Álvaro Correa
El Comercio, 16 de julio del 2025
Según el observatorio empresarial de Produce, entre enero y marzo de este año se constituyeron unas 87.000 empresas, y en ese mismo periodo se dieron de baja cerca de 255.000.
Cuando uno recorre el país puede ver de primera mano cómo gran parte de la actividad económica ocurre en el mundo de los emprendedores. Los peruanos tienen que ingeniárselas para salir adelante y para eso ponen a prueba su iniciativa, creatividad, capital familiar y, sobre todo, su inacabable esfuerzo. Ofrecen servicios y entregan productos en un ambiente altamente competitivo.
Un indicador de este dinamismo es el número de emprendimientos que abren y cierran. Según el observatorio empresarial de Produce, entre enero y marzo de este año se constituyeron unas 87.000 empresas, y en ese mismo periodo se dieron de baja cerca de 255.000. Es una clara señal de las oportunidades que los peruanos ven todos los días, pero también del nivel de competencia, la baja productividad y la dificultad de hacer negocios.
Pese a todo, los emprendedores salen adelante, se reinventan y representan la fuerza de millones de peruanos. Por eso decimos que son el motor que mueve al país.
Sin embargo, el mayor desafío de un motor es la corrosión de sus partes. Esa que se refleja en las barreras que encuentran para funcionar, muchas veces innecesarias, algunas inaceptables y otras alarmantes.
Me refiero, por un lado, a la maraña burocrática del Estado, óxido que no solo afecta a los pequeños emprendedores sino también a la mediana y gran empresa. Un Estado que complica el proceso, donde hay abusos inaceptables por parte de funcionarios de municipalidades y entidades reguladoras. La aleatoriedad y discrecionalidad en la aplicación de las normas abunda y frustra. Lidiar contra ello es costoso e innecesario. Una mejor regulación y una actitud diferente de los funcionarios públicos contribuiría tremendamente a reducir los costos de crear y operar un negocio. Todos debemos seguir exigiendo del Estado un rol diferente.
La otra fuente de corrosión que impide al motor funcionar como es debido es la creciente inseguridad que está frenando la actividad emprendedora a consecuencia del flagelo del robo y la extorsión. Instituciones delictivas muy bien organizadas – incluso mejor que el Estado – se consolidan y logran lo impensable poco tiempo atrás: el cierre masivo de negocios. Esta corrosión es la más dañina, pues puede acabar con las partes fundamentales del motor.
En ambos frentes, es vital que dejemos de manguerear el óxido y en su lugar actuemos con anticorrosivos y armemos un riguroso plan de mantenimiento preventivo.
¿Cómo ayudar desde nuestras empresas a que los emprendedores, ese motor clave para el país, siga funcionando? En primer lugar, uniendo fuerzas con ellos para lograr que el enfoque del Estado hacia la empresa (grande, mediana y pequeña) sea de simplificación y promoción, en vez de barreras y escollos. Por otro lado, exigiendo firmeza en los esfuerzos para erradicar la inseguridad que no para de avanzar. Y no menos importante, conociendo de cerca la realidad del emprendedor, escucharlos, y poder así diseñar productos, procesos y formas de relacionarnos que nos permitan apoyar su esfuerzo, utilizar sus servicios y hacerlos crecer.