Carlos E. Gálvez Pinillos
Expresidente de la SNMPE
Para Lampadia
Coincidentemente, luego de un año observando y padeciendo las miserias morales, espirituales e intelectuales del individuo que llegó a la presidencia de la república del Perú el 28 de julio de 2021, acompañado de un grupo importante de congresistas que lo apoyan y gente dispuesta a fungir de ministros, leí el libro de Gloria Álvarez, “Cómo hablar con un conservador” y encontré en él, a una de las figuras más destacadas de nuestra historia moderna, Margaret Thatcher, de quien me parece importante resaltar su memoria y que nos sirva de referente.
Para quienes no tengan un claro recuerdo de Margaret Thatcher, una figura emblemática del siglo pasado, pero con una vigencia extraordinaria por sus orígenes, ideas y ejecutoria de vida, empezaré dando algunos rasgos de su trayectoria.
Nació en 1925, dentro de una familia sencilla, de clase media, que vivía de su trabajo. Su padre vendía comestibles y la familia vivía en los altos de la tienda, cerca de las vías del tren, a ella le decían “la hija del tendero”, lo que le fue un gran motivo de orgullo. Esto la llevó a estar más en contacto con el pueblo trabajador que, con los intelectuales de las altas esferas, lo que le inculcó la disciplina de trabajar y producir, para poder ahorrar. El poder trabajar en el negocio de su padre, la familiarizó con el comportamiento de los mercados y la hizo muy consciente de la necesidad de cuidar los gastos. Su padre también trabajó en el gobierno local y de él aprendió a reducir presupuestos y al decir de John Campbell “a cuidar hasta el último centavo de los contribuyentes que pagaban impuestos”.
Luego de algunos esfuerzos partidarios y participar en algunas elecciones, inició su carrera política en el parlamento a los 34 años, después de haber estudiado química y graduarse con honores en Oxford en 1947, para más tarde graduarse como abogada, con especialización en derecho tributario, en 1953. Una primera lección a quienes deseen participar en política, se las da una mujer joven, con una trayectoria de trabajo juvenil y robusta formación académica, quien se involucra en política y participa en el parlamento, no para aprender, sino para aportar.
Sus biógrafos indican que su padre le inculcó que, “el deber de un ser humano era guardar su propio espíritu, mantener su alma limpia, concentrarse en sus propios asuntos y cuidar de su propia familia”, así como seguir sus propias convicciones. Priorizó el estudio y la lectura, como la mejor forma de mejora personal y profesional, para lograr el éxito. Pero el fuerte sentido moral que su padre le inculcó, acompañado del ejemplo de un incansable trabajo por la comunidad, la llevaron a involucrarse en el servicio público. Con esto deja una segunda lección, de honestidad y entrega desinteresada en favor de los ciudadanos.
Su esposo, Dennis Thatcher, la describía como una adicta al trabajo, dormía cuatro horas por noche y cuando tuvo gemelos, les daba de lactar sin descuidar su trabajo. Nunca esperó concesiones de los demás por el hecho de ser mujer. Decía que las amas de casa, eran quienes mejor la podían comprender, pues “debían ceñirse a un presupuesto y si no les alcanzaba, debían ser muy responsables con los niveles de deuda que contraían, para no estar endeudadas para siempre”, de la misma forma que podría ocurrir con su país. Creía profundamente en el “Rule of Law” o el imperio de la ley, como pilar fundamental de la libertad en Inglaterra.
Margaret Thatcher dejó grandes lecciones a las feministas, utilizó su femineidad a su favor, pero jamás se victimizó, tal como lo hacen nuestros políticos de hoy, tanto el presidente, como sus ministros y congresistas. Decía que “las mujeres tomaban decisiones más difíciles que los hombres, pues mientras los hombres valoran más su ego y ser aceptados, las mujeres están acostumbradas a no ser tan aceptadas cuando son decididas y no temen tomar el rumbo arriesgado cuando saben que es lo correcto”. Repetía, “No soy una política de consensos, soy una política de convicciones” y, además, “Si necesitas ser querido, no lograrás nada”. Ojalá, aprendieran eso de ella.
Era una fiel creyente del trabajo duro y permanente, del logro del éxito por tu propio esfuerzo laboral e intelectual, apoyado sobre las sólidas bases de una ley que se respete por sobre todas las cosas. Creía firmemente que “La disciplina es el camino para el orgullo, la autoestima y la satisfacción personal”, por eso repetía que “El partido laborista cree en volver a los trabajadores contra los propietarios, nosotros creemos en convertir a los trabajadores en propietarios”.
Nunca hubo tantos cambios y tan radicales en un gobierno, que no tuvo nada de conservador y que su partido, el partido conservador, ni siquiera se atrevió a proponer, cuando gobernaban los socialistas. Pero ciertamente, sus convicciones y objetivos no eran negociables, al punto de anunciar que, si no podía avanzar con sus políticas y proyectos, no seguiría como Primera Ministra.
Un dato importante, es que cuando fue ministra de Educación, se indignó de ver a sus funcionarios muy cercanos a los líderes del sindicato de maestros, quienes consideraban que la única función de la ministra era conseguirles el presupuesto para que ellos continúen con sus políticas predeterminadas. Obviamente, ella valoraba a los buenos maestros, pero no toleraba a los sindicatos, a quienes culpaba de proteger a muy malos maestros, que imponían una agenda izquierdista, que les enseñaba a los niños a ser unos resentidos sociales con complejos de víctima.
La Sra. Thatcher resaltaba y alimentaba las virtudes de la libertad, la libre empresa, la oportunidad individual y la autonomía.
En contraste con los socialistas, defendía que:
“La riqueza primero debe ser creada antes de ser distribuida”, que
“el país no puede consumir más de lo que produce y que
los impuestos deben reducirse para incrementar los incentivos”.
Y con estas reglas básicas, recuperó a Inglaterra de la debacle económica en que se encontraba bajo los gobiernos socialistas, redujo el déficit fiscal, la inflación y controló los niveles de endeudamiento.
¿Cuántos de nuestros políticos y candidatos, pasarían por el tamiz y exigencias que Margaret Thatcher se autoimpuso?
Merecemos hacer una limpieza profunda de quienes pretendan actuar en política, debemos ser intolerantes con los rasgos de inmoralidad y corrupción. No es posible que un presidente inmoral, que se sabe culpable, pida que le muestren las pruebas de su delito, ni funcionarios y congresistas con sentencias judiciales, aunque sea en primera instancia.
¡Debemos exigirlo! Lampadia