Fausto Salinas Lovón
Para Lampadia
En las sociedades abiertas, las ideas, se combaten con ideas. En las universidades con mayor razón. La censura es la razón de los que no tienen ideas, sino la autoridad.
En la PUC a la que yo fui (1984-1990), no había censura para las ideas, los debates políticos, el proselitismo o el fanatismo religioso. Si bien la cátedra de humanidades ya tenía el sesgo que la ha devaluado en este tiempo por falta pluralismo, el debate universitario era más que plural.
Conservadores de Tradición, Familia y Propiedad o del Opus Dei buscaban adeptos en las mismas aulas donde apristas del ARE, socialistas de Izquierda Unidad o social confusos de la FEPUC hacían lo propio, habiendo espacio para que estos grupos busquen adeptos para sus retiros religiosos o sus campañas de apoyo popular.
En esa PUC coexistían Henry Pease como oráculo de realidad social peruana, Flores Galindo o Javier Iguiñiz con juristas liberales como Fernando de Trazegnies o Manuel de la Puente y políticos socialcristianos como Felipe Osterling o Enrique Elías Laroza. En esta PUC cada quien buscaba su rumbo y tomaba su camino.
La errada idea de convertir a la universidad en un instrumento de cambio social, en una vanguardia, llevó a varios docentes a creer que el camino consistía en suprimir el disenso, atenuar el pluralismo, soterrar las ideas contrarias, estimular el pensamiento afín y satanizar el punto de vista discrepante.
Facho era el mote de todos los que no éramos de izquierda o apristas.
El resultado es hoy más que evidente. La PUC, por lo menos en cuanto a humanidades y letras se refiere, no es un espacio plural, es un espacio de deformación en una visión de la realidad.
Esto explica porque Rafael López Aliaga, el Alcalde de Lima y líder político más exitoso del conservadurismo religioso católico, ha sido vetado de ingresar a la PUC a expresar sus ideas, por invitación de los alumnos del grupo Essentia PUCP, una célula de ideas conservadoras, católicas y discordantes en un universo de pensamiento de izquierda, pseudo progresista y de aparente corrección política.
A López Aliaga la PUC lo debió recibir con los brazos abiertos y debatir con él los derechos de las minorías sexuales, el pluralismo religioso, la separación entre Estado e Iglesia, las libertades morales y las libertades económicas.
A López Aliaga, no había que censurarlo, había que haberle preguntado sobre Von Misses, Hayek, Rothbard o Friedman antes que cerrarle la puerta.
Había que haber confrontado sus ideas y conocer sus conceptos sobre libertad económica, populismo, competencia, Estado de Derecho, seguridad jurídica y respeto a los contratos. Esa era lo que correspondía, no censurarlo.
A cualquier otro político que quiera ir a una universidad, hay que preguntarle por lo que presume saber y por lo que debería saber, no cerrarle la puerta. Una universidad no cierra puertas, abre debates.
Las ideas conservadoras, muchas de ellas ajenas a mi visión liberal de la vida, la sexualidad, la economía y la realidad social peruana, pero bien expresadas por el Grupo Essentia PUCP, a través del joven Ángelo Ramos en su alocución en la Municipalidad de Lima, lejos de haber sido un grito acallado por la censura, se pueden convertir en el TNT intelectual que dinamite el pensamiento hegemónico impuesto en la PUC desde la cátedra, que le ha quitado a esa universidad el sitio que tuvo hace tres décadas en la historia académica y social de nuestro país.
No olvidemos el poder explosivo de las ideas. Lampadia