León Trahtemberg
Correo, 6 de junio del 2025
Imaginemos a un cardiólogo con 25 pacientes: uno con isquemia, otro con hipertensión, otros con arritmias, insuficiencia cardíaca o cardiopatías congénitas. Recibe la orden de la autoridad de salud de recetar el mismo medicamento a todos —ejemplo: enalapril— porque es el más usado en EE.UU. y la OECD, y no hay tiempo para personalizar diagnóstico y tratamiento.
Este absurdo es exactamente lo que ocurre en muchos sistemas educativos, donde organismos como la OECD imponen currículos y pruebas estandarizadas (como PISA) para todos, sin considerar contextos, talentos ni diagnósticos individuales. La educación se convierte en un sistema de recetas únicas que ignoran que se trata con personas, no con cifras.
El sistema solo valora matemáticas y lectura evaluadas en una radiografía del momento. La obsesión por métricas fáciles de comparar —como si en medicina solo se midiera la presión arterial— ignora dimensiones vitales como el pensamiento crítico, la empatía o la creatividad.
Lo más grave: muchos líderes educativos priorizan rankings internacionales por encima del bienestar real de los estudiantes.
Propongo otro camino: currículos flexibles, autonomía escolar, confianza en los docentes, evaluaciones cualitativas. Modelos como el finlandés muestran que es posible educar sin sacrificar humanidad.
La analogía no es exagerada: imponer un solo modelo pedagógico es tan irresponsable como recetar un solo fármaco para todas las dolencias. ¿Quiénes son entonces los verdaderos enfermos del sistema? ¿Los estudiantes que no encajan, o quienes insisten en ignorar su diversidad?