Carlos E. Gálvez Pinillos
Expresidente de la SNMPE
Para Lampadia
Los peruanos nos quejamos, y con razón, de la falta de seguridad, de la delincuencia creciente en las calles y de la incapacidad policial, absolutamente desbordada, para controlarla. Pero, ¿nos hemos puesto a pensar, que vivimos en una absoluta contradicción? Seguro que no.
Todos los ciudadanos y las autoridades, estamos contribuyendo cotidianamente a sostener y acrecentar esta falta de seguridad, y este irrespeto a la ley. Por otro lado, tenemos todo para crecer y deslumbrar al mundo, pero cada año crecemos a una tasa muy baja y no hemos sido capaces de crear oportunidades para nuestros jóvenes.
Simultáneamente, somos permisivos con las faltas cotidianas, y éstas, no tienen consecuencias. Los niños y jóvenes, desde el colegio, se están acostumbrando a que sus faltas disciplinarias y académicas, no se castiguen. En mis tiempos teníamos una evaluación, reportada semanalmente en la “libreta de notas”, con evaluaciones de cero a veinte; las notas aprobatorias estaban en azul y las desaprobatorias en rojo. Nadie se traumaba por eso, y tanto los alumnos como los padres, tenían claro cuál era el rendimiento escolar y la conducta, semanalmente. Esta evaluación, además, se reportaba explícitamente con el orden de méritos del salón.
Quienes habían desaprobado un curso durante la semana, tenían que asistir durante todos los días de la semana siguiente, a las 6:00 am, para ponerse al día en el curso desaprobado y reforzar su aprendizaje, hasta el inicio de clases de las 8:00 am. De esta manera, era explícito, que el colegio estaba absolutamente comprometido con el aprendizaje escolar y no sólo, con el cumplimiento de un horario y una agenda. Por eso, un joven egresado del colegio, tenía una buena base, académica y disciplinaria, para ingresar a la universidad o para trabajar en algunas labores auxiliares, cosa que ahora no ocurre.
Hoy en día, nadie asume la responsabilidad del aprendizaje y menos del esfuerzo por poner al día al alumno.
Siendo así, ¿por qué nos sorprendemos de la baja capacidad para leer y comprender? Lo mismo ocurre con el razonamiento matemático, la disciplina y el cumplimiento de las normas ciudadanas. En esencia, desde el colegio, nadie ayuda a los jóvenes a ponerle propósito a sus vidas, nadie les transmite ilusión. Por eso no hay brillo en los ojos de la mayoría de nuestros jóvenes.

Necesitamos una juventud que vibre, que tenga una vida con propósito e ilusión por su futuro. Propongo que conversemos con grupos de jóvenes de entre 18 y 27 años, quienes mayoritariamente sufren la frustración de no estar en una universidad, ni de contar con un trabajo estable y decente. Muchos estarán en universidades, en las que podrían estar perdiendo cinco años de su vida, ya que su educación será tan mala, que nadie los contratará para aplicar las carreras que estudiaron.
Nuestro país, bien liderado, tiene un futuro brillante en sectores como turismo, construcción, agroexportación, minería, pesca e industria, entre otros.
La pena es que, las empresas dedicadas a esas actividades, no encontrarán a los técnicos requeridos para ese despegue económico, porque no existen en la cantidad ni calidad requeridos.
¿Por qué los congresistas, en lugar de promover la creación de cerca de 50 universidades públicas nuevas, no promueven institutos tecnológicos de primer nivel? ¿Por qué en lugar de fomentar “fábricas de desempleados y frustrados”, no apoyan una educación para el futuro? Muchos congresistas no lo entienden, porque son el fruto de esta irresponsabilidad colectiva.
Nuestro país tiene tradición de gente con habilidad manual e ingenio. Nuestras mujeres y hombres han sido capaces de construir maravillas y elaborar productos de altísima calidad. Veamos si no, nuestra producción textil artesanal y fabril, impecable; el ingenio de nuestros mecánicos y electricistas; tanto como la habilidad de nuestros carpinteros y ebanistas; la destreza de nuestros operadores de equipo pesado. Sin embargo, seguimos graduando, en universidades de muy baja calidad, “profesionales” de “carreras de tiza y saliva”.
Para lograr el punto de inflexión, que deseamos, y sostenerlo en el tiempo, tenemos que plantearnos una reactivación económica y social, que requerirá del concurso de todos nuestros jóvenes. Pero para que sean protagonistas y agentes de ese cambio, debemos educarlos y entrenarlos en esas técnicas y habilidades.
Sugiero, que las empresas, directamente o a través de los gremios, promuevan esos institutos tecnológicos, otorguen becas (educación por impuestos) y comprometan a un determinado número de graduandos, para que después trabajen con ellos.
¿Qué mejor manera de crear ilusión en nuestros jóvenes que, planteándoles un propósito, un objetivo e instruyéndolos para un trabajo que los esperará al fin de su educación?
Si queremos resolver el problema social de la seguridad y crecer, dar el salto al nivel de países de la OCDE, tenemos que atraer el espíritu y captar las mentes y corazones de estos jóvenes.
Debemos ser capaces de devolverles el brillo en la mirada, el fuego en sus corazones y encauzar sus pensamientos.
¡Empecemos hoy mismo! Lampadia






