Sebastião Mendonça Ferreira
Para Lampadia
En los últimos 30 días la situación política en Brasil ha dado giros sorprendentes para los ritmos políticos brasileños. Todo comienza con el anuncio de Donald Trump, el 9 de julio, de aumento de los aranceles para la importación de los productos brasileños que pasarían de 10% a 50%. En la justificación de la medida, Trump afirmó que era una represalia económica a la persecución política que las autoridades brasileñas están dando a Jair Bolsonaro, quien está siendo acusado de un intento de golpe el 8 de enero de 2023. La noticia de las sanciones ha caído como una bomba en el ambiente económico y político de Brasil. El Real y la bolsa de valores de Brasil acusaron pérdidas al día siguiente y recién se recuperan.
Inicialmente los partidarios de Bolsonaro celebraron la medida, pero en pocos días era Lula y sus partidarios quienes más la celebraban. La explicación del giro no es difícil de entender. El aumento de los aranceles fue percibido por la población como un ataque a la economía brasilera y a los brasileños en general. Como era de esperarse, Lula salió en defensa de la soberanía nacional, denunciando la intervención de Trump en los asuntos internos de Brasil, y culpando a Bolsonaro por las medidas tomadas por Trump. Eduardo Bolsonaro, hijo de Jair Bolsonaro, se había trasladado a los EEUU cuatro meses antes y había estado en coordinación con la Casa Blanca. Para completar la figura, pocos días después del anuncio de Trump, Jair Bolsonaro le escribió una carta agradeciéndole por el apoyo. Su carta fue percibida como una muestra de egoísmo y desinterés por el Brasil.
En el Palacio de la Alborada, la residencia del presidente de la república, la alegría era evidente. Hacía muchos meses que no se veía un Lula tan radiante y rejuvenecido.
En el Partido de los Trabajadores (PT), liderado por Lula, las celebraciones eran muy similares.
No les preocupaban el tremendo impacto económico de los nuevos aranceles sobre las exportaciones, sobre el empleo y sobre la calidad de vida de la población.
Les interesaba mucho más el regalo político que Bolsonaro y Trump les había hecho llegar.
Aún antes de publicarse las encuestas, ya los grupos focales daban la noticia de cómo se sentían los brasileños, y el PT ya conocía los resultados.
Hasta el 8 de julio, las perspectivas de Lula eran lúgubres. En realidad, Lula estaba desesperado.
Muchos años atrás, en 2010 él había concluido su segundo mandato presidencial con cerca de 80% de aprobación, pero ahora los tiempos habían cambiado.
Hacía ya varios meses que su popularidad caía en forma sistemática (ver cuadro anexo), y diversas encuestas ya daban una desaprobación más de 15% más alta que la aprobación, y Lula no encontraba forma de revertir esa tendencia.
Lo que venía sucediendo es que, desde mediados del año anterior, la población se sentía defraudada. Lula había prometido que en su tercer gobierno los pobres regresarían a vivir la experiencia de mejoramiento de calidad de vida, como habían sucedido en la primera década de este siglo (gracias al arrastre del crecimiento de China), pero ahora el sentimiento de toda la población es que el costo de vida, en especial el costo de los alimentos, es cada día más alto y que los sueldos no están llegando al fin del mes.
Además, las tasas de intereses de los créditos para los brasileños son muy altas. La tasa de interés del BCR brasileño, conocida como SELIC, está en 13.25%, casi 9 puntos más alta que la del Perú (4.5%). Esa tasa de interés tan alta es el único mecanismo que el BCR dispone para controlar la inflación ante el descontrol de gastos del gobierno de Lula.
Las encuestas sobre intenciones de voto no eran mejores. Si las elecciones se hubieran realizado antes del 9 de julio, Lula perdería contra Bolsonaro, e empataría con dos de los candidatos próximos a Bolsonaro. Los posibles aliados de Lula, ya comenzaban a mandar mensajes de distanciamiento y muchos buscaban estar próximos a Bolsonaro.
En Brasil, las coaliciones políticas son clave. Por la dispersión del voto, los partidos siempre forman alianzas con fuerzas cercanas para vencer en la segunda vuelta, e incluso para tener un buen desempeño en la primera vuelta. Esto es tan importante en las elecciones de Brasil que es común que el candidato a presidente sea de un partido político y el candidato a vicepresidente sea de otro. Michel Temer, vicepresidente de Dilma Rousseff, no era del PT sino del MDB.
Ahora, las perspectivas electorales han cambiado significativamente y Bolsonaro se ha debilitado mucho. La consecuencia inmediata para él ha sido la aplicación de una tobillera electrónica y poco después la imposición de su prisión domiciliaria. Su juicio no termina aún, pero condena es considerada segura por la mayoría de los analistas. Con los eventos recientes sus posibilidades de regresar a la presidencia se hayan reducido casi a cero y es posible que su futuro político haya sido muy afectado en el largo plazo. La perspectiva política de sus aliados también se ha debilitado y, en estos momentos, nadie se siente seguro de poder vencer a Lula el 2026.
Con esas nuevas perspectivas, Lula y su partido (PT) han decidido girar a la izquierda. En el 17º Encuentro Nacional del PT, realizado pocos días atrás, varios líderes del ala izquierda del PT, que estaban marginados de los cargos de decisión, fueron reintegrados en el equipo de dirección y, junto a Lula, cerraron el evento con un discurso radicalizado y vistiendo camisas rojas. La simbología del giro radical no podía ser más clara.
