Aníbal Quiroga León
Perú21, 25 de octubre del 2025
«Ya no solo hay que tener cuidado con lo que se dice en público. Hay que cuidar con especial celo lo que se escribe en redes porque confieren una exposición exponencial».
Es un juego popular de las ferias pueblerinas o kermeses escolares. Con una pelota de trapo se derriban unas latitas a cambio de un premio. En la política ha devenido en un deporte nacional: cada vez que hay un cambio de autoridades, que se alienta ferozmente con bolas y chismografía, se empieza de inmediato en ese pernicioso juego de tumbarse al designado. No llega a sentarse en su escritorio y ya le están apuntando para derribarlo. Un juego malsano y autodestructivo, empujado por la feroz pulsión de envidia, rencor y afán de destruir todo aquello que nos resulte ajeno. No hay construcción, solo demolición. Se celebra la inmediata caída del recién nombrado. Y luego, volver a empezar.
La fragilidad política peruana no es nueva, pero en los últimos años ha alcanzado una precariedad alarmante. Presidentes que no duran, Congresos que se autodevoran, partidos que existen solo en papeles y candidatos que son improvisaciones de último minuto. El poder ya no se ejerce para transformar, sino para sobrevivir hasta el siguiente escándalo o a la próxima vacancia. La fragilidad se vuelve estructura. La política ya no tiene cimientos, sino débiles andamios que se desmontan al menor soplo. Las instituciones, lejos de resistir las crisis, parecen alimentarse de ellas.
Luego de la abrupta caída de la expresidenta Boluarte se ha instituido, por sucesión constitucional, un “gobierno transitorio” (no “interino” ni “provisional” como la mala prensa o los “neoconstitucionalistas” dicen con desprecio a su legitimidad constitucional) en cabeza del presidente del Congreso, que gobernará hasta las nuevas elecciones generales, como ya ocurrió con Sagasti.
Pasada la prueba de la blancura, resistiendo un nuevo pedido de vacancia o el empuje hacia la renuncia (como con Merino), luego del jaleo de la opinión pública y los medios, se ha nombrado a un nuevo premier. Luego, a propuesta de este, al menos en lo formal, se ha designado al gabinete. Aquí empieza nuevamente el ejercicio malsano. Conocidos los designados comienza el juego político, mediático y —ahora— en redes sociales del “tumbalatas”, haciendo arqueología de los nombrados, “destapando” primicias calentitas o “chicharrones” —ciertos, falsos o exagerados— en los antecedentes de fulanito o menganita. Si antes se decía que uno es amo de su silencio y esclavo de sus palabras, hoy se diría se es amo del silencio y esclavo de sus redes sociales. Recordemos lo que el gran semiólogo italiano Umberto Eco dijo: “Las redes sociales le dan derecho de hablar a legiones de idiotas…”.
Ya no solo hay que tener cuidado con lo que se dice en público. Hay que cuidar con especial celo lo que se escribe en redes porque confieren una exposición exponencial. Para no pasar por el bochorno de borrar contrito, apurado y con sonrojo lo que ya se había escrito con singular alegría. No hay que dar más pelotas, de las que ya tienen, a los sempiternos tumbalatas de la política peruana.





