Gabriel Daly
El Comercio, 7 de julio del 2025
“Si la derecha quiere sobrevivir y mantener relevancia en el debate público, debe dejar de dispararse a los pies”.
“Usted nunca ha pagado una planilla”. La frase suele lanzarse como un dardo en cualquier almuerzo empresarial para descalificar al interlocutor que, con argumentos sólidos, defiende la economía de mercado sin haber emitido jamás una boleta de pago. Para muchos empresarios, no haber sufrido la tortura de hacer empresa en el Perú basta para invalidar cualquier opinión. Sin embargo, esta crítica, más que un juicio de mérito, revela un problema de fondo: el desprecio hacia los propios aliados.
Porque, aunque suene provocador, es un hecho: muchos de los principales defensores del mercado nunca han pagado una planilla. Abogados, economistas, periodistas, diplomáticos e ingenieros, profesionales que jamás han tenido que calcular una gratificación, pero que fueron claves para construir el consenso promercado que permitió al Perú reducir la pobreza, estabilizar su economía y proyectarse con ambición en el mundo.
Los ejemplos abundan. Javier Pérez de Cuéllar, quien lideró la reinserción del Perú en la comunidad internacional; Mario Vargas Llosa, considerado uno de los intelectuales latinoamericanos más influyentes en la defensa de las libertades económicas y políticas; Fritz Du Bois, economista y columnista que defendió la libre competencia y la disciplina fiscal desde las páginas de “Perú21” y El Comercio, diarios que dirigió; Julio Velarde, presidente del Banco Central de Reserva desde el 2006, firme defensor de la autonomía monetaria y de la estabilidad como base del crecimiento; y José Antonio García Belaunde, recientemente fallecido, quien encabezó como coagente la demanda marítima del Perú contra Chile ante la Corte Internacional de Justicia.
Sin la claridad conceptual de los economistas liberales, sin la defensa pública de periodistas que creen en la propiedad privada y sin la voz de abogados que interpretan la Constitución con respeto al orden económico, el Perú difícilmente habría sentado las bases de su crecimiento. Ninguno de ellos fue empresario de pura cepa, pero, sin sus ideas, probablemente muchos empleadores tampoco estarían pagando planillas hoy.
El argumento de la planilla, en el fondo, no es más que una falacia que pretende invalidar una idea por la biografía de quien la sostiene. Pero lo más preocupante es que se usa entre personas que, en esencia, piensan igual. Empresarios de derecha descalificando a economistas de derecha. Una lucha interna que solo desgasta, confunde y divide.
Mientras tanto, del otro lado, la verdadera amenaza crece sin pausa. En la minería ilegal, las fronteras entre lo formal, lo informal, lo ilegal y lo criminal se difuminan con pragmatismo. Los informales pactan con los ilegales, y estos, a su vez, se asocian con el crimen organizado. Ellos no pierden el tiempo en este tipo de discusiones. No les importa quién sea su socio. Solo saben que el poder se construye con alianzas y que su enemigo real es el Estado de derecho y la economía formal que amenaza sus ganancias ilegales.
El Perú no está en condiciones de sostener estas pequeñas guerras internas. Mientras los empresarios pierden el tiempo en discusiones inocuas, el narcotráfico se infiltra en gobiernos locales, la minería ilegal financia a algunos congresistas y la informalidad recluta votantes con promesas de impunidad. Es un enemigo que se organiza, coopera sin prejuicios y crece en las sombras.
La lección es simple: las ideas no valen menos porque su autor nunca haya pagado una planilla. Valen por su lógica y su contribución al bien común. La economía de mercado es un proyecto nacional que necesita de emprendedores, sí, pero también de ingenieros, abogados y periodistas que la defiendan.
Si la derecha quiere sobrevivir y mantener relevancia en el debate público, debe dejar de dispararse a los pies. Porque mientras aquí seguimos discutiendo quién pagó planilla y quién no, en algún rincón de Madre de Dios, Puno o Apurímac ya se está gestando un nuevo liderazgo político, financiado con dinero ilegal, decidido a tomar el poder y destruir, de un solo golpe, todo lo que tomó décadas construir.
En un país como el Perú, con tantas amenazas al desarrollo, dividirnos entre nosotros mismos no es solo un error. Es, simple y llanamente, un acto suicida.