Fernando Rospigliosi
Expreso, 7 de julio del 2025
En cualquier país civilizado, a más tardar en un par de días, las autoridades habrían dado una conferencia de prensa explicando las circunstancias de la muerte de José Miguel Castro, el ex gerente de la Municipalidad de Lima, aunque fuera producto de investigaciones preliminares.
Pero el Perú no está en esa categoría de países. Nadie ha dado una versión oficial. Por supuesto, de inmediato se han filtrado fotos escabrosas del fallecido ex funcionario, que solo las autoridades podían tener.
Es decir, lo normal aquí.
El asunto es que el deceso de Castro ha revelado un hecho que pocos conocían, no llegó nunca a convertirse en colaborador eficaz por culpa del fiscal José Pérez, a pesar que la investigación comenzó hace 8 años. Además de la evidente ineptitud de Pérez, el tema es más que sospechoso. Por más incompetente que sea ese sujeto, es demasiado que un implicado clave en las coimas pagadas por empresas brasileras, no haya podido concretar un acuerdo con la fiscalía, a pesar que desde hace mucho tiempo aceptó su responsabilidad y decidió colaborar.
Si bien la ex alcaldesa Susana Villarán es la principal responsable política, Castro fue el operador que negoció con los brasileros y distribuyó el dinero producto de los sobornos. Sabia mucho y probablemente en el juicio hubiera podido decir más de lo que ya había declarado.
Ahora sus confesiones, al no haber sido homologadas, pierden peso y, como es obvio, podrán ser cuestionadas impunemente por los otros implicados, sin que haya lugar a réplica.
Dicho sea de paso, el abogado de Leo Pinheiro, jefe de la brasilera OAS, otra empresa involucrada en la trama de corrupción, dice que seis veces han pedido cerrar el acuerdo de colaboración eficaz, y por culpa del fiscal Pérez no pueden hacerlo. Demasiado, para ser solo ineptitud, a pesar de que es notoriamente incapaz.
En suma, la muerte de Castro abre un enorme forado en el proceso y probablemente permita dejar en la oscuridad muchos aspectos de la trama de corrupción y salvar a varios implicados que, curiosamente, a diferencia de otros casos con mucho menos evidencias, la están pasando muy bien, no solo judicialmente sino con un tratamiento extremadamente complaciente de la prensa caviarizada.
Por último, aunque no hay versiones oficiales, parece existir una alta probabilidad de que Castro no se haya suicidado. En uno de sus últimos manuscritos dice “todo ya vino y se fue” (La República, 3/7/25), lo que “no refleja malestar, agobio o desesperanza”, comenta el diario. Además, claro, de la forma en que encontró la muerte, que hace muy improbable que haya sido por mano propia.
Todo indica que, además de la desaparición de un personaje central, hay un mensaje cifrado a otros posibles testigos o colaboradores que se atrevan a revelar algún hecho que comprometa a ciertos poderosos individuos involucrados.
Teniendo en cuenta el control del sistema judicial por la mafia caviar, muchas cosas podrían quedar sin esclarecer.