Iván Arenas
Perú 21, 11 de julio del 2025
«La «cuestión de la minería informal” se relaciona también con la política, los relatos y las imágenes. Hay una historia que nos quieren contar, pero es una historia deformada».
No obstante de los mitos oscurantistas construidos en los últimos días (como aquel de las “concesiones ociosas” o la existencia de “mineros ancestrales” antes de la fundación republicana), hay un debate de fondo con respecto a la cuestión de la formalización de la minería informal o en vías de formalización. Y ese debate, todo indica, se centra alrededor de cómo es percibida la formalización por ese mundo diverso, ancho y ajeno de la minería informal. Esta percepción, todo sugiere, es la satanización de la formalización como un arma, como un garrote de la gran minería para “borrar del mapa” a los cientos de mineros informales. Lo desarrollamos a continuación.
Antes, vale incidir en algo. Y ese algo son los “relatos”, las también llamadas “narrativas”. De un tiempo a esta parte, lo importante en la política son los relatos y las imágenes. Los gringos dirían a todo lo anterior el “frame” o el marco en el que se cuenta la historia. Así, la “cuestión de la minería informal” se relaciona también con la política, los relatos y las imágenes. Hay una historia que nos quieren contar, pero es una historia deformada.
De manera tal que si hoy hay una gigantesca animadversión, una lucha, o un “huir hacia adelante” del mundo minero informal con respecto a la formalización no es solo por la ecuación de costo-beneficio. En eso, De Soto quizá se equivoca en absoluto. Entonces, no solo basta desarrollar y aplicar políticas públicas para hacer más cara la informalidad y más barata la formalidad. Sino que hace falta más.
Así, cuando uno conversa con las bases mineras, con la “masa” y no con los dirigentes (quienes se han aprovechado de las últimas protestas para ganar notoriedad preelectoral), podrá entender que para muchas de estas la formalización es sinónimo de aquel garrote que utiliza el “Estado y la gran minería” para pretender sacar del mapa y eliminar al minero informal. Semejante razonamiento no solo es falso, sino que además es dañino porque va a impedir el reordenamiento de la informalidad en la minería y permite el crecimiento de un sentimiento de “revancha”. Este razonamiento permite incubar también los mitos a los que nos referíamos en las primeras líneas de esta columna: “mineros ancestrales, luchas de clases entre gran minería y pequeña minería, concesiones ociosas o acaparamiento”.
Por lo tanto, el problema no es solo económico, es un problema estructural, social y cultural. Los animadores y promotores zurdos (que hoy asesoran a dirigentes de la minería informal) sostienen que hay “biopolítica” (a lo Foucault) en todo este asunto y que se resolverá con una nueva constitución; ello es falso.
Aquí la cuestión es darle la seguridad jurídica tanto al concesionario como al que explota la concesión para alcanzar un acuerdo y poder juntar a la minería nacional en una sola.