Ian Vásquez
El Comercio, 11 de noviembre del 2025
“¿Tiene sentido pedir a la gente pobre de hoy hacer sacrificios para mejorar la temperatura en el año 2100 cuando la gente, incluso los “pobres”, será bastante más rica?“.
Ayer empezó la decimotercera cumbre climática anual de las Naciones Unidas en Belém, Brasil. Las expectativas de la reunión son bajas y no deberíamos esperar que genere nuevas ideas respecto a la siguiente pregunta: ¿Cómo deberíamos pensar sobre el problema del cambio climático?
La respuesta vino hace dos semanas desde la pluma del filántropo Bill Gates. En un memorándum anticipando la cumbre, dijo que “aunque el cambio climático tendrá graves consecuencias, especialmente para los habitantes de los países más pobres, no provocará la desaparición de la humanidad. Las personas podrán vivir y prosperar en la mayoría de los lugares de la Tierra en el futuro previsible”.
En otras palabras, el cambio climático no es una amenaza existencial. En vez de enfocarse en la temperatura global, la prioridad debe ser mejorar la vida de la gente. El calentamiento no es el problema más serio ni inmediato que enfrentan los pobres –la pobreza y las enfermedades lo siguen siendo–. Por lo tanto, dice Gates, tiene mayor sentido destinar los recursos, que son limitados, a esos problemas donde pueden hacer una mayor diferencia.
Ese mensaje –que el cambio climático no será catastrófico y que la humanidad podrá seguir adaptándose– representa un punto de vista completamente opuesto al consenso que las cumbres climáticas han promovido. El mismo Gates, quien por años ha financiado generosamente iniciativas para lidiar contra el cambio climático, publicó un libro en el 2022 titulado “Cómo evitar un desastre climático”.
La evolución en el pensamiento de Gates implica nuevos enfoques de política pública que incluyen intervenciones básicas en la salud pública y dar importancia al crecimiento económico y a la innovación. “La salud y la prosperidad”, dice Gates, “son la mejor defensa contra el cambio climático”.
Gates tiene razón. En la medida que se ha enriquecido el mundo, el bienestar ha mejorado. Por ejemplo, el riesgo de muerte debido al clima extremo ha caído por más de 99% en los últimos 100 años. La investigadora de la Universidad de Oxford Hannah Ritchie documenta cómo las innovaciones tecnológicas y el mismo crecimiento han generado avances no antes pensados. Muchos países, por ejemplo, han desvinculado el crecimiento económico de las emisiones per cápita de dióxido de carbono; los países avanzados siguen creciendo, pero con menores emisiones. Ritchie también tuvo una perspectiva pesimista hasta que empezó a investigar los datos.
En su llamado a tomar en cuenta los costos y beneficios de las políticas enfocadas en el cambio climático, Gates está siguiendo un creciente número de expertos realistas en el tema. Quien probablemente más ha influido es el filántropo Bjorn Lomborg, presidente del centro de investigación Copenhagen Consensus.
Lomborg muestra que quienes enfatizan la reducción de la temperatura como meta principal no toman en cuenta las prioridades de los pobres que supuestamente quieren ayudar, ni el costo actual que implica su política o la habilidad de la gente de adaptarse a través del tiempo.
Gates da un ejemplo del conflicto entre las prioridades. Dice que hace unos años un gobierno de un país pobre prohibió el uso de fertilizantes sintéticos para reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero, pero el resultado fue menos producción agrícola, menos comida y precios altísimos.
El tema ético importa. ¿Tiene sentido pedir a la gente pobre de hoy hacer sacrificios para mejorar la temperatura en el año 2100 cuando la gente, incluso los “pobres”, será bastante más rica? Explica Lomborg que el daño climático de la inacción reducirá el incremento de bienestar a principios del próximo siglo de un 450% a un 435%. Las futuras generaciones todavía serán mucho más prósperas y por eso más capaces de abordar los problemas relacionados con el cambio climático.
El mensaje de Gates es muy bienvenido.






