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Gabriel Daly
Gerente General de la Confiep
El Comercio, 26 de mayo del 2025
“La derecha debería aprender de su historia reciente y buscar mecanismos de unidad que le permitan construir un proyecto consistente y robusto”.
Hubo un tiempo –quizá breve, pero decisivo– en que la derecha peruana supo articular sus dos almas: la popular y la tecnocrática. El artífice de esa fusión fue Alberto Fujimori, quien logró alinear al ingeniero Absalón Vásquez con el economista Carlos Boloña. Esa alianza permitió un gobierno con crecimiento económico sostenido y un respaldo social considerable. Pero aquella simbiosis, improbable en su momento, hoy parece irrepetible.
El episodio más revelador de la fractura interna de la derecha ocurrió durante las elecciones del 2016, cuando Pedro Pablo Kuczynski (PPK) y Keiko Fujimori se enfrentaron en la segunda vuelta presidencial. En el papel, era una oportunidad ideal para construir una hegemonía duradera: el Perú se proyectaba como ejemplo de estabilidad y dinamismo en la región. Sin embargo, esa promesa se desvaneció en una confrontación estéril. Lo que pudo ser un pacto histórico entre dos corrientes complementarias de la derecha derivó en una guerra de desgaste.
PPK, en su afán por marcar distancia y asesorado por figuras abiertamente antifujimoristas, recurrió a ataques personales: “De tal palo, tal astilla”, dijo, calificando de rateros tanto a Keiko como a su padre. Ya en Palacio, profundizó la ruptura al declarar en una entrevista con Jacqueline Fowks en el diario “El País” que “habría que jalarse” a unos 30 congresistas fujimoristas que, según él, solo se habían subido al carro del triunfo por conveniencia. Además, convocó a ministros y asesores identificados con la izquierda caviar, gesto que la derecha popular nunca le perdonó.
La respuesta fue inmediata. Fuerza Popular convirtió el Congreso en una trinchera: censuras, interpelaciones, comisiones ad hoc, obstrucción legislativa y mociones de vacancia. La consigna era clara: destruir antes que ceder. El saldo fue devastador: la renuncia de un presidente, el colapso del Parlamento y, como desenlace irónico, el ascenso años después de un ‘outsider’ antisistema como Pedro Castillo.
Hoy el panorama es aún más fragmentado. Lejos de encarnar una derecha cohesionada, el fujimorismo compite con figuras como Rafael López Aliaga, Carlos Álvarez y Phillip Butters, que disputan el mismo electorado a través del estruendo mediático, el conservadurismo militante, la mano dura y el culto a la personalidad. En el flanco tecnocrático, Hernando de Soto flota sin estructura partidaria, mientras el PPC apenas sobrevive como una sigla sin liderazgo ni dirección y Rafael Belaunde no termina de convencer.
Nadie parece dispuesto a tender puentes, pese a que todos marcan apenas un dígito en las encuestas. Cada uno actúa como si fuera el único capaz de representar a toda la derecha. A ello se suman el descrédito de la política, los egos desmesurados y el incentivo perverso que ofrece un Parlamento balcanizado.
La derecha peruana está rota: sin proyecto, sin estrategia, sin voluntad de recomposición. Rearticularla exige algo que escasea: visión de largo plazo, cuadros con oficio y un liderazgo auténtico. Mientras tanto, el canibalismo continúa, devorando lo poco que queda de su capital político.
La derecha debería aprender de su historia reciente y buscar mecanismos de unidad que le permitan construir un proyecto consistente y robusto. Necesita modernizarse, ser liberal con vocación social y contar con un programa capaz de fortalecer los principios de una economía social de mercado. Un programa que integre al 80% de peruanos que hoy operan en la informalidad, sin acceso a justicia predecible, crédito razonable o servicios básicos como salud, agua y electricidad que los haga más productivos.
Es hora de asumir con seriedad y responsabilidad el papel que le corresponde y buscar alianzas. La derecha debe pensar en un país donde todos los peruanos puedan desarrollar un proyecto de vida digno, y no queden a merced de políticas mercantilistas ni de experimentos sociales que han fracasado rotundamente, tanto en el Perú como en el resto del mundo.