Vidal Pino Zambrano
Para Lampadia
Nassim Nicholas Taleb, ensayista y exoperador de bolsa libanés-estadounidense, se hizo mundialmente conocido con su libro El cisne negro (2007). Su tesis es simple y provocadora:
la historia no está marcada por lo previsible, sino por lo improbable. Los acontecimientos más decisivos no se anuncian con tiempo, ni siguen patrones que podamos medir con estadísticas cómodas.
Por el contrario, son sucesos raros, inesperados y de enorme impacto, a los que Taleb llama “cisnes negros”. En palabras del autor: “Lo improbable, en lugar de ser la excepción, es el motor de la historia”.
Si bien Taleb escribió pensando en la economía, las finanzas y la ciencia, pocos lugares ejemplifican mejor esta dinámica que la política peruana. Aquí, los cisnes negros parecen haberse instalado como norma. El problema, sin embargo, es que lejos de fortalecer nuestra resiliencia, cada uno de estos episodios ha revelado la fragilidad estructural de nuestras instituciones y la incapacidad de la clase política para manejar lo inesperado.
El Perú y su historial de cisnes negros
En 2001, tras la caída del régimen de los noventa, Alejandro Toledo ascendió a la presidencia en un contexto de vacío político y descomposición del sistema de partidos. Su llegada, más que una transición ordenada, fue una respuesta improvisada a la urgencia del momento.
En 2006, Alan García, que había dejado al país en crisis en su primer gobierno, reapareció contra todo pronóstico y retornó al poder, confirmando que en el Perú incluso lo que parecía imposible podía hacerse realidad.
En 2011, Ollanta Humala pasó de ser visto como un candidato marginal, con un discurso radical, a convertirse en presidente gracias a un cambio de narrativa de último minuto y al miedo de los votantes hacia otras opciones.
Más reciente aún, en 2021, Pedro Castillo, un maestro rural sin estructura partidaria sólida ni respaldo mediático, irrumpió en el escenario político y terminó en la presidencia. Su triunfo reflejó un voto de protesta contra las élites tradicionales, pero también evidenció la facilidad con la que un cisne negro puede desestabilizar a un sistema político carente de cimientos firmes.
El caso de Dina Boluarte, la actual presidenta, también responde a esta lógica. Su llegada al poder en diciembre de 2022 fue producto de un evento inesperado: la fallida intentona golpista de Castillo y su destitución inmediata. Nadie la había imaginado en el cargo, ni siquiera como figura de transición. Sin embargo, más de dos años después, su permanencia refleja tanto la fragilidad institucional como la adaptación de una parte importante de la élite política y parlamentaria, que ha preferido un pacto de sobrevivencia.
Estos episodios revelan que el sistema político peruano no se ordena por continuidad o previsibilidad, sino por irrupciones y sobresaltos. Nuestra historia contemporánea es, en gran medida, la historia de los cisnes negros.
América Latina y el poder de lo imprevisto
Esto no sucede solo en el Perú. América Latina entera está atravesada por acontecimientos inesperados que, en cuestión de días u horas, han alterado profundamente el rumbo político.
El Caracazo en Venezuela (1989), una revuelta social detonada por medidas económicas, abrió el camino a la irrupción de Hugo Chávez, cuyas consecuencias siguen marcando la historia con millones de venezolanos forzados a migrar.
En Argentina, la crisis del 2001 provocó la caída de cinco presidentes en menos de dos meses y abrió paso a una nueva etapa política dominada por el kirchnerismo.
En Chile, el estallido social de 2019 —originado por el alza en el precio del pasaje del metro— derivó en un proceso constituyente que quiso transformar la agenda política de raíz y dejó cicatrices que todavía resuenan.
Cisnes negros en el mundo
A escala global, los ejemplos son aún más claros.
El 11 de septiembre de 2001 redefinió la política internacional y abrió una era de guerras y controles de seguridad que aún persisten.
La crisis financiera de 2008 reveló la fragilidad de modelos económicos que parecían indestructibles.
Y la pandemia del COVID-19, en 2020, puso al planeta entero en pausa, trastocando economías, sociedades y políticas de un modo que nadie había proyectado.
Hace apenas unos días, Nepal vivió su propio cisne negro: el bloqueo de redes sociales, concebido como una medida aparentemente inocua o técnica, desencadenó protestas masivas de jóvenes, episodios de violencia y la renuncia del primer ministro. El episodio recordó, una vez más, cómo un hecho inesperado puede desestabilizar por completo un país y exponer las fisuras ocultas de su sistema político y social.
El 2026 y la imposibilidad de predecir
Con este antecedente, la gran pregunta para el Perú rumbo a las elecciones de 2026 no es quién lidera hoy las encuestas, sino qué cisne negro puede irrumpir y alterar el tablero. Un outsider que parece irrelevante podría convertirse en el favorito. Una crisis internacional, como la tensión entre Estados Unidos y China, podría golpear nuestra economía y modificar las preferencias ciudadanas. Incluso un estallido social interno, ligado a la minería ilegal o a la insatisfacción con los servicios públicos, podría cambiar en días lo que parecía estable.
Taleb lo resume con claridad: “La imposibilidad de predecir los cisnes negros hace que debamos construir sistemas más resistentes en lugar de ilusiones de control”. Esa es, precisamente, la gran debilidad del Perú.
En vez de fortalecer partidos políticos, instituciones judiciales y mecanismos de representación, nos hemos acostumbrado a improvisar, a reaccionar después de la crisis, no antes.
El resultado es un sistema frágil, que depende de pactos coyunturales —como el que hoy sostienen Boluarte y el Congreso— y no de reglas claras y duraderas. Esto significa que, cuando llegue el próximo cisne negro, el impacto será mayor y las salidas más traumáticas.
Una tarea pendiente
En lugar de obsesionarnos con adivinar quién ganará en 2026, deberíamos preguntarnos cómo blindar la democracia frente a lo inesperado. Porque si algo enseña la historia reciente es que lo improbable volverá a marcar el rumbo. El verdadero desafío debería ser evitar el próximo cisne negro, para ello el camino es preparar un país que no se hunda cuando aparezca.
Como advierte Taleb, el mundo no está diseñado para lo previsible, sino para lo sorprendente.
La política peruana lo confirma cada día. Por eso, más que encuestas, necesitamos instituciones sólidas; más que candidatos providenciales, partidos con visión; y más que ilusiones de estabilidad, ciudadanía crítica y vigilante. Lampadia