León Trahtemberg
Correo, 24 de octubre del 2025
Las universidades más prestigiosas del mundo —Harvard, Yale, Princeton, Stanford y Columbia— están produciendo generaciones de jóvenes brillantes, obedientes y sin rumbo. Así lo denuncia William Deresiewicz en su libro Excellent Sheep, una radiografía incómoda de cómo el sistema educativo de élite ha convertido el aprendizaje en una carrera de obstáculos para obtener prestigio, no sabiduría.
Deresiewicz fue testigo de cómo sus estudiantes, pese a ser los “mejores”, carecían de propósito y autonomía. Hacían todo “bien”: sacaban notas perfectas, acumulaban premios, ingresaban a las universidades top. Pero detrás del éxito se escondía el vacío de no saber quiénes eran ni qué querían aportar al mundo.
Los llama “ovejas excelentes”: jóvenes que han aprendido a complacer y no a pensar. El miedo al fracaso y la necesidad de aprobación sustituyen la curiosidad y la búsqueda interior. Las universidades, por su parte, se han vuelto fábricas de currículos impecables que alimentan el mercado, pero no la conciencia.
El autor propone recuperar una educación humanista, que ayude a los jóvenes a conocerse, a cultivar su autonomía, empatía y pensamiento crítico. No se trata de formar ejecutivos exitosos, sino personas capaces de mirar el mundo con preguntas propias y no prestadas.
Esta crítica no se limita a Estados Unidos. También interpela a nuestras escuelas y universidades latinoamericanas, cada vez más obsesionadas con rankings, estándares y resultados medibles. Quizá el mayor éxito educativo sea formar seres humanos despiertos, capaces de preguntarse no solo qué hacer con su vida, sino para qué vivirla.






