Eddie Fleischman
El Comercio, 22 de agosto del 2025
Sin embargo, a estas alturas, parece que todo esto es una percepción de pocos, ya que la reelección de Lozano fue avalada sin ningún voto en contra. ¿Y dónde están los de las denuncias de favorecimiento o malos manejos? Todos serán cómplices silenciosos de los próximos cinco años de mandato. Que Dios y sus hinchas los demanden…
La reelección de Agustín Lozano al frente de la Federación Peruana de Fútbol es una pésima noticia para quienes soñamos con un fútbol moderno, transparente y competitivo. Lozano no solo carga con la pesada mochila de haber sido sancionado por la reventa de entradas cuando era dirigente de la federación; también arrastra una cadena de cuestionamientos éticos, deportivos y administrativos que comprometen el futuro del balompié nacional.
El contrato con 1190 Sports, firmado bajo su gestión, es un ejemplo de irresponsabilidad: sin garantías ejecutables, hipotecando los derechos del fútbol peruano en condiciones desfavorables y sin transparencia. ¿Quién se beneficia de esos acuerdos? Ciertamente, no los clubes ni la afición.
En lo deportivo, los resultados son desoladores: últimos en Sudamérica en las categorías Sub-17 y Sub-20, penúltimos en la selección mayor, sumidos en una crisis de presente y de futuro. La falta de un plan integral de menores nos condena a depender del azar, mientras otros países crecen con programas serios de formación.
A ello se suman las irregularidades en el arbitraje local, sospechas de designaciones acomodadas y decisiones que minan la credibilidad del campeonato. ¿Cómo confiar en un dirigente que permite que el fútbol se convierta en terreno fértil para la desconfianza?
Los próximos cinco años con Lozano prometen más de lo mismo: improvisación, falta de visión y un manejo político que prioriza el control antes que el desarrollo del deporte.
Éticamente, Lozano representa lo contrario a lo que el fútbol peruano necesita. Moralmente, está deslegitimado para liderar un proceso de transformación.
Si los clubes, los futbolistas y la sociedad civil no asumen una postura firme, el fútbol peruano seguirá secuestrado por intereses personales. Callar es ser cómplice.