Alejandro Deustua
Contexto.org
17 de junio de 2025
Para Lampadia
Mientras la campaña de tierra arrasada en Gaza continúa añadiendo sentimiento anti-israelí en el vecindario árabe, el gobierno de Netanyahu ha iniciado una guerra contra Irán.
Luego de haber debilitado sustancialmente a las organizaciones terroristas financiadas por la teocracia iraní (Hezbolá, Hamás y las que actuaban en Siria) Israel sigue consolidando su poder regional mediante el uso de la fuerza en un escenario donde ésta es ley.
Sus objetivos son la destrucción del programa nuclear iraní y de su capacidad misilera y terrorista. El riesgo implícito es alto tanto por la eventual emanación de radiación nuclear no calculada como por el potencial de expansión regional del conflicto y de escalamiento fuera de área.
El interés nacional israelí que orienta el emprendimiento bélico ha sido definido hace tiempo. Éste es de nivel existencial correspondiente a la letalidad del desafío nuclear iraní. Su minimización o desaparición es una prioridad en la agenda israelí.
Especialmente cuando esa amenaza ha sido explícitamente formulada por Irán en términos de la desaparición del Estado de Israel. Si bien esta proclama fue planteada por algunos líderes árabes con anterioridad a la revolución de 1979, ésta ha sido renovada desde el inicio del régimen de los ayatolas como objetivo central (el “líder supremo” Alí Jamenei lo reiteró en el 2000 y el presidente iraní Mahmud Ahmadineyad lo hizo en 2005) sin que hubiese retractación de ningún tipo. Tal disposición apocalíptica, que reniega del balance de poder, ha reorientado el programa nuclear iraní iniciado antes de la revolución.
Sin embargo, Irán es parte del Tratado de No Proliferación nuclear (TNP, 1968). Si bien lo suscribió antes de revolución teocrática, no lo ha denunciado hasta hoy (es más, su eventual denuncia se considera como un incentivo para la intervención norteamericana).
Ese tratado reconoció dos tipos de miembros: los “Estados Nuclearmente Armados” (en su momento, Estados Unidos, la ex URSS, China Francia y el Reino Unido) y los “Estados No Nuclearmente Armados”.
Irán, perteneciendo a la segunda categoría, ha violado las obligaciones consecuentes (art. II y III) al iniciar el proceso que lleva a la construcción de un arma nuclear y lograr cooperación extranjera al respecto; y al negarse a cumplir con las salvaguardas de revisión por la Organización Internacional de Energía Atómica (OIEA).
Esta última entidad acaba de establecer que “Irán no cumple con sus obligaciones en materia de no proliferación nuclear” y que, además, no puede determinar si el programa nuclear iraní se orienta exclusivamente a fines pacíficos.
Esta constatación abrió la “ventana de oportunidad” para el ataque israelí. A ese hecho se sumaron tanto la negativa iraní a dejar de enriquecer uranio en niveles peligrosos durante las recientes negociaciones con Estados Unidos (viabilizadas por Omán) como su desconocimiento del rango de 60 días para culminar un acuerdo. Las negociaciones se habían iniciado en abril pasado.
Si bien Israel ya había atacado centrales nucleares en Irak (1981) y en Siria (2007), esta vez los objetivo israelíes implican una ofensiva más compleja.
Además de incluir los principales establecimientos nucleares de enriquecimiento de material (Natanz, Isfahan, Fordow) y de fabricación de armas nucleares, Israel se ha dispuesto eliminar a los comandos militares y científicos más importantes. Adicionalmente está atacando la infraestructura misilera y energética iraní.
El hecho de que la OEIA haya detectado hasta hoy sólo escapes nucleares al interior de algunas de las instalaciones pero no hacia el exterior sugiere que la eliminación de la capacidad nuclear tomará un tiempo prolongando (y ayuda norteamericana, salvo que Irán se comprometa con negociaciones serias al respecto como ya ha insinuado).
De otro lado, el sistemático ataque al liderazgo militar iraní y a otras instalaciones sugiere que Israel cree que puede estimular el cambio de régimen político en Irán (un emprendimiento peligrosísimo a tenor de la guerra de Irak de 2003). Las probabilidades de ese resultado no son claras.
En el proceso, Irán ha contratacado afectando ciudades israelíes señalando blancos civiles (un factor de desprestigio) mientras su stock misilero no es, en apariencia, suficiente para disputar el dominio israelí. Todo ello debiera estimular negociaciones que ahora Irán pareciera buscar.
Si bien Trump ha discutido con Putin la situación al respecto y China estaría dispuesta a promover un entendimiento que implique que su abastecimiento petrolero no sufra, el riesgo de un escalamiento persiste. Especialmente si Irán bloquea el tránsito de petróleo (estrecho de Ormuz), si ataca bases militares norteamericanas, si denuncia el TNP o involucra bélicamente a los países del Golfo.
Sin embargo, si la negociación se abre Israel podría no lograr todos sus objetivos pero sí minimizar la amenaza existencial, predominar en un cierto orden regional y disminuir la animadversión árabe.
Mientras tanto los mecanismos de trasmisión de la conflictividad, de los que el precio del petróleo y su efecto en el conflicto ruso-ucraniano forma parte, seguirán reflejándola, con diferentes modalidades, en el resto del mundo. Lampadia