Fausto Salinas Lovón
Para Lampadia
Que el gobernante de China Xi Jinping pretenda convertirse ante los ojos del mundo en el “Garante de la Paz de un mundo multipolar” este 3 de setiembre pasado, tomado de la mano del dictador ruso Vladimir Putin que ese mismo día ordenó que 500 drones y 24 misiles sigan destruyendo Ucrania y matando a sus ciudadanos, no es solamente un acto de cinismo comunista puro y duro, sino también uno de los nuevos cuentos chinos que nos quieren contar desde Beijing.
El otro cuento es pretender convertir la capitulación del Japón en una victoria China. El 15 de agosto de 1945 Japón se rindió luego de que le cayeran 2 bombas atómicas norteamericanas a inicios de agosto en Hiroshima y Nagasaki. Se trató de una victoria aliada y no de un triunfo del comunismo como ahora se pretende reescribir. Sin esas bombas y la intervención europeo-norteamericana, el imperialismo japonés probablemente habría seguido en China y Mao o habría muerto o no hubiera podido derrocar a Chiang Kai-Shek, quien gobernó la China hasta 1949.
“La justicia prevalecerá. La paz prevalece. El pueblo prevalecerá” fue el slogan que portaban los helicópteros en la celebración. Decirlo en un país donde la justicia está controlada por el poder político y donde no hay democracia es un mal chiste.
Decirlo junto a Putin que destruye Ucrania o Kim Jong-Un que lo secunda y cuyos soldados asesinan en Ucrania es una broma de mal gusto. Hablar de que la voluntad del pueblo prevalece al lado de dictadores como Díaz Canel de Cuba es ya una afrenta a la inteligencia del mundo.
Es cierto que China se ha convertido en la principal potencia industrial, comercial y política del mundo. Ya quedan pocas dudas sobre ello. Inclusive, se ha convertido en un abanderado del Libre Comercio “fuera de su territorio”, a diferencia de otros países como USA que está cayendo en el proteccionismo, el intervencionismo y está afectando el libre mercado mundial. Sin embargo, este liderazgo es aún económico, material, político inclusive, pero no es un liderazgo moral. Probablemente allí haya estado el principal objetivo de toda esa puesta en escena de la semana. Dotar a un liderazgo material, militar, político y económico de un relato de aparente autoridad moral, adornando a lo que fue un acto de ostentación militar de mensajes de paz, desarrollo, seguridad, justicia y voluntad popular.
Sin embargo, si bien China dejó el tercer mundo económico y las hambrunas del comunismo maoísta, siguiendo la ruta que Deng Xiao Ping trazo bajos las influencias de Lee Kuan Yew y gracias al giro diplomático de Richard Nixon y Henry Kissinger, para convertirse en una potencia global, no ha dejado el tercer mundo moral.
En ese plano sigue siendo una dictadura de partido único, una nación sin libertades ciudadanas, un país sin propietarios reales, una sociedad concebida para beneficio del Estado y no del ciudadano, una sociedad donde el orden proviene del control social y no de la legitimidad popular.
Si China quiere erigirse como la Nación Líder del mundo, debe dejar de contarnos cuentos chinos como los que hemos escuchado esta semana y tiene que construir su liderazgo moral y la autoridad que deriva de él, en base a valores que no basta pintarlos en las calles de Guangzhou o Shanghai o incluirlos en cacareados discursos en Beijing.
China tiene que apostar por la libertad ciudadana, la democracia, la pluralidad política y los demás valores liberales, sino en su territorio para no perder el poder, por lo menos en el plano internacional en el que quiere interactuar, dejando de ser la nación alcahueta de tiranos y dictadores. Si no lo hace, sus mensajes seguirán siendo palabras vacías, simples cuentos chinos del siglo XXI.
El liderazgo norteamericano de posguerra fue no solo económico. Tenía un contenido moral asociado a la recuperación de la libertad y el impulso a la democracia.
Hoy que este liderazgo declina y que pretende imponerse el MAGA por la fuerza y sin un sentido moral sobre su propio pueblo, las naciones aliadas y la región, la China parece hacer lo mismo.
Ostentar su poder material y hacernos creer que de allí dimana la legitimidad y el liderazgo. Apelar a su poder material con un falso discurso moral que sus actos y compañías desmienten, es un cuento chino.
Con cuentos chinos no hay forma de construir un liderazgo mundial. Lampadia