David Tuesta
Perú21, 26 de junio del 2025
América Latina ha gozado durante décadas de un bono demográfico excepcional. Una población mayoritariamente joven, con más personas trabajando que dependiendo. Pero, esa ventana se está cerrando rápidamente. El Perú está envejeciendo sin haberse hecho rico. Y si no hacemos nada, pronto seremos más viejos… y más pobres, sostuvo el economista David Tuesta.
En el Perú —y buena parte de América Latina— se habla con frecuencia de inclusión financiera. Bancos, Gobiernos y organismos internacionales publican índices, organizan foros, lanzan apps y diseñan productos digitales. Pero detrás de esa aparente efervescencia, hay una miopía preocupante: nadie parece estar mirando el reloj demográfico, que nos está contando los minutos hacia una transformación estructural que lo cambiará todo.
América Latina ha gozado durante décadas de un bono demográfico excepcional. Una población mayoritariamente joven, con más personas trabajando que dependiendo. Pero, esa ventana se está cerrando rápidamente. El Perú está envejeciendo sin haberse hecho rico. Y si no hacemos nada, pronto seremos más viejos… y más pobres.
El cambio demográfico implica dos desafíos simultáneos. Primero, una creciente relación de dependencia: menos trabajadores sostendrán a más adultos mayores. Segundo, un estancamiento de la productividad.
En este contexto, la inclusión financiera no puede seguir reduciéndose al acceso a una cuenta o a un microcrédito de subsistencia. Necesitamos una política de inclusión de 360 grados que acompañe al ciudadano a lo largo de su ciclo de vida, facilitando el acceso y uso a los productos financieros formales que haga crecer y extender su productividad.
Hoy, más del 70% de la población económicamente activa del Perú está en la informalidad. La gran mayoría no tiene cobertura previsional, ni seguro de salud adecuado, ni capacidad de ahorro estructurada. Si la industria financiera no empieza a diseñar productos que respondan a estas carencias, estaremos condenando a millones a una vejez sin ingresos ni red de apoyo.
Necesitamos transitar del microcrédito para sobrevivir al financiamiento para transformar. Aún muchas instituciones financieras siguen enfocadas en préstamos de muy bajo impacto productivo. Debemos hacer posible el combinar crédito con inversión en capital humano y tecnología.
Es urgente promover el ahorro previsional entre los informales, pensar en cuentas individuales, contribuciones flexibles, incentivos estatales y una lógica previsional real pueden marcar la diferencia.
Hay que integrar instrumentos de protección intertemporal: seguros de salud, microseguros contra eventos vitales, mecanismos de renta mínima en la vejez. Hoy, todo el ecosistema actúa como si sus clientes no fueran a envejecer. Pero lo harán y pronto. Y si no tienen ahorros, ni seguros, ni pensiones, terminarán dependiendo de sus hijos… o del Estado.
En otro tanto, la digitalización debe ir de la mano de la comprensión del usuario. No se trata solo de ofrecer productos, sino de asegurar que los más vulnerables sepan usarlos.
El tiempo corre. La inclusión financiera del futuro no puede seguir atrapada en la lógica del presente. Si no cambiamos el enfoque hoy, dentro de 20 años enfrentaremos una crisis silenciosa: millones de peruanos mayores sin ingresos, sin redes de apoyo y sin un sistema preparado para sostenerlos. Hablar de inclusión financiera sin hablar de envejecimiento y la caída de nuestra productividad es, simplemente, una omisión imperdonable.