Entre los causantes de la hiperinflación 1988-90, el difunto Banco Agrario se llevó la medalla de oro. Firmó su acta de defunción, en buena hora, el entonces ministro Carlos Boloña en mayo de 1992 con la colaboración del superintendente de Banca Hugo García Salvatecci que lo intervino. Razones para hacerlo no faltaban, desde la destrucción del sistema monetario del Perú hasta la quiebra fraudulenta, pasando por robo sistemático descarado.
El Banco Agrario, utilizando el honroso nombre de «préstamos» y el eufemismo de «reestructuraciones de deudas», regalaba el dinero a dizque pequeños agricultores de bajo ingresos, que en general no eran ninguna de las tres cosas, sino políticos pícaros y sus amigachos. Este robo con seudónimo, disfrazado de crédito representó casi la mitad de toda la emisión monetaria durante la hiperinflación.
La tarea de liquidar los activos del Agrario no fue nada fácil; le tocó al ministro Jorge Camet y duró varios años. Era prácticamente imposible cobrar a los agraciados deudores por el hábito de que el dinero era un regalo bajo el alias de crédito.
Por otra parte, no cesaban los plañideros ante el expresidente Fujimori apelando a su corazoncito de ingeniero agrónomo.
Desmantelarlo fue una de las grandes medidas de saneamiento de la economía peruana y un gran servicio al país. La economía peruana marcha hoy muy bien en un planeta que marcha mal, gracias a las acertadas y nada fáciles decisiones que se tomaron desde los noventa y a pesar del «rayo que no cesa» de aplicados interesados en tumbárselas.
Muerto quedó el Agrario, pero mal enterrado. Dice el refranero económico que las «malas ideas en economía son como las cucarachas, tiras de la cadena y desaparecen de momento, pero siempre acaban regresando». Así las cosas, una década después el gobierno de turno tuvo la «genial » idea de resucitar el Banco Agrario sin reparar en el evocativo nombre de Banco Agropecuario o Agrobanco, mediante Ley Nº 27603 ( del 2001) y el gobierno siguiente, de relanzarlo mediante Ley Nº 29064 ( del 2007)
Afortunadamente, a pesar de la resurrección de este, en potencia, «terminator» financiero, ha prevalecido hasta ahora la sensatez de los sucesivos ministros de Economía que han hecho todo lo posible por mantener este engendro bajo control a correa corta, pese al empeño de algunos legisladores de volver a los desmanes del pasado con disparatadas propuestas, intentando lo imposible para recomponer el andamiaje completo para fabricar otra hiperinflación.
Un reciente botón de muestra lo tenemos hace solo un par de meses, en las iras congresales que desató el ministro René Cornejo -otro gran ministro- cuando planteó la liquidación del Banco de Materiales ante el saqueo despiadado en una casa que, en esencia, era la reencarnación de otro insigne hiperinflacionario, el Banco de la Vivienda, igualmente liquidado por Boloña en 1992.
Aunque solo sea por la advertencia de Hegel, de que «lo único que aprendemos de la historia es que el hombre nunca aprende nada de la historia», no está de más ayudar a los congresistas que ayer atacaron a René Cornejo y hoy persiguen a Carranza a refrescar un poco la memoria. A tal fin, les emplazo a que ojeen el informe del Banco Mundial titulado «Políticas para detener la hiperinflación» que me tocó dirigir allá por 1988. Lo tienen a su disposición en internet.
Ahí pueden constatar que el indiscutible protagonista de aquella película de horror fue el Banco Agrario, nada menos que con 26 menciones, una por cada ocho páginas, y ninguna honrosa. Tomen nota del párrafo 9 de la página 214, que dice así:
«En 1986, el monto de préstamos del Banco Central de Reserva al Banco Agrario ascendía a 43% del crédito total del BCR a la economía. Con lo que las emisiones inorgánicas de dinero transferido al Banco Agrario se han convertido en el mayor factor de expansión monetaria en los años recientes»
En lo personal, Carranza siempre me ha parecido un hombre bastante antipático. Lo cortés sin embargo no quita lo valiente. Sin el menor reparo reconozco que ha sido uno de los grandes ministros de Economía del Perú. Aplaudo su valentía para enfrentarse por igual al populismo y al mercantilismo, público y privado.
Ante el intento de linchamiento, nunca está de más evitar aquello del «Coronel no tiene quien le escriba» que dijera Gabriel García Márquez en su novela de 1961. Por lo que solicito a los lectores que consideren consignar su reconocimiento a la labor de Luis Carranza en la sección de comentarios de mi Blog, El Nuevo Sol.