José Ignacio De Romaña
El Comercio, 9 de octubre del 2025
“El Perú abrió sus brazos a todas las razas: española, africana, china, japonesa, italiana… todas de igual a igual, creando una riqueza cultural única”.
Si resucitara mil veces, mil veces volvería a nacer en esta tierra bendita, en este continente, con esta gente, fruto de la fusión de todas las culturas: imperial, hispana y cristiana.
Si el ceviche es símbolo de nuestra identidad, la tortilla de papa lo es de España, uno con el limón traído de Europa y el otro con la papa andina. Tan fuerte fue el encuentro de mundos que hasta la naturaleza lo confirmó con el caballo andaluz, que al llegar a nuestra tierra transformó su andar y se convirtió en estandarte cultural: el Caballo de Paso Peruano.
Nuestra rica historia americana, que nace en Caral y se expande en la costa desde los chimús hasta los nazcas, nos regaló orfebrería, cerámica, textilería y una visión del cosmos inspirada en un Dios Sol. Ese Sol fue elevado por Pachacútec por encima del mismo Sol, para unir naciones e iniciar la gran expansión del Imperio Inca, que llegó desde Panamá, hasta los confines del continente.
Luego vino el Reino del Perú. José Gabriel de Condorcanqui firmaba “por la gracia de Dios, Rey del Perú”, y Manuel Belgrano, héroe de la independencia argentina, nació en Buenos Aires, Reino del Perú como consta en su partida de nacimiento. Esta tierra fue cuna de la cristiandad americana: el Sol sobre el Sol preparó el suelo para recibir el Corpus Christi y fundirnos en la fe católica, en costumbres alto andinas que perduran hasta hoy.
En este Virreinato se trajo lo mejor del Viejo Mundo: ciudades, universidades, iglesias. Se enseñó, se aprendió y se amalgamó con la rica cultura andina. Así como Pachacútec recibió la carga de unir naciones, ese legado continuó en las generaciones que siguieron. Francisco Pizarro, forjador de la Ciudad de los Reyes, unió su destino con la princesa inca Inés Huaylas Yupanqui, hija del gran Huayna Cápac. De esa unión nació Francisca Pizarro Yupanqui, la primera mestiza noble del Perú: sangre imperial inca y española que, fundidas en un solo ser, dieron inicio al linaje que simboliza la grandeza de nuestra fusión cultural y la vocación de unión de esta tierra bendita.
El Perú abrió sus brazos a todas las razas: española, africana, china, japonesa, italiana… todas de igual a igual, creando una riqueza cultural única, expresada en nuestra mesa y en nuestra vida cotidiana.
El Perú es un país generoso, con vocación de hermandad. Lo demuestran figuras sublimes como Miguel Grau exaltando la grandeza del ser humano en los momentos más oscuros de la batalla, o en la solidaridad hacia Argentina en la tragedia de las Malvinas, tierras que también fueron parte del Reino del Perú, como consta en los archivos de la nación.
Esa es la historia de la hispanidad. Esa es la grandeza de nuestra patria. La historia del continente americano se escribe con tinta roja y blanca, en un lienzo de grandeza y esperanza. Debemos asumir ese orgullo ancestral, cristiano, imperial, hispanoamericano.
Somos un todo bendito, somos la historia de América. Heredamos el legado de unión, como nuestro Buque Escuela que lleva en su espolón a Túpac Yupanqui, quien siguió la misión de Pachacútec: unir a las naciones.
A las nuevas generaciones les toca recibir la verdad. Elevar el rostro al sol para no mirar las sombras de una historia tergiversada. La verdad nos hará libres, despertará nuestra conciencia y nos permitirá resaltar la grandeza de nuestra tierra.
El gran reto es reescribir los textos escolares, contar la verdad de nuestra historia, sentir orgullo en cada línea, transmitir la grandeza de HisPanoamérica… con P de Patria, con P de Potencia, con P de Perú.