Alejandro Deustua
Contexto.org
9 de diciembre de 2025
Para Lampadia
La nueva Doctrina de Seguridad Nacional de Estados Unidos (DSN) viene precedida por la práctica consistente de sus contenidos bajo el segundo gobierno de Trump.

En efecto, si la idea de “America First” está en su centro, el menosprecio del multilateralismo, la prevalencia del pragmatismo y la marginación de fundamentos valorativos en política exterior han definido hasta hoy la conducta de la primera potencia.
Similar trayectoria se ha encarnado en el carácter “transaccional” de sus negociaciones, la relativización de vínculos con aliados tradicionales y la prioridad antiliberal de su diplomacia económica.
La organización de esas conductas en una doctrina no es, por tanto, sorprendente. Pero ciertamente es decepcionante si Estados Unidos se considerara aún la potencia indispensable para la supervivencia de Occidente, la orientación de un nuevo orden internacional y la vigencia de los valores liberales en el mundo.
Si la DSN da cuenta de la prescindencia norteamericana en esas áreas, se confirmaría un cambio sistémico en el liderazgo occidental. Éste erosiona la confianza y expectativas de sus socios y afecta las conductas de aliados y rivales orientándolas hacia eras primitivas en la historia de las relaciones internacionales.
En efecto, la Doctrina ha otorgado a su política exterior y de seguridad un marco de realismo elemental. Así, la consideración redundante del estado-nación como unidad primordial del sistema y de la soberanía como su atributo esencial contrasta con el desconociendo monumental de las realidades de la interdependencia.
El desplazamiento de la soberanía relativa por el interés nacional absoluto sin considerar el interés de los interlocutores y la definición del poder sólo en términos de capacidades materiales desconociendo las inmateriales (p.e., liderazgo, organización interna) complica la relación de Estados Unidos con los demás. Especialmente si la DSN confirma que el comando de los más fuertes es natural olvidando que aquél requiere de alianzas y asociaciones para lograr objetivos.
Y al hacerlo sin definir los términos de la relación entre grandes potencias cuando el sistema evoluciona hacia la multipolaridad, la DSN ha preferido optar por el reconocimiento implícito a aquellas potencias de correspondientes zonas de influencia sin que éstas se hayan consolidado aún.
En ese marco, Estados Unidos buscaría estabilidad apuntalada por un balance de poder que le procure primacía olvidando que ese tipo de equilibrio se orienta a prevenir hegemonías, que tiende a cambiar con potencias emergentes y que los entendimientos regimentales contribuyen a sustentar su precario equilibrio.
Tal omisión es consistente con la impugnación de los organismos internacionales considerando que éstos erosionan la soberanía estatal. Esa imputación tiende a descalificar la cooperación pluri o multilateral, que es la esencia de estos organismos, sin molestarse en distinguir entre los que son indispensables (aunque requieran reformas) de los que no lo son.
Ello es aún más alarmante si la DSN incrementa la tendencia anárquica proveniente de la deposición del liderazgo norteamericano al anunciar su eventual alejamiento de esos regímenes considerando que carece del poder para la hegemonía global (capacidad que Estados Unidos nunca tuvo a diferencia de su capacidad ordenadora).
Por lo demás, la orientación multipolar del sistema hacía innecesaria esa declaración anti-hegemónica. En cambio, sí era indispensable mayor claridad sobre la declarada necesidad de compartir cargas y costos en entidades que, generando bienes públicos, contribuyan a su primacía en ellas (al respecto la DSN sólo se refiere, en apariencia, a la OTAN).
De otro lado, si la DSN pone en duda la consistencia de la OTAN (el pilar fundamental de la relación transatlántica) considerando que los socios europeos transitan un camino de “cancelación civilizatoria” por razones de decadencia que no excluyen la migración y la pérdida de identidad, Estados Unidos, además de advertirla, parece asumir esa decadencia dejando entrever su eventual alejamiento de esa alianza indispensable.
Tal impugnación de Europa contrasta con la prioridad otorgada a América.
La prioridad otorgada al Hemisferio Occidental es interesante en términos de potenciación económica y de seguridad latinoamericanas.
Sin embargo, está viene ligada a las exigencias de un supuesto “Corolario Trump” a la Doctrina Monroe.
Aquél se refiere a una primacía continental basada en el acceso privilegiado a recursos, activos y locaciones estratégicas y su denegación a potencias extra-regionales sin distinguir expresamente a China de la Unión Europea ni aclarar si los flujos enriquecedores reclamarán exigencias normativas especiales.
Tal referencia a una zona de influencia exclusiva se lograría mediante el “enlistamiento” de socios que satisfagan compromisos y la “extensión” hacia los que no lo son. Los primeros deberán estar embarcados en la lucha contra el narcotráfico, contra otras organizaciones del crimen organizado y la migración ilegal en un escenario de mayor despliegue naval norteamericano.
En el marco occidental, del que Estados Unidos y Europa han sido un ancla, América Latina aspira a una relación enriquecedora con ambas potencias consolidando una civilización a la que pertenecemos y un orden internacional que debemos contribuir a recrear. Lampadia






