Por: Elio Vélez Marquina, Coordinador del Proyecto Estudios Indianos de la U. Pacífico
Gestión, 27 de julio de 2021
El bicentenario de la proclamación de la independencia del Perú suscita reflexiones sobre la gesta republicana y, asimismo, discursos críticos sobre los procesos históricos y culturales con que se han construido históricamente las identidades que conforman el Perú del siglo XXI.
Uno de los principales desafíos que enfrenta la sociedad peruana del siglo XXI es precisamente la necesaria y urgente superación de la discontinuidad histórica o, acaso, el ahistoricismo con que se elaboran proyectos nacionales. Muchos desconocen que el Perú se origina como el Virreinato del Perú en 1542. Es decir, ha sido desde su fundación una entidad global que integraba al imperio de los Austrias mayores, pero que, al mismo tiempo fue articulada para su administración y no para el desarrollo de su pluralidad cultural. Esa tensión entre su carácter global-imperial y su atavismo milenario perdura hoy tanto como la herencia de la corrupción propia de una administración colosal que gestionó un territorio equivalente al de una decena de países.
Es fácil constatar que poseemos una visión fragmentaria de nuestra historia. Para muchos, esta se resume en el transito del apogeo de los incas a una posterior conquista española y, finalmente, al nacimiento de la República del Perú. Esta de articulación (ajena al legado de civilizaciones milenarias y al apogeo económico del Perú virreinal) es la misma que se percibió en las celebraciones por el centenario de la proclamación de la independencia. Entonces, se buscaba fundar una nueva narrativa capaz de suponerse a la derrota peruana en la Guerra del Pacífico. Hoy, la nación peruana más que celebrar el bicentenario intenta explicarse el porqué de la crisis política, de la corrupción a gran escala y, sobre todo, del predominio de la diferencia por encima de las semejanza entre sus ciudadanos.
Hoy, repetimos el denominador común de nuestra historia republicana: la búsqueda de la conformación de una sociedad y de una nación a partir de un origen fragmentado. Pero debemos recordar que ya hemos atravesado al menos tres hitos modernos significativos en dicha búsqueda por la unidad: 1. Las grandes migraciones del campo a la ciudad, que tras décadas de mezcla y urbanización han hecho que los peruanos nos encontremos, más mestizos, en las ciudades; 2. La reforma agraria, que eleminó-aunque a un costo muy alto-uno de los principales sobstáculos para nuestro ingreso a la modernidad: los vestigios del feudalismo; y 3. La estabilización económica de cara al mercado de la década de 1990 que nos globalizó.
Estos tres procesos fueron imperfectos; carecieron de planificación y liderazgo. Sus resultados son visibles desde la desigualdad y la exclusión. Pero son una realidad. Quizás el futuro del Perú comience hoy, encauzando estos tres procesos, corrigiendo radicalmente sus grandes defectos, pero sin negarlos. Asumiéndoos servirán de base a un Perú más homogéneo, con más personas involucradas en los beneficios del crecimiento económico. Doscientos años después, sin que nadie lo haya planeado ni propuesto, hemos empezado a cuajar como sociedad y estamos más cerca de forjar un solo destino colectivo. La nueva promesa del Perú es real y es la base de nuestra esperanza.