La segunda acción de Trump, el 30 de julio, ha sido castigar a Alexandre de Moraes, miembro del Supremo Tribunal Federal (el Tribunal Constitucional de Brasil) por sus medidas en contra de la libertad de expresión en las redes sociales y en especial en contra de los apoyadores de Bolsonaro. Trump aplicó a Moraes el programa Global Magnitsky por graves violaciones de derechos humanos. Además de anular su Visa para los EEUU, esa sanción prohíbe a todos los bancos, que realizan operaciones en los EEUU, emitir tarjetas de crédito a nombre de Moraes y de su familia e incluso a prestar servicios financieros a ellos.
En los últimos años, Moraes se había hecho muy poderoso, pues con su decisión personal él ha venido emitiendo sentencias severas contra líderes de la oposición e influenciadores en las redes sociales. Durante las elecciones presidenciales pasadas, el STF y Moraes en particular, intervinieron en el proceso electoral, cerrando páginas de varios voceros favorables a Bolsonaro y prohibiendo muchos mensajes y blogs que, en su opinión, difundían “fake news”. Esa intervención del STF en las redes sociales fue crítica para que Lula lograra vencer a Bolsonaro por un margen menor al 2%.
Moraes no es el presidente del STF, pero sus decisiones han sido presentadas siempre a nombre de la institución y ningún otro miembro las cuestionaba. Algunas personas creen que Moraes era la persona con más poder en el Brasil. Creen que él tenía más poder que el propio Presidente de la República, y dan como ejemplo que en junio, Moraes había declarado nula una votación del Congreso rechazando una propuesta presentada por el ejecutivo de impuestos a las operaciones financieras. Moraes anuló la votación de los congresistas y la propuesta del ejecutivo, y definió el texto sustitutorio de la ley sobre cómo serán los nuevos impuestos, pasando por encima del congreso y del ejecutivo.
Después de la sanción, el poder de Moraes se ha debilitado mucho. Los demás miembros del STF ya no lo apoyan como antes y piensan que el STF debe ser más cuidadoso en sus intervenciones políticas. La razón de fondo es que temen que Trump incluya a algún otro miembro del STF en la aplicación del programa Magnitsky. Todos los miembros del STF son personas muy pudientes. Tienen bienes e inversiones voluminosas en el exterior y temen que, de repente, no puedan disfrutar de sus bienes y de sus inmensos privilegios. Sin poder usar tarjetas de crédito, ni hacer viajes al exterior, su condición de élite económica y social queda muy disminuida. Los demás miembros del STF no quieren tener el mismo destino de Moraes.
La élite empresarial del país está más preocupada que antes. Aún después de la negociación, la mayoría los aranceles a los productos brasileños se mantiene en 50%. Con Lula en el gobierno será muy difícil abrir una segunda negociación. La victoria de Lula en 2026 significará el mantenimiento de alto aranceles para de los productos brasileños que se destinen al segundo mercado de exportación más importante para Brasil.
En el corto plazo Lula se ha fortalecido, pero aún no logra una aprobación mayoritaria. La recuperación parcial de la popularidad no ha sido resultado de un rediseño inteligente de la narrativa del PT ni de las políticas públicas del gobierno. Ha sido un regalo de las circunstancias. El costo de vida va a seguir impactando los bolsillos y la calidad de vida de la población. Ese argumento puede ser muy convincente. Además, el giro a la izquierda de Lula y del PT no parece ser una movida política muy inteligente, pensando en el 2026.
Si miramos las cosas con un poco más de perspectiva, encontramos que, en los últimos 12 años, las diversas corrientes de derecha han estado fortaleciéndose en Brasil. El surgimiento de Bolsonaro y su victoria electoral el 2018, ha sido expresión de ese desarrollo. Con sus calidades y defectos, Bolsonaro canalizó un sentimiento nuevo en la población: una mayor confianza en emprendedurismo y menor dependencia del paternalismo del estado. En esos últimos años, los liderazgos emergentes han sido en gran mayoría de jóvenes de derecha. Los líderes de izquierda están envejeciéndose. El número de sites y de núcleos de articulistas de derecha se ha multiplicado, y hoy ya desbordaron a Bolsonaro. La represión de Moraes a las redes sociales es una reacción a ese fenómeno.
En los momentos actuales Lula tiene una ventaja: tiene una narrativa lista y la derecha está golpeada, su líder principal se ha debilitado mucho, los otros líderes están aturdidos por el golpe recibido y no tienen aún una postura alternativa a la que tenía el 8 de julio.
Cuando tiempo van a necesitar los líderes de derecha para superarse de esa situación? Los partidarios de Bolsonaro van a seguir su discurso anterior, pero la capacidad de la derecha para reposicionarse es, sin dudas, una de las nuevas áreas de incertidumbre.
¿Cuánto tiempo va a durar la efectividad de la narrativa radicalizada del PT?
¿Cuál va a ser el impacto del aumento del costo de vida y del deterioro de las exportaciones sobre las expectativas económicas de la población hacia un futuro gobierno de Lula?
¿Van los partidos de centro (PSD, MDB, Republicanos, União, etc.), muy fuertes en Brasil, alinear con las opciones de derecha o de izquierda, o van a apostar por candidatos propios?
Sin la amenaza de un retorno inmediato de Bolsonaro, ¿qué razones tendrían los partidos de centro para apoyar la reelección de un Lula radicalizado? Muchas cosas pueden suceder de acá a octubre de 2026, y el PT puede tener sorpresas desagradables. Lampadia