleo de la discusión. ¿Lo es? ¿Vale más un tren que podría mover a 16.000 personas al día –cuando finalmente funcione– que no tener nada? ¿O es una forma de hacernos trampa a nosotros mismos, celebrando lo simbólico mientras la realidad sigue igual de congestionada?
Hay razones válidas para el escepticismo. El transporte urbano en Lima no resiste más parches ni anuncios improvisados. Y no sería la primera vez que un político presenta un proyecto sin pensar en la sostenibilidad, la planificación o la equidad territorial. También es legítimo preguntarse si este tren atenderá a quienes más lo necesitan o si solo servirá como escenario de campaña.
Pero también hay algo de injusticia en la crítica que descalifica todo de entrada. Porque, a veces, los argumentos más severos provienen de quienes no tienen que pasar tres horas diarias en combi para llegar a casa.
Es cierto: el proyecto es mínimo frente al problema gigantesco del transporte en Lima. Pero el cero también ha sido la constante durante años. Cero trenes nuevos. Cero integración efectiva. Cero avances concretos para quienes viven lejos, ganan poco y dependen del transporte público para todo. En ese contexto, un intento –aunque parcial– no debería verse como una burla, sino como un inicio al que habrá que vigilar, mejorar y exigir.
Claro que no basta. Claro que no resuelve nada por sí solo. Pero entre el delirio megalómano y la crítica paralizante, debería haber espacio para construir. Para pasar del tren de la foto al tren que funciona, que transporta, que conecta. Y, también, para reconocer que no todos tienen el mismo punto de partida. Ni en la ciudad ni en la vida.
Porque sí: cualquier número puede ser mejor que cero. Pero solo si ese número no se usa como excusa para dejar de contar. O para dejar de avanzar. O para seguir creyendo que los trenes –como los cambios– son solo para las fotos.