Maite Vizcarra
El Comercio, 14 de agosto del 2025
“La aparición de ‘buferos’ en el menú electoral va a necesitar de incentivos sexis que los partidos tienen que empezar a identificar”.
Se acerca el 1 de setiembre, fecha en la que se resolverán las observaciones a la conformación de las alianzas electorales, con lo que el tablero político para el proceso 2026 estará un poco más definido, permitiendo a los partidos adentrarse en asuntos cruciales como la captación indispensable de gente correcta para sus listas de candidatos al Congreso.
¿Cómo atraer a quienes podrían renovar la política sin arruinarlos en el intento? ¿Y qué debería considerar alguien decente, con trayectoria, que hoy se pregunta si vale la pena postular?
Estamos entrando al tramo definitivo de la etapa de calentamiento electoral. En efecto, en menos de tres semanas vence el plazo para que los partidos políticos subsanen observaciones a sus alianzas. No es solo un asunto técnico. Es la última oportunidad para asegurar su permanencia, pues, según la ley electoral, solo conservarán su inscripción las coaliciones que superen el 6% de votos válidos –aumentando 1% por cada partido adicional que sumen–. Con ese reloj encima, toca mirar no solo con quién se alían, sino a quién se atreven a invitar.
Hace poco planteamos en esta columna la necesidad de incorporar en la política nacional a los llamados ‘buferos’: perfiles que no buscan polarizar sino tender puentes, que no viven del griterío digital, pero sí del reconocimiento profesional ganado con esfuerzo.
Este artículo es su continuación natural: ¿qué pasa cuando un partido le propone a alguien así –decente, solvente, con experiencia en su campo, pero sin recorrido partidario– postular al Congreso? A primera vista, suena bien. Pero la decisión de aceptar no es nada sencilla.
Lo explicó con claridad quirúrgica en el podcast del politólogo Carlos León Moya la también politóloga Paula Távara: para postular como invitado –‘bufero’, añadido mío– en Lima, no basta con querer servir. Hay que tener, como mínimo, 30 mil soles en el bolsillo. No para derrochar, sino para sobrevivir tres o cuatro meses sin trabajar, y además pagar el alquiler, la comida, los pasajes, y asumir la inevitable y eventual ‘cuota de aportación’ que todo partido pide ‘por lo bajo’. Real politik, que le dicen.
Y eso solo si cuentas con un equipo de voluntarios. Este modelo, como lo señala Távara, expulsa automáticamente a mucha gente con potencial de ‘aggiornar’ el menú de opciones políticas. Porque si no tienes una buena red de ‘friends and family’ que te digan ‘toma, aquí tienes diez mil’, simplemente no puedes competir.
Por ello, la aparición de ‘buferos’ en el próximo menú electoral va a necesitar de incentivos sexis que los partidos políticos, pero también los mecenas del recambio político, tienen que empezar a identificar. Porque el problema no es solo económico. Es estructural. La política, tal como está montada, desalienta a quienes no están dispuestos a hipotecar su presente para un futuro incierto. Y por eso es tan difícil atraer a los ‘buferos’.
Sin embargo, son justamente ellos quienes podrían renovar la escena. Los partidos que hoy buscan aliados para pasar la valla deberían tener como siguiente tarea invitar a un perfil ‘bufero’ ofreciéndole un número atractivo en la lista, pero, sobre todo, creando condiciones reales para que su participación no le vaya a costar la vida. Si no hay estructura, ni apoyo ni un mínimo de corresponsabilidad, la invitación suena más a trampa que a apuesta por el país.