Fernando Rospigliosi
CONTROVERSIAS
Para Lampadia
Las incesantes disputas entre Pedro Castillo, Vladimir Cerrón y otros integrantes de la gavilla que ha asaltado el gobierno, se explican no por diferencias ideológicas o políticas, como quieren hacer creer, sino por la distribución del botín, por la porción que cada uno pretende del continuado saqueo de los recursos del Estado que vienen perpetrando desde el primer día.
Es obvio que, por ejemplo, la disputa por ocupar el Ministerio de Transportes, el que más presupuesto para inversión tiene en todo el Estado, no se produce por diferencias programáticas, por un choque de dos visiones distintas respecto a las políticas que se deberían seguir en ese sector. Como es evidente, ninguna de las bandas delincuenciales que lo pelean tiene la menor idea de lo que hay que hacer ahí, salvo, por supuesto, obtener todas las coimas que puedan en licitaciones amañadas.
Y lo mismo vale para los otros ministerios y dependencias estatales por las que contienden ferozmente.
El asunto es que se han asociado para llegar al poder varias pandillas regionales, que se han enriquecido y prosperado en las últimas dos décadas aprovechando la descentralización y el canon, constituyendo nuevas élites regionales corruptas. Ahora han tomado el gobierno central.
Así, la banda de los dinámicos del centro, con la cuadrilla de chotanos que encabeza Castillo, los herederos de “La Bestia” César Álvarez de Ancash, clanes familiares como los que encabezan Dina Boluarte y Aníbal Torres, traficantes de terrenos que operan en Lima y otros lugares, y cuanto sinvergüenza y delincuente pueda sumarse, se han apoderado del gobierno y han emprendido una rapiña voraz, desordenada, desenfrenada, desde el inicio, con las consecuencias que estamos sufriendo.
Como para desgracia de ellos no hay un liderazgo fuerte en este batiburrillo de forajidos, las disputas por el producto del pillaje se han vuelto incontrolables.
Un caso que se conoce es el altercado a gritos entre Castillo y Bruno Pacheco -descrita por Karelim López- por la responsabilidad de varios latrocinios que ambos habían cometido.
Producto de estas reyertas entre malhechores es, por ejemplo, la desintegración de la bancada de Perú Libre en el Congreso en, hasta el momento, cuatro facciones distintas.
El propio Cerrón lo ha denunciado en un post de su cuenta de Facebook. Dice que la banda de Castillo ha intentado “desgranar” lo que queda de su bancada, “por lo que se habría invitado a sus miembros a renunciar a cambio de puestos ministeriales, integración en la mesa directiva, presidir comisiones, avalar vocerías y otras ´comodidades´.” (4/6/22). Naturalmente, se abstiene de mencionar lo más jugoso de esas “comodidades”, las coimas que cobran desde un ministerio o traficando desde el Congreso.
Y señala claramente a algunos de los cabecillas de las cuadrillas delincuenciales con quienes ahora forcejea por el botín, los que “habiendo llegado a cargos importantes como la presidencia, la vicepresidencia y el congreso…”. Es decir, Castillo, Boluarte y los “mercantilistas bermejianos”.
Naturalmente, señala también a otros poderosos rivales en el reparto de la torta del Estado, “los caviares” que cuentan con una poderosa “artillería institucional” -las muchas organizaciones estatales que han logrado copar en las últimas décadas-, además de la muy “importante artillería mediática”.
No le falta razón en esto, porque la mafia caviar sigue siendo parte del gobierno ocupando varios ministerios y puestos en el Estado. Por eso tienen un doble discurso y varias opciones: insistir en envolver a Castillo y copar más cargos públicos; reemplazarlo con Boluarte donde tendrían casi todo el poder; y cambiarlos a todos. Pero esta última opción es la que menos les entusiasma porque, como es obvio, sus posibilidades electorales son ínfimas.
¿Por qué lo dicen entonces?
Primero, para tratar de evadir su responsabilidad política en el asalto de Castillo y su banda al gobierno. Ellos lo respaldaron, encubrieron el fraude electoral, entraron desde el primer día al gobierno y sus exiguas bancadas congresales lo respaldaron (entre otras cosas, votando contra las mociones de vacancia).
Segundo, como mecanismo de presión, para conseguir una tajada mayor de la torta, con Castillo o Boluarte.
Tercero, por si caen ambos, presentarse ante la opinión pública, con la desfachatez que los caracteriza, como parte de la oposición y tener alguna opción para seguir medrando.
Mientras esas hordas delincuenciales siguen peleando entre sí y continúan saqueando al Estado, el Perú se desintegra, la inflación castiga a los más pobres, los inversionistas huyen y la hambruna amenaza más pronto que tarde a muchísimos peruanos. Y las instituciones que podrían detener la catástrofe duermen. O se acomodan. Lampadia