Ian Vásquez
El Comercio, 15 de julio del 2025
“Trump está usando la política arancelaria para promover fines no comerciales, como la inmigración y otros temas»
La semana pasada, el presidente Donald Trump confirmó algo que a estas alturas todo el mundo debería reconocer: al líder del país más poderoso del mundo simplemente le gusta el proteccionismo.
En abril, Trump anunció que aplicaría aranceles de 10% al mundo y tasas más altas a docenas de países. Luego de que los mercados reaccionaron negativamente, Trump anunció una pausa de 90 días durante los cuales su gobierno sugirió que negociaría 90 tratados comerciales con los países que Trump consideraba que estaban “robando” a Estados Unidos.
Por más que sus aliados políticos digan que Trump es un gran negociador y que su fin es un mundo de mercados más abiertos, no hay evidencia para tal aseveración. En los últimos 90 días, Estados Unidos solo ha podido completar tratados con dos países.
Ahora que esa pausa terminó, Trump dice que aplicará aranceles de hasta 50% a más de 50 países si no concluyen acuerdos para principios de agosto. Entre ellos están los socios comerciales más importantes de Estados Unidos –Canadá (con un arancel de 35%), México (30%), la Unión Europea (30%) y Japón (25%)–, que representan más de 50% de las importaciones a Estados Unidos.
Si los aranceles se llegaran a aplicar, representarían un impuesto enorme a los consumidores estadounidenses. Desde que Trump llegó al poder en enero, el arancel promedio de Estados Unidos subió de 2,5% a 16,6% y los nuevos aranceles amenazan con elevar la tasa promedio a 20,6%, el nivel más alto desde 1910 según el Budget Lab de la Universidad de Yale.
No debemos esperar que al final del proceso de negociaciones estaremos viviendo en un mundo de comercio más libre o “justo”. Tal como lo ha documentado el experto Scott Lincicome, desde los años 80, y a pesar de opiniones cambiantes en numerosos temas, Trump constante y repetidamente ha declarado que los aranceles son buenos y pueden crear empleos y revertir los déficits comerciales, que son una muestra de que Estados Unidos está perdiendo riqueza.
No importa que el consenso abrumador de economistas favorece el libre comercio y considera que la perspectiva comercial de Trump es un sinsentido mayúsculo. No importa tampoco que Estados Unidos ha tenido un déficit comercial con el mundo por casi 50 años y ha podido multiplicar su ingreso per cápita por ocho. El presidente es un analfabeto económico que considera que el intercambio comercial es un juego de suma cero.
Por eso es imposible encontrar un argumento económico que justifique la política comercial de Trump. Dice que quiere revertir déficits comerciales, que está usando aranceles como herramientas negociadoras para ser reducidas luego de que se abran los mercados y que los aranceles son para recaudar ingresos. Es difícil sostener todas esas posturas de manera simultánea.
Además, Trump está usando la política arancelaria para promover fines no comerciales, como la inmigración y otros temas. A Brasil, por ejemplo, Trump amenaza con imponerle un arancel de 50%, a pesar de tener un superávit comercial con ese país. Dice que no le gusta cómo el presidente Lula da Silva y el sistema legal brasileño están tratando a Jair Bolsonaro.
La amenaza ha fortalecido a un Lula que se estaba debilitando y ha perjudicado a Bolsonaro, su aliado político. Tal resultado no parece habérsele ocurrido a Trump o quizá no le importa. De la misma manera, sus aranceles han fortalecido a los líderes de izquierda en Australia, México, Canadá y otros países.
Estados Unidos y el mundo será más pobre por la incertidumbre y el proteccionismo que Trump parece disfrutar imponer. Los socios comerciales de Estados Unidos ya están viendo cómo desviar buena parte de su comercio hacia otros países. Ojalá que se contengan las represalias comerciales para no hundir demasiado a la economía global.