Fernando Rospigliosi
Expreso, 30 de junio del 2025
En las elecciones primarias del Partido Demócrata (PD) de Nueva York, acaba de triunfar Zohran Mamdani, un musulmán chií, nacido en Uganda, que hace solo 7 años es ciudadano norteamericano. Y tiene las mayores posibilidades de ganar la alcaldía de la ciudad más poblada e importante de los EEUU, y principal centro financiero del mundo.
Mamdani es judeófobo, partidario de los terroristas de Hamás, proclama la “intifada global”, y tiene un programa de extrema izquierda que incluye la congelación de alquileres y la reducción substancial de la policía, a la que odia. Es respaldado por el senador Bernie Sanders y la congresista Alexandria Ocasio-Cortez, el ala socialista/comunista del PD, y se impuso a pesar del rechazo del establishment del partido.
Mamdani ha ganado sobre todo en los barrios de población blanca y acomodada, con mayor proporción de titulados universitarios y ha perdido en los de población negra e hispana.
Es una confirmación de la tesis que he venido sosteniendo: si a los electores se les da la posibilidad, suelen escoger a los peores, a los demagogos, a los que prometen soluciones mágicas para problemas complejos. Siempre ha sido así, en todas partes, y no tiene que ver con la anemia infantil ni el IQ de los ciudadanos.
Los EEUU han tenido una democracia fuerte y duradera porque la política ha estado controlada por élites partidarias, “políticos tradicionales”, que impedían el acceso de caudillos populistas al sistema.
En su libro “¿Cómo mueren las democracias?”, Steven Levitsky y Daniel Ziblatt explican ese proceso, y cómo se ha ido debilitando al aumentar la participación en las primarias de los partidos y debilitarse el control de las dirigencias tradicionales. Por eso ellos concluyen que la verdadera protección del sistema “no ha sido el firme compromiso de los estadounidenses con la democracia, sino más bien el papel de sus guardianes: los partidos políticos del país.” Y añaden que tampoco la Constitución es una barrera infranqueable para los caudillos populistas.
No obstante, en los últimos años, el poder de cribar a los candidatos por parte del establishment, casi ha desaparecido y las consecuencias están a la vista.
Este proceso es común en la historia. La República romana -con elección de representantes, división de poderes, no reelección, etc.- funcionó durante siglos hasta que el hartazgo de la población con las élites que se volvieron acomodaticias y corruptas, llevó a la imposición de los tribunos de la plebe, la demagogia y el desastre. (Ver en esta columna 15, 22 y 29 de abril de 2024 tres artículos sobre el tema).
Ocurrió en Venezuela en la década de 1990 y el resultado es el chavismo. Sucedió en el Perú. Y está ocurriendo en EEUU. Las élites políticas se amodorran y corrompen, los demagogos las derrocan y conducen a la catástrofe.
La alternativa en países como el nuestro, es un gobierno fuerte que tenga legitimidad resolviendo los problemas que preocupan a los ciudadanos, y reordene el sistema político.