Ian Vásquez
El Comercio, 6 de mayo del 2025
“Estados Unidos, desde el siglo pasado, ha apoyado un sistema internacional basado en la apertura y los principios que dieron lugar al éxito de la esfera anglosajona”.
Toda gran innovación tecnológica es “un acto de rebelión contra la sabiduría convencional y los intereses creados” dice el historiador económico Joel Mokyr. Podría haber dicho lo mismo respecto a la innovación artística, empresarial, científica, intelectual y demás.
El escritor sueco Johan Norberg acaba de publicar un libro oportuno (“Peak Human”) sobre episodios históricos en los que tales actos de rebelión producen civilizaciones sobresalientes. Destaca “épocas doradas” o picos históricos de la humanidad que van desde Atenas y la china bajo la dinastía Song (960-1279 d.C.) hasta la República Neerlandesa de los siglos XVI y XVII y la actual esfera anglosajona.
¿Qué se entiende como una época dorada? Según el autor, se trata de sociedades que se mantienen abiertas, especialmente al comercio, las personas, y el intercambio intelectual. Se caracterizan por el optimismo, el crecimiento económico y logros en numerosas áreas que las distinguen de otras sociedades contemporáneas.
Las civilizaciones que han creado estas épocas de oro imitan e innovan. Roma apropió y adaptó arquitectura y filosofía griega, pero también fue bastante inclusivo con los inmigrantes y forasteros: ser romano era una identidad política, no étnica. El califato abasí de hace 1.000 años fue el lugar más próspero del mundo. Ubicó su capital, Bagdad, en el “centro del universo” y de allí promovió la tolerancia intelectual, el conocimiento y el libre comercio para producir un verdadero florecimiento científico y artístico.
La China de la dinastía Song fue especialmente impresionante. “Ninguna civilización clásica estuvo tan cerca de desencadenar una revolución industrial y crear el mundo moderno como la China Song”, escribe Norberg.
Pero ese episodio, como las otras del pasado, no duraron: “Todas estas épocas doradas experimentaron un momento de muerte de Sócrates”, observa Norberg, “cuando abandonaron su compromiso previo con el intercambio intelectual abierto y abandonaron la curiosidad por el control”.
Las fuerzas del estatu quo siempre amenazan: “Las élites que se han beneficiado lo suficiente de la innovación que las encumbró quieren echar a patadas la escalera que tienen detrás, los grupos amenazados por el cambio intentan fosilizar la cultura en una ortodoxia”. La Italia renacentista terminó, por ejemplo, cuando los protestantes y los católicos de la contrarreforma se enfrentaron y se aliaron con respectivos Estados, lo cual facilitó la represión.
Hoy estamos viviendo en una era dorada que no ha terminado y que tiene su origen en la Inglaterra del siglo XVII, que a su vez se basó en la época dorada de la República Neerlandesa. Fue en la Inglaterra del siglo XVIII que se inició la Revolución Industrial que permitió una explosión de riqueza y el escape de la pobreza masiva de buena parte de Europa Occidental y Estados Unidos.
Y fue Estados Unidos que, desde el siglo pasado, ha apoyado un sistema internacional basado en la apertura y los principios que dieron lugar al éxito de la esfera anglosajona. Es así como la mayor parte del mundo está participando de la actual era dorada en la que las mejoras en términos de prosperidad y bienestar han sido dramáticas e inéditas en la historia humana.
Donald Trump dice que quiere iniciar una edad de oro y apela a viejos tiempos supuestamente mejores en Estados Unidos. Para lograr su meta, dice que no necesita a otros países y hace falta el proteccionismo que está imponiendo al mundo.
No ha aprendido las lecciones del libro de Norberg. Una de las más importantes es que los factores que determinan la continuación de una época dorada no son externos, como puede ser una pandemia o un supuesto choque de civilizaciones. Más bien, dice Norberg, se trata de un choque “dentro” de cada civilización, que tiene en sus manos la habilidad de decidir si continuar o no en el pico en el que se encuentra.