Pablo Bustamante Pardo
Expresidente de IPAE
Director de Lampadia
González de la Lastra (leer líneas abajo: Mandrágoras en el aula), describe la trampa política que condena a los estudiantes panameños a permanecer fuera de competencia en el mundo.
Esta descripción parece escrita para el Perú, donde la educación pública también cayó en las garras de un sindicato ideologizado y clasista, condenando a nuestros estudiantes a una pésima educación.
Ya hemos explicado antes cómo la dictadura militar de Velasco (1968) inició, con sus sueños de grandeza y dispendios, entre otros grandes desastres, la empobrecedora hiperinflación, que destruyó la vocación de servicio público. Esta solo pudo ser controlada en los años 90.
Cuando desde 1973 tuvimos inflaciones anuales de 30 y 40%, los funcionarios públicos, especialmente los maestros, que tenían ingresos fijos, cayeron en un proceso de empobrecimiento creciente.
Ante ello, los trabajadores públicos tuvieron que buscar ingresos en la calle, desvinculándose de sus oficios formales.
Incluso los propios gobiernos ajustaron los horarios de trabajo de maestros, enfermeras, médicos y policías, para permitir que ellos puedan conseguir más ingresos en el sector informal, que así nació para quedarse.
En el caso del magisterio, se formó el sindicato más grande del país que hasta hoy promueve la ‘lucha de clases’. Su lógica por supuesto era de izquierda y reivindicativa. Cada vez que podían forzaban la mano del gobierno para arrancar algunas migajas de la empequeñecida torta de los recursos públicos. Recursos que nunca tuvieron una contraparte en la mejora de la educación.
Lamentablemente, ningún gobierno de las últimas décadas se ha atrevido a romper este cepo que castra de prosperidad a nuestros jóvenes.
Bajo esa dictadura sindical, décadas después se aprobó la Ley de la Carrera Magisterial, pero fue saboteada por los políticos populistas y el gremio sindical.
Lo que sí se hizo fue un aumento sustancial de los ingresos de los maestros del sector público a cambio de nada, sin ningún compromiso de mejoras en la calidad de la educación.
En Lampadia hemos propuesto tiempo atrás, terminar con esta suerte de dictadura magisterial. Ver por ejemplo:
El ‘putsch’ de los maestros (de la política) – SUTEP: Llegó el momento de decir ‘BASTA’
También propusimos el “Pacto Social por la Educación”, que permitía un enfoque integral de la sociedad en la mejora de la educación, estableciendo balances adecuados del magisterio, los padres de familia, la sociedad, los directores de colegio y del ministerio de Educación. A la fecha, al respecto, solo se han desarrollado remedos inconducentes.
Veamos el artículo de González de Lastra, que dio origen a esta nota:
Mandrágoras en el aula
Carlos Ernesto González de la Lastra
Expresidente del Consejo Nacional de la Empresa Privada CONEP y de la Asociación de Ejecutivos de Empresas APEDE – Panamá
Para Lampadia
En las antiguas leyendas, la mandrágora era una planta de raíces humanas que emitía un grito mortal cuando se la arrancaba de la tierra. Muchos evitaban tocarla, no por temor a la planta, sino por el estruendo desgarrador de su resistencia.
Así ocurre hoy con la educación panameña.
Cada intento por reformarla, dignificarla o liberarla del secuestro político provoca un alarido: no de los estudiantes, ni de los padres de familia, sino de quienes han sembrado sus raíces más profundas en el sistema para proteger privilegios, cuotas de poder y estructuras gremiales corrompidas por la ideología y el chantaje.
La educación panameña no solo ha fracasado en cumplir su función: ha sido capturada.
La politización de los gremios docentes, la complicidad de los gobiernos pasados y la ausencia de una visión de país han convertido las aulas en trincheras de intereses, no en templos de conocimiento.
Mientras países con menos recursos y más obstáculos han logrado mejorar sus sistemas educativos, Panamá —con su dólar, su posición geográfica, su plataforma logística y financiera— ha retrocedido al fondo del continente. No por falta de dinero, sino por exceso de egoísmo y cobardía política.
Y lo más trágico: la juventud panameña está pagando ese precio. Nuestros estudiantes no solo están mal preparados académicamente, sino desmovilizados, desencantados y desconectados del futuro. Se les ha negado la oportunidad de competir en igualdad de condiciones con el resto del mundo.
Y cada vez que se propone una reforma curricular seria, una evaluación docente independiente, o una transformación de fondo… la mandrágora grita. El sistema se defiende a sí mismo como una criatura viva, que rechaza cualquier intento de ser desenterrada.
Panamá no será un país desarrollado mientras no se atreva a arrancar esa raíz podrida. No se trata solo de mejorar indicadores: se trata de liberar el futuro del país de las manos de quienes hoy lo retienen con discursos huecos y huelgas interminables.
Hay que asumir el riesgo de oír el grito. Porque solo cuando lo hagamos, y con firmeza, podremos sembrar algo nuevo en esa tierra devastada.
¿Qué se puede hacer? ¿Por dónde empezar?
1- Evaluación del docente independiente y obligatoria, realizada por una instancia autónoma con estándares internacionales, que distinga y premie a los buenos maestros, y capacite o separe a los que no cumplen con lo mínimo.
2- Despolitización del MEDUCA, eliminando nombramientos clientelistas y creando una carrera directiva educativa basada en mérito, resultados y formación continua.
3-Currículo nacional basado en competencias reales, no en ideologías. Que forme ciudadanos capaces de pensar críticamente, resolver problemas, comunicarse y adaptarse al mundo moderno.
4- Convenio nacional por la educación, donde gobierno, sector privado, Copeme, gremios responsables y sociedad civil se comprometan con metas verificables a 10 años, blindadas de los vaivenes políticos.
5- Inversión pública con condiciones, no más aumento automático de presupuestos sin rendición de cuentas. Más dinero sí, pero vinculado a resultados, transparencia y gestión eficiente.
Pacto social con los gremios, para recuperar la dignidad del docente, pero con la corresponsabilidad de enseñar, no de paralizar. El derecho a huelga no puede seguir siendo una coartada para el abandono de los estudiantes.
La educación panameña no necesita más excusas. Necesita valentía. Y esa comienza por arrancar la mandrágora, por doloroso que sea su grito.
Porque si no lo hacemos ahora, el silencio posterior será aún más ensordecedor: el de generaciones enteras condenadas a la ignorancia y a la exclusión.
Lampadia