Alejandro Deustua
CONTEXTO.ORG
28 de mayo de 2025
Para Lampadia
En momentos de cambio sistémico y de gran incertidumbre sobre los desarrollos de poder político, económico, tecnológico y normativo es bueno contar con una lectura propia del escenario y del señalamiento del rumbo a seguir. Al respecto, el canciller ha dado sólo somera cuenta de su percepción del acápite político de esta compleja situación en una ceremonia de la Academia Diplomática que se realiza tradicionalmente como un momento de reflexión sobre nuestra política exterior.
Ello ha ocurrido sin referencia alguna a la subversión del sistema internacional de comercio exterior generada por Estados Unidos ni a sus consecuencias locales derivadas del peso de las exportaciones en el PBI (26%). Igualmente, se ha omitido toda referencia a la vulnerabilidad de nuestra inserción externa (exportaciones concentradas en potencias en conflicto, insuficiente inversión extranjera, estabilidad monetaria dependiente de un dólar volátil, mercado bursátil fuertemente ligado al comportamiento de mercados centrales, primas de riesgo crecientes, etc.). En lugar de ello, el canciller se ha referido sólo a la inseguridad generada por la fragmentación de un proceso de globalización en el que el Perú participó entusiastamente sin recaudo suficiente sobre las condiciones de balance de poder durante casi tres décadas.
Teniendo en cuenta la fuerte tendencia estatocéntrica del momento, se informó que Cancillería afrontará el proceso de cambio estructural del sistema mediante la instrumentalización de dos conceptos que considera semejantes:
la “autonomía estratégica” y
la “neutralidad activa”.
El primero se refiere al derecho soberano a definir el interés nacional libremente.
Y el segundo, considerada como una “tradición”, se entiende como la disposición a evitar alineamientos rígidos y establecer relaciones sin presiones.
Sobre la primera definición no se dimensionaron las liberalidades y riesgos que impone el desorden contextual, ni las limitaciones surgidas de la coerción de grandes potencias (Estados Unidos hoy), ni su mayor influencia (China) ni las oportunidades que abren los requerimientos de cooperación de las emergentes. Ni siquiera el status del Perú como pequeña potencia en el sistema (o potencia media regional) fue considerado como determinante de la magnitud de influencia o atenuación de riesgos (diversificación de relaciones) que puede ejercer en la participación útil y de generación de puentes que fueron referidas.
En la materia tampoco se identificó el escenario tradicionalmente preponderante (América Latina) sobrevalorando, como consecuencia, la acción diplomática en Asia (donde China concentra la atención), Estados Unidos y el Golfo Pérsico.
Paradójicamente, la defensa del derecho a definir el interés nacional como ejercicio de la “autonomía estratégica” no mereció que alguno fuera resaltado ni en términos de interés absoluto (el que define el Estado singularmente como requerimiento indispensable) ni en términos relativos (los que se definen en relación a otros estados).
Como es evidente, defender el derecho a definir el interés nacional no sirve de mucho si, en uso de esa “autonomía”, no se procede a identificarlo, ni se establecen los criterios de su formación, ni se definen sus escenarios (territorio -tan amenazado por el crimen organizado-; mar -nada hubo sobre la Convención del Mar tan mentada frente a la Corte Internacional de Justicia-; espacio regional -la integración andina y regional no fue referida ni como mercado de escala en momentos críticos ni como mecanismo de generación de bienestar o cooperación ni como escenario geopolítico relevante-).
Y si , de otro lado, la “neutralidad activa” fue invocada como forma de interrelación frente a la presión externa por alineamientos y como dinámica de proyección selectiva, su práctica no puede sustentarse en una tradición especialmente valiosa como fue referido (el Perú fue neutral en la Segunda Guerra sólo hasta que Estados Unidos entró en ella).
Sobre esta temática cabe resaltar que, si bien en momentos de redefinición sistémica y de tendencias de fragmentación el alineamiento rígido es una carga irracional especialmente cuando el hegemón coacta, el arraigo básico de una pequeña potencia como el Perú en la civilización occidental cuyos valores principales forman parte del acervo nacional debe quedar a salvo. De lo contrario, la opción por el pragmatismo proclamado puede devenir en fuerza desorientadora con consecuencias potencialmente graves.
De otro lado, en momentos de conflicto sistémico el gobierno no puede reclamar “neutralidad activa” si sus representantes declaran que con China se tiene “exactamente la misma visión de futuro y de acción internacional” (una identificación de largo plazo) al tiempo que se declara la voluntad de un “acuerdo estratégico integral” con Estados Unidos y se olvida a Europa.
Para ejercer ese tipo de neutralidad se requiere de un arraigo consistente en nuestra plataforma regional, afirmar los valores que otorgan identidad al Estado y definir qué intereses primarios no serán comprometidos antes de proceder a asociaciones de largo plazo en el Asia. Lampadia