Iván Alonso
El Comercio, 11 de julio del 2025
“La transición energética, se supone, multiplicará el uso del cobre. Habrá que ver, sin embargo, si la transición energética se sostiene con los precios más altos”.
El anuncio de que Estados Unidos impondrá un arancel del 50% a las importaciones de cobre a partir del primero de agosto hizo saltar su cotización para entrega inmediata a un record de US$5,64 por libra (US$12.400 por tonelada). Se trata de un efecto de corto plazo nomás, motivado por el afán de asegurar el suministro del metal dentro del territorio norteamericano antes de que el arancel entre en vigor. A largo plazo, el precio debería bajar y la producción mundial también, asumiendo que todo lo demás siga igual (como suelen asumir los economistas para entender las ramificaciones de alguna medida).
El arancel va a reconfigurar el mapa de la producción y refinación de cobre y sus derivados. Estados Unidos importa actualmente la mitad del cobre que usa. Al volverse más caras las importaciones, a consecuencia del arancel, los usuarios las sustituirán total o parcialmente por cobre producido y refinado localmente. Pero el costo subirá porque ese cobre saldrá de minas y refinerías menos eficientes; por algo se importa tanto actualmente. Si no pueden trasladar el mayor costo al consumidor final, la demanda de cobre en Estados Unidos se reducirá.
Eso afectará no solamente a países como Chile y Canadá, los dos mayores exportadores de cobre a Estados Unidos, sino también al Perú, que es el tercero, y al resto del mundo. No interesa si el Perú exporta tan solo el 5% de su producción a Estados Unidos; el otro 95% tendrá que competir con los productores desplazados del mercado norteamericano, que irán a buscar compradores en otros lugares. Esos compradores seguramente aparecerán, pero no pagarán los precios que se pagan en Estados Unidos porque son menos eficientes; por algo ese cobre se industrializa hoy en Estados Unidos. Algunas minas y refinerías no sobrevivirán a esos precios. La producción mundial de cobre se reducirá, y el precio internacional, también, si todo lo demás sigue igual (repetimos).
Pero no necesariamente todo seguirá igual. La transición energética, se supone, multiplicará el uso del cobre. Habrá que ver, sin embargo, si la transición energética se sostiene con los precios más altos, no del cobre, sino del alambre de cobre y otros productos derivados, y con la tendencia actual, más permisiva, para la exploración y explotación de petróleo. Los precios relativos de los distintos tipos de energía, más que las nobles intenciones, serán decisivos. Habrá que ver también, por supuesto, cuánto dura ese arancel.