Iván Arenas
El Comercio, 2 de diciembre del 2025
“Pero hay otro ‘sur real’, de instituciones populares que no son sino redes de colaboración y competencia que articulan las sociedades”.
El sur. Ya no es solo una referencia geográfica, sino que se ha convertido en una obsesión etnológica y en un enigma antropológico. Los politólogos –en campo– anhelan anticiparse a los próximos resultados de las encuestas y saber cómo piensa (políticamente) y cómo votará el sureño en general, pero el puneño o el cusqueño en particular. Los sociólogos de la academia zurda suspiran cuando hablan del ‘aimarazo’ y hacen referencia al ‘otro Perú’ como si entre Puno y Lima hubiera una distancia de un millón de años luz, pero basta ver cómo los puneños dominan hoy la avenida Abancay en el corazón de Lima con sus centros comerciales populares y sus grandes inversiones. ¿No me creen? Vayan a tomar un caldo de mote por la avenida Grau.
El limeño universitario joven promedio llega a Cusco (o ‘Cujco’, como suelen decir los costeños) o Puno, convencido de tomarse una foto étnica-turística instagrameable con una cholita y su alpaquita, cuando es casi seguro que su abuelo llegó a conquistar Lima desde Huaraz, Huancayo, Huánuco o desde el propio Cusco y Puno. Marx, que era un maestro de la sospecha (dicho así por Ricour) llamaría “alienación” al comportamiento de esos nuevos limeños que hoy soslayan sus orígenes.
Así, y desde hace rato, Lima es hoy más de los Quispes que de los Rodríguez, pero contra esta ciudad algún sector de la academia y los tuiteros ‘posmodernos/decoloniales’ persisten en el sambenito negrolegendario que está más separada “del Perú que de Londres”.
Entonces, señores, existe en el papel ese ‘sur’ que se ha convertido en la Pandora de Avatar, en ese laboratorio ‘psicosocioantropológico’ para ‘youtubers’, tuiteros e ‘influencers’ que se quedaron petrificados en aquella frase (era cierta, ¡qué duda cabe!) de los “dos Perús” que dijera González Prada cuando vio con su catalejo desde el cerro El Pino cómo se desarmaban las defensas peruanas. Lima hoy es la primera ciudad andina.
A lo que voy es que hay un paternalismo presumido de intelectualidad, un “velo de ignorancia” (perdón, Rawls) atrevida y temeraria, que nos quiere hacer ver a ese ‘sur de papel’ como los ‘buenos salvajes’, ratones de laboratorio social que no merecerían sino la comprensión del ‘limeñito’ que vive en la ciudad señorial, centro de la ‘oligarquía’ y no en esa Lima de potentes clases medias emergentes y mestizas. En suma, lo que algunos académicos hacen es tratar como menores de edad a ese sur de papel.
Pero hay otro ‘sur real’, de instituciones populares que no son sino redes de colaboración y competencia que articulan las sociedades; un sur potente de clases medias emergentes e informales (también ilegales, como en otras regiones) alrededor del comercio, la minería y los servicios al aparato estatal. Ese es un sur real sociológicamente conservador donde es difícil explicar el mercado sin la familia (y viceversa), donde hay un principio del orden, con sus tradiciones y donde la posmodernidad racializada no tiene sentido salvo en el cajón de sastre del académico.
Lo que hay es un sur comunitario pero no comunista (¡lee, Cerrón!) y que sin embargo sus escolares son educados en la ‘lucha de clases’ por profesores del Sutep que cuentan la historia de una “nación doliente”, originaria, y a la vez niegan la “nación mestiza” y la “nación política” de la igualdad. A esa izquierda identitaria, antinacional e idealista, Robespierre los haría temblar.
Pero, ¡caramba!, qué sería Puno sin Dante Nava y los italianos, y fue el mismo Arguedas quien le dijo a Wesphalen que el “kechwa debe desaparecer”. Ese es el mismo ‘sur real’ que votó por Castillo no por comunista sino por conservador sociológicamente, cuando dijo aquella vez que no creía en el aborto, la ideología de género y la legalización de la marihuana.
Que el sur esté marginado y excluido de la política no significa que económicamente lo esté, aunque valgan verdades hay zonas grises de pobreza, pero esa competencia es de un Estado indolente y corrupto. Entonces lo que existe es una inmensa oportunidad para renovar la promesa de la vida peruana, mestiza e igual.






