León Trahtemberg
Correo, 27 de junio del 2025
Durante años, la universidad fue sinónimo de éxito. Un título garantizaba empleo, prestigio y movilidad social. Hoy, esa promesa está en crisis. Muchos egresan endeudados, sin trabajo y con un diploma que ya no marca la diferencia. Las empresas valoran más las habilidades prácticas, la experiencia y la capacidad de adaptarse que un currículo universitario tradicional.
Carreras como derecho, psicología o comunicaciones están saturadas, y el subempleo se ha vuelto la norma. Además, los posgrados dejaron de ser opcionales para convertirse en un filtro básico, generando una inflación de credenciales costosa y poco efectiva.
Mientras el mundo laboral se transforma con automatización, proyectos ágiles y habilidades digitales, muchas universidades siguen enseñando con lógicas del siglo pasado: programas largos, teóricos y desconectados de la realidad.
Sin embargo, ya existen caminos alternativos: certificaciones técnicas, bootcamps, formación autodidacta, aprendizaje híbrido, experiencia laboral temprana. Grandes empresas como Google, IBM o Meta ya no exigen títulos universitarios.
Es momento de replantear la educación postsecundaria. Más que un diploma, lo importante es garantizar aprendizajes continuos, flexibles y pertinentes. El éxito no debe medirse por el título colgado, sino por la capacidad de aportar, adaptarse y vivir con sentido.
La universidad debe renacer con múltiples rutas. Y para ello, también debe transformarse la escuela: de enseñar para aprobar, a formar personas autónomas, creativas y resilientes. Solo así construiremos una educación más justa y realista.