Jaime de Althaus
Para Lampadia
En su artículo Superexternalidad, Luis Carranza desarrolla un argumento novedoso para explicar la conveniencia de no solo de dar un tratamiento tributario especial a las agroexportaciones sino de llevar adelante proyectos de irrigación que multiplicarían hasta por tres las áreas actualmente destinadas a esa actividad.
Sostuvo que la agroexportación tiene un poder de transformación estructural de nuestra economía.
En primer lugar, porque genera empleo formal masivo.
En segundo lugar, porque esta demanda masiva de trabajo “se convierte en un imán para atraer migración de zonas altoandinas de baja productividad a zonas de alta productividad donde se concentra la actividad agroexportadora”.
En tercer lugar, porque la concentración de la población en la costa, a su vez, le facilitaría al Estado brindar servicios de educación y salud de mejor calidad y a menor costo.
La consecuencia de ello es una mejora radical del capital humano de nuestra población.
En cuarto lugar, porque un mayor desarrollo de las agroexportaciones producirá una fuerte demanda de bienes y servicios del resto de sectores de la economía “generando un aumento importante del empleo en toda la economía (empleo inducido). Las leyes del mercado generarán por sí solas mayor crecimiento y mejores salarios”.
En quinto lugar, porque como resultado de todo lo anterior la pobreza prácticamente desaparecería en 15 años.
Más aún si paralelamente desarrollamos la enorme cartera pendiente de proyectos mineros para atender la creciente demanda global de cobre y otros metales necesarios para la transición energética global.
El desarrollo minero y la agricultura campesina vinculada al mercado interno, pero también crecientemente a la agroexportación, como ocurre con la palta y con las papas nativas y la quinua en la actualidad, y podría ocurrir con los arándanos y otros berries, dinamizarían apreciablemente la economía andina.
Esta transformación estructural se aceleraría si simultáneamente eliminamos las regulaciones que asfixian la actividad económica en general y vamos reduciendo el impuesto a la renta para todos los sectores de la economía, a fin de incentivar la inversión y el empleo formal en las áreas que el mercado señale como las más rentables.
Y si, al mismo tiempo, reformamos el Estado para introducir meritocracia absoluta en todas las entidades públicas y gestión privada en los servicios públicos para mejorar sustancialmente su calidad.
Entonces nos asomaremos claramente al primer mundo. Lampadia